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Fe y personalidad: coherencia y maduración afectiva

Quiero agradecer a los organizadores la posibilidad de hablar y, además, ante un público tan selecto. Quizá se os agradece poco el trabajo que hacéis para la sociedad. Primero pensaba preparar la conferencia en un rato, pero no ha image-8fce7c5a4c461502752e180e301c3307sido suficiente. He tenido que dedicarle mucho rato. Sobre fe y personalidad no he encontrado gran cosa. O no he sabido buscar. Hay mucho sobre fe y persona, por ejemplo. Pero sobre fe y personalidad es más difícil. Lo tendríamos que centrar, pues, en lo que yo podría explicar sobre fe y personalidad. Existen unas pequeñas incursiones, o no tan pequeñas, en el mundo de la teología, de la filosofía, de la antropología. Pero en mi caso es la psicología, y desde el punto de vista conceptual nos situamos un poco más abajo. No sé si son incursiones o excursiones. Pasaré por encima, porque puedo tropezar con alguno de esos temas. Y, si tropiezo, ya me ayudaréis.

Primer punto, la personalidad. Yo con el mundo material, con la mesa, el micrófono, me relaciono con el cuerpo. Y con el mundo espiritual o inmaterial me relaciono con la psicología, con mi manera de ser, con la personalidad. Las dos cosas son importantes y, en el fondo, son lo que tengo para relacionarme, no tengo nada más. Aquí no hay nadie igual desde el punto de vista físico. Desde el punto de vista psíquico tampoco hay nadie igual. Lo físico lo entendemos muy bien. Es genético. Este niño tiene las orejas del abuelo. Y aquel niño tiene los ojos de la madre. Desde el punto de vista psíquico también todos somos diferentes, no existe nadie igual.

La personalidad son dos cosas juntas. Hay que concretar un poco los términos. Existe una cosa que es el temperamento y otra cosa que es el carácter. Y todo junto da la personalidad. Cuando lo explico a los alumnos les digo que tengo una bolita que es el temperamento y otra bolita mayor que es el carácter. Y al final lo que sale, con lo que me relaciono, es la personalidad.

Ésta sería una forma de entender la personalidad. Desde ese punto de vista, la personalidad es algo muy físico, muy orgánico. Al decir esto no soy determinista. Lo explico. La personalidad depende del temperamento, y el temperamento no lo puedo cambiar. Yo entiendo que no puedo cambiar mi corporeidad, porque genéticamente estoy determinado a ser de una manera. Y psíquicamente también estoy determinado a ser de una manera. Hay unos neurotransmisores, hay unos circuitos cerebrales que yo he heredado y me resulta más fácil hacer unas cosas que otras. Puedo ser más ordenado o más desordenado, puedo ser más lanzado o menos lanzado. Todo tiene una base física. Todo tiene una base orgánica. Puedo tener una especie de vocación mística, pero se apoya en unos neurotransmisores. El primer punto es fe y personalidad. Tengo que distinguir: una cosa es la personalidad y otra cosa es la persona. Por eso, cuando quería entrar en el tema de fe y personalidad, he dicho que ante todo había que hacer una distinción. Yo no soy mi personalidad. Tengo claro que no soy mi cuerpo. Mi cuerpo me responde o no me responde. Pero yo soy algo más que mi cuerpo. También soy algo más que mi personalidad. Para los griegos era la máscara, la forma de representarse de cara a fuera. Pero existe otra cosa, que es el alma o el principio vital. No el yo psicológico, que, tal como se emplea en psicología o en psiquiatría, es mucho más orgánico, es la manera de ser de fondo. Si creo que existe un alma, un principio vital que me mueve, la fe va aquí. La fe no va con la personalidad. Ahora bien, no tengo otro modo de expresarme con el mundo físico o con el mundo psíquico que mi manera de ser. Quiero decir que la fe la expresaré tal como soy yo, no la puedo expresar de otro modo. Al igual que no puedo expresar corporalmente de una forma diferente. Por eso, cuando estudiaba y leía esas cosas, sobre fe y personalidad he encontrado poca bibliografía. Existe mucha bibliografía, pero no sobre fe y personalidad. Por ejemplo, todos los libros de moral, o todos los libros de ascética, en el fondo están hablando de psicología, están hablando de una manera de ser que es con la que nos relacionamos con nosotros mismos, con la gente, con Dios, etc.

Una buena ascética, por ejemplo, tiene que basarse en una psicología correcta. Ello es obvio. Y al revés. Una psicología correcta tiene que partir de un principio: el alma es lo que informa. Santo Tomás decía que el alma es lo que da forma al cuerpo. Ésta sería la expresión más correcta. Pero, claro, cada cuerpo es diferente. Y aquí es donde entra el tema de la personalidad. Lo de que el temperamento no se cambia le cuesta mucho de entender a la gente, sobre todo a algunos de los alumnos que tengo en el máster, que suelen ser gente muy valiosa humanamente y a ellos les parece que pueden cambiarlo todo. Pues no, todo no lo puedo cambiar. No puedo cambiar lo físico, tampoco puedo cambiar algunas cosas de mi temperamento. Lo puedo cambiar con el tiempo, con el carácter, con la educación, con la formación, con lo que leo, con lo que estudio, las películas que he visto, los libros que he leído, los compañeros que he tenido, la escuela donde he ido. Todo ello es lo que atempera lo que yo he heredado y hace que después tenga un tipo de personalidad.

Ésta es una forma de abordar la personalidad. Otra forma sería considerarla la conjunción de tres cosas: el pensamiento, la afectividad y las tendencias de conducta. Eso es lo que dice la psicología. Es una distinción didáctica, diríamos, porque en el fondo el hombre es unitario. Actúo con el pensamiento, la afectividad y las tendencias de conducta. Actúo unitariamente. Pero, a la hora de estudiar por qué yo reacciono de un modo o de otro, lo tendríamos que dividir, y ésa sería una forma de dividirlo.

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Las tendencias de conducta, cuando lo estudiamos, son lo más orgánico, lo más temperamental. Por eso es difícil juzgar a la gente. No sé, yo no puedo juzgar una persona que es muy ordenada, a lo mejor no es ordenada, sino que es maniática. O una persona que es muy lanzada, a lo mejor no es muy apostólica ni tiene mucha empatía, a lo mejor tiene un tipo de funcionamiento afectivo que, si no lo cuida, le perjudicará y que le lleva a actuar así, y al otro lo lleva a ser más ordenado, o a ser más meticuloso o más estudioso. O a otro a ser más de acción. Digo esto porque a la hora de juzgar a la gente nos resulta muy difícil. Un problema que tenemos los psiquiatras, o vosotros también en otro aspecto: en una acción mala, ¿qué hay de malicia y qué hay de enfermedad? No es fácil distinguir esto, porque no es fácil saber hasta qué punto a esta persona con estas condiciones le es más fácil equivocarse en estos aspectos.

Una cosa son las tendencias de conducta. Hoy, San Pablo, es el día ideal para poner este ejemplo. Cuando hablo del temperamento, explico que es como una moneda de dos caras. Yo puedo ser muy ordenado, meticuloso, puedo ser una persona leal, responsable, puedo prestar atención a las cosas pequeñas, puedo ser una persona en quien la gente puede confiar. Ésta es la cara buena. Pero después viene la cara mala. Porque la moneda tiene dos caras. La cara mala sería: también soy rígido, soy demasiado exigente conmigo mismo, con lo cual también soy exigente con la gente. A veces las cosas materiales pasan por encima de las personas.

San Pablo no cambió su temperamento. Cambió, ya lo hemos dicho antes, su alma. Le tocaron, y la misma fuerza que tenía San Pablo, el mismo temperamento y personalidad que tenía para hacer unas cosas, los empleó de un modo diferente. Pero no cambió. Es cierto que el temperamento no lo puedo cambiar. El carácter lo puedo ir trabajando. Pero debo procurar que, de mi manera de ser, caiga la cara buena. Uno puede ser muy inteligente. Es bueno ser inteligente. Pero tiene un problema. Se puede ser un soberbio, un pedante, una persona que prescinda de los demás. Se puede ser muy guapo, se puede ser un seductor. Se puede ser muy fuerte físicamente, se puede ser un provocador. Pero, claro, para curar a una persona no le quitaré neuronas, no le estropearé la cara, no lo desquiciaré. Donde tengo los rasgos más importantes de esa moneda es donde también tendré los problemas más importantes, ¿no? Porque, cuando se gire, los rasgos que hay en esa moneda también son los que me pueden perjudicar más. Por eso con el carácter, y aquí podríamos hablar del tema ascético si hablamos de la personalidad, con el carácter todos tenemos que trabajar cosas diferentes. Por eso no se pueden dar consejos globales.

Mencionaba el pensamiento, la afectividad y las tendencias de conducta. Fe y personalidad. La fe no va a la personalidad, la fe va a la persona, va al alma. Lo estaba pensando después, cuando al hablar de la afectividad image-eecd31e8c05940a28f854f84c24afa8epensaba en el tema del celibato o pensaba en el tema de la madurez que se exige a un sacerdote o a una persona que quiere dedicarse a los demás en un trabajo de servicio. Leo lo que dice Ratzinger sobre fe y persona: «La fe es un don recibido de Dios, no es nunca algo fabricado ni inventado. Requiere, por lo tanto, actividad y receptividad. Un recoger y un realizar. Un don y un trabajo». Y ahora otra frase muy concreta: «Es teoría y praxis. Es conocimiento y es también acción». Y aquí tenemos el primer problema. Es cierto que la fe actúa sobre el alma. Pero después la expresará una manera de ser. Y de entrada ya tengo un pequeño problema con la receptividad, ¿no? La receptividad exige un trabajo previo sobre mi carácter para que me sea más fácil acoger, para que sea más receptivo a lo que me puede decir la fe, ¿no? Y después la acción de cada uno será diferente. Lo veremos si comparamos lo físico con lo psíquico.

De lo físico entendemos muy bien que se encarga la fisioterapia. De lo psíquico sería la psicoterapia o, si queréis, la ascética, como veremos después. ¿Vale? La fe es un don de Dios, y eso sería una excursión en el mundo de la teología, por donde paso rápido. Pero ante todo exige una opción que es trascendente. Y esa opción ya modifica la personalidad porque es lo que más incidirá luego en mi actuación. La fe actúa, no sé, sobre la razón, sobre el corazón, sobre la libertad, sobre la voluntad. Y la fe sobre todo tiene otra ventaja muy importante. Si hemos dicho que la personalidad es la conjunción del pensamiento, la afectividad y las tendencias de conducta, la fe ya actúa sobre el pensamiento, que en el fondo es lo único que tengo libre. Yo a mis pacientes les digo que la mejor medicina y la más barata es que piensen. Pero no es fácil, ¿verdad? No es nada fácil que la gente piense. La gente muchas veces está pegada a unos seudopensamientos que, en el fondo, son afectividad o son pensamientos. La fe de entrada da algo que es muy importante: da a la razón una información privilegiada. Me da una explicación para muchas cosas que de otro modo no llegaría a saber pensando yo solo. Por ejemplo, de entrada la relación con Dios o tener como modelo a Jesucristo. Y me da también una cosa que es muy importante: una facilidad para conocer más rápidamente las cosas. Y aquí no hace falta que os hable de los dones del Espíritu Santo, de su sabiduría, de su ciencia. Esto ya forma parte de mi personalidad. Quiero decir que esto ya es pensamiento, es una manera de entender el mundo. La afectividad... Leíamos un artículo de Ratzinger sobre fe y persona. El alma configura el cuerpo y no es caer en el determinismo si os digo que, independientemente del alma, todo lo que hacemos con el cuerpo, incluso los sentimientos más elevados que se nos pueden ocurrir, o los más desgraciados, todos tienen una base orgánica de la que no podemos prescindir.

Decíamos que existe una fe de primera mano, que es el trato personal con Dios, el conocimiento, el encuentro personal con Nuestro Señor, y una fe de segunda mano, que es la experiencia de los santos, por ejemplo. La experiencia es una fuente de conocimiento. Hablaremos después del tema del modelo. Porque, cuando hablamos de las tendencias de conducta, existe un tema clave a la hora de poder marcar un poquito a la gente cuál es la conducta adecuada: no hay image-24505399b26c22d3695adc163160a2b5nadie que se mueva si no tiene un modelo. Necesitamos un modelo. Y aquí sitúo la gran explicación desde el punto de vista mío, y más pobre de la psicología, de la experiencia de Jesucristo. Tenemos un modelo. Para lo que nosotros estamos haciendo era muy difícil encontrar un modelo. Y ya lo tenemos: es Jesucristo. San Josemaría decía: «Piedad de niños y doctrina de teólogos». Tanto la afectividad como las tendencias de conducta son más difíciles de controlar si no hay un pensamiento fuerte. Esto tendría que ver, no sé, vosotros lo sabéis mejor, con la pastoral, con la manera como se transmite la fe. Me parece que una de las sesiones es sobre la transmisión de la fe.

Todo el mundo necesita un modelo. Yo puedo explicar teóricamente a la gente lo que tienen que hacer, pero si no tienen un modelo no lo sabrán hacer. Dicen que el lenguaje verbal transmite muy poco. Había un artículo muy bueno de Jutta Burgraff, esa chica que se murió hace poco, que hablaba precisamente de esto: el hombre es un ser relacional, la fe no la puedo transmitir sólo con teorías, la tiene que transmitir un hombre, tanto con el modelo como con la forma de transmitir, y el lenguaje verbal es muy poquita cosa. Yo transmito mucho más con los movimientos, con la cara, con la sonrisa, con la manera de estar con la gente que con lo que les explico. Y podéis hacer experimentos con los niños pequeños. A un niño pequeño le echas una bronca y le dices que es una especie de zoquete y que es medio subnormal y que no servirá nunca para nada y se lo dices riendo y el niño está la mar de feliz. Y le dices todo lo que tú quieras de positivo con cara de enfadado y en tensión y el niño se echa a llorar. La gente lo que entiende mejor es la forma de transmitir, que los amen. Era el mensaje final del artículo de Jutta Burgraff: lo que la gente entiende es que los amen. Es un lenguaje que expresamos con el cuerpo, con la personalidad, no hay otro modo de hacerlo.

A la hora de definir la afectividad surgen varios problemas. La afectividad es la vivencia interior que tengo de mi propia existencia. Pero no la puedo controlar. Hoy me puedo levantar con dolor de cabeza y para mí el mundo es un desastre. O, no sé, puedo tener la gripe. O me puedo tomar dos whiskis seguidos y para mí el mundo es increíblemente bueno y todas las personas son buenísimas y vosotros sois una gente encantadora. A lo mejor son los dos whiskis, ¿no?

Los sentimientos no los puedo controlar. Lo que puedo controlar es la conducta. Pero los sentimientos no los puedo controlar. La afectividad, cuando hablamos de ella en psicología, tiene mucho que ver con algo físico, tiene mucho que ver con los neurotransmisores, con temas hormonales. La afectividad, tal como deberíamos entenderla, tiene más que ver con el conocimiento. Conocer es amar. A veces el sentimiento acompañará, a veces no acompañará. Esto no significa despreciar el sentimiento, ¿eh? Porque sin sentimientos no puedo funcionar, no estoy vivo. Yo noto que vivo precisamente porque tengo sentimientos. Y noto que estoy contento porque otras veces he estado triste. Necesito sentir. image-daa6cb6688c84475eb8b5de6c3f19510El sentimiento no es quien debe decirme donde tengo que ir, pero ha de ser un acompañante siempre. En psiquiatría existe una patología que es muy desagradable y muy difícil de pronosticar, la llamamos aplanamiento afectivo, cuando alguien no siente nada. Es mucho peor ese aplanamiento afectivo que estar deprimido o pasarlo mal. Pero el sentimiento, o la afectividad, no es quien debe decirme donde tengo que ir. Esto no nada fácil. Leía un artículo que hablaba de los sacerdotes, de la formación de los sacerdotes y de su madurez, que tienen la necesidad de cultivar también la madurez humana, que se manifiesta sobre todo en cierta estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas, en la manera recta de juzgar los acontecimientos y los hombres. Perfecto. Está bien dicho. Pero ¿esto cómo se hace? ¿Cómo se logra ser maduro? También explica otra cosa que está bien dicha, pero que se podría matizar. Dice que la madurez es algo dinámico, que se va adquiriendo. Un niño de diez años es maduro para los diez años. Y un señor de ochenta y siete es maduro a los ochenta y siete. La madurez es dinámica en el sentido que puedes mejorar el carácter, todo el mundo es maduro a la edad que le toca o en el lugar que le toca. Quizá quien lo ha definido mejor es un americano que dice que es maduro quien tiene una buena relación con su entorno. Es una buena definición, ¿verdad? Quien es capaz, allá donde está y en las circunstancias en que está, de relacionarse bien con lo que tiene alrededor. Y después pone una lista de características. De algunas de ellas hablaremos después.

Los psicólogos americanos hicieron una reunión para definir qué era la madurez. Y, además de las cosas normales, como la autoestima y la capacidad de tener proyectos, la tercera cosa que mencionaban era: es maduro quien piensa bien de los demás. Me lo he apuntado porque no deja de ser curioso. A la hora de buscar tres características que hacen que una persona sea madura, una de ellas es el pensar bien de los demás. Hoy en día se habla mucho de la autoestima. La autoestima, si la tomamos desde el punto de vista de la afectividad, es el sentimiento de sentirse bien, que puede ser lo de los whiskis, ¿verdad? No hay autoestima si no hay autocontrol. Quien tiene autoestima es quien tiene la percepción de que es capaz de controlar su vida, de tener un horario, una disciplina. Ello crea autoestima porque te da cierta seguridad a la hora de moverte. Siempre acabamos en lo mismo, porque decía que al final tiene que haber madurez en el juicio –es decir, en el pensamiento–; tiene que haber madurez en la afectividad; y tiene que haber madurez en la conducta, en la acción. 

Pasemos al último punto, las tendencias de conducta –que quizá es lo más psicológico– con una anécdota. Algunos veranos suelo invitar a Jordi Pujol allá arriba, a Queralbs. Estuvo un verano con Delors, no sé si os suena el socialista este, pasándose libros, en todo tipo de idiomas, sobre la gracia y la libertad. Una empanada increíble. Hablaban todo el día de eso, que si la libertad, que si la gracia, que si el hombre debería hacer y no hace. No sé, a dos intelectuales les dio un verano por estudiar este tema. Es complicado, por supuesto. Yo se lo dije desde el principio: esto es un misterio y no lo ha desentrañado nadie. Puedes darle las vueltas que quieras y leer muchos libros, pero no creo que te aclares. Pero sí podemos hacer algo nosotros. A veces, a los chicos más jóvenes les explico: ¿qué puedes hacer tú? Verás, la gracia es como algo que te cae encima. Si tú tienes una plataforma grande, pues pillarás más. Pero si eres la cabeza de un alfiler, pues pillarás muy poco. Tú lo que puedes hacer es que la plataforma sobre la cual caerá la gracia sea más grande. Es lo que decimos, que la madurez humana ayuda a la madurez sobrenatural. Aquí tenemos un problema. No sé si el chiste se lo inventó él, pero el otro día me hizo gracia un amigo que me decía: «Yo, cuando me muera, ponedme la inscripción VPO: “víctima del pecado original”». Pero aquí tenemos un problema con el tema de la conducta, porque image-5ede07f5f235771d1c5b2b22d401c60cahí hay algo que se ha desquiciado desde el inicio, ¿no? Por eso, cuando decíamos que la fe me avanza a mí cosas de conocimiento, también me avanza desde el punto de vista psicológico. Hay cosas que yo no podré controlar, hay cosas que parecen desquiciadas desde el inicio, de lo contrario, todo sería muy fácil, lo que pienso hago. Y no es tan fácil. Algunas tendencias no me salen tan bien, otras tendencias las tengo que controlar. ¿Qué dice la psiquiatría sobre el temperamento, por ejemplo? ¿O qué dice la psiquiatría sobre la personalidad? Volveré sobre la afectividad al hablar del celibato, porque es un tema quizá un poco más novedoso y que sale también más en los medios de comunicación.

Supongo que os suena Goleman. Es el hombre que definió la inteligencia emocional y que ha tenido mucho eco en todo el mundo y tal. Él define la inteligencia emocional diciendo que es un conjunto de habilidades que hace que yo siempre actúe positivamente para mí y para los demás. Cuando la gente de los másters me pregunta qué es tener inteligencia emocional, les cuento que es muy fácil hacer una selección de los alumnos a partir del cociente intelectual. Les hacemos un examen y el que es más listo obtiene un alto cociente intelectual. No tenemos nada, sin embargo, que mida la inteligencia emocional, y si no vamos con cuidado, no sé, en cualquier momento podemos formar a una gente que es muy inteligente pero unos perfectos psicópatas, porque la inteligencia emocional no sabemos cómo se mide. Ésta es, pues, la definición de Goleman: un conjunto de habilidades que me lleva a actuar positivamente para mí y para los demás. ¿Alguien sabe lo que es un hábito operativo bueno? Normalmente sale alguien y dice: «Sí, es la virtud, lo que decía Aristóteles, acentuar la virtud». Goleman, pues, no se ha inventado nada. Es un conjunto de habilidades, es igual que un hábito operativo; es decir, que lleva a actuar bien. Es lo mismo. Lo único que se ha inventado Goleman son las virtudes. Las virtudes es lo que nosotros podemos poner. Lo que os decía del carácter, lo que podemos variar del temperamento son las virtudes, los hábitos. No hace falta darle muchas vueltas. Por eso os decía antes que una buena ascética parte de una buena psicología. Siempre pienso en el primer punto de Camino: «Sé útil. Deja poso». Esto no es sobrenatural. Después viene lo sobrenatural. Pero si tú desde el punto de vista ascético dices algo que psicológicamente le aciertas, ya has pillado a aquella persona. Porque lo demás ya lo entenderá más fácilmente. O, por ejemplo, si cogéis cualquier libro de ascética o de moral, en el fondo, si se basan en una psicología correcta tienen más fuerza.

Hay muchos libros de autoayuda. Ayuda sobre todo para quienes los han escrito. La mayoría, a fin de cuentas, no dicen nada nuevo. A lo mejor no dicen tonterías, pero no hay un fondo. Ahora no quiero mencionar ningún nombre en concreto. El otro día leía uno que ha tenido mucho éxito, que es muy sugerente, pero lo vas leyendo y luego debajo no encuentras una antropología de verdad.

Hablábamos de las virtudes. ¿Y qué dice la psiquiatría de las virtudes? ¿O qué dice la psiquiatría de la inteligencia emocional? ¿O qué dice de la personalidad? Quien más ha estudiado todo eso es un tal Kroninberg. No lo conocía y un día fue a Bilbao. Y en muchos congresos asistía este Kroninberg, que es un entendido en la personalidad y el referente en esta cuestión. Hay que tener en cuenta que en psiquiatría se ha estudiado poco la personalidad seriamente. No existe ningún laboratorio que te pague para estudiar la personalidad, ya que no hay ninguna medicación. Ahora han empezado a decir que hay medicaciones que a lo mejor van bien para la personalidad y entonces ya dan más dinero. Pero hasta ahora Kroninberg era quien sabía más. Él ha recogido investigaciones de muchos otros. Del temperamento dice que son sencillamente cuatro cosas. Es para explicar que nosotros, en el fondo, en eso sí estamos determinados. Físicamente a nadie le preocupa estar determinado, tener los cabellos o los ojos de un color, o una altura u otra. Esto no nos preocupa tanto. Nos acostumbramos. También deberíamos acostumbrarnos a que desde el punto de vista personal somos diferentes y que habitualmente tenemos que trabajar cosas diferentes de los demás.

Kroninberg dice: en el temperamento hay cuatro cosas. Una es buscar novedades. Otra es evitar el mal. Otra es depender demasiado de la recompensa. Y la cuarta es la persistencia. El temperamento determina lo que yo he image-8d1eb1a170f3a6a0ed54bd516e6c5ee1heredado, no determina lo que haré después. A veces pienso que muchos de los que hace unos años... muchos misioneros, por ejemplo, tenían un tipo de temperamento que los empujaba a ser misioneros. Eran hombres que ahora mismo quizá hagan otras cosas, quizá hagan deportes extremos. Quizá hagan escalada en sitios complicados o quizá arriesguen en otras cosas. Para ser misionero hace falta tener unos rasgos de personalidad que a lo mejor no tienen los demás. Y esto no es mejor ni peor. Es diferente. Es una forma de expresar la fe. O, por ejemplo, depender demasiado de la recompensa y esperar demasiado una gratificación. Todo ello está relacionado con unos neurotransmisores concretos. Algo curiosos sobre la inteligencia emocional. Pongamos el ejemplo del tenis, para que se entienda con lo físico. Si lanzas una pelota a un niño pequeño, te la tira así, para dar el drive no tiene ningún problema el chiquillo, es un movimiento natural. Si más adelante quiere jugar a tenis, un día le tienes que enseñar a dar al revés porque, si no, perderá todos los partidos. Y esto es un movimiento relativamente natural, no le cuesta tanto aprenderlo porque de algún modo le viene un tanto dado. Ahora bien, si además quiere jugar a tenis de verdad, le tienes que enseñar a sacar, porque, sacando así al final no juega con nadie. Este movimiento lo deberá practicar muchísimas veces. A nosotros nos ocurre lo mismo. La inteligencia emocional está en el sistema límbico, bajo la corteza cerebral. También hay unos circuitos que tenemos impresos, algunos los tenemos muy fuertes, otros están licuados y otros los hemos de crear nuevos. Claro, por eso somos diferentes. Y cuando Kroninberg habla de las cuatro características, se refiere a circuitos de este estilo. Y eso no es bueno ni malo... Insisto que el temperamento no es bueno ni malo, como tampoco lo es el aspecto que tenemos desde el punto de vista de nuestra corporeidad. Pero debemos conocerlo.

Los psicólogos estudian estas cosas y se expresan de una forma gráfica. Si pensamos que el sistema límbico es como una tabla de cera, si yo con un punzón intento grabar un circuito y la cera está dura, es muy difícil hacerlo. Si la cera está muy blanda, nada, con un palillo puedo grabar lo que quiera. Hay unos neurotransmisores que hacen que la cera esté más blanda, con lo cual resulta más fácil grabar un circuito. ¿Y cuáles son esos neurotransmisores? Son los que se encargan de la afectividad, por eso a un niño le queda más lo que le dice la madre que lo que le dice un profesor que no tiene mucha aceptación. Es mucho más importante lo que le dice alguien que es un modelo para él porque le ablanda esta cera. Entonces resulta más fácil grabar. Por eso nos ha quedado más lo que nos decía un profesor que nos caía image-8c3cb6ea76e4c9aebf95f3fbe2fe5491bien y que nos trataba bien que un municipal que me ha puesto una multa que, evidentemente, creo que es injusta. Así pues, a la hora de grabar circuitos y de transmitir fe, es importante esto: ablandar un poquito, que la cera esté ablandada, de lo contrario es muy difícil grabar algo en ella.

Kroninberg dice que esas cuatro cosas son los cuatro rasgos característicos del temperamento. Y entonces elucubra, recogiendo un poco lo que se ha hecho hasta hoy en psicoterapia. Él relaciona la persistencia con la obsesividad. La facilidad que tiene uno para ser más persistente en una cosa. El tema de las virtudes... A veces me viene a ver gente con una gran confianza en sí misma y con cierta pedantería y me explica las cosas que hace bien. Y a lo mejor le tengo que decir: «Verás, tú estás dentro del orden, no eres un delincuente, tú eres un individuo ordenado, no por virtuoso, sino porque eres un maniático de mucho cuidado y un obsesivo, porque tú fuera del orden no estarías bien. No eres bueno porque lo hayas decidido. Eres bueno porque no entiendes que ésta es tu manera de ser correcta o donde te encuentras más cómodo. O no eres tan empático, o no eres tan simpático, o no te dedicas tanto a la gente. No paras de decirme que lo único que haces es darte a los demás, todo es para los demás y tal. Tú no te das cuenta, pero lo que buscas es una recompensa afectiva. No es un tema de virtud. Es un tema de temperamento que tienes que conocer». Persistencia. Ya hemos mencionado cuatro.

Y del carácter menciona tres. Aquí tenemos un punto previo, que es el autoconocimiento. Si uno no se conoce, pues muy mal. ¿Cómo puedo mejorar en una cosa si no sé en qué tengo que mejorar? Y a veces la gente pregunta: «Y si uno se quiere conocer, ¿qué tiene que hacer?». «Pues mira, primero uno tiene que reflexionar un poquito, pensar.» Habitualmente no lo hacemos mucho, eso de pensar. Dos: «Iría bien que escuchases». A veces algunos clientes, y a éstos, además, les cobro, me preguntan: «¿Y qué me aconseja usted?». «Pues escuchar.» «Esto es lo mismo que me decía mi madre.» «Es que quizá no hayas escuchado.» Porque lo que hacemos mal nos lo están diciendo continuamente. Y no una vez, sino muchas veces. «Oye, tú, no seas así.» «Oye, tú, frena.» «Oye, a ver si eres más tranquilo.» «Oye, muévete un poco más.» Nos lo dicen un montón de veces. Lo que pasa es que no prestamos atención.

Uno: reflexionar. Dos: escuchar. Y también falta un marco de referencia. Esto sería el pensamiento, o tener un criterio, o haberme formado antes, haber formado la conciencia.

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¿Cuáles son las tres cosas del carácter? Partimos del tema del autoconocimiento. La humildad, por ejemplo. Es muy difícil que uno se conozca si no es humilde. Y es muy difícil también si no es sincero. Hay mucha gente que es sincera, pero al cabo de cierto tiempo. Incluso sincera con el médico, que ya tiene mérito, porque además le cobra y el tío no te dice nada y al final te cuenta la verdad y le dices: «Pues mira, acabas de tirar una cantidad de dinero increíble. Si hubieras dicho esto el primer día, ya lo habríamos arreglado». Pero no es fácil.

Las tres cosas. Una el autodominio. Toda la psiquiatría del mundo, toda la psicoterapia, como al final la gente que piensa acaba más cerca de la verdad si no son individuos sectarios o que vayan con una idea preconcebida, al final la gente se acaba acostumbrando a lo verdadero. Esto es de psicoanalistas. Los psicoanalistas hablaban de tres temas que eran muy importantes en la psicoterapia. Los llamaban mecanismos de defensa buenos. Uno de ellos era el ascetismo, el autodominio. La percepción que tengo que yo intento dominar las cosas. La segunda, Kroninberg y compañía la llaman solidaridad; en realidad, es salir de uno mismo, es servicio, es amar a la gente. Y la tercera es la trascendencia, tener un sentido de las cosas. No da más de sí la psicoterapia. Tampoco da más de sí la ascética. Porque al final siempre es lo mismo, un dominio de las cosas o del tiempo, o de las personas si están cosificadas en listas o en lo que sea, un salir de sí mismo porque dando vueltas a uno mismo acabas en un pequeño puntito que eres tú mismo y que te acaba haciendo daño. No tiene sentido encerrarse. Y la tercera es la trascendencia. Significa que tienes que encontrar un sentido.

Un año a los del máster les puse de examen final: ¿tiene sentido la vida? Protestas, porque, «oiga, esto no tiene nada que ver con el negocio». «Dale más vueltas, al final quizá sí tenga que ver con los negocios.» Buscar un sentido. Quien lo ha trabajado más, y vosotros lo conocéis, es Viktor Frankl, el judío austriaco, tan amigo de Joan Baptista Torelló. Por cierto, hay un libro de Joan Baptista Torelló sobre psicología y vida espiritual, que para esos temas de los que estamos hablando ahora es superinteresante. Él explica un ejemplo muy bueno, de los años setenta, cuando en una especie de Cuernavaca, en México, había psicoanalistas en unas órdenes religiosas que se psicoanalizaban para ver si tenían vocación, y aquello, por supuesto, terminó muy mal. Carles Jordi escribió un artículo muy bueno sobre el tema. El problema no es la vocación, el problema es si uno vive bien o no la vocación. Frankl pone el ejemplo del bumerán. Tú tiras el bumerán y si te vuelve tienes que procurar que no te haga daño. Pero si te vuelve es porque has hecho algo mal, porque lo has tirado para que toque en algún sitio. En la cuestión de la trascendencia, si uno hace una cosa, la tira. Si toca donde tiene que tocar, en este caso la vocación, no surge ningún problema. Ahora bien, si no toca allá y da vueltas, al final sí puedes recibir. Frankl explica muy bien este ejemplo.

Leía unas cosas sobre la madurez. Antes he hablado del celibato y de la madurez afectiva. Son varios artículos y he hecho un resumen de ellos. Sobre todo dicen tres coses. La primera la autonomía. Una autonomía afectiva. No depender de la gente, no depender del afecto. La segunda es la soledad existencial y la tercera la trascendencia, ¿qué sentido tiene la vida? Pero, dándole vueltas, pienso, hombre, esto no es sólo para los sacerdotes, esto es para todos. image-5ddd300fbf971d20911658eac2bae7fdQuizá la diferencia que pueda haber con un sacerdote no tiene nada que ver con lo que decimos de la personalidad, sino con el alma, con la gracia, con otra cosa. Porque los tres temas sirven para todos. La madurez afectiva depende, en primer lugar, de no depender de nada, de no depender afectivamente de nada. Es una afectividad que de algún modo se alimenta a sí misma. Hoy en día se da mucha patología de eso de la dependencia. El segundo tema de que hablaban era la soledad existencial. Pero eso no lo tiene sólo una persona que no esté casada o una vocación religiosa. Lo tiene todo el mundo. En el fondo, cuando uno se muere está solo, ya puedes decir lo que quieras que estás allá solo. Y en las situaciones realmente complicadas uno está solo, se puede sentir acompañado pero las vive solo. Hay que saber aceptar la soledad esta, saber aceptar que existe una soledad que tengo que llenar yo, porque si la lleno con cosas de fuera me harán daño.

Y la tercera es la trascendencia. Aquí, en la trascendencia, hay dos cosas que a mí me parecen muy claras. Insisto que afectan más al tema del alma, la vocación y la gracia que a la personalidad, que es de todos. En la trascendencia hay el sentido de la paternidad. Supongo que conocéis a mucha gente que ha tenido un hijo y que cuando tiene un hijo cambia. Es otro planteamiento. En este sentido, un artículo hablaba de la paternidad de los sacerdotes, de sentirse padre de su entorno. Y la otra cosa de que hablaban era del sentido del trabajo. Un sentido del trabajo asistencial. Si uno de lo que está haciendo no tiene un sentido de servicio, de asistencia, de ayuda a los demás, le queda muy pobre, ¿no? Tampoco me parece que sean sólo los sacerdotes. Éste hablaba desde el punto de vista de la estabilidad, de la trascendencia, del sentido que tiene uno. En el fondo, es lo mismo que las tres cosas del carácter: el autodominio, la solidaridad (salir de uno mismo) y la trascendencia (tener un sentido de las cosas).

Dr. Joan de Dou

médico psiquiatra

Las tres características del carácter

Las cuatro características del temperamento

Las tendencias de conducta

La afectividad

El pensamiento

  • 17 marzo 2011
  • Joan de Dou
  • Especial 11

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