Archivo > Número 43

Dios hace crecer a las personas

Josep M. Rovira Belloso

Edicions Saragossa

Barcelona, 2012

196 págs.

 

El autor es bien conocido, tanto por su larga docencia –como profesor y jefe del Departamento de Teología de la Facultad de Teología de Cataluña–, como por su amplia producción  en temas de espiritualidad, teológicos, image-03ba793380c0ef618f1b5f7321b24790eclesiales, y de análisis doctrinal y filosófica/o.

Es el mismo Dr. Rovira Belloso quien, en la introducción, nos da las claves que constituyen las líneas estructurales de su libro.

Por un lado, menciona algunas «ideas de teología espiritual», fruto de una experiencia personal. Después, comenta la existencia de dos estudios, realizados un año después de dicha vivencia personal, que serán incorporados al presente libro: «Uno ... sobre la persona humana como imagen y semejanza de Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, lo que incluía un análisis sobre la capacidad de conocer, amar y actuar de la persona». Y el otro estudio «me obligaba a preguntarme de nuevo sobre la diferencia del Evangelio de Juan respecto de los sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas».

Y, esto, de modo que «estos dos temas, ambos extendidos sobre el fondo trinitario, aclaraban el significado de nuestra existencia abierta a la unidad trascendente del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Es aquí donde el autor encontrará los elementos –las categorías– para una concepción antropológica basada en la revelación, que le permitirá una visión profunda, y sugerente, de la naturaleza y actividad esenciales de la persona humana. Este es el contenido de la primera parte de la obra.

Otro objetivo del libro es, con vistas al diálogo con el agnosticismo, «una valoración del papel de la razón ante la existencia de Dios, sin olvidar el valor de la fe ante el amor de Dios que se da a las personas, como dice la Biblia de la primera a la última página». A este objetivo dedica la segunda parte del libro.

Finalmente, en la tercera parte, presenta una reflexión sobre el Pueblo de Dios, la Iglesia, tanto respecto a su actividad en el mundo –el ejercicio de la caridad–, como en lo que respecta a su dimensión sacramental.

De acuerdo con lo que acabamos de comentar, el autor titulará las tres partes de la obra: La persona humana ante Dios. La persona escucha la Palabra de Dios. Del corazón de la persona a la visibilidad del Pueblo de Dios.

La obra presenta, en el modus de exposición, unas características, diríamos, pedagógicas, y a la vez apologéticas. En la primera parte, hace un análisis detallado y preciso de la constitución ontológica de la persona humana, en analogía con la realidad trinitaria, inspirándose en autores como Basilio el Grande, san Agustín, Guillermo de S. Thierry y santo Tomás de Aquino. También cita elementos de la concepción de la persona del Dr. Jaume Bofill, y hace referencia al personalismo trascendente de Joseph Ratzinger.

Pensamos que el estilo empleado por el autor puede calificarse de pedagógico, porque encontramos unida a la precisión y claridad expositivas, una forma ordenada y progresiva –sistemática– en el desarrollo de las ideas, un volver sobre los conceptos esenciales de su planteamiento, de forma que queden establecidos sólidamente.

Son abundantes los textos que expresan su concepción antropológica basada en la Revelación bíblica. Así, «La persona humana es imagen de Dios porque se dan tres facultades que podríamos llamar 'divinas', porque Dios es un amor inteligente, que tiene una vida intradivina que, además, crea. Las tres facultades, amar, conocer y actuar, también se dan en el hombre». Más adelante, afirmará explícitamente que una de las «ideas fundamentales del presente escrito consiste en insistir en que la persona humana se parece, es análoga, a las personas divinas».

Llega a la conclusión de que las categorías esenciales que constituyen a la persona en sí misma son una inteligencia amorosa, o un amor inteligente, que subsisten en el sujeto, en la unidad del 'yo mismo' [del moi-même, de la mismidad]. Este es «el polo subsistente de la persona humana». Y junto, de forma inseparable, la relación: «A este polo corresponde el segundo, que es la relación. Sin ésta, la persona sería algo subsistente, pero no abierta a los demás (...) La persona es, por tanto, el sujeto responsable y libre, pero no encerrado en sí mismo, sino abierto y dado a otros en relación de amistad o hermandad, o bien de filiación o paternidad».

Si quisiéramos expresar en un solo término la noción clave, sobre la que se fundamenta y gira todo el pensamiento del autor, pensamos que podría ser que Dios es Amor, o mejor dicho, que Dios es una Trinidad Personal de Amor. De ahí brotan todas las consecuencias, tanto para acercarnos al conocimiento íntimo de Dios, como para alcanzar una más profunda comprensión del ser de la persona humana.

Dejemos, sin embargo, para el lector del libro, su personal descubrimiento y valoración de las precisiones, matices, intuiciones y perspectivas, que enriquecen los análisis y reflexiones del autor en torno a los temas brevemente apuntados.

La segunda parte se abre con la pregunta de si es posible la comunicación entre Dios y el hombre. Y contesta: «Aquí convergen la reflexión de la inteligencia y la agudeza de la fe en el Hijo del hombre, Jesucristo, que nos habla de Dios, 'mi Padre'». El autor centra su reflexión en el Evangelio de san Juan, y a lo largo de un extenso comentario, que podríamos llamar de carácter exegético y apologético, muestra cómo la revelación de Dios, que es el mismo Jesucristo, no sólo responde plenamente, sino que supera por elevación los requerimientos de la razón, y los anhelos del corazón humano.

En la tercera parte, el autor habla de la naturaleza y constitución de la Iglesia, como Pueblo de Dios. De la necesidad de la visibilidad de la caridad, y también de la liturgia. Describe los sacramentos y, con detalle, especialmente, la ceremonia eucarística. También describe el Año Litúrgico, contempla el Apocalipsis, como utopía cristiana, y presenta propuestas de renovación de aspectos de la vida eclesial.

En este punto, al hablar de la participación de los laicos en la extensión del Reino de Dios, nos hubiera gustado encontrar una referencia más explícita a la Lumen Gentium. La Constitución pone, en efecto, la santificación de la vida ordinaria como fundamento de su actuación cristiana en el mundo (cfr LG, nn. 33, 34).

Entre otros temas, queremos hacer una referencia particular a los capítulos sobre el sacramentos. Pensamos que siguiendo su objetivo de diálogo con el agnosticismo, el Dr. Rovira Belloso se plantea exponer, de manera que resulten más asequibles –digamos, como más creíbles–, algunas cuestiones difíciles para el lector no creyente o agnóstico.

Así, hablando del Bautismo, nos dirá que «Esta profesión de fe (se refiere a la de los participantes), de alguna manera, llega hasta el corazón del bautizado y le da la semilla de la fe, de la esperanza y del amor». De esta forma, se evita hablar de la acción del Espíritu Santo –que es Quien siembra propiamente la semilla–, cosa que resulta inasequible para el lector que no tiene la fe cristiana.

Otra cuestión se plantea cuando trata de la forma de presencia de Jesucristo en la Eucaristía. El Dr. Rovira Belloso habla de una «presencia entregada de Jesús al Padre y a nosotros». Y sigue diciendo que «el lector de este libro adivinará que esta insistencia en la 'presencia entregada' tiene como motivo el hecho de que la persona –en este caso, la persona divina de Jesús– se realiza plenamente por la presencia y donación o entrega de Jesús al Padre y a nosotros».

Ha quedado claro, a lo largo del estudio, que la persona humana es también relación, y sin ella quedaría incompleta en su ser. Pero decir que la persona divina de Jesús (Jesús es exclusivamente una persona, la del Hijo eterno) necesita para alcanzar su plenitud como persona, esta relación con el Padre y con nosotros, no parece adecuarse al carácter divino de la persona de Jesús, porque Él, la Segunda Persona de la Trinidad, es precisamente relación eterna con el Padre y con el Espíritu Santo (relación subsistente, diríamos, en terminología tomista), y no le hace falta, pues, esta nueva o segunda relación para realizarse plenamente como persona.

Con todo, hay algunos conceptos, que no discutiremos a fondo aquí, pero que, en mi opinión, convendría revisar en una próxima edición. Uno hace referencia a la persona divina de Jesucristo, y a cómo alcanza la plenitud como persona por la relación con el Padre y con nosotros. ¿No tiene ya esa plenitud por la relación filial al Padre en el seno de la Santísima Trinidad desde toda la eternidad? La segunda trata de la explicación de la presencia eucarística, y utiliza la expresión "cuerpo espiritual", una expresión que resulta ambigua, si no contradictoria.

El libro resulta un trabajo muy valioso, para todos, por la profundidad y claridad de las nociones con las que se enriquece el tema de la persona humana. Igualmente, los comentarios exegéticos al Evangelio de san Juan, nos abren horizontes y nos llevan a profundizar en la comprensión de la solidez y belleza de la fe cristiana. Y, finalmente, también su reflexión de la Iglesia, Pueblo de Dios, que hace visible el Reino de Dios en la tierra.

Pensamos que esta obra puede ser especialmente provechosa y recomendable para lectores no creyentes, o bien que se consideren agnósticos. Pero, aún más, para aquellos cristianos que se encuentren quizás con una fe debilitada, o poco razonada, ya que podrán encontrar alimento sólido para fortalecer su fe y su vida cristiana.

Ferran Rodríguez

  • 22 November 2012
  • Josep M. Rovira Belloso
  • Número 43

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