Archivo > Número 47

Cultura postmoderna y educación cristiana

Todo proceso educativo, es inseparable de la situación cultural en la que se desenvuelve el educando. Por este motivo, image-9bf1950cfd398d8b77ef71d32acd71fcempezaremos por señalar brevemente algunas características de la cultura actual, que se denomina globalmente con el término de «postmodernidad», cuyo comienzo suele fijarse a partir la segunda mitad del siglo XX.

Características principales de la cultura postmoderna

La posmodernidad rechaza el concepto metafísico de naturaleza en todas sus manifestaciones: tanto físicas como biológicas, antropológicas y jurídicas, éticas y religiosas. No se admite causalidad que gobierne el todo, ni evolución inteligente y racional.

Tampoco reconoce un orden interno en el mundo y en las personas. El azar, la casualidad, la improvisación impiden una explicación coherente de los fenómenos y de los sucesos; por eso, buscarla es una pretensión irracional, antihumana, peligrosamente prepotente. Por lo tanto, la verdad no tiene sitio en el proyecto postmoderno  porque se la considera sin utilidad práctica, y la fría racionalidad del Modernismo ha sido la causante de muchas controversias y conflictos sociales. Se oscila entre un pensar y vivir sin-Dios propio del Modernismo (El Etsi Deus non daretur, como si Dios no existiera, de Hugo Grocio) a un pensar, vivir y actuar en-vez-de-Dios, o a veces –sin llegar a negar a Dios– desplazando lo divino a lo estrictamente privado y a la sensibilidad personal.

En cuanto a la libertad humana, tal como la concibe el postmoderno, no está comprometida con la  verdad ni está vinculada con ella, porque  no nace de la verdad ni depende de ella. La desconexión con la verdad se manifiesta, por ejemplo, en la libertad con que usan las palabras dándoles un significado nuevo que nunca han tenido (por ejemplo el término de «matrimonio», aplicado a la relación homosexual).

Así surge la idea de una libertad de orden material y funcional que no es profunda ni espiritual, no tiene valor ontológico. En su máxima expresión, es la libertad de poder fabricar seres vivos (bioingeniería en todas sus manifestaciones) y de poder re-inventar al hombre por medio de técnicas culturales: p.ej., ideología de género, adoctrinamiento por los mass-media, etc.

Pensamiento débil y voluntad débil

En la base de lo original postmoderno, se puede reconocer el pensiero debole, que va siempre acompañado de lo que llamaríamos voluntad débil.

El pensamiento débil se autodefine por su radical exclusión de toda afirmación universalmente válida tanto a nivel teórico como práctico. Se pretende «acompañar al ser a su ocaso» (Gianni Vattino). Todo es relativo y débil, renunciando a Dios, al ser, al sujeto a la finalidad, al sentido. Se abomina de todo dogma y de todo absoluto moral.

El postmodernismo introduce –por lo tanto– un nuevo dogma: el relativismo universal y absoluto. La duda y la insuficiencia acompañan siempre al conocimiento humano. Las afirmaciones humanas son siempre aproximadas y provisionales[1]. Nunca son irrefutables, admiten siempre alguna corrección, alguna crítica.

Cualquier afirmación humana –en cualquier orden de nuestra existencia– es susceptible de revisión; por eso, cualquier pretensión de valor absoluto para una afirmación nuestra es muestra de orgullo prepotente e intolerante, que aparece a todas luces como un gravísimo peligro para la convivencia civil y pacífica.

El postmoderno no entiende que sean posibles preguntas sobre realidades de calado antropológico y existencial: no hay preguntas ni respuestas para ese tipo de cuestiones[2]. Para ellos, la visión sapiencial que engloba a Dios, al mundo y al hombre es sencillamente una utopía, un sueño infantil propio de épocas sin desarrollo cultural. A lo más que cabe llegar es a pequeñas verdades parciales y contingentes, suficientes para sustentar pequeñas esperanzas temporales.

En el orden ético, todo esto lleva al postmoderno a concluir que la valoración de los actos humanos no debe incluir un elemento objetivo –a veces universalmente válido– sino que depende siempre y sólo de elementos subjetivos (sentimientos, circunstancias, cálculo de las consecuencias, interrelaciones con otras personas, etc.). Por ejemplo: el aborto, la eutanasia, el homicidio del inocente..., todo tiene cabida en el postmoderno con tal que el sujeto halle razones para ello (la libertad de la mujer, la convivencia pacífica, estar en lo políticamente correcto, etc.).

image-1df40c17bb9608bcc5822f417c871cb3

El pensamiento débil va inevitablemente acompañado por la voluntad débil. Este planteamiento tiene manifestaciones positivas como la defensa del pacifismo total y a ultranza, el diálogo y el consenso, pero a menudo no se valora el esfuerzo por conquistar esa meta o defender ese ideal, que se califica de fanatismo o prepotencia.

La decisión personal cede su lugar al vitalismo y al emotivismo, que se manifiesta inequívocamente en la ausencia para el compromiso fuerte y profundo, que implique a la persona de modo estable, como puede ser en el matrimonio, en lo político, etc. También todo compromiso de la vida cristiana aparece al postmoderno como un espejismo sin sentido.

La prioridad concedida a los sentimientos diluye las obligaciones contraídas libremente, en aras de las exigencias sentimentales. Así, por ejemplo, el compromiso matrimonial se considera desaparecido cuando se «siente que no hay amor», y la ascética cristiana no tiene sitio en sus planteamientos.

Consecuencia: una nueva sensibilidad

Los principios y planteamientos de la cultural de la Postmodernidad dan origen a una amplia gama de consecuencias. Enunciaremos algunas especialmente significativas.

En primer lugar, surge “una nueva sensibilidad”[3] que mueve a las personas a actuar en cada caso dentro de lo políticamente correcto. Podría resumirse diciendo que cada persona debe actuar de manera que respete al máximo la posición (mental, psíquica, afectiva, social, económica, profesional, etc.) de su interlocutor, de su colega, del vecino, etc. Los tonos dogmáticos, impositivos, coercitivos (tienes que, hay que, debes...) no son  propios ni adecuados a esta nueva sensibilidad.

La educación debe mantener el respeto al educando hasta en los más  mínimos detalles: nada que suene a acoso, imposición, violencia, llevar la contraria; y como  norma general, mejor informar que educar, mejor mostrar horizontes que marcar objetivos, etc.  

Para terminar, se puede señalar que un elemento imprescindible de la nueva sensibilidad es justamente la sensibilidad por el diálogo, la apertura a la opinión del otro, contar con la pluralidad, buscar el consenso, tender puentes, dejar puertas abiertas, etc.

En cuanto al orden religioso se defiende un indiferentismo radical: carece de sentido que alguien pretenda que su religión sea la única y verdadera. Hay tantas religiones como los hombres deseen construir y practicar; y todos están obligados a respetar  todas las manifestaciones religiosas de los demás. El único sentido de la religión en todas sus manifestaciones es servir al consenso y al buen vivir de todos los ciudadanos[4].

En fin, y para recoger una impresión general comentada por muchos autores y que aparece como consecuencia de cuanto se ha expuesto hasta ahora, puede decirse que la Postmodernidad lleva a una situación de provisionalidad e incertidumbre en todos los órdenes. Así, por ejemplo, las expresiones «para siempre», «en verdad», «hasta que la muerte nos separe», «palabra de honor» han desaparecido y son sólo un recuerdo de tiempos que se consideran superados. Y desde luego, no está claro lo que todos tenemos en común, ni tampoco se sabe cual es el destino al que todos deberíamos llegar.

Orientaciones educativas

Los documentos Magisteriales –emanados a partir del Concilio Vaticano II– señalan la necesidad de dar prioridad a dos núcleos fundamentales: 1) la fe cristiana y la cultura moderna occidental padece los efectos de la descristianización[5]; y 2) la formación cristiana debe impartirse desde la actual situación cultural de modo íntegro, comprensible y persuasivo[6] en la propia vida y ambiente concreto[7]. La formación en la fe debe tener ineludiblemente presentes las diversas culturas en su acción educativa[8].

En nuestra situación cultural se observan las repercusiones de la descristianización en particular en el campo de la ética[9], de la antropología[10] y de la religión[11] La vida cristiana queda reducida al ámbito de lo privado, ahogando la misión e influencia vivificante y salvífica de Cristo en las personas a través de su Iglesia.

El pluralismo de las ideas y valores reclama una visión crítica desde la fe para reconocer los valores positivos e informarlos desde dentro. El pluralismo, pues, no es en sí un problema sino la exigencia de una nueva forma de anunciar el Evangelio para que se haga cultura, porque la «ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestro tiempo»[12].

En síntesis, una lectura de las características fundamentales de la cultura actual conduce a reaccionar orientando los aspectos positivos que poseen, favoreciendo el descubrimiento y fundamentación de la interioridad y la apertura al mundo exterior y trascendente. La necesidad de fundamentar la identidad personal de los hombres y las mujeres les abre a nuevos horizontes. Cobra especial importancia el estudio profundo del Catecismo (o Compendio) de la Iglesia Católica, que con reiterada insistencia ha recordado Benedicto XVI con motivo del Año de la Fe[13].

Como muestra de esos aspectos positivos que son buenos puntos de apoyo, sobre la base de la acción regeneradora de la gracia, cabe citar: la prioridad que dan a la experiencia y a lo concreto en la vida religiosa que les lleva a relegar planteamientos intelectualistas de la vida cristiana; su crítica a la incoherencia de las personas adultas que se dicen religiosas puede favorecer la relación entre fe y vida, y el diálogo fe-cultura (aunque aún sea en términos ambiguos por falta de profundización racional); la búsqueda de autenticidad personal dentro del grupo puede fomentar la vivencia comunitaria de la fe y la crítica constructiva del ritualismo celebrativo; la actitud de servicio hacia los más necesitados facilita que vean su vida como misión y compromiso.

Al destacar los valores positivos se posibilita el crecimiento moral y espiritual. Pero también se deben señalar algunos aspectos negativos de la fe de los jóvenes y los adultos para reorientarlos. Por ejemplo, su fe aparece fragmentada –falta de unidad globalizante– según sean los diversos momentos de su vida, por falta de vida espiritual profunda. La consecuencia es la ruptura entre fe y vida.

Por otra parte, la vivencia subjetivista de la fe conduce a veces a poner su relación con Cristo –en la vida celebrativa y la oración personal– al servicio de las propias necesidades. De ahí puede surgir una vida moral «autónoma» con aparente vida de oración pero que no compromete personalmente; no raramente se asocia una visión crítica hacia la Iglesia y los sacramentos, y hacia lo que contradice los propios esquemas subjetivos.

Se observa también una reducción sentimentalista de la fe que diluye la doctrina y busca sólo el estar bien, lo que apetece o agrada.

image-b8c3bd668b52e5c41f061a2996781c66

Otras veces, por último, se pierde la perspectiva del Dios personal y se identifica inmanentemente con realidades de la nueva sensibilidad: la ecología, la fraternidad universal, la paz, etc.

En definitiva, la necesidad que tienen los jóvenes y menos jóvenes de encontrar respuesta al sentido de sus vidas es el punto de partida para edificar una vida cristiana, ayudándoles a purificar e interiorizar todo lo que de positivo hay en ellos, y facilitándoles el camino de relación personal con Dios.

Sugerimos, por último, algunas orientaciones educativas en orden a favorecer una educación cristiana más adecuada tanto en el ámbito familiar, parroquial como escolar[14], en atención a las cuatro dimensiones de la fe, que hemos analizado al principio.

a) Convendrá cuidar un clima de acogida, de confianza, y de testimonio cristiano, condición necesaria para la sinceridad y apertura del educando.

b) Revitalizar el ámbito de la familia cristiana, al ser en él donde se realiza la primera y decisiva transmisión del modelo de vida creyente, y comienza a forjarse la personalidad del hombre y la mujer de fe. Por eso, como afirma Benedicto XVI, en la situación actual «el matrimonio está llamado a ser no sólo objeto, sino sujeto de la nueva evangelización». De ahí la urgente necesidad de manifestar la grandeza de la verdad del matrimonio y de la familia cristiana, para conservar y propagar la riqueza de todo lo humano y de la fe.

c) Desde las áreas docentes, y especialmente desde la de Religión Católica, se procurará que los alumnos adquieran:

c.1) Un vocabulario básico contextualizado que les facilite la asimilación de los contenidos de fe, el acceso a las fuentes principales de la revelación divina, y la participación más consciente en la celebración litúrgica y la vida de oración;

 

c.2) Unos argumentos de razón sólidos que ayuden a sintetizar con coherencia interna la fe cristiana, contrarrestando tanto el posible fideísmo como el relativismo cognoscitivo y moral actual. Aquí se aprecia la importancia del diálogo entre fe y cultura concretado y planificado en las diversas asignaturas[15];

c.3) Un progresivo juicio crítico sobre las implicaciones cristianas de los temas de actualidad que están presentes en la vida familiar, los medios de comunicación y los grupos de amigos. Esta metodología exige un enfoque teórico-práctico que descienda hasta las consecuencias particulares de la vida diaria; y que evite –sobre todo en la adolescencia– polarizarse en los aspectos conflictivos. Sólo sobre la base de unas convicciones  fundamentales, el juicio crítico y el diálogo serán constructivos;

c.4) Un estudio de los elementos fundamentales de la moral cristiana que les posibilite juzgar cristianamente y asumir responsablemente sus decisiones en las circunstancias concretas.

Para conseguir estos objetivos se aprecia la necesidad de una metodología participativa. También se debe implicar de algún modo a sus familias, así como utilizar materiales que faciliten un juicio cristiano sobre los valores preponderantes en los medios de comunicación social.

d) En lo que se refiere a la formación de su vida cristiana, será fundamental apoyarse en el trabajo diario escolar y familiar de los alumnos para fomentar en esos ámbitos:

– su vida de encuentro y relación personal con Dios en la oración y los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia;

– su crecimiento en virtudes humanas y sobrenaturales[16];

– su ejemplo coherente cristiano. Se les debe hacer partícipes de las inquietudes de la Iglesia particular y universal para que aporten su servicio, especialmente con los más necesitados.

También parece insustituible para iniciar y continuar la vida cristiana de los alumnos –además de la preceptoría o asesoramiento personal con el preceptor correspondiente–, la presencia de la dirección espiritual o acompañamiento personal con el sacerdote. Facilita la formación de la conciencia de los alumnos resolviendo dudas e interrogantes a la luz de las exigencias de la fe; valora la grandeza de la gracia y los medios sobrenaturales; y orienta la respuesta personal de cada alumno ante su concreta vocación y misión.

e) Por último, –y no por ello menos importante, como se afirma en el apartado anterior– se deberá potenciar desde el colegio y la parroquia la colaboración y relación con los padres de los alumnos. Son ellos los que han elegido el centro de inspiración cristiana o las catequesis correspondientes. Esto reclamará de ellos –y de los educadores– un ejemplo coherente de vida, especialmente en todo lo que afecte a la formación humana y espiritual. 

Diego Porras Lara

Doctor en Teología

Licenciado Filosofía

Capellán del Colegio Aura, Tarragona

 


[1] El Papa Francisco señaló en la Jornada Mundial de la Juventud de 2013 que “en la cultura actual de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es "disfrutar" el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, "para siempre", porque no se sabe lo que pasará mañana”. (Jornada Mundial de la Juventud 2013. Discurso del domingo 28 de julio de 2013).

[2] Cfr. FERNÁNDEZ LABASTIDA, F. – MERCADO, J.A., El nihilismo contemporáneo: ¿el lado oscuro de la postmodernidad?, Universidad Panamericana, México 2007.

[3] Cfr. LLANO, A., La nueva sensibilidad, Espasa-Calpe, Madrid 1989. Este tratado es uno de los primeros estudios en este sentido. Cfr. ROMERA, L., El hombre ante el misterio de Dios, Palabra, Madrid 2008 (capítulos I, II y III, pp. 9-161).

[4] Cfr. PONTIFICIO CONSEJO DE LA CULTURA, ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa, Conclusiones de la Asamblea Plenaria, 2004. Cfr. BOROBIA, J. – LLUCH, M. – MURILLO, J.I., TERRASSA, E., Cristianismo en una cultura postsecular (V Simposio Internacional “Fe Cristiana y Cultura Contemporánea” organizado por el Instituto de Antropología y Ética, Universidad de Navarra).

[5] Cfr. CONCILIO VATICANO II; Const Past. Gaudium et spes, nn. 53-62.

[6] Cfr. PABLO VI; Exh Apost Evangelii nuntiandi 3.

[7]  Cfr. Ibidem, 18.

[8] Cfr. Ibidem, 53.

[9] Cfr. GEVAERT, J., Catechesi e cultura contemporanea, L´insegnamento della fede in un mondo secolarizzatto, Elle Di Ci, Leumann (Torino) 1993, pp. 59-64.

[10]  Ibidem, pp. 64-69.

[11]  Ibidem, pp. 69-87.

[12] PABLO VI, Exh. Apost. Evangelii nuntiandi, 20. 

 

[13] “Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el

Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II”. BENEDCITO XVI, Motu propio Porta Fidei, 11.

[14] En este sentido es de gran utilidad el documento de la CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe, 2013.

[15] Cfr. RATZINGER, J., Fe, verdad, tolerancia, Sígueme, Salamanca 2005 (II parte: La cuestión de la verdad y las religiones, pp. 101-222).

[16] “El educador debe ayudar al adolescente y al joven a detectar mejor cada día los valores humanos y cristianas por los que ha de luchar en su vida, y a establecer una jerarquía de valores. (...) Estos valores han de presentarse con su atractiva novedad como algo permanente y a la vez nuevo. En efecto, el atractivo de estos valores radica en que cuanto más se experimentan y se viven, tanto más se estrenan como nuevos” (PUJOL, J. - GIL, A. - POLO, J. - DOMINGO, F., Enseñanza y formación religiosa en una sociedad plural, Rialp, Madrid 1993, p. 171). 

Acerca de otras orientaciones educativas en la formación en la fe de los preadolescentes y adolescentes, cfr. IDEM, o.c., pp. 165-166 y 169-172.

  • 28 junio 2014
  • Diego Porras Lara
  • Número 47

Comparte esta entrada