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La increencia después del Concilio Vaticano II

Un análisis del magisterio de la Iglesia

Los cambios culturales producidos en los cincuenta años posteriores al Concilio Vaticano II han propiciado un nuevo image-35aef5b51ce6768bb5dbd068f4e4f971mapa de la increencia en el mundo occidental: agnosticismo posmoderno, indiferencia religiosa, movimientos de «nueva religiosidad» con una espiritualidad sin Dios y sin religión, ideologías hostiles a la religión por reacción a la violencia terrorista de grupos religiosos, intentos de apartar la religión de la vida pública (secularismo, laicismo), «nuevo ateísmo», etc. Este caleidoscopio arreligioso ha contribuido a que el término «ateísmo» –que tradicionalmente sugería una situación de rechazo o alejamiento de Dios– haya sido desplazado por el de «increencia», que engloba nuevas y antiguas formas de negación de Dios.

Aunque los textos conciliares sobre la increencia (especialmente GS 19-21 y LG 16) conservan hoy plena validez en sus análisis y en sus propuestas, resulta útil examinar cómo se han desarrollado desde entonces las enseñanzas magisteriales en el marco de estas profundas transformaciones socioculturales.

Pablo VI: El Secretariado para los no-creyentes y el diálogo con el ateísmo

Pocos meses antes de la clausura del Concilio Vaticano II en 1965, Pablo VI instituyó el Secretariado para los no-creyentes, La creación de este Secretariado–que en 1988 se transformaría en Consejo Pontificio para el Diálogo con los no-creyentes– se inscribe dentro de los frutos conciliares en su búsqueda de una presencia más viva e incisiva de la Iglesia en el mundo. Inspirado en la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, en la Constitución pastoral Gaudium et spes y –en una perspectiva más amplia– también en la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII, el Secretariado nació con lamisión de promover el estudio y el conocimiento de las diversas formas de increencia y de dialogar con los no-creyentes sinceramente dispuestos.

Durante sus años de existencia, el Secretariado encontró numerosas dificultades en el diálogo con el ateísmo, provenientes tanto del desinterés como de la desconfianza de gran parte de los interlocutores ateos. Estos inconvenientes, unidos a la progresiva transición del ateísmo hacia el relativismo y la indiferencia religiosa, determinaron que el Secretariado se fuera centrando cada vez más en el diálogo entre fe y cultura en lugar de en el diálogo con el ateísmo. Nació la conciencia de que, más que intentar responder a un ateísmo combativo y sistemático, la Iglesia debía más bien salir al paso de una creciente indiferencia religiosa causante de una especie de torpor espiritual, como la denominó Jean Daniélou.

Juan Pablo II: Diálogo con la cultura y nueva evangelización

En 1982 Juan Pablo II creó el Consejo Pontifico de la Cultura, corroborando así que el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo es el «campo vital donde se debate el destino de la Iglesia y del mundo al final del siglo XX». Cinco años más tarde, en 1993, decidió fundir este Consejo con el Consejo Pontificio para los no-creyentes, dando lugar al Consejo Pontifico de la Cultura. La sustitución del término «no-creyentes» por el de «cultura» en esta nueva nomenclatura es un reflejo de la nueva situación social, image-c858695e259f624a2b5c91a70ea2f6e6política y cultural. En efecto, con la caída del muro de Berlín y el desvanecimiento en Europa de los regímenes comunistas, desaparecía en la esfera internacional el principal interlocutor oficialmente ateo. La formulación negativa «no-creyentes» se había ido haciendo cada vez más incómoda y un diálogo oficial con los «no-creyentes» resultaba prácticamente inviable. Con la caída de las ideologías, la increencia aparecía cada vez más en forma de indiferencia religiosa, un fenómeno menos polémico y beligerante que el ateísmo sistemático pero no por ello menos grave e influyente en la sociedad. De ahí que el Consejo Pontificio de la Cultura se propusiera entre sus actividades el desarrollo de una «Pastoral de la cultura» con el objetivo de renovar la visión del hombre y de la sociedad a través del Evangelio en el interior de las culturas.

Temas como el diálogo con las culturas, el desafío de la indiferencia religiosa, el humanismo cristiano, la transmisión de la fe, el secularismo o la «via pulchritudinis» como itinerario de evangelización, han sido objeto de estudio de este dicasterio en las siete Asambleas Plenarias celebradas desde 1993 hasta 2008. Entre sus documentos cabe destacar: Para una pastoral de la cultura (1999); Jesucristo, portador del agua viva. Una reflexión sobre la «Nueva Era» (2003); ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa (2004).

· El reto de la indiferencia religiosa y del secularismo

Juan Pablo II prestó durante su pontificado una particular atención al fenómeno de la increencia. Ya en su primera encíclica, y frente a los abusos cometidos en países con regímenes políticos ateos, critica la postura según la cual sólo el ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida pública y social, mientras que los creyentes son apenas tolerados, tratados como ciudadanos de segunda categoría, e incluso privados de los derechos fundamentales (Redemptor hominis, 17). En otros textos el ateísmo es presentado como un pecado, junto con la idolatría y la apostasía (Exh. Ap. Reconciliatio et paenitentiae, 17; Enc. Veritatis splendor, 70); como un fenómeno relacionado con el racionalismo mecanicista (Enc. Centessimus annus, 13) que termina despreciando a la persona humana, según lo ha puesto en evidencia la lucha de clases y el militarismo (Enc. Centessimus annus, 13).

La progresiva descristianización de amplios sectores de la sociedad, llevó a Juan Pablo II a advertir con fuerza del peligro para el hombre de un mundo que prescinde de Dios (Enc. Veritatis splendor, 78; Exh. Ap. Pastores dabo vobis, 7). En su penúltima encíclica, Fides et ratio (1998) describe el ambiente filosófico y cultural que sustenta la increencia. Tras evidenciar los errores del eclecticismo, el historicismo, el cientificismo y el pragmatismo (FR 86-89), se ocupa de la relación entre ateísmo y nihilismo (FR 90).

El Catecismo de la Iglesia Católica (1992) sigue los textos conciliares al tratar del ateísmo, pero expone algunos aspectos de una forma novedosa. Es el caso de la vocación del hombre a la comunión con Dios. Si GS 19 señala que en esa vocación está la razón más alta de la dignidad humana, el Catecismo añade que la condición creyente no corresponde a unos elegidos, sino a todo hombre: «el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios» (CEC 27). También al describir la causas o motivaciones del ateísmo, el Catecismo completa las descritas en GS 19 con «la ignorancia o la indiferencia religiosas» y «la actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios y huye ante su llamada» (CEC 29).

La abundante presencia del texto de GS 22 en el magisterio de Juan Pablo II es una prueba de su convicción de que la fe en Jesucristo es la luz originaria desde la que se iluminan y comprenden todas las realidades humanas (cf. RH 8,13,18 y FR 60).

Benedicto XVI En busca de un verdadero humanismo

Benedicto XVI se ha referido frecuentemente al fenómeno de la increencia. En su encíclica Caritas in veritate (2009) ha advertido de las repercusiones negativas para el desarrollo social y humano de una cerrazón ideológica a Dios, así como de un indiferentismo que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar los valores humanos (CV 78). También ha criticado los planes de promoción del ateísmo práctico trazados por muchos países (CV 29), así como la exclusión de la religión del ámbito público impulsada por el laicismo (CV 56). Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre (CV 29) y el fundamento de un verdadero humanismo. En la encíclica Spes salvi (2007) ha subrayado que la única esperanza cierta y fiable se funda en Dios, y sólo la esperanza en Él ayuda a construir una sociedad más libre, justa y fraterna (SS, 1). La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y promueve una vida solidaria y gozosa.

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 Las intervenciones magisteriales de Benedicto XVI se inscriben en gran medida en su deseo de integrar la fe y la razón para superar las patologías derivadas de planteamientos reductivistas: indiferentismo religioso, secularismo y laicismo, cientificismo, relativismo cultural... (cfr. p. ej. Discurso en la Universidad de Ratisbona, 2006; Discurso preparado para el encuentro con la Universidad de Roma La Sapienza, 2008; Discurso en el Colegio de los Bernardinos, París 2008; Discurso en el encuentro con representantes de la sociedad británica, Westminster Hall, 2010; Discurso en el Parlamento Federal alemán, Berlín 2011). En respuesta a una perspectiva ilustrada radical que pretende imponer una cultura opuesta a los valores religiosos y cristianos de la civilización occidental, Benedicto XVI ha propuesto una ingeniosa fórmula práctica: edificar nuestra cultura no en el viejo «etsi Deus non daretur» ('como si Dios no existiera´), sino en el «etsi Deus daretur» ('como si Dios existiera´). Esto es mucho más racional y razonable. Benedicto XVI ha promovido también algunas iniciativas concretas: el Atrio de los Gentiles, como un espacio de frontera pero también de encuentro y diálogo entre creyentes y no-creyentes; o la creación en 2010 del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización.

 

Papa Francisco: La luz de la fe

Aunque sean pocos los meses transcurridos desde el inicio del pontificado del papa Francisco, son valiosas sus enseñanzas sobre la fe y la increencia contenidas en su primera encíclica Lumen fidei (2013), en la línea del Concilio Vaticano II y del magisterio de sus predecesores. La encíclica –cuya primera redacción es obra de Benedicto XVI (cf. LF 7)– pretende no sólo confirmar en la fe a quienes reconocen a Jesucristo, sino también «despertar un diálogo sincero y riguroso» con los no-creyentes, como él mismo papa señala en su carta a Eugenio Scalfari, director del diario italiano La Reppublica y conocido intelectual ateo.

El papa destaca la paradoja surgida en los tiempos de la modernidad: la fe cristiana, considerada durante siglos como luz, comienza a calificarse como oscuridad, como opuesta a la razón, como superstición. Recogiendo las enseñanzas del Vaticano II y delimage-c285fd6a5e5335406338beb6679c3651 Catecismo de el Iglesia Católica sobre la fe, Lumen fidei introduce una perspectiva novedosa al señalar que la fe es un modo de «ver»: «Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso» (LF 1). Este enfoque desea responder a las condiciones culturales de la fe en nuestro tiempo, a menudo hostiles o indiferentes hacia lo religioso. En este sentido, la encíclica afronta la crítica que ha recibido la fe en Occidente y tiende la mano al diálogo para superar los prejuicios y abatir los muros de incomunicabilidad. Lumen fidei busca despejar algunos de estos malentendidos tratando cuestiones como la relación entre fe y progreso, fe y razón, fe y amor,... o clarificando malentendidos sobre la actitud de la Iglesia hacia los no-creyentes: «la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (LF 34).

El n. 35 de Lumen fidei está dedicado a la búsqueda de Dios. Este bello pasaje se refiere, en primer a los creyentes cuya vida de fe exige una continua búsqueda: «El hombre religioso está en camino y ha de estar dispuesto a dejarse guiar, a salir de sí, para encontrar al Dios que sorprende siempre». Pero el texto también menciona a aquellos hombres que «aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar». Éstos son los que «intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios» (LF 35).

Juan Alonso

Profesor de Teología fundamental

Universidad de Navarra 

  • 28 junio 2014
  • Juan Alonso
  • Número 47

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