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La ''Dei Verbum'', una lectura guiada por J. Ratzinger-Benedicto XVI

 50º Aniversario Vaticano II

Desde la unidad de la Sagrada Escritura se comprende el desarrollo progresivo y homogéneo de la Revelación

Al convocar el Año de la fe, Benedicto XVI ha invitado a dirigir nuestra mirada hacia el Concilio Vaticano II. Su image-0a60383188d4c6e8bcd7f2c2fd398effconvicción es que «si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia» (Porta Fidei, n. 5).

En general, la teología, la catequesis y la vida cristiana son más bíblicas desde el Concilio Vaticano II y, sin duda, la Constitución Dei Verbum sobre la divina Revelación, ha sido determinante en ese sentido[1]. Además, este documento dio lugar a la apertura de un nuevo capítulo en la relación entre el Magisterio y la exégesis científica. En efecto, con palabras de Ratzinger, que participó en la redacción de la Dei Verbum en calidad de experto, «el texto anuda la lealtad a la tradición de la Iglesia con el sí a la ciencia, y por eso también abre el camino de la fe hacia el mundo de hoy»[2]. Sin embargo, junto a esto, no es menos cierto que la Dei Verbum no ha sido recibida convenientemente ni ha dado los frutos esperados. Todavía debe elaborarse una hermenéutica correcta del texto conciliar.

En su extensa producción teológica, Ratzinger ha expuesto en diversos textos cuáles son las principales aportaciones de este documento, y el camino que debe seguir la exégesis católica en su interpretación de la Sagrada Escritura, de forma que contribuya a la siempre necesaria revitalización de la Iglesia[3]. Además, también como Pontífice ha desarrollado un amplio magisterio sobre la Palabra de Dios. Destaca de modo especial su intervención en la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia (celebrada del 5 al 26 de octubre de 2008), y la Exhortación apostólica Verbum Domini, fruto del Sínodo, en la que encontramos una recepción nueva y profunda de la Dei Verbum.

En este artículo me propongo desarrollar tan sólo dos aspectos nucleares de la Dei Verbum que, a mi modo de ver, destacan en el texto conciliar. Se trata, en primer lugar, de la comprensión renovada que ofrece de la naturaleza de la revelación divina, cuyo testimonio escrito es la Sagrada Escritura. Y, en segundo lugar, de la descripción de un modelo de exégesis bíblica que logre superar tanto el dualismo existente entre la interpretación científica de la Sagrada Escritura y la teológica como la hermenéutica secularizada que desarrollan algunos reconocidos exegetas. Sin duda estos dos grandes temas de la Dei Verbum son los que también resaltan al leer las aportaciones científicas y magisteriales de Ratzinger-Benedicto XVI.

La naturalez de la revelación divina

El primer capítulo de la Dei Verbum expone qué es la revelación, cómo se lleva a cabo y cuál es su objeto. El texto comienza con un breve proemioen el que afirma que «siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame». Así, el documento del Concilio Vaticano II está en continuidad con los Concilios precedentes, sin embargo, su descripción y exposición de la revelación, que ocupa el n. 2, es del todo novedosa. Se trata de un texto de apariencia sencilla pero de extraordinaria profundidad.

En efecto, el Magisterio precedente había descrito la revelación eminentemente como locución de Dios, es decir, como aquellas palabras pronunciadas por Dios que quedaron contenidas en los libros sagrados y en la Tradición. Por consiguiente, se entendía la Sagrada Escritura como el lugar donde se conservan las palabras dichas por Dios a los hombres, sus decretos, todo aquello que Dios ha querido comunicarnos[4]. Afirmaba también que la Biblia goza de la autoridad divina y, por esa autoridad, sus enseñanzas son verdaderas. Se trata de una descripción de la revelación que pone en primer término la dimensión noética o doctrinal.

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En cambio, la Dei Verbum muestra una comprensión de la revelación divina como un acontecimiento dinámico y dialógico, que se origina en el Amor de Dios por los hombres, a los que quiere conducir a la salvación. Así, empieza diciendo «Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (...) movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (n. 2). Y en este marco, se afirma cómo se lleva a cabo el plan de la revelación: a través de una historia de la salvación compuesta de hechos y palabras intrínsecamente ligadas, cuyo culmen es Cristo «mediador y plenitud de toda la revelación» (íbid). La revelación es, por tanto, un diálogo amoroso, una «con­versación» entre amigos; no es una información neutra y distante, sino una comuni­cación interpersonal, expresión de quien se revela (en este caso de la verdad profunda de Dios, del misterio de su voluntad) e in­terpelación (una llamada a la salvación). Para ilustrarlo, el Concilio Vaticano II cita tres pasajes bíblicos suficientemente indicativos del carácter dialógico y amistoso de la revelación: Dios que habla con Moisés cara a cara (Ex 33, 11); como sabiduría que «ha convivido entre los hombres» (Bar 3,38); y Jesús que dice a sus discípulos «vosotros sois mis amigos» (Jn 15,14-15).

Si la revelación es una con­versación de Dios con los hombres, la Escritura, por su parte, es el lugar donde se desarrolla ese diálogo. En las Escrituras Dios habla en lenguaje humano, y comparte la historia humana; de hecho, se revela por medio de la historia, es decir, a través de acontecimientos y acciones que después se explican con palabras. Más aún, Dios se hace hombre, vive en la historia humana y la convierte en historia de salvación. La Biblia testimonia el encuentro de Dios con los hombres y muestra que, a través de Jesucristo, toda persona está llamada a una relación de amistad con Dios, porque Él es el rostro al que podemos mirar y hablar[5].

La Biblia ha sido escrita, por tanto, para transmitir la revelación. Con otras palabras, «las Sagradas Escrituras son el “testimonio” en forma escrita de la Palabra divina, son el memorial canónico, histórico y literario que atestigua el evento de la revelación creadora y salvadora»[6]. Pero es de gran importancia no identificar la revelación con su testimonio escrito, que es la Biblia, porque de este modo «se abre el vasto horizonte, histórico y a la vez teológico, en el que se mueve la interpretación de la Biblia: una interpretación que ve en las Escrituras no solo libros humanos, sino el testimonio de un hablar divino»[7], un hablar que se retoma cada vez que se lee, y se hace de nuevo diálogo. Dios quiere que también hoy la Sagrada Escritura sea un instrumento para el encuentro de cada hombre con Él. 

¿Qué tipo de exégesis exige una obra de esta naturaleza? ¿Cómo se puede llevar a cabo la interpretación de una obra que es testimonio de la revelación, y un testimonio literario, histórico y canónico? Lo veremos a continuación.

La interpretación bíblica

Como hemos señalado más arriba, en el campo de la exégesis de la Sagrada Escritura se ha desarrollado una dicotomía entre el llamado método histórico, que presta atención a los aspectos literarios e históricos de la Biblia, y la interpretación teológica.

La investigación científica de los textos bíblicos mediante la aplicación de métodos históricos y literarios ha aportado muchos conocimientos indiscutibles e irrenunciables y ha ayudado a despejar dificultades en la exégesis de la Biblia, así como a llegar, en general, a un mejor conocimiento de los textos bíblicos. Pero uno de sus puntos débiles consiste en acentuar la distancia histórica y la falta de relación con la vida diaria: no puede decir cómo se aplica el mensaje de la Biblia a la fe actual y a nuestra vida. Así que, sólo con la interpretación histórica no se puede comprender la revelación que Dios ha querido transmitir a través de la Escritura, ni se permite que la Escritura sea un lugar de diálogo. Por tanto, es preciso completar la interpretación histórica con la exégesis teológica.

Ya en 1989, a los 25 años de la Dei Verbum, Ratzinger pronunció una conferencia con el título «La interpretación bíblica en conflicto» en la que afirmaba «estoy convencido de que una lectura cuidadosa del texto entero de Dei Verbum permite encontrar los elementos esenciales de una síntesis entre el método histórico y la “hermenéutica” teológica. Pero esta armonía no es inmediatamente evidente»[8].

¿Cuáles son los elementos fundamentales de esa síntesis? Benedicto XVI los apunta en el n. 34 de la Verbum Domini invitándonos a leer el n. 12 de Dei Verbum. El texto conciliar comienza así:

«Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer mejor lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras».

El Concilio expone la necesidad del uso del método histórico como parte indispensable del esfuerzo exegético, pero muestra también que la dimensión teológica de la interpretación es esencial, ya que la Biblia es algo más que un libro humano: el exegeta debe buscar lo que quisieron decir los autores humanos y lo que Dios quiso darnos a conocer por medio de esas palabras. El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana, y por tanto hay que estudiar la historia de la salvación que narra la Biblia con los métodos de la investigación histórica. Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina, que también es preciso examinar.

¿Cómo debe proceder el exegeta para llevar a cabo una hermenéutica teológica que esté en armonía con la histórica? Seguimos leyendo en el n.12:

«Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe».

Describamos, brevemente, estos principios metodológicos que guían la interpretación teológica de la Biblia y cuáles son sus aplicaciones prácticas:

a) La unidad de la Escritura

La Biblia designa una amplia colección de escritos divididos en Antiguo y Nuevo Testamento. Los diversos escritos, surgidos a lo largo de muchos siglos, eran utilizados en la liturgia y la predicación, por lo que fueron copiados y recopilados. Sin embargo, por el hecho de tener a Dios por autor constituyen una unidad que se debe reconocer: todos ellos hablan de la obra de la salvación que culmina en Jesucristo. Por tanto, aunque desde el punto de vista cronológico los textos abarcan muchas y muy diversas épocas, giran unitariamente alrededor de la única historia salvífica de Dios con los hombres.

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Así, el principio que crea la unidad de toda la historia pasada y presente y que la llena de sentido es el acontecimiento histórico de Cristo, que da también al futuro su unidad. En Cristo se realiza la relación del hombre con Dios. Toda la historia y toda la Escritura se deben considerar en relación a Cristo. Esto significa, por tanto, que las acciones realizadas en el Antiguo Testamento se basan en una acción futura, y que solamente a partir de ella pueden ser comprendidas rectamente. De este modo, Antiguo y Nuevo Testamento tienen cada uno su propio significado y sentido y, sin embargo, están referidos el uno al otro, dependen el uno del otro para una comprensión plena.

Por tanto, es cierto que en primer lugar los textos deben ser situados en su ámbito histórico propio, e interpretados en ese contexto. Pero en un segundo estadio de la interpretación, hay que examinarlos a partir del conjunto de la historia y de su acontecimiento central: Cristo. Así, un método teológico de interpretación que se mueve en este marco, lee la Biblia como un todo, busca situar cada texto dentro del único plan de Dios, esforzándose en lograr una actualización de la Sagrada Escritura para nuestro tiempo. Cada texto bíblico es interpretado a la luz del canon de la Sagrada Escritura y, de este modo, el método histórico-crítico no es sustituido sino completado[9].

b) La Tradición viva de la Iglesia

Con palabras del pontífice la Sagrada Escritura es el testimonio escrito de la revelación salvadora[10]. Pero no debemos olvidar que la salvación, realizada de una vez para siempre por la muerte y resurrección de Jesucristo, continúa actualizándose mediante la Iglesia. En efecto, «Jesucristo envió a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo a predicar el Evangelio a toda criatura (...), sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el Sacrificio y los Sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica»[11]. Todo ello constituye la Tradición viva, «cuyos tesoros van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora» (DV 8).

Así, pues, junto a los libros escritos, y aun antes de que se escribiesen, existía y siguió existiendo la Tradición, que incluye la fe, la predicación y la vida de la Iglesia. Esta tradición no es estática o inerte, sino que «derivada de los Apóstoles va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian ponderándolas en su corazón (cfr. Lc. 2,19.51), cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando los proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad» (DV 8)[12].

Si queremos concretar cuáles son los criterios que el intérprete ha de tener en cuenta al aplicar este principio de la Tradición viva de la Iglesia, los reduciríamos a cuatro:

- Prestar atención a la interpretación de la Sagrada Escritura que hicieron los Santos Padres.

- Buscar la armonía con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia.

- Tener presente el uso que la Sagrada Liturgia hace de la Biblia.

- Atender a la vida y enseñanzas de los santos[13].

c) La analogía de la fe

De la unidad de la Sagrada Escritura se desprende la coherencia de las verdades religiosas que contiene. Y esa conformidad se designa con el nombre de analogía de la fe bíblica. La Sagrada Escritura puede mostrar diversos acentos, subrayar aspectos variados de un mismo objeto como consecuencia del desarrollo progresivo de la revelación y de la distinta personalidad de sus respectivos autores humanos; se puede dar progreso, como se da de hecho en ciertas imperfecciones de las leyes del Pentateuco que son perfeccionadas en la moral predicada y vivida por Cristo; pero progreso y crecimiento no significan contradicción. Más bien son señal de que Dios no ha mostrado de una sola vez al hombre el misterio de su voluntad sino que, usando de una pedagogía divina, ha ido revelándose progresivamente a Sí mismo en acontecimientos de la historia bíblica y en palabras que explican esos acontecimientos, hasta llegar a su revelación definitiva en Jesucristo.

Este principio lleva consigo dos aplicaciones prácticas en la exégesis bíblica: por un lado permite que unos textos proyecten luz sobre otros y ayuden al intérprete a una comprensión más honda. Por otro, ningún texto de la Sagrada Escritura puede contradecir a otro y, en consecuencia, cualquier apariencia de contradicción sería sólo efecto de la limitación del intérprete. Por tanto, la analogía de la fe lleva a reconocer que, si en algún caso se produce una contradicción entre la interpretación particular de un texto y la doctrina católica, sería indicio de error, y acicate para iniciar de nuevo el camino de la investigación.

En definitiva, desde la unidad de toda la Sagrada Escritura se comprende el desarrollo progresivo y homogéneo de la revelación, y a este presupuesto se corresponde como camino metodológico la analogía de la fe; un camino que el exegeta ha de recorrer guiado por la Tradición viva de la Iglesia.

Corolario

Para que la exégesis pueda realizar su aportación específica a la misión de la Iglesia es necesario alcanzar la armonía entre la hermenéutica científica y la teológica. Por ello Benedicto XVI postula una exégesis que nazca en el interior de la Iglesia, se nutra de su fe, y esté a su servicio porque la Biblia sólo puede ser entendida y vivida en el seno de la Iglesia. Si bien es verdad que la Igle­sia no añade nada sustancial a la Biblia, no es me­nos cierto que sólo en la Iglesia adquiere la Biblia su justa resonancia. Una exégesis, en definitiva, como la que hace el Papa en su obra Jesús de Nazaret, en la que «sin renunciar a la seriedad histórica» presenta «la figura y el mensaje de Jesús (...) con el fin de favorecer en el lector un crecimiento de su relación viva con El»[14].

Gloria Heras Oliver

Licenciada en Filología Hispánica

Doctora en Sagrada Escritura

 


[1] Puede encontrarse un magnífico balance de algunos aspectos de la literatura teológica que siguió a Dei Verbum, en V. Balaguer «La economía de la Palabra de Dios. A los 40 años de la Constitución Dogmática Dei Verbum», en Scripta Theologica 37 (2005) 380-405, y en «La economía de la Sagrada Escritura en Dei Verbum», en Scripta Theologica 38 (2006/3) 893-939. En ambos artículos ofrece una bibliografía completa.

[2] Comentario a Dei Verbum publicado en Lexikon für Theologie und Kirche, 13, Herder, Freiburg i. Br., 1967. De Ratzinger son los comentarios a los capítulos 1, 2 y 6 de la Constitución. Cito por la traducción inglesa, en J. Ratzinger, «The Dogmatic Constitution on Divine Revelation. A Commentary», Dei Verbum Bulletin 74-75 (2005) 4-6.

[3] Los textos que he manejado son abundantes. Destaco los siguientes,

J. Ratzinger, «La interpretación bíblica en conflicto. Sobre el problema de los fundamentos y la orientación de la exégesis hoy», en J. Ratzinger y otros, Escritura e interpretación. Los fundamentos de la interpretación bíblica, Madrid 2004, pp. 19-54. Se trata del texto en castellano de una conferencia pronunciada en 1989.

Benedicto XVI, Discurso al Congreso Internacional en el 40 aniversario de la Dei Verbum (16 septiembre 2005).

J. Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I-II y La infancia de Jesús (prólogo de los tres volúmenes, especialmente el de la Primera parte).

[4] Por ejemplo, el capítulo 2 de la Constitución dogmática Dei Filius cita el inicio de la epístola a los Hebreos «(Dios) habló de muchas maneras...» y afirma que la revelación «está contenida en libros escritos y en tradiciones no escritas». Es importante tener en cuenta el contexto polémico en el que se sitúan las enseñanzas del Concilio Vaticano I, que se enfrentaba a un fuerte racionalismo y agnosticismo.

[5] Mensaje del Sínodo de los Obispos, n. 4: «Las palabras sin un rostro no son perfectas, porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al final de su dramático itinerario de búsqueda: «Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos» (42, 5).

[6] Mensaje del Sínodo de los Obispos, n. 3.

[7] J. Ratzinger, «Relación entre Exégesis y Magisterio de la Iglesia». Ponencia con ocasión de los cien años de la constitución de la Pontificia Comisión Bíblica, en L´Osservatore Romano del 16 de mayo de 2003, pp. 8-9.

[8] J. Ratzinger, La interpretación bíblica en conflicto (cit.).

[9] Nos referimos a la «exégesis canónica», de la que habla Benedicto XVI en Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, Madrid 2008, p.13.

[10] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 18.

[11] Sacrosanctum Concilium, n. 6.

[12] Esto significa que la Tradición no impide el acceso a la Escritura, sino que lo abre; por otro lado implica, también, que a la Iglesia le corresponde, por medio de sus órganos institucionales, la palabra decisiva en la interpretación de la Escritura. Se muestra así cuál es la función del Magisterio de la Iglesia. Cfr. J. Ratzinger, «La interpretación bíblica en conflicto» (cit.).

[13] Refiriéndose a los santos, Benedicto XVI afirma que «la interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua» (Verbum Domini, n. 48).

[14] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, cit., pp.18-19.

  • 30 julio 2013
  • Gloria Heras Oliver
  • Número 45

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