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El nuevo ateismo: características fundamentales

Desde comienzos del tercer milenio asistimos a un sorprendente auge del ateísmo. Cuando pensábamos que el hombre image-e8f8268d71dffcecf3ffb71983c5f78econtemporáneo se había sumido en la indiferencia religiosa, nos encontramos con un auge de pensadores ateos, que han vuelto a salir a la plaza pública para declarar no sólo que Dios no existe sino también que hay que deshacerse de la religión. Las librerías se llenan de libros que han emprendido una batalla dialéctica a gran escala contra la religión. Estos libros gozan de un gran éxito de ventas y muchas veces son precedidos por cuidadas campañas de marketing. Nunca había ocurrido nada semejante en la historia del ateísmo. 

Para designar este resurgir del ateísmo se acuñó en ámbitos periodísticos el término “nuevo ateísmo”[1]. Se trata de un grupo de autores que pretenden convencer en sus escritos y debates sobre la verdad del ateísmo al mismo tiempo que sostienen que la religión carece de sentido y es perjudicial para las personas.

Los nuevos ateos 

El origen de esta renovada propuesta atea, que hoy encuentra eco en numerosos países, se debe a los llamados “cuatro jinetes”, unos autores procedentes de mundos muy diversos que apoyan su ateísmo en posturas fuertemente cientificistas. Para los promotores del nuevo ateísmo sólo la ciencia experimental puede ofrecer una explicación completa y fiable de la realidad. Apoyados en esta firme certeza sostienen que no existe nada más allá de la naturaleza. Por consiguiente, no existe Dios, ni alma, ni vida después de la muerte.

El principal promotor de estas ideas es Richard Dawkins, un etólogo y zoólogo que actualmente ocupa la cátedra de “comprensión pública de la ciencia” en la Universidad de Oxford. Su obra más influyente sobre el tema es El espejismo de Dios (2006). Un gran divulgador de estas posturas es el escritor y periodistabritánico, residente en Washington, Christopher Hitchens (1949-2011). Su obra más incisiva lleva el provocativo título de Dios no es bueno (2007) y, según sedice en el subtítulo original de su escrito, su objetivo es mostrar que “la religión lo emponzoña todo”. Un talante más dialogante encontramos en Daniel Dennett, filósofo de la ciencia dedicado especialmente a las ciencias cognitivas. Su principal obra sobre el tema es Romper el hechizo. La religión como fenómeno natural (2006). El último “jinete” es un autor que era aún estudiante de filosofía en Stanford cuando publicó El fin de la fe (2004), obra de notable éxito. Se trata de Sam Harris, que promueve la intolerancia con las religiones, dado que las mismas llevan consigo inexorablemente la irracionalidad y el terror.

Junto a esta tendencia cientificista, encontramos en el continente europeo algunos autores que promueven también con virulencia el ateísmo, si bien se inspiran especialmente en los autores del siglo de las luces y, sobre todo, en Nietzsche. El filósofo más representativo es Michel Onfray quien, desde finales de los 80, ha emprendido una revancha contra el mundo cristiano, proponiendo el hedonismo, el cuerpo y la materia en lugar de las nociones cristianas de ascetismo, alma o más allá. Su obra más difundida es el Tratado de ateología (2005), en la cual intenta trazar el camino de desmontaje filosófico de Dios. Mucho más moderado es el filósofo parisino André Comte-Sponville, quien, en su ensayo El alma del ateísmo (2006) propone “una espiritualidad sin Dios”, una mística sin religión.

El contexto del nuevo ateísmo

Para comprender este sorprendente retorno del ateísmo, debemos tener presente el contexto social en el que surge. En mi opinión, resultan relevantes, al menos, los siguientes elementos:

1. Un elemento que resultó determinante fue el atentado al World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Hay que tener en cuenta que el 11-S supuso un duro golpe para muchos intelectuales, que habían supuesto que 

Dios y la religión habían muerto. El 11 de septiembre –escribía Dawkins- lo cambió todo. La fe revelada no es una tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa”[2].

 2. Otro importante elemento es la negación de la evolución por parte de cristianos evangélicos conservadores de Estados Unidos. Es sabido que en Norteamérica se ha dado una gran confrontación entre los evolucionistas y los partidarios de una interpretación literal del Génesis. Los nuevos ateos, que se consideran guardianes de la ciencia, la verdad y el progreso, dirigen especialmente sus ataques a estas posiciones creacionistas, consideradas paradigma de la oposición entre la fe y la ciencia.

3. Por último hay que tener en cuenta la proliferación de sectas, sobre todo en Estados Unidos. Se podría decir que cada día nace un nuevo grupo, aparece una nueva “religión”, que se acoge a la protección de la libertad religiosa para propagarse. Esto provoca malestar en muchas personas no creyentes que consideran un abuso estas leyes protectoras de religiones tan efímeras.

Algunos rasgos característicos

Conviene que nos fijemos ahora en algunos rasgos característicos de este ateísmo con el fin de comprender en qué sentido es “nuevo”.

1. El elemento que quizás llama más la atención es la gran repercusión mediática debida, en parte, al tipo de discurso que realizan. Sus libros se sirven de la provocación y la controversia, con el fin de aparecer en los medios de comunicación y publicitar sus obras. Escriben para la gran masa (y, especialmente, los más jóvenes), que no conoce ni está informada de muchos aspectos de la religión. No matizan. El ateísmo se proclama como verdad absoluta, capaz de vencer la irracionalidad, las guerras y la inmoralidad.

2. Otro elemento especialmente relevante es su agresividad frente a las religiones. Los discursos del nuevo ateísmo se dirigen principalmente a criticar las religiones y, sólo de una manera secundaria, a considerar la existencia de Dios. Se trata, sobre todo, de un ateísmo polémico frente a todas las religiones y explícitamente anticristiano. En este sentido se trata de un ateísmo como contrareligión.

3. Llama la atención que, aunque el nuevo ateísmo se presenta como un ateísmo “en nombre de la ciencia”, sin embargo, sus argumentaciones no están cuidadas ni bien construidas –según reconocen los críticos- de manera que, en el terreno de las ideas, suele ser fácil refutarles. Ahora bien, sus escritos logran transmitir unas actitudes ante la vida y, sobre todo, unos sentimientos frente a las religiones. En este sentido, el nuevo ateísmo es un fenómeno típico de la postmodernidad, en tanto que se apoya no tanto en la razón cuanto en los sentimientos y emociones.

4. La retórica del nuevo ateísmo y su fuerte polémica contra las religiones tiene una finalidad práctica: provocar un cambio en la política que conduzca a la exclusión total de la religión en la vida social. En este sentido el nuevo ateísmo es más un movimiento social que una posición intelectual. Sus libros no están pensados para las aulas universitarias o para quedarse en las bibliotecas: son una llamada a la acción urgente. Para lograr este fin se han promovido asociaciones y organizaciones ateas en todos los países de occidente.

La religión es una peligrosa estupidez

Pasamos a describir las principales afirmaciones de estos nuevos ateos acerca de la religión, que, como hemos señalado, es objeto preferente de sus críticas.

1. Para estos ateos cientificistas la religión es una estupidez simplemente porque las creencias religiosas carecen de evidencia científica que las justifique. En el punto de partida de esta posición está la consideración de la ciencia empírica como la única fuente de conocimiento del mundo (cientificismo fuerte) o al menos, como la mejor fuente de conocimiento de las cosas (cientificismo débil). Desde esta confianza absoluta en la ciencia natural, la fe religiosa es presentada como una superstición carente de pruebas. Sentencia Hitchens: “a la religión se le han agotado las justificaciones. Gracias al telescopio y al microscopio, ya no ofrece ninguna explicación de nada importante”[3]. Es preciso, por ello, una nueva ilustración que combata a la religión, que siempre ha sido aliada de la barbarie y enemiga de la civilización.

2. Una de las características principales del ateísmo del siglo XXI es la presentación de la religión como fuente de odio y de violencia. Ya no preocupa tanto, como en siglos anteriores, emanciparse de la religión, cuanto erradicarla, descalificando cualquier forma de vivencia religiosa.

Un primer paso en esta estrategia es la criminalización de la religión, identificándola con los fanatismos. Por eso, para el nuevo ateísmo, “en cada creyente se encuentra un terrorista en potencia”[4]. La consecuencia es clara: deshagámonos de la religión, para que el mundo sea más seguro. Para salvar la civilización, se debe erradicar la creencia religiosa.

El siguiente paso es presentar la fe como fuente de violencia. Todos los autores cargan las tintas en este tema. Hitchens es especialmente incisivo: la religión es “violenta, irracional, intolerante, aliada del racismo, el tribalismo y el fanatismo, investida de ignorancia y hostil hacia la libre indagación, despectiva con las mujeres y coactiva con los niños”[5]. Se acusa a la religión de todas las guerras y conflictos, realizando un amplio catálogo de males provocados por la religión.

Finalmente, para apoyar la tesis de que la religión conduce a la violencia, los nuevos ateos sostienen que el Dios bíblico –sobre todo el Dios del Antiguo Testamento- es un “monstruo moral”. Dawkins acusa a Dios de ser celoso, mezquino y vengativo desde una comprensión de los relatos y códigos del Antiguo Testamento que resulta tan burda que muchas veces invita a la burla[6]. Dice Harris: “No hay acto de crueldad por horrendo que sea que no pueda justificarse, u ordenarse, con sólo recurrir a la Biblia”[7].

3. En relación con la tesis anterior está la idea de que la religión es inmoral. Dice Onfray que es preciso desmontar la tesis de que “si Dios no existe, todo está permitido”. En realidad, “porque Dios existe, entonces todo está permitido”. La creencia en la existencia de Dios no ha hecho más morales a los hombres. No sólo esto: la religión es positivamente inmoral. Las religiones fomentan un sistema moral “repugnante” porque violan nuestro deber moral de ser racionales y porque sostienen doctrinas “repelentes” como la expiación por los pecados[8].

4. En esta perspectiva, los nuevos ateos niegan cualquier posibilidad de una revelación sobrenatural. Para ello se sirven de diversos argumentos. Un paso en esta dirección es la apelación a la existencia de una gran pluralidad de religiones: “Las religiones son innumerables. ¿Cómo elegir? ¿cómo conciliarlas?”[9]. Un segundo paso es la negación del carácter revelado de los libros sagrados. Los nuevos ateos examinan como curiosos los libros sagrados, sobre todo los cristianos, para mostrar sus contradicciones y discrepancias, y, de esta manera, negar su carácter revelado. Para ello realizan una lectura fundamentalista de la Biblia, que no respeta su texto ni tiene en cuenta los géneros literarios o las aportaciones de la exégesis contemporánea. Por último, con el fin de cuestionar la apelación cristiana a una revelación en Jesucristo, los nuevos ateos siembran la duda sobre su historicidad sosteniendo, por ejemplo, que “la existencia de Jesús no ha sido verificada históricamente”[10].

5. Dado que la religión no tiene ningún origen sobrenatural, no puede ser más que un producto del hombre “un subproducto de alguna otra cosa”[11]. Junto a los intentos de explicación clásicos del origen de la religión (miedo a la muerte, sentimiento de culpabilidad, etc.) los nuevos ateos ensayan una explicación “científica” de la misma. Dawkins y Dennett buscan una explicación desde sus presupuestos evolucionistas sosteniendo que la religión persiste porque ha estimulado la supervivencia y transmisión de los genes humanos en el curso de la evolución. Estamos ante uno de los puntos más débiles del nuevo ateísmo, lleno de contradicciones y de afirmaciones pseudocientíficas.

Examen de la “hipótesis” Dios

En coherencia con las tesis cientificistas, los nuevos ateos sostienen que la idea de Dios se puede considerar como una hipótesis, que sería refutada por la ciencia. Tratan la afirmación de Dios como una hipótesis científica y, en consecuencia, buscan evidencia empírica para concluir, como Dawkins, diciendo que esta hipótesis es “muy improbable” o, como Stenger, que su disconfirmación es “definitiva”[12].

1. En relación con los argumentos de la existencia de Dios, los nuevos ateos suelen dedicar pocas páginas al análisis de las vías clásicas de argumentación, realizando generalmente un examen bastante superficial de las mismas. Dos observaciones nos pueden ayudar a justificar esta afirmación.

Casi todos los nuevos ateos, al examinar la vías clásicas, contra-argumentan con la pregunta de quién ha creado a Dios. Con ello pretenden mostrar que las pruebas de Dios son “necias”, pues implican una regresión infinita y asumen que Dios es inmune a la regresión[13]. Pero –como comprenden incluso otros ateos- esta pregunta sólo tiene un valor retórico, porque Dios 

es por definición el ser sin causa. Dios no es un objeto más de este mundo, sino la razón de que todo exista.

Otra cuestión curiosa es la fijación que tienen con el argumento llamado “del diseño”, que consideran erróneamente como uno de los núcleos del teísmo. El fundamento de su crítica es que el orden del universo, en que se basa el argumento, no requiere la existencia de Dios, pues tiene una explicación naturalista en términos de selección natural. Pero, además de que estas explicaciones evolucionistas resultan discutibles, hay que tener en cuenta que el teísmo no queda comprometido con este argumento.

2. Sobre la naturaleza de Dios, suelen objetar –siguiendo a Hume- que la complejidad del universo es incompatible con la simplicidad de Dios[14]. De nuevo olvidan que Dios no es un ser más de este mundo, sino una realidad espiritual, no existiendo ninguna dificultad en que un ser espiritual simple sea causa de una realidad compleja.

Promoción de un laicismo excluyente

Examinados los argumentos, parece que puede sostenerse con fundamento que la finalidad última de estos nuevos ateos es política y social: eliminar todas las formas de creencia religiosa, incluso aquellas que se presentan como más moderadas.

1. Una idea fundamental es que la construcción de un mundo sin religiones es condición para la paz y la tolerancia. Dado que todas las religiones son criminales, debemos abandonar el respeto por las religiones, incluso por las que se presentan como más moderadas. La fe religiosa tiene una fuerza tremenda para pervertir las mentes. Dice Harris: “Va siendo hora de que reconozcamos que tenemos un enemigo común. Un enemigo tan cercano a nosotros, y tan engañoso, 

que hasta le pedimos consejo mientras amenaza con destruir cualquier posibilidad de felicidad humana. Nuestro enemigo no es otro que la fe misma”[15].

2. El espacio público sólo puede ser ocupado por el ateísmo, que es proclamado la única actitud sensata ante el mundo. El filósofo francés M. Onfray propone con nitidez la necesidad de avanzar hacia un laicismo excluyente y postcristiano. Es necesario dar paso a una laicidad postcristiana[16].

3. Esta posición va unida a un elogio desmedido del ateísmo como actitud sana y realista. De esta manera buscan una legitimación cultural y social del ateísmo. Así se expresa Comte-Sponville: “iQué libertad! iqué júbilo! Sí, desde que soy ateo, tengo la sensación de que vivo mejor: más lúcidamente, más libremente, más intensamente”[17].

¿Vale la pena dialogar con el nuevo ateísmo?

Aunque las actitudes beligerantes de estos autores invitan poco al diálogo, el cristiano debe estar siempre dispuesto al diálogo abierto y crítico, tanto con la cultura de la increencia como con la persona concreta que vive como si Dios no existiera. El lugar de la religión en las modernas sociedades plurales, la relación entre la fe y la ciencia o el peligro de los fundamentalismos (de cualquier signo) son algunos de los temas sobre los que es preciso dialogar. En el debate deberán tenerse en cuenta también las cuestiones epistemológicas, que están en la raíz del nuevo ateísmo: qué es racional creer y qué podemos saber; cómo obtener creencias y conocimientos racionales.

En definitiva, tanto creyentes como ateos deben estar dispuestos a ponerse en la piel del otro, para poder crecer en el diálogo. Precisamente en el mundo que surge después del 11 de septiembre, las personas laicas y las religiosas necesitan mucho más unas de las otras para construir una verdadera cultura del hombre.

Francisco Conesa

Vicario general de la Diócesis de Orihuela-Alicante

Profesor del seminario diocesano.

Párroco de la Basílica de Santa María de Elche

 


[1] He tratado de este tema con más amplitud en “El nuevo ateísmo: exposición y análisis”, en Scripta Theologica 43 (2011) 547-592 y, con un tono más divulgativo, en F. CONESA - J. M. CEJAS, El nuevo ateísmo. Hoja de ruta, Rialp, Madrid 2012. De entre la amplia bibliografía existente, me permito recomendar: AA. VV., “Ateos, ¿de qué Dios?”, en Concilium 337 (septiembre 2010); T. EAGLETON, Razón, fe y revolución, Paidós Ibérica, Barcelona 2012; J. HAUGHT, Dios y el nuevo ateísmo, Sal Terrae, Santander 2012.

[2] “How the World has Changed” en The Guardian (11/10/01).

[3] C. HITCHENS, C., Dios no es bueno. Alegato contra la religión, Debate, Barcelona 2008, p. 307.

[4] A. McGRATH, “Los ateísmos de superventas: el nuevo cientificismo”, en Concilium 337 (sept 2010) 556.

[5] C. HITCHENS, Dios no es bueno, p. 73.

[6] Cfr. R. DAWKINS, El espejismo de Dios, pp. 39 y 47 (“un delincuente psicópata”).

[7] S. HARRIS, El fin de la fe. Religión, terror y el futuro de la razón, Paradigma, Madrid 2007, p. 77.

[8] Cfr. R. DAWKINS, El espejismo de Dios, pp. 254-272.

[9] A. COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo, Paidos, Barcelona 2006, p. 86.

[10] M. ONFRAY, Tratado de ateología, p. 127.

[11] Cfr. R. DAWKINS, El espejismo de Dios, pp. 188-196.

[12] VICTOR J. STENGER, God: The Failed Hypothesis, Prometheus Books, Amherst, NY 2007, p. 15.

[13] Cfr. R. DAWKINS, El espejismo de Dios, pp. 87-90.

[14] Cfr. R. DAWKINS, El espejismo de Dios, pp. 164-166.

[15] S. HARRIS, El fin de la fe, p. 130.

[16] Cf. M. ONFRAY, Tratado de ateología, p. 226.

[17] A. COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo, p. 23.

  • 28 junio 2014
  • Francisco Conesa
  • Número 47

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