La Iglesia en China, una iglesia mártir
La historia de uno de los más extensos países asiáticos ha sido siempre muy rica en acontecimientos, también en el campo religioso, ya que los chinos se han caracterizado por ser natura sua intensamente religiosos.
Vamos a tratar de dar una visión de la Iglesia Católica en China, estudiando su desarrollo hasta llegar al día de hoy, teniendo en cuenta que, desde finales de los años cuarenta del pasado siglo, la ideología marxista ha llevado las riendas del gobierno de la República Popular. En los siglos anteriores, la Iglesia Católica conoció tiempos de prosperidad y también de dificultad pero, en las últimas décadas, ha sufrido un continuo estado de persecución por lo que se puede afirmar que la Iglesia, en China, ha sido una Iglesia mártir.
Evangelización de China
La primera evangelización fue la de los «nestorianos» en el siglo VII. La segunda, la hicieron los franciscanos durante el siglo XIV. Esta segunda evangelización tuvo una cierta permanencia pero, por falta de recursos, las comunidades católicas sobrevivieron con dificultades. La tercera evangelización la comenzaron los jesuitas –siglo XVII–. San Francisco Javier fue el primero en intentarlo, pero murió a la vista del gran territorio chino. Más tarde, los jesuitas Matteo Ricci y Michele Ruggieri consiguieron entrar en el continente y evangelizar por muchos lugares. Llegaron a diferentes sectores de la sociedad: algunos ministros del Emperador se bautizaron al recibir la Fe gracias a la predicación estos dos jesuitas. Llegaron después los dominicos –de nuevo, los franciscanos–, los agustinos, los paúles, etc. Un problema afectó a esta evangelización: los jesuitas quisieron hacerla con un espíritu «inculturizador», asumiendo los «ritos chinos»; pero tal «inculturación» no fue bien aceptada por los otros religiosos misioneros. Todo acabó con una fuerte polémica que resolvió la Santa Sede. Sin embargo –a pesar de las discrepancias jurisdiccionales– los católicos se multiplicaron por todo el territorio. Hubo vocaciones para el sacerdocio, para el estado religioso y se crearon devotas comunidades católicas, centros de enseñanza, etc. La «disolución oficial» de los jesuitas por Roma afectó más tarde, negativamente, a la expansión misionera. A esto se añadió alguna persecución por parte de los gobernantes de algunas provincias. Entre el 1802 y el 1811, las contradicciones que sufrió la Iglesia conocieron un punto álgido, y la «revolución de los boxers» (1899-1900) incrementó la persecución: se expulsaron misioneros, hubo martirios, algunas deserciones o apostasías, se confiscaron bienes, etc. La persecución se iría repitiendo durante el siglo XX y en los comienzos del XXI.
La Iglesia en la China en el siglo XX
En el año 1926 fueron consagrados los primeros obispos chinos y la Iglesia –con jerarquía nativa– conoció momentos de esplendor. Los católicos fueron ejemplares en honrar y exaltar las más nobles tradiciones culturales, artísticas y morales del gran pueblo chino y en el año 1946 el Arzobispo de Pekín fue nombrado cardenal. Fue el primero y en aquellos momentos la Iglesia tenía incluso tres universidades: Aurora en Shangai, Fu-Jen en Pekín y Tsin-ku en Tien-Tsin.
En 1921, se fundó en Shangai el Partido Comunista Chino, y a partir del 1935, adquirió una gran fuerza política. Un poco antes de la segunda Guerra Mundial, los comunistas vivieron la llamada «Larga marcha», que les llevó a fundar un estado independiente en el Norte. Inmediatamente después de la Guerra Civil entre los marxistas de Mao Zedung y los nacionalistas de Chiang Kai-shek (1946-1949), el partido comunista adquirió un papel predominante en la política que dio lugar a una nueva persecución de la Iglesia de manera metódica y hábil. A partir de la proclamación de la República Popular el día 1 de octubre de 1949, la persecución a la Iglesia católica adquirió tintes más agresivos, a pesar de que los gobernantes afirmaban respetar el artículo 88 de la Constitución referente a la libertad religiosa. En aquel momento, los católicos chinos eran unos tres millones y medio, con más de 6.000 sacerdotes. Las religiosas eran unas 7.400 y los religiosos unos 800. También había muchos seminaristas en diversas diócesis. La Iglesia tenía 20 archidiócesis, 85 diócesis y 34 prefecturas apostólicas en las que había colegios, universidades, hospitales, orfanatos, etc. y con iniciativas en muchos ámbitos sociales. La pauta que siguió el Gobierno Comunista contra la Iglesia era el acusarla de ser un «imperialismo disimulado" bajo el engaño de la religión.
Como se ha explicado en muchos lugares, el Gobierno Comunista ateo empieza en seguida, con un gran afán, un planeado ataque a la Iglesia, tachándola de «contrarrevolucionaria e imperialista» y se le impuso entonces el Decreto de la «Triple autonomía».
El Decreto de la triple autonomía
¿En qué consistía? En ese Decreto se reconocía a la Iglesia autonomía en tres aspectos: el económico, el jerárquico-institucional y el doctrinal. O sea, se exigía: a) propio gobierno o self-governement (Tze-Yang), b) autonomía evangelizadora o self-propagation (Tze-Chuan) y c) autonomía económica o self-support (Tze -Yang). Sin embargo, se formulaba con muchísima ambigüedad y la intención oculta era conducirla hacia una Iglesia Nacional no sometida a Roma y que, por lo tanto, no pudiera recibir ayudas desde fuera, que los evangelizadores –obispos, sacerdotes, religiosos, etc.– fueran sólo chinos y simpatizantes con el marxismo. Efectivamente, a raíz de este Decreto, se expulsaron a los misioneros extranjeros y se coaccionó a los obispos y presbíteros chinos a estructurarse en una «Iglesia patriótica» nacional o autónoma e intentaron también que la doctrina cristiana se explicase con un matiz marxistoide. La Iglesia patriótica se convirtió así en una realidad entre 1958 y 1960: el que no aceptaba este Decreto era perseguido y era condenados a diversas penas (confinamientos, prisión, muerte, cadena perpetua, campos de reeducación etc.). A partir de entonces la Iglesia fiel a Roma pasó a ser una Iglesia clandestina que fue perseguida y sobrevivió en las «catacumbas» del país.
La Iglesia nacional-patriótica
En 1960, la Iglesia patriótica consagró los primeros obispos sin el visto bueno de Roma. Se conseguió la división de la Iglesia católica. Los papas Pío XII –con la Carta Apostólica Cupimus imprimis, las Encíclicas Ad sinarum gentes y Ad Apostolorum principis– y Juan XXIII y Pablo VI, con algunas intervenciones diplomáticas, hicieron todo lo posible para resolver el problema: intentaron la liberación de los obispos Ignacio Gong –que unos años después sería nombrado cardenal in pectore por Juan Pablo II– y James Wallsh, que obtuvo la libertad gracias al presidente Nixon, mientras, tras unos juicios populares, el padre Li Chang quedó encarcelado con otros obispos y sacerdotes.
Ayuda a la Iglesia china
La Iglesia universal se ha sentido vinculada con sus hermanos chinos y ha procurado darles todo tipo de ayuda espiritual y material. El Centro de Estudios del Espíritu Santo de Hong Kong ha sido, con el tiempo, la atalaya para conocer en todo momento las necesidades de los católicos chinos. Algunos viajes del Cardenal Etxegaray, de diferentes delegaciones vaticanas y de algunos obispos católicos, han aportado un mayor conocimiento de las relaciones entre la Iglesia Católica clandestina –fiel a Roma– y la Iglesia patriótica controlada por los comunistas. Como alguien dijo: «adentrarse en China, supone hacer un importante esfuerzo para cambiar de mentalidad y ser muy cuidadosos con las valoraciones», ya que China es otro mundo: 1.300 millones de habitantes y una extensión equivalente a diecinueve veces España ».
Estado actual de la Iglesia
La Iglesia clandestina es pobre en recursos y se siente un poco abandonada. Así lo ha afirmado recientemente el cardenal chino de Hong Kong. Siempre ha sido perseguida desde que Mao Zedung se hizo con el poder. Además, la «revolución cultural» entre los años 1966 y 1976, supuso un incremento.
Esta Iglesia china aunque tiene unas 120 diócesis, alrededor de 40 no tienen obispo porque no hay acuerdo entre Pekín y el Vaticano. Por lo tanto, conviven dos comunidades, la patriótica tutelada por el Gobierno, y la clandestina perseguida. En esta situación muchos católicos «nadan entre dos aguas», sin saber qué hacer. Luis Jin Luxian, obispo de Shangai, considerado por la Santa Sede como interlocutor y Miquel Fu Tieshan obispo de Pekín han sido consagrados en la Iglesia patriótica, con el consentimiento de Roma, como mal menor. A partir del año 1980 el Gobierno va mostrando una cara diferente hacia el mundo occidental y, consecuentemente decrece la persecución más violenta.
El Gobierno chino impone siempre una condición previa para poner fin al problema: el reconocimiento del Estado de la República Popular China y la ruptura con Taiwán. Entre tanto va habiendo intentos de comunicación entre los obispos de ambas «iglesias» y se han dado algunos pasos positivos, pero aún son insuficientes para resolver la situación cismática y el mal trato de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos fieles a Roma.
Algunos creyeron que con los Juegos Olímpicos de 2008 el Gobierno comunista chino daría el paso definitivo para resolver todos los problemas creados desde 1949. Pero no fue así y un informador fehaciente comentó que, a pesar de estos Juegos, «los controles se hicieron más exigentes, la censura de Internet fue intensa en todas las conexiones electrónicas» y continuó la «prohibición de introducir Biblias». Sin embargo se consiguieron algunas mejoras: se atendieron algunas necesidades básicas e incluso se consiguió alguna ayuda para la construcción o restauración de templos u otros lugares diocesanos. La Iglesia clandestina aproximadamente cuenta actualmente con unos 60 obispos y 600 sacerdotes, aunque la mayoría están sometidos a un arresto domiciliario o están estrechamente vigilados. Sólo algunos han logrado evitar el control.
Las autoridades comunistas reconocen oficialmente a cinco religiones: el budismo, el taoísmo, el islamismo, el protestantismo y el catolicismo, para dar la impresión de que se cumple la Constitución que garantiza la libertad religiosa, pero cada una de ellas tiene su versión patriótica vigilada por un Ministerio o por alguna otra institución gubernamental.
El censo actual de fieles católicos –sumando las dos «comunidades»–, se cifra en unos 12 millones.
Últimos intentos de reconciliación
Juan Pablo II hizo un llamamiento a los católicos chinos desde Manila en el año 1981. Más tarde, en el 1982 escribió la carta Caritas Christi expresando su preocupación por el estado de la Iglesia en China. En el 1989 se creó la Conferencia Episcopal dentro de la Iglesia clandestina, pero sin ninguna efectividad. En el 1998 Juan Pablo II invitó a los obispos Matías Duan y Josep Xu a participar en el Sínodo para Asia celebrado en Roma pero las autoridades chinas les prohibieron el viaje. En el 2000 la Iglesia patriótica volvió a consagrar ilícitamente cinco nuevos obispos aunque ocho sacerdotes se negaron a ser ordenados obispos sin el permiso del Santo Padre. Un obispo clandestino, mons. Han Zhihai, envió una carta a todos los obispos chinos en busca de la unión. En el 2005, el presbítero José Xing fue consagrado obispo con permiso de la Santa Sede y del Gobierno Comunista, abriendo así nuevas esperanzas de acabar con el cisma. En el Sínodo sobre la Eucaristía –en el año 2005– fueron invitados varios obispos chinos de las dos Iglesias, pero el Gobierno volvió a desautorizar el viaje.
En su Carta a los católicos chinos del mes de junio de 2007, Benedicto XVI evitó mencionar la Iglesia clandestina y la oficial-patriótica y se refirió sólo a «la Iglesia en general» sin hacer ninguna distinción. Les proponía vivir en la unidad de la fe, de la caridad y de la esperanza, perdonándose mutuamente de todos los males sufridos durante tantas décadas y en busca de la reconciliación. Benedicto XVI no olvidó tampoco el pedir a los gobernantes que respetaran la libertad religiosa y que la Iglesia pudiera elegir con plena libertad su jerarquía.
Benedicto XVI, denunciaba la falta de libertad religiosa en China y mostraba su preocupación por los miles de ciudadanos católicos que en los últimos cincuenta años han sido perseguidos a causa de su fe, recordando a la Iglesia Católica como el grupo religioso más martirizado.
Hacía referencia también a algunos gestos preocupantes como era la promoción de una Asamblea de obispos que se iba a hacer sin el permiso de Roma o el de la consagración de un nuevo obispo sin el visto bueno del Papa. El Papa pedía una vez más a los católicos chinos «fe, paciencia y fortaleza» para mantener su fidelidad a Roma y los exhortaba a «no desanimarse ante las limitaciones a la libertad de religión y de conciencia» y a mantener viva «la llama de la esperanza»... y «que el amor de Dios otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a comprometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos».
Mirando al futuro
Los católicos chinos tratan de superar los inconvenientes a la evangelización con soluciones imaginativas que les abren caminos de cierta libertad. Por ejemplo ha habido encuentros en la parroquia de San Salvador de Pekín; se han creado editoriales, con la ayuda de la Misión alemana, para publicar libros de espiritualidad y de teología; en la iglesia de San Salvador de Pekín, los sábados hay una reunión en la que participa un gran número de chinos para comentar el Evangelio. Estos encuentros sirven además, para que todos expongan las dificultades que deben resolverse y procuren ayudarse buscando soluciones. «A menudo –dice un periodista– son invitados sacerdotes y profesores universitarios para dar conferencias. Todo ello permite un interesante intercambio de opiniones para colaborar en la promoción de la evangelización y también convertir las parroquias en puntos de encuentro de católicos con cristianos de otras confesiones». También en Pekín, en otro templo –el de San José– ha aumentado el número de los fieles que reciben los Sacramentos y sabiendo que acuden muchos extranjeros, han colocado en el exterior la letra del Credo, imágenes cristianas e informaciones sobre actividades pastorales para dar a conocer la fe. También han podido abrir sus puertas algunos santuarios dedicados a la Virgen.
Mateo Ricci en el 2001
El recuerdo de los 400 años de la llegada de Mateo Ricci a China fue celebrado el año 2001 por todas las autoridades civiles y religiosas. Era el jesuita italiano que llegó a Pekín el año 1601 y del que decía la prensa: «Considerado el sabio de Occidente y puente entre dos culturas, el misionero, que adoptó el nombre de Li Madou, supo abrir una nueva vía a la inculturación de la fe»... «Los frutos culturales y religiosos del acontecimiento se manifiestan con publicaciones u otras iniciativas. En la capital china, la tumba del jesuita es visitada por todos los ciudadanos del país, creyentes y no creyentes».
Los «libros rojos» sobre la Iglesia china
Rememorando el Libro rojo de Mao, aparecieron dos libros que llevaban como inicio del título también: El libro rojo... Uno fue Le comunisme et l´ Église Catholique, le livre rouge de la persécution de Albert Galter (1956), editado en España con el título de Libro rojo de la Iglesia perseguida; y el otro de Gerolamo Fazzini, llevaba el título de Libro rosso dei martire cinese (2006), que se acaba de editar en España por Ediciones Encuentro.
Los testimonios de estos dos libros coinciden sustancialmente con todo lo que se ha expuesto. Concretamente el segundo se mueve en una actualidad histórico-documental. Se trata de un interesante relato que muestra las persecuciones de los católicos chinos durante décadas pero, sobre todo, las que tuvieron lugar durante la dictadura de Mao Zedong entre 1948-76. Fueron tres decenios, en los que muchísimos cristianos fueron juzgados, maltratados y encarcelados sólo por el hecho de ser católicos entre los que también había algunos intelectuales, escritores, opositores políticos, etc. Cada uno tiene su propia historia con el denominador común de ser considerados personas que no pensaban como el dogmático partido comunista. Al morir el Gran Timonel y “Gran Dictador”, la persecución continuó pero con menos virulencia.
Los testimonios de El libro rojo de los mártires chinos se refiere a los sacerdotes y laicos católicos que fueron perseguidos. Es impresionante considerar que un hombre o una mujer hayan podido pasar más de treinta años en prisión por el solo hecho de creer en Jesucristo y de ser fiel a la Iglesia. Verdaderamente es un libro que ha venido a llenar el vacío que había sobre la Iglesia china verdaderamente mártir. Los testimonios que aporta Fazzini se introducen con un prólogo escrito por el cardenal José Zen Ze-kiun, arzobispo de Hong Hong que dice: «Las páginas que siguen no son sólo páginas de sufrimiento y dolor porque son también, por encima de todo, páginas de alegría»... «De entre los numerosos católicos encarcelados en China durante más de treinta años, no pocos nos han dejado sus memorias. Muchas han estado ocultas en cajones durante mucho tiempo. Había motivos válidos para eso: no se quería inquietar a los poderes públicos, exponiendo a peligros más graves a nuestros hermanos en la fe. Sin embargo, debemos admitir que también había una especie de temor porque, durante muchos años, el maoísmo ha sido exaltado por encima de todo límite razonable y ocurría que quienes no estaban de acuerdo no tenían el ánimo o la libertad interior suficiente para hablar al margen de aquella ideología. Tal vez temían ser tildados de reaccionarios pero, continuar hoy en el camino del silencio, sería un error incomprensible e imperdonable».
La figura de Mao Zedong ya ha sido desmitificada, pero los católicos chinos que pertenecen a la Iglesia clandestina continúan sin la libertad debida. Habrá que seguir historiando lo que sucedió y aún sucede. Recomiendo empezar a leer el libro de este periodista en las páginas 268-288, donde se muestra una clara síntesis histórico-cronológica de esta Iglesia mártir durante estos períodos: la fundación del partido comunista, el liderazgo de Mao Zedong, la guerra mundial, la guerra civil china entre 1946 y 1949 , la proclamación de la República Popular, la revolución cultural, etc. Ahí se ve cómo los católicos fueron considerados enemigos del pueblo y acusados ??de ser aliados del imperialismo. Han sido millones los católicos chinos que han sufrido una larga persecución bajo tribunales populares con gulags, torturas, campos de concentración y reeducación, embargos de bienes, cárceles, interrogatorios extenuantes, expulsiones o confinamientos, etc.
El primer testimonio, escrito en forma de diario que se recoge, es del sacerdote Francisco Tan Tiende, que pasó treinta años haciendo trabajos forzados en diversos rincones de la China continental. Había nacido en 1916 y ordenado sacerdote en 1941. Fue encarcelado desde 1953 hasta 1983. A partir de ese momento –y hasta los años 90–, trabajó heroicamente como sacerdote en diferentes lugares. Siempre pensó que Nuestro Señor era más fuerte que todo, por encima de toda contradicción, y se sintió amado por Dios porque sabía que su vida era preciosa a los ojos divinos. Por eso Dios lo salvó de la desesperación, de la inutilidad de una vida de entrega hecha de gestos pequeños y cotidianos y lo liberó del miedo de vivir una vida sin sentido.
La narración del sacerdote Juan Huang, también encarcelado y condenado a trabajos forzados, es espectacular. Nos explica cómo vivió, con una perspectiva de fe, una vida donde la Cruz de Cristo presidió todos sus actos y pensamientos. Lo recuerda todo no sólo sin odios, sino estimando a todos los que le persiguieron. Su fuerza la encontró en la oración, en la fidelidad al Evangelio, a Jesús y al Santo Padre.
Un tercer testimonio –escrito por su sobrino– es el del presbítero Josep Li Chang, que fue repetidamente perseguido por varios motivos. Vale la pena leer este testimonio amplio y bien descrito. Se narran hechos heroicos que lo convierten en un gran confesor de la fe. Siempre que pudo Li Chang actuó en todo lugar y en todo momento como ministro de Cristo, a pesar de las muchas dificultades que podía encontrar. Había nacido en 1915 y tras los estudios teológicos en tierra china se formó en la Universidad Urbaniana de Roma, donde recibió la ordenación sacerdotal (1953). Volvió a su país como formador y profesor.
El cuarto relato corresponde al de una mujer católica –Gertrudis Li Minwen–, quien con otras compañeras resistió la persecución con fortaleza. Gertrudis hizo llegar su testimonio escrito oculto en unas plantillas en zapatos de misioneros.
El quinto relato es estremecedor. Narra el auténtico Vía Crucis sufrido por 33 monjes trapenses de Yangyiaping, una de las fundaciones monásticas más antiguas de China: el monasterio de Nuestra Señora de la Consolación. La causa de beatificación está ya presentada en Roma.
El editor de Libro rojo de los mártires chinos, en las referencias bibliográficas finales, recoge muchos otros libros-testimonios publicados sobre la Iglesia católica china que son un buen complemento a toda su narración.
Josep Vall i Mundó
Doctor en derecho canónico
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La controversia sobre los ritos chinos y la inculturación .
La controversia que desde hace tiempo se ha dado en llamar de los Ritos Chinos se desarrolló entre los misioneros católicos en China, y se dio por terminada con las disposiciones dictadas por Benedicto XIV en 1742. Sólo en 1939 la Sagrada Congregación de Propaganda Fide levantaba el juramento que pesaba sobre los misioneros, y daba como lícitas algunas ceremonias, consideradas civiles, en honor de Confucio y de los antepasados difuntos. No fue tan sólo una controversia especulativa, sino que en ella se mezclaron diversas causas que envenenaron toda la cuestión, aunque hubiese buena voluntad por ambos bandos: el conflicto de método apostólico entre diversas órdenes, el conflicto de diversos Institutos Misioneros, el conflicto de rivalidades nacionales, además del conflicto creado por la institución de los Vicarios Apostólicos, que pugnaba entonces con el antiguo régimen de Patronato; el conflicto entre las potencias coloniales; y por fin la mala voluntad y luchas de los jansenistas.
La raíz de la controversia Puede hallarse en el diverso método de evangelización seguido por unos y otros. Los jesuitas querían seguir su propio método apostólico basado en una prudente adaptación misionera, que tendía a aprovechar cuanto hubiera de aprovechable en los pueblos de misión, y que podría quedar condensado en esta doble función; adaptar lo nuestro a lo suyo, y adoptar lo suyo en lo nuestro, siempre que pudiera ser integrado en el cristianismo. Con respecto al caso de China, puede reducirse a estos tres puntos principales: 1) nombre o vocablo con el que debería designarse a Dios; 2) honores tributados a Confucio; 3) honores tributados a los antepasados difuntos.
Los franciscanos y dominicos llegados a China introdujeron en el campo del apostolado sus propios métodos, diferentes a los adoptados casi medio siglo antes por los jesuitas. La actividad misionera de las órdenes recién llegadas podría caracterizarse tal vez por una poca estima del uso de los medios meramente humanos, como hacían frecuentemente los jesuitas, también por cierto desprecio práctico de las leyes y costumbres opuestas a la libertad apostólica en un país que tenía cerrada de suyo la entrada a los extranjeros, y por un espíritu de cierta severidad moral. Los métodos eran distintos, y no había de extrañar un choque entre unos y otros misioneros.
Resumen del artículo de A. Santos Hernández, GER