Archivo > Número 34

San Francesc Coll y la Diócesis de Vic

Con motivo de la canonización de P. Coll

El día 11 de octubre del presente año 2009, el Papa Benedicto XVI canonizó a San Francesc Coll y Guitart, hijo de Gombrèn, de la Diócesis de Vic. Con motivo de este evento, mons. Romà Casanova, obispo de Vic, ha escrito una carta pastoral que lleva como título unas palabras del nuevo santo: «Un fuego enciende otro fuego».

Francesc nació el día 18 de mayo de 1812 y murió en Vic (casa sacerdotal) el 2 de abril de 1875, a la edad de sesenta y dos años, en el día de su santo patrón San Francesc de Paula. Como todos los santos, Francesc Coll tiene muchos aspectos ejemplarmente destacables. Me referiré a tres.

 

Joven diligente y fiel a la llamada de Dios

Su padre, Pere Coll, se casó dos veces. Francesc fue el postrero de quince hermanos, de los cuales varios murieron jóvenes. Es notoria la idoneidad de una familia numerosa para inculcar virtudes tales como la docilidad, el espíritu de sacrificio, la caridad y el servicio a los demás que, por otra parte, le acompañaron toda su vida. Huérfano de padre a los cuatro años, su madre, Magdalena Guitart, lo educó cristianamente y lo confió al rector Mossèn Josep Prat, que le infundió su piedad mariana llevándolo con frecuencia al secularmente venerado santuario donde se honra a la Mare de Déu de Montgrony, encumbrado en lo alto del pueblo, a una hora de camino. Francesc será siempre devotísimo del Santo Rosario, que no dejará nunca de rezarlo. De niño se le recuerda despierto y movido, con gran ascendiente sobre los demás. Propendía a hacer consideraciones a sus compañeros. Un testimonio de la Hna. Rosa Miró consigna que su madre, viéndole tan inquieto, le decía: "Hijo, ojalá rebosases de amor a Dios" (testimonio de su proceso, hoja 742).

Viéndolo espabilado e inteligente, el rector lo impulsó a estudiar en el seminario de Vic cuando tenía diez años. El obispo era el tarraconense Estruch i Vidal. El curso no comenzó hasta enero de 1823 por causa del trienio liberal y el desorden que, desgraciadamente, fue habitual en España durante aquellos años. Le acogieron en el Mas Puigseslloses, término municipal de Folgueroles, patria de nuestro gran poeta Mn. Cinto Verdaguer,.

En el curso 1822-1823 había 213 seminaristas matriculados. Estudió latín y más tarde filosofía. El nivel formativo de aquel momento era alto. Francesc Coll fue condiscípulo de Benito Vilamitjana, más tarde obispo de Tortosa y arzobispo de Tarragona; de Sant Antoni Maria Claret, unos años mayor; de Jaume Balmes; de Fray Josep Alemany, que morirá siendo arzobispo en San Francisco de California, en EEUU; y también, de Mariano Puigliat, fallecido en Roma mientras participaba en una sesión del Concilio Vaticano I como obispo de Lleida. Todos ellos influyeron muy positivamente en Francesc Coll.

Un día, al filo de los quince años, caminando por la Rambla de Santa Teresa, cerca del Monasterio de las Carmelitas Descalzas, un desconocido transeúnte le dijo: "Tú, Coll, tienes que hacerte dominico". Esto no lo pudo olvidar nunca y al cabo de tres años, en 1830, ingresó en los dominicos de Girona.

Fue un novicio ejemplar y aplicado. Estudioso de Santo Tomás de Aquino y de la Summa teológica, que los dominicos proponían como libro de texto. Por su excelente voz, fue nombrado cantor de la comunidad o responsable de los oficios corales.

Con la tenacidad de un montañero, con la inteligencia de un joven aplicado y con el fervor de un santo, el joven Coll recibió las primeros órdenes y se preparaba para el presbiterado. Pero llegó una nueva convulsión política que cerró los conventos. Y el 7 de agosto de 1835 –año de la leyes desamortizadoras de Mendizábal– fue exclaustrado y regresó a Vic siendo ya diácono.

 

El predicador

Desde la casa amiga de Puigsesllosses acabó el último año de teología. El 28 de mayo de 1836 recibe el presbiterado en Solsona. En 1839 es nombrado vicario de Artés y poco tiempo después de Moià, donde se revela gran catequista y predicador. Los pueblos le piden cada vez más. Tiene el corazón encendido de amor a Dios. Como dice él mismo: "Un fuego enciende otro fuego". Tiene la mente clara y el corazón ardiente. Es un gran orante y tiene espíritu misionero. Visita a la gente, escucha, ayuda. Moià salía de una guerra carlista que había destrozado casas y familias. Consuela a pie de calle y pacifica desde el púlpito.

image-324dd46ea4f0a007ddbaefbbcfc3219f

Comienzan las novenas, las predicaciones cuaresmales, los meses de María y del Sagrado Corazón, los ejercicios a sacerdotes y más misiones. No cesará de predicar durante más de treinta años, hasta que caiga enfermo. La lista de pueblos es muy larga: Folgueroles, Olot, Borredà, Sant Jaume de Frontanyà, Gombrèn, Campdevànol, Sant Martí de Sesgueioles. En el mes de agosto de 1846, San Antoni Maria Claret lo designa coordinador de ejercicios espirituales. Va al obispado de Girona. El 6 de febrero de 1848 obtiene el rescripto con el nombramiento de misionero apostólico y vendrá a vivir en Vic. En 1849, el obispo de Urgell, el benedictino Simón Guardiola, lo llama a predicar en Castellbò durante nueve días. Era un pueblo emblemático, llamado "nido de cátaros", donde sufrió martirio el dominico Beato Poncio de Planella, así como el Beato Pedro de la Cadireta. El P. Coll tuvo tanto éxito que el "novenario" se prolongó del 28 de abril hasta el 11 de mayo, a petición de la gente. Como otro santo Domingo, iba a pie y no aceptaba otra remuneración que un plato de sopa. Fue a Organyà, Sort, Gil, Llavorsí, Rialb; Abella, la Poble de Segur, Conques, Tremp, Salàs, Aran, Oliana, Agramunt...

En 1850 es nombrado director del tercer Orden Dominicano de Cataluña. Seguirá predicando en las diócesis de Vic, Lleida, Barcelona y La Seu d'Urgell. En 1852 publica el libro Formosa Rosa, del que se harán varias ediciones. Impresiona ver que el 2 de diciembre de 1869 tiene el primer ataque de apoplejía en Sallent, que lo deja casi ciego, pero sigue predicando y en ello se deja la piel.

 

Fundador

A pesar de la persecución que el gobierno liberal provocó en Cataluña, y especialmente en Vic, se produjo un resurgir de fundaciones de familias religiosas para atender a niños, enfermos y ancianos. Viendo la necesidad de formación y de asistencia de niñas y mujeres en los pueblos y comarcas, el P. Coll siente que Dios le pide una fundación. De acuerdo con sus superiores dominicanos y diocesanos, inicia el 15 de agosto de 1856 una congregación que se convertirá en un árbol frondoso: las Hermanas Dominicas de la Anunciata.

Empezó muy humildemente, con siete chicas reunidas en una casita de la calle Nou de Vic. El obispo Antonio Palau aprobó la congregación y, en el mismo año, fundó ya en Roda de Ter. Al año siguiente compró una casa en la calle del Nord, ahora calle de Francesc Coll, que será la Casa Madre y núcleo primigenio de la congregación. El 12 de septiembre profesaron las primeras hermanas. Llegaron numerosas vocaciones y, en tres años, fundó en Santa Maria de Corcó, Folgueroles, Calldetenes, Tortellà, Casserres, San Pau Mieres (Girona), Balsareny, Torà de Riubregós, Prats de Lluçanès, Sant Feliu Sasserra y Sant Feliu de Codines.

La congregación se irá extendiendo por Cataluña, España, América Latina, África y Filipinas ya en el s. XX. Sufrirán persecuciones y descalabros, pero seguirán siempre fieles al espíritu dominicano de enseñar y servir a los pobres. Al morir el P. Coll en 1875, la congregación tenía 52 casas, todas aún en Cataluña.

Beatificado el 29 de abril de 1979 por Juan Pablo II, ha sido canonizado el 11 de octubre pasado por Benedicto XVI. Es el remate perfecto de un gran santo de nuestra tierra, que ha dejado huella indeleble. Murió el 2 de abril con el rosario entre las manos. Aquel rosario que él había rezado en toda Cataluña, instituyendo cofradías y haciendo amar la belleza y grandeza de esta devoción mariana. Sobre ella escribió: "Oh Rosario... un regalo del cielo que nos descubres los principios, los motivos y la práctica de todas las virtudes. Tú nos introduces en la fe, alimentas nuestra esperanza y nos enciendes en la caridad. Tú despiertas a los dormidos, calientas a los tibios, conviertes a los pecadores y sostienes a los justos" (Escritos del Veda, citando un sermón del P. Coll en Moià sobre el Rosario). Y terminaba con la popular oración: "Oh Virgen y Madre de Dios, yo me ofrezco como hijo tuyo...".

Joan Casas

Presbítero Vicario Episcopal de Vic

  • 12 marzo 2010
  • Joan Casas
  • Número 34

Comparte esta entrada