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Amenazas contra la vida humana / M.V. Roqué

Desde que el hombre es hombre, ha pensado en el sentido de su persona. Por lo menos se ha planteado los temas de su origen y su fin. Ahora también se habla y se escribe mucho del hombre y su futuro, especialmente de su nacimiento y muerte. Pero esto no significa que se le conozca o se le trate mejor. Este trabajo intenta individualizar algunos de los componentes teóricos que influyen en las maneras de comprender la vida humana y en la ambigüedad de los modelos culturales que constituyen el ethos contemporáneo.

Hoy en día los dos momentos límites existenciales –nacer y morir– han sido despojados de su carácter de misterio, reducidos al ámbito del hacer: quedan expuestos a las arbitrariedades y desajustes de la biotecnología. Basta con señalar las continuas discusiones sobre la producción, uso e investigación de células estaminales embrionarias1, los problemas científicos y éticos sobre el estado vegetativo, la terapia génica o la limitación del esfuerzo terapéutico. No se pueden negar los numerosos signos positivos de sensibilidad y preocupación por la vida humana. Se refleja en numerosos y especializados servicios a favor de las personas discapacitadas, ancianas, pobres y abandonadas. También se advierte en la postura de rechazo de la guerra, en la mayor atención a la calidad de vida y a los problemas de la ecología, en la actitud de rechazo general a la pena de muerte, en la aparición de asociaciones que tienen entre sus objetivos el de llevar los avances de la medicina a los países más afectados por la miseria y las enfermedades endémicas. Paradójicamente, todos estos rasgos positivos coexisten con procesos culturales que han penetrado, como en ningún otro tiempo, contra la vida humana y el reconocimiento de su dignidad. Los regímenes totalitarios y los innumerables conflictos armados que ensangrentaron el siglo XX causaron cerca de 200 millones de muertos en todo el mundo. Sin embargo, nadie habla de la matanza de más de mil millones que ha producido –y sigue produciéndose en la actualidad– con el aborto2, la eliminación de embriones supernumerarios de la fecundación in vitro y las investigaciones con embriones. Ante estos hechos, es preciso preguntarse por qué la sociedad ya no se horroriza cuando se encuentra ante la muerte del inocente. Es que el hombre no percibe las crecientes amenazas y atentados contra la vida que están provocando exterminios, en una medida nunca vista antes en la historia de la humanidad? Es que el hombre no es capaz de distinguir el peligroso deslizamiento que ha iniciado hacia su aniquilación? Ya no se trata de la matanza de seres inocentes mediante guerras y atrocidades bélicas, sino de una silenciosa y sutil, y más nefasta, destrucción de la vida humana, que cuenta a menudo con la aprobación de un gran sector de la sociedad, y el amparo de la ley. Esta actuación está perpetrada precisamente por quien se supone que debe ser el primer defensor de la vida: médicos, investigadores, instituciones sanitarios y gobiernos,

 

 

Una situación inédita: una cultura que acepta atentar contra la vida

Se ha ido consolidando una situación cultural generalizada que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito. Qué es lo nuevo en esta mentalidad que atenta contra la vida? Las respuestas hay que buscarlas en algunos planteamientos teóricos que conforman el ethos contemporáneo sobre la vida humana.

Vemos en primer lugar que gran parte de la sociedad justifica, de modo abierto u oculto, las agresiones a la vida inocente en nombre de una falsa libertad individual. Es la libertad que exalta al individuo aislado de forma absoluta, sin vínculos ni deberes, sin que haya lugar para la solidaridad, ni la apertura y servicio a los demás. Es la emancipación total, sin presupuestos ni hipótesis, sin tradición ni influencias, borrando toda forma de tutela, que exige asistir, es decir, guiar, proteger y defender a quien necesita ayuda. Esta libertad perversa confiere al hombre el poder absoluto sobre la vida y sobre la muerte, sobre los demás y en contra de los demás. Es una libertad regresiva, más que avanzar, retrocede y lleva al hombre a su grado ínfimo. Es el tipo de libertad que defienden los que se consideran los más fuertes y sanos3. El médico alemán Haeckel escribía en 1905: ‹‹Qué utilidad reporta a la humanidad mantener y criar miles de cojos, sordomudos, idiotas, etc, que nacen cada año con la carga hereditaria de una enfermedad incurable?›› Y añadía: ‹‹nunca debería permitirse a los sentimientos que usurpasen el lugar que corresponde a la razón en estas circunstancias éticas de tanta importancia"››4.


De la eugenesia a la búsqueda de la perfección

En esta línea, la Planned Parenthood –fundada en 1942– se dedica a la promoción de la llamada ‹‹salud reproductiva››, expresión que engloba no sólo los métodos contraceptivos, sino también la promoción de abortos a nivel mundial. Además, muchos de sus miembros adoptaron y defendieron públicamente, por lo menos hasta la Segunda Guerra Mundial, programas eugenésicos con el fin de eliminar a los ‹‹no aptos›› y así elevar tanto la calidad de vida como la calidad de la reserva genética humana. Después de las atrocidades nazis, la mayoría de los defensores de la ‹‹Planificación familiar›› se concentraron en la ‹‹compasión›› por los que sufren, y en los programas nacionales e internacionales para el control de la natalidad. La Planned Parenthood se convirtió en la principal defensora del diagnóstico prenatal, concebido como prueba estándar para aquellos con ‹‹riesgo›› de tener hijos defectuosos y ‹‹rescatar a la humanidad del abismo de la fertilidad perjudicial››5, sin dejar de promover la esterilización voluntaria o forzada de los defectuosos. La eugenesia no era un plan marginal para la enfermera y política radical Sanger, fundadora de la Planned Parenthood. Ella veía el control de la natalidad como una solución eugenésica que ayudaría a eliminar ‹‹el peso muerto de las basuras humanas››6. Con este enfoque, es coherente la reproducción planificada y sistemática de los seres humanos, de modo que se reproduzcan los que son superiores, y que no se reproduzcan o se eliminen los inferiores, Y quién define la superioridad?

El homo potens decide el sacrificio de otros seres humanos para conseguir un niño sano y perfecto al costo que sea7, o proporcionar los medios necesarios que anticipen la muerte que no es posible dominar, o abandonar determinados tratamientos que prolonguen la vida de las personas no aptas, o insistir en intervenciones agresivas que aplacen la muerte que se sabe inevitable. Hoy, la eficacia y rentabilidad se han convertido en los valores supremos. Ya no se trata de descubrir la naturaleza y corregir algunas lagunas, sino de dominarla totalmente, eludir los condicionantes naturales y combatirlos con instrumentos técnicos. Es la lógica del poder y no la del saber.

Esta ‹‹cultura del muerte››, como la definió Juan Pablo II, establece una nueva medicina que modifica las reglas y el contexto de vivir y morir, que se dedica no sólo a curar sino también a matar y a ayudar a poner fin a la propia vida. Claramente lo expresó Haeckel: ‹‹Si un hombre se ve lleno de enfermedades y miserias, esta persona tiene el derecho incuestionable (cursiva del autor) de poner fin a sus sufrimientos mediante la muerte [...] La muerte voluntaria con la que un hombre pone fin a un sufrimiento intolerable, es en realidad un acto de redención››8.


La vida humana sin dignidad ni valor incondicional

El segundo planteamiento que se observa en la ‹‹cultura de la muerte››, es una interpretación errónea del concepto de ‹‹persona››. Ya en el año 1922 tuvo lugar un hecho importantísimo que contribuyó a la formación de una mentalidad anti-vida: se publicó en Alemania un libro titulado La exoneración de la destrucción de la vida no considerada valiosa del psiquiatra Alfred Hoche y del jurista Karl Binding. Los autores introducen la idea que hay vidas humanas, personas, que no tienen valor a causa de sus limitaciones físicas o mentales, por el sufrimiento que padecen, por su vejez... Hasta el punto que su postura influye decisivamente en los programas eutanásicos y en la eliminación de los judíos y otras personas por parte de los nazis. Como se ve, las ideas tienen consecuencias prácticas, y las malas ideas consecuencias funestas para la civilización.

La visión reduccionista del hombre se fundamenta en la creación de una línea divisoria entre ‹‹persona humana›› y ‹‹vida biológica humana››9. Comporta una distorsión tal, que en la práctica contribuye significativamente en la negación de su dignidad y valor incondicional. Se consideran ‹‹personas›› sólo aquellos seres humanos autoconscientes, racionales, libres en sus decisiones, capaces de juicios morales. A ellos corresponde el principio de autonomía, y son poseedores de derechos y del deber de mutuo respeto.

A partir de esta visión, se sigue que no todos los seres humanos son personas. Según estos planteamientos ser persona es algo que se adquiere con el paso de tiempo, es un añadido al hecho de ser humano: algunos lo consiguen, otros no podrán llegar nunca a
esta categoría, otros aún la pierden y descienden de nuevo al nivel inferior de ser humano o –como dice la filósofa Rachels– de seres que aunque ‹‹estén vivos››, ‹‹no tienen vida››10. Por tanto, los fetos, los enfermos mentales graves, los recién nacidos, los enfermos en coma irreversible... todos ellos no tienen derechos, están bajo la protección del deber de beneficiencia (el mismo que se tiene con los animales).


Una cultura elitista, arbitraria y defensora de los fuertes

Para Thomson, profesora de filosofía, el derecho a la vida lo confieren otros seres humanos, presupone el poder de otro. Según ella los seres humanos no tiene derecho a la vida simplemente por ser humanos, sino que han de ser deseados11. Matándolos podría causarse cierto disgusto sentimental, pero tal acto no es un asesinato, porque no se mata a una persona sino que se suprime un individuo que no tiene la cualidad de persona. Esta es una característica fundamental de la mentalidad de la "cultura de la muerte", que aboca indefectiblemente a la eugenesia, a la justificación de la fecundación artificial, a la eutanasia, al suicidio asistido y otros atentados contra la vida humana.

La ‹‹cultura de la muerte›› es elitista, arbitrariamente discriminatoria, defensora de los triunfadores, los fuertes, los sanos, los dotados intelectualmente; mientras que no tienen cabida los débiles, los más necesitados, los improductivos. En la humanidad hay diversas clases o categorías de seres humanos: la clase A, cuya vida es digna de ser vivida, son los que tienen el status de personas, y las clases B, C, D...donde la vida se aleja progresivamente de la condición de personas, y por tanto pueden ser utilizados para experimentación, pueden ser manipulados o eliminados porque sólo son ‹‹individuos humanos››.

En esta concepción pseudo-antropológica, la persona se identifica con sus actos, se confunden las habilidades o características de la racionalidad con la racionalidad radical de la que aquellas surgen, y se comete el error de considerar que la causa definitoria de la persona humana es el yo, la autoconciencia.


La vida humana deja de ser considerada un bien

En tercer lugar, hay que señalar la pérdida de la conciencia de la vida humana como un bien. Buena parte del debate actual en medicina se centra en el cambio de parámetros para interpretar el valor y reconocimiento debido a la vida humana. El carácter sagrado de la vida ha dejado de ser un criterio suficiente para tomar decisiones sobre la vida y la muerte. Los griegos tenían dos palabras para expresar la noción vida: bíos y zoé. Bios, o vida biológica es la vida simple propia del viviente; Zoé, o vida espiritual, es la vida cualificada que trasciende al individuo y le permite participar en una vida más amplia y más rica 12 Es evidente hoy la transición de zoé a bios.

La ciencia, y más concretamente la técnica, para quienes defienden la ‹‹cultura de la muerte›› se ha adjudicado la tarea de resolver el problema de la vida, de garantizar la solución de los problemas que se le plantean al hombre en su vulnerabilidad. Y lo hace cerrando la vida en la esfera de la pura y simple biología. La individualidad de la vida personal se diluye en la generalidad de la materia biológica, sin ningún otro sentido ni otro significado que vaya más allá de la funcionalidad de los órganos humanos. La vida se convierte, no pocas veces, en un producto material de recambio, una reserva de donación de órganos. Las ciencias experimentales tienen respuestas, pero son parciales porque la cuestión de la vida, no puede resolverse nunca desde la visión unidimensional de la materia.

La vida es un bien fundamental, es la condición de posibilidad de la existencia, y en este sentido no es un bien sujeto a variaciones. Es un bien intrínseco: se es o no se es un viviente, no hay término medio, porque el único cambio sustancial que se produce es el de la muerte. La vida no es una propiedad añadida a un ente, sino que constituye el ser de este ente. Para nosotros los hombres, ser es vivir. La vida es un bien que está relacionado con otros bienes como la salud; ambos son bienes precarios y requieren cuidado y protección; pero vida y salud no se identifican. El hombre tiene la posibilidad de estar más o menos sano, pero no de estar más o menos vivo. Precisamente una de las dificultades más graves en la actualidad para la comprensión ética de la vida, es la reducción del valor de la vida a buena salud. En realidad, la salud es uno de los bienes de la persona, un bien moral en tanto que condición dispositiva para un bien mayor. Es un bien relativo importante, pero nuca se le puede considerar el bien de la persona. La falta de salud es siempre una reivindicación del valor singular de la vida humana.

En su sentido genuino, la vida humana ha de ser considerada como un todo, es decir, con un significado moral que difiere del simple hecho de sentirse vivo, de la vida meramente biológica o física, y es inseparable de la responsabilidad que el hombre tiene ante ella.

En realidad, la cuestión de fondo de la grave crisis contra la vida humana que se está imponiendo en todo el mundo, se debe a la claudicación del sentido mismo de la vida. La ‹‹cultura de la muerte›› ha desintegrado el sentido de la existencia. El hombre no reconoce que la vida es siempre un bien. Para llegar a comprender su valor moral y recuperar su significado, debería aceptar su vulnerabilidad innata: la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la muerte, que son realidades que se imponen por si mismas, y cuya existencia es inevitable. Pero la persona llega a darles un sentido, no por si mismos, sino en referencia a su propia vida. Son oportunidades únicas para profundizar en las raíces de lo que es más humano en el hombre. La causa, la razón para vivir no se halla en el simple bienestar, no es tampoco un sentimiento subjetivo ni arbitrario, sino que remite a una trascendencia que vincula al hombre a una realidad por la que vivir. Vivir resulta, al fin y al cabo, ‹‹un vivir para››, lo que supone el reconocimiento de la vida como un ‹‹don que se realiza cuando se da››13 y no el resultado de un accidente o de la casualidad.


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1 Véase la Declaración de la Pontificia Academia para la Vida "Sobre producción y uso terapéutico de las células estaminales embrionarias humanas", 25 de agosto del 2000.
2 Recientemente los diarios han publicado que los abortos se han duplicado en 10 años y que en el 2007 se ha llegado a los 112.138.
3 Frances KISSLING dirá que el infanticidio, el aborto, la eutanasia, etc. son acciones de verdadera libertad humana. Son decisiones basadas en la propia conciencia: freedom of choice. Kissling ha presidido durante 26 años la organización Católicos por el derecho a decidir (Catholics for a Free Choice), que defiende los derechos sexuales y reproductivos, y promueve la despenalización del aborto.
4 E. HAECKEL; Wonders of Life: A popular Study of Biological Philosophy, Harper and Brothers, New York, 1905, pp. 63-64
5 R. L. DICKINSON, MD and C. J. Gamble, M.D.: Human Sterilization: Techniques of Permanent Control, Waverly Press, Baltimore, 1950, p. 3.
6 M. SANGER, The Pivot of Civilization, Maxwell Reprint Company, New York, 1969, p.116 (Publicado originalmente en 1922).
7 Por ejemplo, tener hijos sin sexo, safe sex, en expresión de G.E.M. ANSCOMBE, You Can have sex without Children. Christianity and the New Offer, in Anscombe, The Collected Philosophical Papers of G.E.M. Anscombe, vol III: Ethics, Religion and Polítics. Blackwell, Oxford, 1981, pp. 82-96
8 E. HAECKEL; The Wonders of Life: A popular Study of Biological Philosophy, London, 1904, pp. 112-114.
9 Como se sabe, para la filosofía clásica la distinción entre persona y ser humano no es ontológica sino sólo lógica, toda persona es también individuo humano.
10 Cfr. J.RACHELS, La fine della vita. La moralitá de èutansia. Ed. Sonda, Turín 1989, p. 9 (ed. orig.The End Life. Euthanasia and Morality. New York: Oxford University Press).
11 J.J.THOMSON, Defense of Abortion, in The Rights and Wrongs of Abortion, M. Cohen et al. (ed.) Princeton University Press. Princeton, 1974, pp. 19-20.
12 C.S. LEWIS dirá que zoé es una enriquecedora vida espiritual que está en Dios desde toda la eternidad. Mere Christianity, Collins, Londres, 1967, p. 135. (Mero Cristianismo, Rialp, Madrid, 2005).
13 JUAN PABLO II, Evangelium Vitae.

  • 15 julio 2009
  • Maria Victòria Roqué
  • Número 30

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