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El espacio sagrado en la arquitectura contemporánea

Entrevista a Esteban Fernández Cobián

Esteban Fernández Cobián es arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de la Coruña. Es autor del libro “El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea”, fruto de más de seis años de trabajo. En él rastrea la evolución del espacio de culto católico en los últimos cien años.

 

Se ha dicho que con el motu proprio Summorum Pontificum (2007) de Benedicto XVI se ha reabierto el debate sobre la formalización de las iglesias contemporáneas. ¿Qué elementos entran en ese debate?

Yo no diría que el debate se ha reabierto, porque siempre lo ha estado, sino que la discusión ha pasado de nuevo a un primer plano. Para cualquier historiador de la arquitectura resulta sorprendente la rapidez con la que se produjeron los cambios en las iglesias tras el Concilio Vaticano II. No es fácil explicar cómo un tipo edificatorio tan asentado se cambiara radicalmente de la noche a la mañana. Y que las voces que se alzaron –tantas y tan autorizadas– denunciando los fines y las maneras de este proceso, fueran sistemáticamente silenciadas. Sin duda, la inercia del espíritu de los tiempos era poderosa. Ahora Benedicto XVI ha puesto sobre la mesa todo esto; él mismo había sido uno de los primeros en romper el velo de silencio ya en los años 80, en su libro “Informe sobre la fe”.

Pienso que los elementos que entran en este debate son fundamentalmente dos: el concepto y la identidad, y que es, precisamente, el título del congreso internacional de arquitectura religiosa contemporánea que se ha celebrado en Ourense el pasado mes de noviembre (www.arquitecturareligiosa.es). Según el evangelio de san Lucas, Cristo celebró la Última Cena en «una sala amplia y bien arreglada» (Lc 22, 12). Ese podría ser el paradigma espacial de una iglesia cristiana, su concepto. Pero claro, hace ya más de dos mil años que se construyen iglesias, y esto es algo que no podemos ignorar, porque esta historia ha constituido su identidad como tipo.

Con la palabra 'concepto´ me refiero a lo que entendemos que debe ser una iglesia católica. Podríamos convenir que una iglesia es un espacio más o menos delimitado que se dedica al culto, y que por lo tanto, se sacraliza. Pero aquí ya surgen algunas preguntas, con motivo, por ejemplo, de los espacios celebrativos al aire libre, tan frecuentes desde el pontificado de Juan Pablo II. Estos espacios ¿son verdaderas iglesias o son otra cosa? ¿Puede existir un espacio sagrado abierto? ¿Cuáles serían sus límites? O bien: ¿Es posible considerar como iglesias los espacios interconfesionales o los contenedores de multitudes que se están levantando en los grandes santuarios marianos –Fátima, Lourdes, Guadalupe, etc.–, o incluso las iglesias hinchables que empezamos a ver en centros comerciales y en las playas italianas? Creo que los límites conceptuales del espacio de culto –tanto por exceso como por defecto– se han difuminando sobremanera, y conviene volver a acotarlos. [Fig. 01, 02 y 03]

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Fig. 01.- Aleksandros Tombazis, Basílica de la Santísima Trinidad, Fátima (Portugal), 2004/07.

 

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 Fig. 02.- Pierre Vago, Pierre Pinsard y André Le Donné, Basílica subterránea de San Pío X, Lourdes (Francia), 1952/57.

 

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Fig. 03.- Fray Gabriel Chávez de la Mora OSB y Pedro Ramírez Vázquez, Santuario de la Virgen de Guadalupe, Tepeyac (México), 1968/76.

Por otro lado se encuentra el problema de la identidad, que tiene que ver con el lenguaje de la arquitectura contemporánea. Simplificando mucho, podemos decir que tras las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX, sólo cabe una arquitectura culta que sea abstracta. En la práctica, este lenguaje se comenzó a aplicar en la arquitectura religiosa tras la Segunda Guerra Mundial, y fue bien acogido. Pero su coincidencia temporal con los cambios litúrgicos de los años sesenta y setenta provocó su rechazo, hasta tal punto que desde hace ya algunos años, en EEUU existen cátedras de arquitectura religiosa que enseñan a construir iglesias exclusivamente 'tradicionales´, es decir, románicas o barrocas. Entre otras consideraciones posibles, se puede pensar que los inmigrantes hispanos que llegan allí buscan edificios religiosos que les identifiquen frente a otros credos u otras culturas. No es lo mismo una mezquita, una sinagoga, un templo evangélico o una iglesia católica, y se supone que la arquitectura debería poder aportarles su propia identidad. El problema que se le plantea a un arquitecto es cómo hacerlo sin caer en una nostalgia paralizante. [Fig. 04 y 05]

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Fig. 04.- Duncan G. Stroik, Capilla de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, Santa Paula (California, EEUU), 2003/08.

 

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Fig. 05.- Duncan G. Stroik, Capilla de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, Santa Paula (California, EEUU), 2003/08. Interior.

 

La reflexión litúrgica de Joseph Ratzinger, especialmente en su libro “El espíritu de la liturgia”, ¿abre vías nuevas en la concepción del templo cristiano?

La traducción arquitectónica de los conceptos teológicos nunca es directa. El arquitecto debe estar al servicio de un programa, aportar su experiencia constructiva y su propia sensibilidad formal para sacar el máximo partido de lo que se le pide. No cabe duda de que la mitificación del genio creador –también de los arquitectos– desde el Renacimiento, aunque parezca paradójico no ha facilitado mucho la creación de espacios de culto verdaderamente originales. Es importante crear una tradición, una praxis donde el arquitecto pueda aportar cosas, pero siempre dentro de una línea bien trazada por los conceptos teológicos, litúrgicos y pastorales. Y esta línea se había perdido en los años noventa, cuando Ratzinger escribió su libro. Algunos afirmaban que “El espíritu de la liturgia” sólo contenía especulaciones de un teólogo que no podían ser asumidas desde el magisterio petrino. Ya se ve que se equivocaban.

Resulta muy significativo que Ratzinger aluda con el título a Romano Guardini (“Vom Geist der Liturgie”, 1918), porque Guardini creó escuela en el campo de la arquitectura religiosa. Durante el siglo XX, esta escuela se contrapuso a la liderada por los dominicos franceses de la revista L´Art Sacrè, con el padre Marie-Alain Couturier al frente. Los dominicos estaban convencidos de que realizar una verdadera arquitectura sacra contemporánea era imposible, porque el pueblo ya no era mayoritariamente cristiano, y que por eso, las grandes obras había que encargárselas a los grandes artistas para contar al menos con su sensibilidad. Así surgieron las obras de Le Corbusier o Henri Matisse. Por el contrario, Guardini era más optimista, y quiso formar en la liturgia a un grupo de jóvenes artistas, como Mies van der Rohe o Rudolf Schwarz, e introducirlos en el pensamiento simbólico, para que a partir de allí ellos mismos pudieran aportar sus soluciones al espacio de culto de nuestro tiempo. Pienso que se trata de una actitud más firme, más creativa y, sobre todo, destinada a perdurar en el tiempo, aunque evidentemente también más costosa. Y en su libro, Ratzinger vuelve a apostar por esta vía: la de preguntarse por el profundo simbolismo que encierra la liturgia y cómo materializarlo en formas sensibles. Pienso que esa puede ser su verdadera influencia. [Fig. 06 y 07]

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Fig. 06.- Romano Guardini en la época del Castillo

  de Rothenfels (h. 1920).

 

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 Fig. 07.- Henri Matisse y Louis-Bertrand Rayssiguier, Capilla de Nuestra Señora del Rosario, Vence (Francia), 1948/52.

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En su blog le dedica una especial atención a la iglesia de Nowa Huta en Polonia, construida cuando Karol Wojtyla era arzobispo de Cracovia. ¿Cuáles son las particularidades de esa iglesia?

La iglesia de Nowa Huta es una iglesia insólita desde muchos puntos de vista. Nowa Huta (Nueva Siderurgia, en polaco) fue la primera ciudad oficialmente atea del mundo. Los habitantes de esta ciudad industrial de las afueras de Cracovia, en la que en los años cincuenta se instalaron los altos hornos más grandes de Polonia, la bautizaron como Arka Pana ('El arca del Señor´), porque la veían como una barca de salvación en medio del 'mar rojo´. Y para subrayar esta idea, se adoptó alegóricamente una forma curva, de barco, totalmente ajena a la uniformidad ortogonal de los bloques de viviendas de la ciudad. [Fig. 08]

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Fig. 08.- Wojciech Pietrzyk y Jan Grabacki, «Arka Pana»,

Santa María, Madre de Dios, Reina de Polonia, Nowa Huta (Polonia), 1967/77.


También fue la primera iglesia nueva en un país sometido a una dictadura comunista, y según algunos analistas, la experiencia sociopolíticamente más arriesgada que se realizó tras el Telón de Acero. La presión ejercida por los obreros para construirla pudo haber acabado en un baño de sangre, pero la prudencia del entonces arzobispo Wojtyla logró mantener el difícil equilibrio entre los derechos del pueblo cristiano –que son los derechos de Dios– y la ira del régimen.

También es excepcional porque una vez que se logró el permiso para su construcción, hubo que levantarla a mano. Ninguna empresa constructora estaba autorizada para colaborar con los obreros católicos. Las piedras se colocaron una a una, y las tablillas de la cubierta también. Se trabajaba al acabar la jornada laboral y los fines de semana. Y durante los más de diez años que duró su construcción –y aún desde el comienzo de las negociaciones con el Gobierno–, Wojtyla celebró la misa de Navidad al aire libre, ante decenas de miles de fieles, bajo la nieve y con temperaturas extremas. Como retablo, colocó un gran mural que decía: «Ella ha elegido este lugar».

Visité la iglesia en el verano de 2005, justo después del fallecimiento de Juan Pablo II. Para mí fue muy emocionante. Entonces todavía no era conocida fuera de Polonia, pero algunos amigos polacos me han dicho que últimamente ya ha entrado en los circuitos turísticos. [Fig. 09]

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Fig. 09.- Esteban Fernández Cobián visitando «Arka Pana» (agosto 2005).

El edificio es muy vistoso en su abstracción y tiene numerosos elementos especiales. La cripta de confesionarios está dedicada a san Maximiliano Kolbe, y en ella se encuentran esculturas tremendamente dramáticas, como la que representa al propio Kolbe en Auschwitz, la Piedad de la Westerplatte, o la Piedad del pueblo polaco. En la nave principal, un Cristo crucificado de más de ocho metros de alto preside el espacio; está fundido con la metralla que los combatientes polacos de la Segunda Guerra Mundial habían extraído de sus propios cuerpos y que conservaban como reliquia. Las campanas del exterior las regalaron los católicos austríacos por iniciativa del cardenal Koënig, que como se sabe, fue quien propuso a Wojtyla como candidato a Papa en el cónclave de 1978. O el sagrario esférico, que lleva incrustada una piedra de rutilo traída expresamente desde la Luna por los astronautas del Apolo XI. Por muchas razones, considero que el Arka Pana es un símbolo de la Iglesia católica, verdaderamente universal. [Fig. 10 y 11]

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Fig. 10.- Wojciech Pietrzyk y Jan Grabacki, «Arka Pana», Nowa Huta (Polonia), 1967/77. Interior.

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Fig. 11.- Antoni Rzasa, San Maximiliano María Kolbe, «Arka Pana»,

Nowa Huta (Polonia), 1967/77.

 

Usted ha afirmado que el simbolismo de una iglesia nunca es gratuito, sino que es casi sacramental. ¿Puede explicar esto un poco más?

En los últimos tiempos el simbolismo del templo cristiano se ha perdido casi por completo. Esto tiene que ver con el déficit de pensamiento simbólico de la sociedad actual, que en otras épocas era mucho más intenso. Ahora, para justificar la forma de las iglesias se recurre a la alegoría, que puede ser totalmente subjetiva y muchas veces gratuita. Por ejemplo, si una iglesia tiene doce columnas se dice que cada una de ellas simboliza a un apóstol; pero si tiene cuatro, que alude a los evangelistas; o si tiene diez, a los mandamientos. Siempre hay un número para todo. Pero este no es el simbolismo de una iglesia.

Fijémonos ahora en los sacramentos. Según el catecismo, los sacramentos son signos sensibles instituidos por Jesucristo para darnos la gracia. Además, los teólogos dicen que producen lo que simbolizan. En el bautismo, por ejemplo, se echa agua en la cabeza de la persona, y esa agua le limpia los pecados: es lógico, cualquiera sabe que el agua limpia. Es decir, que no hace falta que nadie descodifique nada: todo es evidente.

Las iglesias no son sacramentos, aunque durante los primeros siglos del cristianismo, en algunas regiones de Oriente se consideraban como tales, porque son lugares donde la gracia actúa con especial intensidad. Y por eso, los constructores de iglesias –que dicho sea de paso, casi siempre han sido los clérigos, no los arquitectos– las han formalizado para que tuvieran una forma que recordara claramente la gracia que producían. ¿Y cómo actúa la gracia en una iglesia? Poniéndonos en contacto con Dios y con los demás. Esto ocurre desde una dimensión cósmica, es decir, convocando a todo el orbe, a toda la naturaleza, para que alabe a Dios con nosotros.

Una iglesia es un mecanismo cósmico: está orientada hacia la salida del sol, y el sol la va modificando según las horas del día y el paso de las estaciones. Exactamente igual que el año litúrgico. Todos los participantes en los actos de culto se dirigen juntos hacia Oriente, hacia Cristo luz del mundo, como los que les han precedido y los que les sucederán, y el sacerdote se sitúa a la cabeza (por eso, antiguamente el sacerdote no les daba la espalda, sólo iba el primero). Y ese pueblo en camino adopta una forma de cruz (la planta de la iglesia), está bien asentado en la tierra (muros de formas cuadradas) pero su objetivo es el cielo (cubiertas abovedadas). Al templo se entra por un sitio oscuro (actitud humilde), hay que caminar un rato por su interior (ascesis), pero el objetivo es la luz que inunda el presbiterio (la alegría de la salvación). No hace falta tener mucha imaginación para comprender los invariantes formales de los templos cristianos, las iglesias. Es en ese sentido en el que afirmo que el simbolismo de las iglesias ha de ser casi sacramental.

 

¿Se debe reconocer una iglesia desde el exterior? ¿Cuáles son los elementos clave?

Pienso que una iglesia debe ser un edificio que paute el espacio público, tanto el espacio urbano como el territorio en general. Porque se trata de un nodo, de un aglutinador social, de un espacio de reunión y de socialización. Esto ha sido así históricamente y lo sigue siendo en la actualidad en muchas partes del mundo. De hecho, en Galicia, mi región, el territorio está articulado por parroquias y las iglesias son los hitos fundamentales del paisaje. Lo cual no quita que pueda haber otros elementos de referencia en forma de equipamientos, infraestructuras, etc. Pero pocos tienen la fuerza simbólica e identitaria de las iglesias. Por eso me parece que una iglesia siempre ha de parecer una iglesia, lo cual no es fácil.

Una iglesia debería tener una torre o una espadaña, aunque no sean muy altas. Porque todo templo –no sólo en el cristianismo– es un puente entre la tierra y el cielo. Y la manera más intuitiva de representarlo es mediante el campanario, la torre; esa dimensión vertical me parece imprescindible.

Asimismo, una iglesia ha de ser un lugar abierto, acogedor. Debe invitar a entrar. En las iglesias románicas, con sus portadas abocinadas, toda la corte celestial salía al encuentro del fiel, le daba la bienvenida y le invitaba a la fiesta de la eucaristía. No digo que tengamos que repetir las soluciones románicas, aunque algunas de las mejores iglesias de la actualidad han reinterpretado estos elementos (pienso en Mario Botta, por ejemplo), pero sí buscar recursos formales que consigan el mismo efecto. [Fig. 12]

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Fig. 12.- Mario Botta, Iglesia de San Juan Bautista, Mogno (Suiza), 1994/96.

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Y finalmente, una iglesia ha de ser un edificio serio. La religión es algo alegre, pero también serio, y por lo tanto, una iglesia nunca ha de ser un edificio trivial, risible. Sus formas han de ser serenas, tranquilas, permanentes: una iglesia debe manifestar la permanencia y la inmutabilidad de Dios en medio de su pueblo.

 

En noviembre del 2010, el Papa Benedicto XVI consagrará la Sagrada Familia de Barcelona del arquitecto Antoni Gaudí ¿Cuál le parece que es la aportación más importante de Gaudí a la arquitectura religiosa?

No soy un experto en Antoni Gaudí, pero precisamente, hace unos meses tuve la oportunidad de visitar las obras de la Sagrada Familia con Jordi Faulí, el arquitecto director adjunto de las obras. También me acerqué a la cripta de la Colonia Güell. Ambos edificios me parecieron fascinantes. Pienso que Gaudí encontró el equilibrio justo entre la riqueza decorativa que es intrínseca a un espacio de culto cristiano –porque se trata de un lugar de fiesta, en donde se celebran los misterios de la fe y se manifiesta la alegría de los discípulos en torno a su Maestro– y la lógica constructiva de la mejor arquitectura moderna. A través de una geometría muy ingeniosa, que curiosamente es fácilmente repetible y construible, Gaudí fue capaz de generar un orden absolutamente racional y a la vez muy vistoso, potenciando la dimensión simbólica del edificio de culto sin renunciar por ello a las aspiraciones típicas de la Modernidad arquitectónica, como son la sinceridad constructiva, la fluidez espacial, la percepción dinámica del espacio, la prioridad de la luz en la formalización interna de la arquitectura, etc. Pienso que todo ello sólo fue posible porque se trataba de un arquitecto extraordinariamente dotado, que fue lo suficientemente humilde para poner sus conocimientos al servicio de la liturgia católica y de las necesidades pastorales de la Iglesia; y a la vez, lo suficientemente sagaz para mantener la coherencia interna de su disciplina. [Fig. 13 y 14]

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Fig. 13.- Antoni Gaudí i Cornet, Templo expiatorio de

la Sagrada Familia, Barcelona, 1883 ss.



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 Fig. 14.- Antoni Gaudí i Cornet, Cripta de la

Colonia Güel, Santa Coloma de Cervelló

(Barcelona), 1898/1916.

 

¿Qué consejos arquitectónicos daría a un sacerdote que quiere edificar una iglesia en una ciudad del cinturón industrial de Barcelona?

Coincido con Gaudí en pensar que construir una iglesia en la periferia (Colonia Güell) no tiene por qué ser muy distinto que construirla en el centro (Sagrada Familia). Dios es el mismo en todas partes.

Construir una iglesia es una de las cosas más hermosas que se pueden hacer, aunque suele dar muchos quebraderos de cabeza. Por eso, en primer lugar le recomiendo que busque un arquitecto con el que se pueda hablar (hay muchos y muy buenos), y que converse largo y tendido con él. Luego, que organice conversaciones entre el arquitecto y diversos grupos de feligreses, para ver qué tipo de iglesia les gustaría tener.

Que no se preocupe demasiado por cuestiones de estilo, es decir, si la iglesia va a ser antigua o moderna: la iglesia ha de ser un regalo de una comunidad a su Dios, y por lo tanto ha de ser valiosa, ha de estar muy bien construida y ha de ser personal.

Que se tome su tiempo. Que recoja de la arquitectura religiosa universal aquellas partes que le son propias: un atrio que separe la iglesia de la calle, donde los fieles puedan encontrarse y conocerse; una nave orientada al este, hacia donde nace el sol; un presbiterio amplio, con un punto focal bien definido; una capilla del Santísimo Sacramento bonita, donde se pueda estar rezando durante largos ratos; y a los pies de la iglesia, un baptisterio luminoso donde quepa toda la familia.

iY que se encomiende a san Carlos Borromeo, porque lo necesitará! No hace falta que recuerde que este santo entendía de cuestiones económicas...

Joaquín González-Llanos

Doctor en Teología

  • 10 enero 2011
  • Joaquim González-Llanos
  • Número 37

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