Archivo > Número 31

La certeza de la estancia de san Pablo en Tarragona. A Puig

El año 1742 se publicó en la ciudad de Wittemberg, cuna de la Reforma, una Historia Crítica de Hispanico Pauli Apostoli Itinere. Su autor, Johannes Justus Spier, era el bibliotecario de la Academia de la ciudad. A lo largo de dos capítulos, el erudito se proponía sopesar, desde el punto de vista crítico, los testimonios patrísticos de los cinco primeros siglos y los posteriores testimonios de los autores eclesiásticos de los siglos VI al XVI. Su conclusión fue determinante: las antiguas fuentes silenciaban o no eran fiables a propósito del proyectado viaje hispánico de Pablo, por lo tanto: tal viaje jamás tuvo lugar. Spier, que no citaba ni parecía conocer el Canon publicado por Ludovico Antonio Muratori en 1740, se alineaba, así, entre los que iter illud [de Pablo] cogitatum concedunt, expeditum negant (p. 3) y arremete, con argumentos cargados de erudición, contra aquellos que illud iter Paulinum non animo tantum susceptum, sed et corpore volunt confectum (p. 2). En su libro no cabe la tercera posición de aquellos que nihil hic definientes, controversiam in incerto relinquunt (p. 1).

Tres son pues las posiciones que tipifican la investigación –pasada y presente– sobre el viaje hispánico de Pablo: la contraria, la favorable y la que se mantiene en la duda. En el primer milenio la tradición se inclinó mayoritariamente a favor de la historicidad de la misión de Pablo a Hispania (el Decreto gelasiano, del siglo VI, constituye una de las pocas excepciones). Más tarde, en el siglo XIII, aparecen las posiciones desfavorables, como la de Tomás de Aquino, que fundamenta su posición afirmando que no se lee en ningún lugar que (Pablo) haya estado en España. Otros autores, como Domingo de Soto o Guillermo de Este, siguiendo a Tomás, adoptarán el mismo punto de vista. Esa posición fue compartida por protestantes y católicos, si bien la argumentación aportada se fue modulando de modo diverso. El ímprobo estudio de Spier a partir de los autores patrísticos y eclesiásticos no será continuado; los autores posteriores debatirán la tesis con argumentos histórico-teológicos internos a las cartas paulinas, y se limitarán a estudiar los testimonios más antiguos, en el difícil intento de esclarecer los hechos ocurridos en los últimos años de la vida de Pablo. En todo caso, la posición de Spier se manteniene como mayoritaria por lo menos durante algo más de los dos siglos en que el método histórico-crítico ha sido utilizado de forma masiva. Sin embargo, en los últimos tiempos el consenso quasi unánime se ha ido agrietando de forma progresiva, y, actualmente, es posible y conveniente replantearse con renovado interés lo que hasta ahora había sido considerado una posición minoritaria e intentar de nuevo retomar sus antiguos argumentos.

Mi intención es mostrar que la misión de Pablo a Hispania y, en concreto, a la ciudad romana de Tárraco es un hecho históricamente plausible. Naturalmente, el onus provandi se apoya sobre las hipótesis que a continuación expongo. De entrada, quien quiera negar el viaje paulino a Hispania necesita menos argumentos que aquél que lo afirme. En efecto, no poseemos todos los elementos que serían necesarios para concluir, de manera incontrovertible, que el apóstol Pablo anunció el Evangelio en Hispania, tal como era según Rm 15, su firme deseo y su decidido propósito. Por tanto. las razones a favor del no parecen, por la escasez de fuentes, más sólidas que las razones a favor del sí.

De hecho, es el conjunto de los últimos años de la vida de Pablo el que nos plantea numerosos interrogantes históricos. Las fuentes de que disponemos nos proporcionan datos bastante dispersos sobre los acontecimientos que configuraron la vida del apóstol entre el final de su reclusión vigilada en Roma, prisionero del Estado romano, y su martirio en la capital del Imperio, pocos meses o, tal vez, años más tarde. Ahora bien, es evidente que dentro de este arco temporal, hay tiempo y espacio suficientes para situar la realización de una misión de Pablo desde Roma a Hispania, y, más en concreto, a Tárraco, aunque desconozcamos en qué condiciones pudo realizarlo. Basándonos en los datos existentes, nunca podremos garantizar de modo totalmente seguro, la historicidad de esta misión, pero existen razones suficientes para considerarla como un hecho histórico plausible y probable.

 

La proyectada visita de Pablo a Roma como preparación a la misión hispánica

La preparación del viaje de Pablo a Hispania se orienta a conseguir dos objetivos: garantizar que las iglesias domésticas de Roma sean la plataforma logística y el punto de partida geográfico de la misión. Hay que asegurarse de que cooperarán activamente –con su participación moral y material– en la misión paulina. En segundo lugar, es preciso tener preparado un equipo de misioneros que puedan acompañar a Pablo en su ambicioso proyecto que se prevé va a ser dificultoso. En relación con el primer punto, Pablo ha obtenido la aceptación de Febe, diaconisa de Céncrees (Rm 16); en tanto que, en relación al segundo punto, existe la posibilidad de que el apóstol haya enrolado a un grupo de colaboradores suyos, provinentes del Asia Menor y Grecia, para que formen parte del equipo misionero que constituirá la gran misión occidental de Pablo, una vez haya entregado la colecta a Jerusalén (Hch 20, 4).

Céncrees es el puerto oriental de Corinto, ciudad desde la cual Pablo escribe a los romanos. Es muy verosímil que Febe, la diaconisa de Céncrees, haya sido enviada a Roma para llevar a término los preparativos de la misión hispánica. De hecho, Pablo comienza Rm 16 con una cálida recomendación de Febe a los romanos. Ésta es presentada como una colaboradora excepcional de la labor del apóstol, como una hermana (adelfa), diaconisa (diáconos) de la iglesia que está en Céncrees y protectora (prostatis) de muchos, entre los cuales se cuenta el mismo Pablo (16, 1-2). El hecho de que el apóstol pida a los romanos que acojan a Febe en el Señor y con la dignidad que corresponde a un miembro del pueblo santo, indica sin lugar a dudas que Febe es la portadora de la carta. En Céncrees, Febe desempeñaba, probablemente, funciones directivas en la comunidad en el campo de la predicación y de la enseñanza, tal como se deduce del término diáconos en 1Cor 3, 5; 2Cor 3, 6; 6, 4; 11, 15.23. En cuanto al término prostatis, significa la protectora (en latín, la patrona) o benefactora (euergetês, en griego) –perteneciente a una clase social alta– de la iglesia de Céncrees, la cual, seguramente, se reuniría en casa de Febe.

Esta mujer, de una cierta posición social, habría ayudado a Pablo incluso en lo económico. Su status social y su relación con Pablo la hacen persona idónea para llevar la carta a Roma, donde sería recibida con los honores que respondían a su dignidad, y donde podría liderar los preparativos para el viaje de Pablo a Hispania, contando con que los romanos harían caso de la exhortación del apóstol: ayudadla (parastête autêi) en todo aquello (pragmati) que pueda necesitar de vosotros (Rm 16,2). Pablo no especifica de qué tipo de ayuda se trata, pero es evidente que, sin olvidar el aspecto financiero, lo que más necesita el apóstol es el apoyo moral de la comunidad romana para el viaje a Hispania y, tal vez, el compromiso de algunos de sus miembros que quieran acompañarle como misioneros. Febe se presenta, pues, en Roma como la patrocinadora de la misión hispánica, habida cuenta de que Roma, capital de Occidente, ha de ser la base de esta misión, al igual que Antoquía de Siria fue la base en los anteriores viajes misioneros de Pablo a Asia Menor y Grecia.

Febe actúa como persona de confianza de Pablo, con plenos poderes para preparar su viaje. Su perfil de clase alta la hace perfectamente apta para presentarse a los patrones o patronas de las comunidades domésticas de la iglesia de Roma. Su objetivo es triple: presentar la Carta que Pablo dirige a todos los amados de Dios que estáis en Roma (1, 7); convencerles de la conveniencia de unir esfuerzos para sacar adelante el proyecto paulino y, finalmente, disipar las suspicacias sobre la persona del apóstol que pudieran existir, tanto las que pudiera tener la minoría judeocristiana hacia aquél que se había distinguido por su oposición a los judaizantes, como el recelo que pudieran suscitar los conflictos que Pablo había tenido con algunas autoridades provinciales romanas. Este último elemento no es menor que el primero, ya que Pablo venía precedido por una fama poco halageña de provocador de conflictos con todo tipo de personas: con los judíos de su propio linaje, con la administración romana, con otros cristianos (los falsos hermanos, los judaizantes) y con los paganos en general (ver 2Cor 11, 24-27). Febe debe limpiar esa imagen de Pablo, sobre todo ante los patronos de la casa de Aristóbulo y de la casa de Narciso (Rm 16, 10.11), que probablemente estarían relacionados con la administración imperial y podrían, más adelante, facilitar contactos con las ciudades de las tres provincias hispánicas. Es por ello, que Pablo –con la intención de facilitar las gestiones que Febe ha de realizar– nombra, en el listado de su carta, un gran número de personas, la mayoría de las cuales no conocía personalmente–.

Ello nos lleva a pensar que, mientras Pablo se encamina a Jerusalén para entregar la colecta, Febe se embarca hacia Roma con la Carta del apóstol. Desconocemos el tiempo que la prostatis de Céncrees se detuvo en la capital del Imperio. Sí sabemos, en cambio, que Pablo permanecerá dos años prisionero en Cesarea (Hch 22, 23-24.27), después de que fuera detenido en Jerusalén y antes de ser conducido prisionero a Roma. Cuando llegue allí (primavera del 60 o del 61), es probable que Febe ya se haya marchado. Sin embargo, todo hace pensar en la eficacia de sus buenos oficios. Así, según Hch 28, 13-15, en Putéoli, puerto cercano a Nápoles por el que entraban en Roma las personas y mercancías procedentes de Oriente, Pablo será honrado durante siete días, y dos embajadas de cristianos romanos saldrán a recibirle al foro Apio y a Tres Tabernas (a 65 y 50 km de Roma, respectivamente). Y, ya en Roma (Hch 28, 16, 30), Pablo recibirá permiso para vivir en un apartamento alquilado bajo la custodia de un soldado, un evidente trato de favor concedido por las autoridades militares de la capital. Jewett ve, en todo eso, la mano de Febe. Más interesante resulta destacar que todas estas disposiciones muestran que hasta entonces, las posibilidades de la misión hispánica permanecían intactas. Cuando Pablo llegó a Roma prisionero, no parecía estar lejano el momento de realizar su proyectado viaje a Hispania, tan deseado y preparado.

El segundo punto, para su misión a Hispania, era poder enrolar un equipo de misioneros, experimentados y de confianza, que colaborasen con el apóstol tan pronto se iniciara la predicación del Evangelio en aquel país. Ciertamente, suponemos que la portadora de Rm, Febe de Céncrees, no tardó en llevar personalmente la Carta a Roma, donde, a la espera de Pablo, comenzó a dirigir los preparativos de la misión paulina a Hispania. Mientras tanto, Pablo ha conseguido preparar un equipo misionero. Según la información que nos ofrece Hch 20, 3, Pablo ha pasado tres meses en Corinto, desde donde ha escrito la Carta a los Romanos y, después, como informa Hch 20, 4 se ha puesto en marcha con un notable equipo de colaboradores en dirección a Siria y Jerusalén con la intención de consignar la colecta. Estos siete colaboradores, portadores con Pablo, de una importante cantidad de dinero (2Cor 8, 20) proceden de las provincias de Macedonia (Sopater de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica); de Galacia (Gayo y Timoteo, respectivamente de Derbe y Listra, ciudades de Licaonia) y de Asia (Tíquico y Trófimo, seguramente de Éfeso). Partieron de la provincia de Grecia (v. 2), es decir, de Corinto, capital de Acaya, ciudad de Febe.

Notemos que las personas y localidades mencionadas cubren las cuatro provincias romanas evangelizadas por Pablo: Galacia y Asia en Anatolia, y Macedonia y Acaya en Europa. Los compañeros de Pablo son personajes conspicuos que han colaborado con él en el anuncio del Evangelio, particularmente Aristarco, Gayo, Timoteo, Síquico y Trófimo. Cabe preguntarse, pues, si este grupo de misioneros no son solo los simples portadores de la colecta, sino sobre todo el equipo de colaboradores que Pablo tiene preparado para hacer el gran salto a Occidente, tan pronto haya librado la colecta a Jerusalén. Si Pablo ha conseguido comprometer un grupo de misioneros de Grecia y de Asia, quiere decir que dispone, aparentemente, de recursos para iniciar la predicación del Evangelio en Hispania, un territorio en el cual nadie lo ha predicado anteriormente (Rm 15, 20). Así espera cumplir el plan escatológico de Dios, según el cual la salvación ha de llegar a los confines de la tierra, a todas las naciones (Rm 15, 16; Is 66, 19).

En resumen: los tres meses que Pablo pasó en Corinto (Hch 20, 3) han servido para una primera preparación de la misión occidental del apóstol, tanto para formar el equipo de misioneros con que Pablo contará para su viaje –todos ellos, personas experimentadas y de confianza– como para disponer de la base logística que no podía ser otra que la misma Roma. Febe asegurará los planes misioneros de Pablo llevando a Roma la Carta que el apóstol dirige a los cristianos de la capital y promoviendo el apoyo y la solidaridad de todos ellos.


Datos sobre el viaje hispánico de Pablo en Hch, 1Cl y 2Tm

Es inexistente una información totalmente explícita sobre los sucesos que trazaron el final de la vida de Pablo, ni, en concreto, son recogidos en los tres documentos, tan próximos a la vida de Pablo, como son los Hechos de los Apóstoles, la Primera carta de Clemente y la Segunda carta a Timoteo. Sin embargo, a pesar de que los tres coincidan en su falta de información del dato que se encuentra en el Canon de Muratori (Pablo fue desde la Urbe a Hispania), sí que encontramos en ellos repetidos indicios de una información indirecta, velada a menudo por la metáfora, el lenguaje retórico o la expresión elíptica, que nos permiten penetrar en el interior del período más inaccesible de la vida de Pablo.

En el caso de los Hechos, las alusiones a los acontecimientos que conformaron el final de la vida de Pablo son más frecuentes de lo que, a primera vista, podría parecer. Tales informaciones se situan casi todas ellas en la última sección del texto, el viaje de Pablo a Jerusalén y su posterior viaje como prisionero a Roma (19, 21-28.31). Las referencias a una futura misión entre los paganos se encuentra en Hch 22, 21; 26, 17.20.23 i 28, 28, si bien ya desde el inicio del libro (1, 8) se anuncia que la misión ha de llegar al extremo de la tierra, y en el centro de los Hechos, de nuevo es retomada la idea, a propósito, concretamente, de la llamada personal a Pablo (13, 47, donde se cita explícitamente Is 49, 6, la profecía que anuncia la llegada de la salvación al extremo de la tierra, ila misma que sirve de base a Rm 15, 16!). Se alude por tres veces al proceso ante el tribunal imperial (23, 11; 25, 12; 27, 24) y a la muerte martirial de Pablo (20, 22-29; 21, 4; 21, 11). Esto nos revela que, aunque sea veladamente, Lucas es consciente de aportar al lector una información precisa.

La Primera carta de Clemente es más rica en resultados. En 1Cl 5, 6-7 hallamos una primera versión de la ultima pars vitae Pauli, independiente de Rm 15, en la cual se detallan los cuatro elementos fundamentales que la componen: a) primer juicio imperial (o primera sesión del juicio imperial), seguido de la sentencia de exilio (fygadeutheis) (5,6); b) viaje al límite de Occidente (epi to têrma tês dyses)(5,7), es decir, Hispania, en el contexto de un Pablo que es presentado como un heraldo a Oriente y Occidente (5, 6) y como un predicador de la justicia a todo el mundo (5, 7); c) segundo juicio imperial delante de los gobernantes (epi tn hêgoumenn) (5,7); d) muerte de Pablo y recompensa en el lugar santo (eis ton hagion topon) (5,7).

En 2Tm 4,16-18, encontramos una segunda versión de la ultima pars vitae Pauli, que literariamente tiene en cuenta Rm 15 y, probablemente, 1Cl y, tal vez, aunque remotamente Hch. Combinando lo que dice ese fragmento y lo que se encuentra en el resto de 2Tm, los cuatro elementos que caracterizan los últimos días de Pablo: a) primer juicio imperial (o primera sesión del juicio imperial), en el cual Pablo pronuncia su primera defensa (en tê-i prtê-i apologia-i) (4,16), y del que sale sin sentencia de muerte, ya que es librado de la boca del león (ek tou stomatos leontos) (4,17); b) proclamación del mensaje cristiano a todos los pueblos (panta ta ethnê) como algo que ha llegado a la plenitud y llevado a su cumpimiento (plêroforêthê-i) (4,17), incluyendo por tanto, la misión hispánica (ver Rm 15, 19), donde Pablo afirma que ha llevado a cumplimiento peplêrokênai, el Evangelio a Oriente y que ahora se dispone a hacer lo mismo en Hispania, es decir, Occidente; c) segundo juicio imperial (o segunda sesión del juicio imperial) caracterizada por las insidias ( una obra mala, ergou ponêrou) (4,18), es decir, por una acusación de malhechor (kakourgos) (2, 9) – la acusación de seditio, que aparecía en las litterae dimissoriae de Festus y que ahora podría haber sido retomada por el tribunal imperial? –calificada de injusta, en contraste clamoroso con el tribunal divino, presidido por el Señor que es justo juez (ho dikaios kritês) (4, 8), y que ahora recae sobre Pablo, prisionero en Roma (1, 8.17) y abandonado de sus colaboradores orientales (1, 15; 4, 10); d) muerte de Pablo y llegada de éste al Reino celestial (eis tên basileian autou tên epouranion) (4, 18): la muerte es expresada en cuatro imágenes provenientes del culto sacrificial romano (!), del ejército, de las carreras en el estadio y del mundo marítimo (4, 6-7), y la llegada al cielo se manifiesta por la corona del vencedor (4, 8) y la mención de aquel día (ekeinê hê hêmera) (1, 12; 4, 8).

Nótese que la característica común a los tres documentos (Hch, 1Cl i 2Tm) es el de la voluntad de no suministrar informción alguna que pueda poner en evidencia la actuación de la autoridad imperial, especialmente por lo que se refiere a las causas del segundo proceso (o sesión) de Pablo –el que ha de llevarle a la muerte– y por lo que hace a la sentencia a la pena capital que el tribunal del Cesar ha decretado contra él. Así es como, a mi entender, hay que interpretar el carácter indirecto que poseen los datos suministrados por estos documentos. No se trata de una falta de información por parte de los respectivos autores (Lucas, Clemente y el autor de 2Tm), sino de una estrategia consciente de encubrimiento de los acontecimientos dolorosos que determinaron el final de la vida de Pablo –iy de Pedro!– y de los cuales fue el principal responsable la autoridad imperial.

El motivo de dicha estrategia se ha de buscar en los efectos traumáticos que tuvo sobre la comunidad romana la persecución que Nerón le infligió durante los tres años que transcurren desde el 65, fecha en que se inicia el régimen de terror, hasta el 68, fecha de revueltas públicas contra el emperador y muerte violenta del mismo. Nos basta con leer entre líneas 1Cl 5 y 6 para darnos cuenta del descalabro que supuso la persecución neroniana en una comunidad de extracción fundamentalmente popular y, por tanto, fácilmente convertible en chivo expiatorio.

Por otra parte, Haenchen y muchos otros subrayan que cuando Lucas, Clemente y el autor de 2Tm redactan sus escritos la persecución ha pasado y resulta imprescindible mantener una buena relación con el imperio para poder desarrollar sin estorbos la misión cristiana. Conviene no atizar el rescoldo de la desconfianza o de la sospecha a lo cristiano y a que no se ponga en duda su lealtad al Estado romano. Por ello –y el libro del Apocalipsis constituirá una excepción a medias, porque el lenguaje cifrado lo hace poco comprensible a los de fuera–, los escritores cristiano de las últimas décadas del siglo I y de las primeras del siglo II harán todo lo posible para presentar una Iglesia que convive pacíficamente en el Imperio y para evitar todo aquello que pueda comportar dificultades para los cristianos. 1Cl 5, 2 lo manifiesta con claridad cuando afirma que Pedro y Pablo, que eran las más grandes y justas columnas, fueron perseguidos y lucharon hasta la muerte, pero no menciona a los responsables de la persecución ni que tipo de muerte tuvieron que sufrir los dos santos apóstoles (5, 3). En este contexto de recubrimiento intencionado, cobra más valor la noticia del viaje de Pablo al límite de Occidente (5, 7) clara elipsis para designar a Hispania.

En todo caso, las informaciones provenientes de Hch, 1Cl y 2Tm no divergen mucho de la noticia que nos transmite Eusebio de Cesarea: Es evidente que, acabado el juicio, el apóstol se marchó (de Roma) para ejercer de nuevo su ministerio de predicar y, habiendo comparecido por segunda vez a la ciudad, llegó al cumplimiento de su misión gracias al martirio. En este (último) encarcelamiento escribió la Segunda carata a Timoteo (Historia Eclesiástica 2, 22).

 

La realización del proyecto paulino. La hipótesis de Tarragona

Las precedentes reflexiones nos permiten afirmar que el viaje misionero de Pablo a Hispania es un hecho que goza de una alta probabilidad histórica. Los indicios acumulados de fuentes cristianas tan diversas, anteriores (Rm 15) y posteriores a los hechos (1Cl, 2Tm, Hch, por orden e importancia), como también la praxis judicial imperial en el siglo I, atestiguada por fuentes romanas, nos llevan a la conclusión de que Pablo pudo realizar su proyecto hispánico. Sin embargo, todo hace pensar que existe una gran distancia entre aquello que Pablo se había propuesto y comenzado a preparar y aquello que de facto pudo realizar. La cuestión fundamental está en precisar en qué condiciones (personales y legales) Pablo llegó a Hispania y bajo qué limites y condicionamientos pudo realizar una eventual actividad misionera en las tierras hispánicas. Naturalmente, si Pablo llega a Hispania en condición de exiliado político, a consecuencia de una deportatio o relegatio dictada por el tribunal imperial (1Cl 5, 6), eso significa que dispuso de un margen de movimientos mas bien estrechos. Por otra parte, la incertidumbre sobre la ciudad o territorio donde Pablo pudo ser exilado invita a ser prudentes sobre una hipótesis particular. Esta prudencia habrá de acompañar las reflexiones que a continuación se exponen sobre la posibilidad de que fuera Tárraco la ciudad elegida por el tribunal imperial que sentenció el exilio de Pablo. Pero antes mostraremos como la tipología de Tarragona en el siglo I la convierte en una ciudad apta para la misión paulina.

 

Tarragona en el marco de las ciudades paulinas

Proponer la hipótesis de Tarragona como base probable de la misión de Pablo en Hispania supone examinar la situación y condiciones en que la ciudad se encontraba en aquel momento y confrontarlas con las características que, según E. Stange y R. Riesner, reunían las localidades escogidas por san Pablo como campo de su acción misionera: 1) uso de la sinagoga judía local como punto de arranque, buscando el apoyo de los prosélitos o temerosos de Dios que a su alrededor se agrupaban; 2) medios de comuniación; 3) preferencia por las capitales de provincia; 4) garantía de una respuesta favorable al mensaje cristiano; 5) preferencia por los territorios aún no evangelizados por otros misioneros cristianos; 6) fundación y consolidación de una comunidad cristiana local; 7) vinculación del proyecto misionero a la voluntad manifiesta de Dios bajo la guía constante del Espíritu Santo. A estos factores, podríamos añadir en el caso del proyecto hispánico: 8) la importancia de disponer de un equipo de misioneros; 9) la cuestión lingística. Veamos con detalle estos nueve factores.

1) La importancia de la sinagoga como plataforma de la misión es dudosa en el caso de Tárraco y de Hispania en general. Los datos epigráficos y documentales de que disponemos, junto con los testimonios antiguos, no justifican la presencia de una población judía en Tarragona en tiempo de san Pablo. Una misión en esta ciudad no podía comenzar, pues, contando con la sinagoga o a partir de paganos simpatizantes. La presencia de orientales en la ciudad y el hecho de que Tarragona fuera un puerto comercialmente activo son solo consideraciones genéricas que no pueden sobreponerse a la falta de pruebas de una comunidad judía antes del año 70. En cambio, es probable que después de esta fecha y, más aún, después de la Segunda Guerra Judía (más allá del 136), se haya iniciado e intensificado la presencia judía en Hispania. La ausencia de comunidades judías en Hispania antes del año 70 es compartida por las Galias y por África; de forma que en tiempos de Pablo, Roma y Italia del Sur serían ls dos áreas más occidentales con presencia judía del Mediterráneo. Parece, pues, claro, que la misión hispánica necesitaba un estilo misionero propio, ya que la sinagoga y sus simpatizantes no podían actuar como punto de arranque de la misión. O bien, por decirlo con otras palabras, era preciso aplicar el mismo estilo misionero que Pablo había aplicado en otras áreas en las que no existían comunidades judías, tales como las ciudades del norte de la provincia de Galacia (Ancira, la capital, Tavium y Pesinunte), a las cuales dirigirá una de sus cartas.

2) En cuanto a las comunicaciones, las condiciones favorables para los viajes estaban garantizadas. Indica Plinio el Viejo, que la distancia entre el puerto de Ostia y el puerto de Tarraco se cubría en cuatro jornadas de navegación de cabotaje, es decir, costeando. Por tierra, el tiempo empleado para recorrer la vía romana que enlazaba Roma con Tarragona –vía que en Hispania recibía el nombre de Claudia Augusta– era bastante más largo. Tárraco era un puerto comercial con un cierto volumen de intercambio con Ostia y con todo el Mediterraneo; y, además, como capital de provincia, era la sede del poder político. Es decir, Tarragona era el paso obligado para los viajeros que, por mar o por tierra, venían de Roma a Hispania, o desde ahí partían para allá. Desde Tarragona los viajeros se desviaban hacia el sur, en dirección a Valencia y Cartago Nova, o hacia el oeste en dirección a Zaragoza (Caesaraugusta) y los importantes conventus de la Tarraconense situados al noroeste de la Península. Observemos que el carácter marítimo de Tarragona encaja plenamente con el de Éfeso y Corinto, grandes centros paulinos. De hecho, Pablo diseña sus proyectos misioneros a partir de las grandes rutas que recorren Oriente por mar y por tierra.

3) La preferencia por las capitales de provincia es manifiesta en el caso de Tárraco. Pablo es un misionero urbano, nacido en Tarso (capital de la provincia romana de Cilicia) siempre actúa considerando las áreas urbanas como el ámbito natural de su misión. Toda su vida de misionero –los doce años que transcurren entre su primer viaje a Galacia y su subida a Jerusalén para entregar la colecta– se emplea en el intento de formar con sus colaboradores pequeñas comunidades que se irán extendiendo por el nordeste de la Mediterránea. Las comunidades paulinas florecerán en las grandes capitales de las provincias (Tesalónica, Corinto o Éfeso) y en otras ciudades más pequeñas (Filipo, Tróade, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra). Las capitales de provincia en que Pablo se establece, como Tesalónica, capital de Macedonia, o Corinto, capital de Acaya, tienen puertos comercialmente activos. En cuanto a Asia, Éfeso responde a la misma tipología: una capital provincial situada cerca del mar.

Dichas características (capitalidad política con amplio campo de influencia, centro de comunicaciones con puerto incluido, movimiento comercial más o menos intenso) se dan sobradamente en el caso de Tárraco. Por otra parte, no debemos olvidar que Antioquía de Oronte, punto de partida y llegada de las misiones paulinas orientales, era la capital de la provincia de Siria, un centro político y comercial de primera magnitud, bien comunicado por tierra y por mar, mediante el puerto de Seleucia. Por tanto, Tarragona se perfila como una ciudad extremadamente conveniente para ser objeto de una misión de Pablo y de sus colaboradores. La orientación que el apóstol imprime a su actividad misionera y las condiciones sociopolíticas y geográficas –e incluso las comerciales– que caracterizan la Tarragona del tiempo de Nerón la convierten en ciudad destino par excellence de la misión que Pablo desea iniciar en Hispania.

4)  La garantía de una respuesta favorable al mensaje cristiano queda sin responder en el caso de Tárraco. No parece que Pablo desconozca el fervor creciente del paganismo en las tierras hispánicas, a juzgar por las referencias de Rm 1 al culto de los dioses y a unos comportamientos contrarios a los principios de la moral. Además, el apóstol se expresa taxativamente sobre las consecuencias que comporta la idolatría: llegaron a transferir la gloria del Dios incorruptible a imágenes que representan al hombre corruptible (1, 23) y poco después añade: cambiaron la verdad de Dios por la mentira y dieron culto y adoraron a la criatura en lugar del Creador (1, 25) . De hecho, Tárraco era la ciudad de Augusto, capital fáctica del Imperio durante los años 26-25 aC, justamente cuando el senado acababa de otorgar a Octavio el título de augusto que lo consagraba como princeps.

La adhesión de Tárraco a Augusto se manifestó en dos eventos: la erección, en vida, de un altar al emperador , y, a su muerte, la construcción de un templo grandioso a él dedicado. Aún más, en algunas monedas acuñadas en la época de Tiberio aparece la inscripción deo Augusto –no, divo Augusto– , cuando ya Tiberio había concedido el permiso de construir dicho templo. Este templo, que coronaba la acrópoli de Tárraco, donde ahora se levanta la Catedral, vendrá a ser un referente para todo el imperio. El culto imperial incluye a todas las clases sociales, las cuales se rinden delante de aquél que se apropia de todo el universo moral y divino y se presenta como dechado de todas las virtudes. El culto imperial rompe los horizontes étnicos y tribales de la provincia y la universaliza, ya que es fuente de romanización. Las clases dirigentes provinciales se aglutinan alrededor del nuevo culto, y el sacerdocio augustal se convierte en una culminación del cursus honorum. En este sentido, el culto a Augusto se vive con gran sumisión hacia aquél que se considera el soberano universal. iLos dioses, en Tarragona, tienen un contrincante de peso!

5) La preferencia de Pablo por los territorios en los que ningún misionero cristiano hubiera puesto el pie se cumplía perfectamente en el caso de Tárraco. Cuando Pablo se plantea la misión hispánica, declara con cierta solemnidad que ha tenido cuidado de predicar el Evangelio donde aún no era conocido el nombre de Cristo (Rm 15, 20). Por otra parte, Hispania es una tierra virgen en lo que se refiere a su evangelización, como se desprende de esta afirmación de Rm y del trasfondo de Rm 15, 16 sobre la misión a los paganos: Pablo desarrolla el programa de Is 66, 19, referido a la extensión del mensaje cristiano hasta las islas lejanas. Pablo había manifestado ya el mismo pensamiento en su segunda carta a los corintios, poco antes de escribir Rm: Tenemos la esperanza de que, creciendo vuestra fe, con vosotros nuestros límites se ampliarán cada vez más(ton kanona hêmn), hasta evangelizar a los que están más allá de vosotros (ta yperekeina hymn), sin gloriarnos en campo ajeno con trabajos ya realizados por otros (2Cor 10, 15-16). Los territorios más distantes, aquellos en que no ha sembrado ningún misionero cristiano, son el objetivo de Pablo, en aquello que el concibe como la segunda parte (el Occidente) de su actividad misionera (hasta hora limitada al Oriente). La esperanza de ir más allá de Acaya y de las regiones orientales del Imperio, se concreta en el proyecto de venir a Hispania, anunciado explícitamente en Rm 15.

6) Cabe presuponer que la ciudad elegida para la fundación y consolidación de una comunidad cristiana local es Tárraco. La ciudad, con sus cuarenta mil habitantes, tiene peso demográfico, empuje económico (comercio, preferiblemente marítimo) y político (es el centro de la administración romana en la Peninsula Ibérica; su culto a Augusto la legitima ante Roma. Pablo tiene la experiencia de su trabajo en Listra, ciudad que misionó sin presencia judía, y también de Atenas, donde la sinagoga no parece haber jugado ningún papel importante en su misión. En ambas ciudades, Pablo logró establecer una comunidad, por lo que parece, más importante la de Listra. Por tanto, la perspectiva de una comunidad cristiana formada tan solo por antiguos paganos, como la que presumiblemente se consolidaría en Tarragona, no presenta dificultades al apóstol, teniendo, además, en cuenta, el éxito que la predicación paulina ha tenido en una ciudad como Corinto, precisamente entre los no judíos (Hch 18, 10; 1Cor 1,6-7).

7)  La vinculación del proyecto misionero a la voluntad de Dios constituye la clave para comprender la misión hispánica. En efecto, Pablo la ve como algo intrínseco al cumplimiento de su ministerio apostólico. La Sagrada Escritura guía las grandes líneas de la acción misionera del apóstol, pero las decisiones menores dependen de su propio parecer. Hispania es el gran objetivo que dará nombre a la misión paulina en Occidente. Y Tárraco es, con toda probabilidad, el nombre concreto, el punto de partida de aquello que ha de ser la predicación del Evangelio en Hispania. Como hemos señalado, el viaje a Hispania es concebido por Pablo en función de Is 66, 19 y, por tanto, goza de una prioridad absoluta. Pablo es un espiritual, un místico, que no se detiene ante las dificultades a la hora de cumplir aquello que él entiende como un designio de Dios. Su ida a Hispania no es, pues, una opción estratégica, sino la realización de una profecía que orienta toda la vida del apóstol. Por eso, Pablo escribe a los romanos que, cuando vaya a visitarlos, camino de Hispania, irá con la plena bendición de Cristo (Rm 15,29). Pablo entiende que Dios bendice en Cristo el proyecto hispánico, el cual tiene dos nombres propios: Roma y Tarragona, respectivamente, la plataforma y la cabeza de puente de su misión. El celo apostólico y la humana tozudez empujan a Pablo a llegar al extremo de la tierra, a Hispania y, en concreto, a la ciudad de Tárraco.

8) El equipo misionero previsto por Pablo para el proyecto hispánico es, al parecer, numeroso y consistente, señal clara de que el apóstol tiene planeara in mente una gran misión articulada a partir de la ciudad más adecuada para llevarla a término. En efecto, si tal como más arriba deducíamos, la lista de nombres de Hch 20,4 corresponde al equipo escogido por Pablo para la misión hispánica, tenemos a tres de Macedonia, dos de Galacia y dos de Asia, sin olvidar a Febe de Acaya, patrona en Roma del proyecto. Ellos son los que han de empujar la misión. La cifra es relevante, ya que de ordinario Pablo trabaja solo con dos o tres colaboradores. En conjunto, todo indica que Pablo prevé una misión de largo alcance, que no va a limitarse a una ciudad.

Por otra parte, es bien sabido que a Pablo le preocupa la remuneración de los misioneros (1Cor 9, 3.11; Ga 6, 6); en Rm 15, 24.27 recuerda a los romanos su obligación de colaborar con bienes materiales. Cabe pensar, pues, que Pablo ha escogido intencionadamente a personas de las cuatro provincias orientales donde ha predicado el Evangelio y ha fundado comunidades, a la hora de poner en marcha la misión occidental, que incluirá las tres provincias hispánicas y, tal vez, logre extenderse a provincias adyacentes. La elección de los candidatos puede inscribirse en la solidaridad a la que Pablo exhorta a las iglesias de Macedonia y Acaya con relación a los pobres de Jerusalén. La misión hispánica vendrá a ser como una continuación de la colecta.

9) La lengua de la misión paulina en Occidente, en Hispania, no pude ser el griego sino el latín, contando además con la lengua de los íberos que pueblan la Península. La situación no es nueva en la vida de Pablo. En Listra y Derbe, la lengua local de Licaonia era más usada que el griego (Hch 14, 11), a pesar de ello, Pablo y Bernabé consiguieron hacer allí bastantes discípulos (v. 21-22). También en las ciudades del norte de la provincia de Galacia (Ancira, la capital, Távium y Pesinunte) se hablaba habitualmente el celta, una lengua tribal. En el caso de Tárraco, la lengua oficial es el latín, a pesar de la numerosa presencia de inmigrantes íberos atraídos por la civilización romana y las posibilidades de encontrar trabajo. La presencia del griego se reduce a algunos núcleos de orientales. Pablo parece ser consciente del panorama que se le presenta cuando en Rm 14 afirma, con una expresión única en su epistolario: me debo a griegos y bárbaros es decir , a personas de civilización y lengua griega y latina y a personas que pertenecen a otras culturas y lenguas y que pueblan el Imperio. Es el caso de Tarragona y de su provincia, poco romanizada, salvo las poblaciones más importantes, y es el caso de Lusitania, aún menos romanizada; la Bética, en cambio, era el área de Hispania con un más alto grado de romanización.

Precisamente esta última observación ha dado pie a la propuesta de Gades (Cádiz) como posible ciudad de referencia para la misión paulina en Hispania. Cádiz, situada al sudoeste de la Bética, a veinte días de viaje marítimo del puerto de Ostia, será para algunos autores, la ciudad que Pablo escogió como cabeza de puente en la Península. No es fácil aceptar que Pablo decidiera articular la misión hispánica a partir del extremo sur de la Península, dejando de lado a Tarragona, mucho mejor situada en cuanto a rutas terrestres y marítimas y mucho más próxima a Roma, la plataforma logística de la misión. Si bien es verdad que del gran puerto de Cádiz se exportaba a Roma aceite, trigo, caballos y ovejas, Cádiz no era capital de provincia –la capital era Córdoba, en el interior de la Bética– y por tierra bastante menos accesible que Tarragona.

Algunos proponen que Pablo identificó, en concreto, el cumplimiento y plenitud de su misión, anunciado proféticamente en Is 66, 19 (ver Rm 15, 16) con la ciudad de Gades y que, por tanto, ése debería ser el objetivo de su viaje misionero. Acaso, Estrabón no había definido a Gades y a las columnas de Hércules como los límites del mundo y Silio Itálico calificaba a Gades como el fin de la tierra. Pero tales expresiones y otras parecidas se aplican también al conjunto de Hispania, de la cual se dice que se encuentra en el extremo del mundo y en los confines de Occidente.

El argumento más favorable a Gades se deriva de Is 66,19, donde se cita Tarsis como uno de los primeros pueblos o territorios a los que se anuncia la gloria del Señor. Tarsis, situado por los investigadores al sudoeste de Hispania ha sido tradicionalmente identificado (!) con los tartesos. Sin embargo, no así en el mundo bíblico y judaico que sitúan a Tarsis en lugares que nada tienen que ver con Hispania. Los Setenta traducen mercaderes de Tarsis por mercaderes de Cartago en Ez 27, 12, y las naves de Tarsis por las naves cartaginesas en Is 23, 1.14 y Ez 27, 25. Flavio Josefo   explica la referencia a Tarsis que hace en la tabla de los pueblos (Gn 10, 4) identificando esta ciudad con Tarso de Cilicia (Ant 9, 127). Tampoco los rabinos sitúan la bíblica ciudad de Tarsis fuera de la Mediterránea oriental. En pocas palabras, afirma R. Riesner, ningún autor antiguo equipara Tarsis con Tartesos, ni sitúa la ciudad más allá de las columnas de Hércules, región en la que se encuentra Gades.

En consecuencia, es improbable que Pablo piense en Cádiz a la hora de escribir por dos veces el término Hispania en la Carta a los Romanos (15,24.28). Es mucha mayor la probabilidad, si tenía in mente alguna ciudad hispánica, que esa fuera Tarragona.

La misión de Pablo, exiliado, en Tarragona

El punto de partida que lleva a identificar Tarragona como el lugar de la misión paulina es 1Cl 5, 6, donde se afirma que Pablo fue exiliado. Este dato encaja perfectamente con la ley romana, que permitía aplicar a un ciudadano romano, como Pablo, una sentencia alternativa de exilio (deportatio). Pues bien, hay razones para pensar que el juez imperial decidió que Pablo fuera exiliado al límite de Occidente, según la fórmula de 1Cl 5, 7 que señala sin duda a Hispania.

En cuanto al lugar concreto del exilio, podemos hacer un simple razonamiento a partir de Rm 15 y 1CL. En Rm 15 Pablo comunica que tiene previsto ir a Hispania, y en 1Cl se nos comunica que efectivamente estuvo allí. Pablo consiguió ver cumplido su anhelo. Pues bien, si Pablo obtuvo del tribunal imperial ser enviado a Hispania, por qué no iba a conseguir que el lugar del exilio fuera Tarragona, la ciudad, que tan probablemente había elegido como cabeza de puente de su misión hispánica.

El precedente de dos ilustres judíos, exiliados por la autoridad romana, pueden ayudar a confirmar nuestra posición. El año 39 dC, el emperador Gayo Calígula desposeyó de su cargo a Herodes Antipas, que había sido tetrarca de Galilea y Perea desde la muerte de su padre, Herodes el Grande (año 4 aC). Antipas era soberano de Galilea y contemporáneo de Jesús de Nazaret. Flavio Josefo (Ant. 18, 252) nos informa que Cayo Galígula envió a Antipas en exilio perpetuo a Lúgdunum, probablemente Lión, capital de la provincia romana de la Galia Lugdunensis. El emperador quiso castigar la ambición de Antipas y determinó que sus bienes personales pasaran a manos de Agripa I, que le sucedió como rey en Galilea y Perea, y que Lúgdunum fuera el lugar donde había de residir. Pero, en Bell. 2, 183, el mismo Josefo escribe que Gayo decidió castigar a Antipas por su ambición y que lo desterró a Hispania, juntamente con su mujer Herodíades, y que estando en Hispania, murió. En este segundo texto, Josefo no especifica el nombre de la ciudad donde Antipas fue desterrado y halló la muerte. Tal vez, las condiciones del exilio cambiaron y se le permitió desplazarse desde Lión hacia el sur, a una ciudad más próxima al Mediterráneo. O quizá, según una hipótesis menos probable, Antipas fue desterrado directamente a Lúgdunum Covenarum, una población fronteriza entre Hispània i las Galias, donde murió.

Unos años antes, el 6 dC, tanto los judíos como los samaritanos habían acudido a Roma para pedir a Augusto la deposición de Arquéalo, hijo de Herodes el Grande y hermano de Antipas. Según Flavio Josefo (Bell. 2,111), el emperador ordenó que fuera deportado a Viena, una ciudad de la Galia, que pertenecía a la provincia Narbonense. La razón de esa decisión, que iba acompañada de una requisición de sus bienes personales a favor del mismo emperador, fue la crueldad con que había tratado a sus súbditos de Judea, Samaria e Idumea.

El caso de Pablo, judío de Tarso de Cilicia, no parece ser muy distinto de las medidas que afectaron a Arquéalo y Antipas. Las Galias e Hispania fueron lugares de destino en el exilio de estos dos personajes, deportados a la parte opuesta del Imperio de donde procedían (Palestina). Para Pablo, acusado por el Sanedrín de Jerusalén y con un historial de constantes problemas con la justicia (siete veces prisionero, 1Cl 5, 6, no podía ser exiliado a Oriente, donde había actuado hasta entonces y de donde provenían los cargos contra él. Para un juez romano, Hispania era el lugar apropiado y, teniendo en cuenta sus antecedentes, Tarragona era un lugar muy apto para un ciudadano romano.

Una última cuestión queda por dilucidar, de qué modo Pablo llega a Tarragona y bajo qué condiciones pudo desarrollar su labor misionera. Recordemos que al llegar como prisionero a Roma, le fue concedida una leve custodia militis que le impedía, sin embargo, salir de casa. En el caso de exilio, la libertad de movimientos quedaba limitada al lugar donde debía vivir (oikêtêrion autou) (Ant. 18,252), tal como se nos dice de Antipas. Por otra parte, si hemos de hacer caso de lo que sucedió a los dos hijos de Herodes, sus bienes fueron requisados por la autoridad imperial (caso de Arquéalo) o pasaron a Agripa I (caso de Antipas). Los (pocos) bienes personales de Pablo debieron ser también requisados y Pablo llegaría a Tarragona exiliado, sin recursos monetarios, sin fuerzas (2Tm 4, 17) y con el cuerpo debilitado por las muchas penalidades (2Cor 11, 23-33). El gran proyecto hispánico se había convertido en una sombra de lo soñado. Era un proyecto cercenado en todos los aspectos. No es extraño, pues, que la misión paulina en Tarragona, al final de su vida, quede desvanecida en la historia.

Enumeremos algunas circunstancias concretas que puedan explicar la falta de resultados de la misión paulina en Tarragona.

1)  La dificultad de ayuda por parte de la comunidad romana. En Tarragona, en el Imperio occidental, Pablo se encuentra en un país del todo desconocido y alejado de sus rutas habituales. Era por ese motivo que en su Carta a los romanos había pedido que le prestaran ayuda y apoyo para su proyectado viaje. Pero ahora, después de la sentencia judicial que han dictado en su contra, qué ayuda podía suministrarle la comunidad romana a un hombre exiliado, sometido a la continua vigilancia de la administración provincial, y de un gobernador, de nombre Galba, que será efímero emperador en el año 68? En último término, la estancia en Tarragona se asemeja más a la prisión romana que a la misión que Pablo había desarrollado libremente en Corinto, con el agravante de que en Tárraco no había judíos a quien convencer (Hch 28, 22). Poco podía hacer la comunidad romana, para ayudar a un exiliado político a llevar a cabo un proyecto misionero.

2)  La inexistencia del equipo misionero. Aquel potente equipo esbozado en Hch 20, 4 ha quedado reducido a nada. Son cinco los años transcurridos y desconocemos quien acompaña al preso a Roma y quien ha permanecido con él hasta el último momento. De aquellos siete colaboradores, Aristarco es el único nombre vinculado a su llegada a la capital del Imperio (Hch 27, 2). El equipo misionero de Pablo, formado mayoritariamente por orientales se ha desmembrado hace tiempo. En la información que se nos da en 2Tm 4, 16, Pablo se lamenta de que nadie le ha ayudado durante la primera sesión delante del tribunal. Esto significa que cuando Pablo parte para Hispania ya no existe el equipo. Tal vez, 2Tm nos facilita una lista de colaboradores que en uno u otro momento han estado con Pablo en Roma, pero que ahora ya no están: algunos a pesar de la voluntad del apóstol que los querría tener a su lado; otros, porque han sido enviados a diversas comunidades.

Así, pues, cuando Pablo emprende el viaje a Hispania como exiliado, dispone de una compañía personal muy reducida y sin recursos materiales. Pablo no puede contar con personas experimentadas que le acompañen y que, además, hablen fluidamente el latín, la lengua vehicular de Tárraco. En este sentido, la imagen de despedida de Pablo en el puerto de Ostia, narrada en las Actas de Pedro 1-3 (ca. 170 dC) conserva algunos elementos interesantes: la estancia de Pablo en Hispania habría durado un año (c. 1); Pablo habría recibido tan solo a dos jóvenes cristianos para que le acompañaran en el viaje por mar (c.3). No parece que el escrito apócrifo se aparte mucho de lo que debió ser la realidad.

3)  El ambiente social y religioso de Tárraco a favor del culto al emperador. Tarragona se quiso singularizar, delante de todo el Imperio, por el hecho de conservar la memoria de Augusto, el emperador que, ya en vida, habían elevado al rango divino; aquél que encarnaba todas las virtudes, pacificador y benefactor. Tanta fe y devoción de los habitantes de la ciudad a Augusto, una fe enraizada y socialmente transversal, choca frontalmente con la predicación paulina del Dios único, creador del universo y de la progenie humana, que ha salvado al mundo mediante Cristo, resucitado de entre los muertos. Dos opciones religiosas se contraponen y enfrentan. La distinción entre Dios y los dioses es radical, y solo Él es garante del orden de la creación. Por otra parte, como explica J. Barclay, la pretensión de Cristo como Señor y Dios es exclusiva, y todos sus enemigos –también los ídolos– acabarán sometidos a él. (1Cor 15, 20-28). El culto al emperador se mueve más bien en el contexto idolátrico –es absurdo que se den honores divinos a una imagen de un hombre mortal (Rm 1, 23)– y no tanto en un contexto político, como sugieren algunos autores. Por ello, Pablo, más que buscar la crítica y el enfrentamiento con el emperador, mediante un sistema de alusiones antiimperiales, lo ignora y no le da mayor relieve: la indiferencia se convierte así en una arma letal para un culto que suscita adhesiones, una revolución silenciosa que hará cambiar, cuando llegue la hora, a todo el Imperio. Pablo no se ha propuesto enfrentarse a la ideología imperial contraponiendo la figura de Jesús, rey, y la del Cesar, emperador, pero es evidente que la afirmación de la soberanía del Dios único y de Jesús, único mediador, puede ser interpretada como una posición antiimperial (ver Hch 17, 7). Sobre esa mala interpretación descansa la base teórica de las persecuciones anticristianas.

4)   El tenue lazo que une la misión de Pablo y la comunidad de Fructuoso. Es legítimo preguntarse, qué dejó Pablo tras de sí cuando fue llamado a Roma por la autoridad imparcial y se cerró su exilio hispánico? Quedó en Tarragona un pequeño grupo de convertidos, como sucedió en Atenas (Hch 17, 34), que hubieran abandonado el paganismo para abrazar la fe cristiana? Nada sabemos de lo que sucedió después de que Pablo abandonara Tárraco. En todo caso, si llegó a existir un pequeño grupo, tal vez se desvaneció o se mantuvo a duras penas, privado de asistencia y ayuda.

Doscientos años más tarde, existe en Tarragona una comunidad plenamente consolidada. Este dato, por sí mismo, no tiene porque estar relacionado con la estancia de san Pablo, pero no deja de ser curioso que sea precisamente Tarragona, probable ciudad paulina, la sede de la primera comunidad cristiana de Hispania de la que se tienen noticias internas y de su obispo, protomartir hispánico, Fructuoso. Del puente muy impreciso, entre Pablo y Fructuoso nos informan Irineo de Lión(Adv. Haer. 1,10,2: hae [Ecclesiae] quae in Hiberis sunt) y Tertuliano (Ad Jud. 7: Hispaniarum omnes temini), los cuales dan fe de la difusión del cristianismo en Hispania durante el siglo II.

Además, resultan muy interesantes las tres intervenciones que las Actas del martirio ponen en boca de Fructuoso, en donde se trasluce la proximidad de pensamiento y tradición de Fructuoso con Pablo. En la primera Fructuoso afirma, delante de Emiliano, gobernador de Tárraco, que él adora al Dios único, que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto contienen Se trata de una frase veterotestamentaria (Ex 20, 11; Sl 146, 6), citada en los dos discursos que Pablo dirige en los Hechos de los Apóstoles, a un auditorio pagano: en Listra (Hch 14, 15) y en Atenas (17, 24). En la segunda intervención, Fructuoso emplea la fórmula ab oriente usque ad occidentem, referida a la Iglesia. Aplicada a la misión de Pablo, la frase se encuentra, casi idéntica, en 1Cl 5, 6 (heraldo de Cristo en Oriente y Occidente) y próxima a Hch 13, 47 (usque ad extremum terrae). En Hch 1,8 se aplica a la misión de los apóstoles (in Hierusalem... usque ad ultimum terrae). Finalmente. En su tercera intervención, antes de morir en la pira, Fructuoso garantiza a los cristianos de Tárraco que no quedarán sin pastor, evoca así un tema mayor de las cartas pastorales. Luego les asegura que el amor y la promesa divina permanecerán ahora y en el futuro (caritas et repromissio Dei tam in hoc saeculo quam in futuro), frase que evoca 1Tm 4, 8, ahí referida a la piedad como aquella que contiene promissionem vitae quae nunc est et futurae. Esta última frase, no exenta de ironía, afirma que el martirio será breve como una pasajera debilidad o desfallecimiento que apenas dura una hora (unius horae videtur infirmitas).

Conclusión

Abundan las razones para afirmar como plausible y altamente probable que Pablo realizó una misión en Tarragona en condiciones penosas debidas a su condición de exiliado. La sentencia imperial de exilio condicionó de forma decisiva la actividad misionera de Pablo en la capital de la Tarraconense, lo cual comporta que su misión se haya desvanecido en los tratados de historia. Solo la tradición romana (Primera carta de Clemente, Segunda carta a Timoteo, Canon de Muratori) y una parte de la romano-asiática (Actas de Pedro) han conservado el recuerdo de la misión hispánica del apóstol. Pero el paso de Pablo por Tarragona no puede quedar en el olvido y ha llegado ya el momento de rescatar su memoria.

Armand Puig i Tàrrech
Profesor del Nuevo Testamento y decano
de la Facultad de Teología de Cataluña

 

 

  • 31 julio 2009
  • Armand Puig i Tàrrech
  • Número 31

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