Archivo > Número 44

La infancia de Jesús

Joseph Ratzinger – Benedicto XVI

Editorial Planeta

Barcelona, 2012

154 pág.

Es un tercer volumen con el que su autor, Joseph Ratzinger, siendo ya el papa Benedicto XVI, ha completado los otros dos que, con el título de Jesús de Nazaret, había publicado anteriormente: Del Bautismo a la Transfiguración (2007) y image-bfc343e8516386572e5da35853855c7aDesde la entrada en Jerusalén a la Resurrección (2011), siguiendo los itinerarios que marcan los textos evangélicos. Faltaba el de ahora, que el autor había prometido, y que es más corto, aunque se refiere a un período más largo de la vida de Cristo: el que va desde los orígenes de la vida terrena, la encarnación del Hijo de Dios hecho hombre, desde la concepción en el seno de la Virgen María, y del nacimiento en Belén, hasta el final de su infancia, en los evangelios de Mateo y Lucas, y también el prólogo de Juan, que es presentado con menor extensión.

Es una obra propiamente teológica, aunque, encaminados al tratamiento del tema desde el punto de vista de esta disciplina, debe tocar otros aspectos, como la filología, la historia –de la Iglesia y de la vida cristiana–, las tradiciones populares, y profundizando en la fuente más importante: la Sagrada Escritura, y teniendo en cuenta el aprovechamiento del lector con respecto a la espiritualidad, tanto en su existencia personal como en la convivencia. Es un libro de teología, con un contenido que facilita el conocimiento de la doctrina cristiana y que ayuda a propagar la misma. El autor ha querido que quedara claro que la totalidad del libro no es propiamente un acto del magisterio pontificio, si bien es cierto que ningún elemento de la obra desdice de la enseñanza de la persona que es ahora el más alto maestro en la tierra de las cosas del Reino de Dios. Y bueno de ver como a lo largo de las páginas de este volumen se reafirman todas las verdades de fe fundamentales que tienen relación con los pasajes evangélicos glosados en este libro. En todo momento, se recalca la autoridad divina de la Escritura, que sería incompatible con cualquier error, y al mismo tiempo se hace la valoración adecuada de los diversos pasajes, para lo cual se tienen en cuenta las exigencias de los diversos géneros literarios.

Y así se distinguen los textos que son estrictamente históricos y los que, por ejemplo, pertenecen al mundo de la literatura hebraica del tiempo en que se produjeron los hechos relatados o se pusieron por escrito. Así, comenta las diferencias entre una haggadah que trata del nacimiento de Moisés y las circunstancias del nacimiento de Cristo, con el relieve excepcional que éstas tienen para la historia. Dice, citando un escritor alemán contemporáneo, a propósito de algunos temas importantes, que no son meditaciones en forma de historias sino que son las historias que han dado lugar a meditaciones. Pensamos en el interés del autor para reafirmar los puntos esenciales de la fe cristológica que están presentes en las escenas de Mateo y de Lucas, y de manera especial la realidad de la encarnación del Hijo de Dios en el hecho de asumir la naturaleza en el seno de la Virgen María, que se convierte así la Virgen y su condición de siempre virgen. En relación con estos temas, hace la exégesis de algunos pasajes del Antiguo Testamento y coincide con la buena exégesis heredada, que ha alimentado el sentido de la tradición católica.

Analiza, a menudo, los textos de varios lugares, los originales y las versiones, ya veces se inclina por alguna traducción de alguna palabra, que considera mejor que otros. Así ocurre, por ejemplo, cuando en el saludo del arcángel Gabriel dice a María, chaire, en la que se recoge la forma griega de saludo, que las versiones latinas, y la mayor parte de las otras han traducido por Ave y Salve o formas equivalentes, por lo que ha dado la fórmula del Avemaría. Como ya defendieron otros autores, como los franceses Stanislas Lyonnet y René Laurenti, Benedicto XVI se inclina por ver más bien el sentido de Alégrate, y relaciona este texto con el anuncio del profeta Sofonías, «Alégrate, hija de Sión ... el Señor está dentro de ti» (So 3,15.17), del que sería el cumplimiento. Y no hace falta decir que no impone esta traducción, y menos aún que haya que variar así la primera palabra del Avemaría.

Es sugestiva la manera de tratar algunos temas secundarios, sobre todo en detalles que no salen en los evangelios o no están especificados con detalle. Uno no puede dejar de pensar en la devoción que tradicionalmente se ha tenido en Alemania, concretamente en Colonia, a los Magos llegados de Oriente. Y en este tema el autor no rechaza la posibilidad de ciertas explicaciones en las que han entrado los cálculos de la astronomía o ciertas hipótesis científicas, y también recoge una identificación posible que relaciona el Tarsis de la Biblia con el imaginado Tartessos del sur de la Península ibérica, lugar que podía haber tenido gran importancia comercial para los países de la Biblia. Son también detalles que hacen atractivo el libro, más allá de todo lo que es patrimonio común de la más segura teología.

Es un libro que merece ser leído poco a poco, penetrando en su profundo contenido teológico, sin hacer de la lectura superficial de la anécdota, un objeto único de interés. Hay que adaptarse a la jerarquía de valores del autor. No hay duda de que la lectura del libro lleva al lector a ir directamente a las páginas de los evangelios y encontrar lo que es verdaderamente palabra de Dios, y así saber encontrar lúcidamente el valor que la piedad popular ha dado a otros detalles que tal vez acompañan legítimamente la lectura del episodio y añaden rasgos de la ambientación. Así, el papa Ratzinger recuerda alguna razón que da un sentido a la presencia de los animales, también criaturas de Dios, que mencionados en algún otro lugar de la Escritura, se han querido imaginar en aquel ambiente del establo, que con ellos , es al mismo tiempo cálido y frío. Y gusta encontrar al final del comentario con una simpatía, también ecológica, y ciertamente en sintonía con una piedad popular, infantil, bien en sintonía con el pesebre viviente que Francisco de Asís hizo un día a Greccio. Y Ratzinger-Benedicto XVI, después de jugar con los textos de Isaías 1.3 (el buey conoce a su propietario, y la mula el establo de su amo) y de la versión griega de Habacuc 3,3, que aluden a los dos animales que podrían haber estado en ese lugar, concluye que «ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y la mula».

Y hay que decir que el libro es mucho más que una ocasión para dar lugar, a propósito de detalles de inspiración popular como estos de la ambientación de la cueva, a comentarios que, aunque bien intencionados, resultan muy pobres si se comparan con el repaso detallado de los textos bíblicos y con todo lo que refleja la reflexión del autor, y sus diálogos directos o indirectos con eruditos alemanes, a los que facilita el acceso, o con las lecturas de otros especialistas de todo el mundo.

Los teólogos y los expertos en estas materias, de todas partes, pueden sentirse halagados por el hecho de que todo un papa se haya puesto fraternalmente, con confianza, a su lado, sin pretender hacer de maestro, pero siéndolo, de verdad, y mereciéndolo. 

Ferran Blasi i Birbe

  • 13 abril 2013
  • Joseph Ratzinger - Benedicto XVI
  • Número 44

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