Para hablar de género
En 1968 el neozelandés emigrado a Estados Unidos, John Money, tuvo la oportunidad de comprobar empíricamente que su teoría acerca de las diferencias sexuales era cierta. Ante el problema planteado a los padres de dos gemelos, por la fimosis que padecían y con el fin de paliar una deficiente intervención que sufrió uno de los chicos, acudieron al experto médico John Money, doctor por Harvard con una tesis doctoral sobre el hermafroditismo y doctor en la Clínica Psicohormonal de la Johns Hopkins University. Para demostrar su teoría de lo decisivo que es en la identidad sexual de la persona el factor cultural y educativo, Money intervino a uno de los gemelos, Bruce, para reasignarle el sexo, con la correspondiente manipulación de sus órganos sexuales para que se convirtiera en Brenda. No es necesario detallar el fracaso, que llevó a Bruce-Brenda a los 14 años a abdicar de la condición sexual que se le había impuesto y a reiniciar su vida como hombre, con el nombre de David. La trágica muerte por suicidio, años después, de este último no hace más que añadir tintes trágicos a un experimento que fue visto como un gran logro de la moderna concepción médica, psicológica y cultural acerca de la persona humana.
La anécdota ilustra un modo de abordar una realidad que ha ido cobrando creciente protagonismo en décadas recientes en el mundo entero. Han sido los movimientos feministas los que han puesto el foco de atención en la inadecuada situación en que se ha colocado a la mujer en el mundo contemporáneo y han planteado unas soluciones que, por lo menos, se pueden considerar controvertidas. En ese contexto, el concepto género ha cobrado un nuevo significado y se ha convertido en elemento representativo del nuevo enfoque que quiere darse a la realidad humana contemporánea.
Por clarificar varios conceptos, conviene hacer algunas precisiones, para luego ofrecer una breve panorámica del desarrollo del feminismo en los dos últimos siglos y explicar, por último, las ideas características en torno al género por parte de movimientos que han crecido enormemente en los últimos años.
Precisiones terminológicas
Un primer punto que hay que abordar es el referido a la denominación de “ideología de género”. Así como no hay una unanimidad de principios entre los diferentes grupos feministas, tampoco sería adecuado definir la ideología de género de una única manera. Es más, en lo que están de acuerdo esos grupos es en no utilizar esa denominación. De hecho, en la bibliografía académica o en su discurso político no utilizan esa expresión. Más bien son los grupos contrarios los que emplean esos términos para calificar a sus antagonistas.
Al comentar la anécdota de Money ya salía a colación el modo peculiar de entender la palabra sexo en un contexto cultural, que ha marcado apreciablemente la evolución posterior. Money usa el concepto género (gender) por primera vez en el año 1951, para referirse a un componente cultural –fundamentalmente la influencia educativa– en la formación de la identidad de la persona. Acuña dos conceptos clave: identidad de género (la propia categorización de la individualidad de una persona como hombre o mujer u otra opción, que se experimenta en la autoconciencia de los procesos mentales o en la actuación de uno) y rol de género (la manifestación pública de la identidad de género de una persona). Hasta esos momentos la identidad sexual era considerada sólo como una determinación biológica. Con esto el concepto de género se ampliaba. Ahora, el género incluye tanto la propia condición de hombre o mujer, como el reconocimiento personal, la calificación social o la determinación legal, no sólo sobre la base de su sexualidad, sino también desde la perspectiva de los síntomas somáticos y los criterios de comportamiento que van más allá de las diferencias puramente biológicas
Los temas de los que se discuten y en los que se centra el discurso feminista, a los que nos referiremos en seguida, muestran una crítica a las desigualdades que se dan en la sociedad contemporánea. El modo de denunciar y de explicar esa situación se encuadra en el pensamiento crítico neomarxista, con un claro planteamiento dialéctico de lucha de sexos, por el predominio masculino sobre las mujeres. Es interesante señalar que esa denuncia, en bastantes ocasiones, refleja lo que sucede en realidad. Efectivamente, las mujeres sufren un trato desigual que muchas veces no está justificado. Esa situación que padece y ha padecido la mujer no es asumible simplemente como algo inevitable. Lo anterior no quita que el feminismo no acierte en la explicación de esas diferencias entre hombres y mujeres, y tampoco en las soluciones.
Los orígenes y las primeras formulaciones
Los que han tratado de sistematizar el movimiento feminista han acudido a la imagen de las tres olas, como una manera de establecer una cronología y una explicación de los planteamientos que se han ido sucediendo a lo largo de la historia. También cabe, de una forma sencilla explicar todo este proceso como un intento de emancipación sucesiva de instancias percibidas como opresoras: Dios, el monarca y el padre de familia. El proceso que se inicia con las denominadas revoluciones atlánticas (la que culmina con la creación de Estados Unidos de América y la que pone fin al Antiguo Régimen en Francia) se puede comprender desde esa perspectiva de liberalización, que impone la lógica de un radicalismo que rechaza cualquier tipo de autoridad. Dentro de esa línea se incluye el movimiento de liberación de la mujer.
Desde finales del siglo XIX el feminismo incluía a un variopinto conjunto de iniciativas que se organizaban en torno a una finalidad política de reivindicación de los derechos de las mujeres en los sistemas políticos liberales. El término parece ser que tuvo sus orígenes en Francia, pero fue en Inglaterra y en Estados Unidos en donde las activistas feministas desarrollaron una tarea más resonante. La legitimidad de sus reivindicaciones parecía justificada, sobre todo, desde la perspectiva de lo sucedido con el paso del tiempo. En su momento, había clara conciencia de que se trataba de subvertir el orden social y de ahí que produjera reacciones encontradas. Estas fueron las que se encuadran como primera ola y que fueron las popularmente denominadas “sufragistas”, puesto que reivindicaban el derecho de la mujer a votar. En los años veinte del siglo XX se aprobaron las normas que permitieron el voto femenino y de ahí que se considere que con ese logro se habían alcanzado los objetivos fundamentales del movimiento.
La presencia pública de las mujeres fue incrementándose y continuaron las acciones tendentes a ganar un protagonismo aún mayor, como ocurrió cuando en las dos guerras mundiales (sobre todo en la segunda) la presencia de mujeres en fábricas y oficinas se incrementó notablemente. Propiamente, el nuevo impulso que recibió el movimiento se produjo a partir de los años sesenta en los que se inició una segunda ola que profundizaba en las raíces de la desigualdad y reivindicaba una revolución social de gran calado.
Los nuevos planteamientos guardaban estrecha relación con las ideas contenidas en el libro de Simone de Beauvoir titulado Le Deuxième Sexe (El segundo sexo) y publicado en 1949. La autora dotó al movimiento de un aliento existencialista que encajaba perfectamente con el sentimiento de discriminación que había estado presente desde el comienzo de las reivindicaciones de una mayor igualdad. La idea de que la mujer es un producto cultural que se ha construido socialmente, que no se nace mujer, sino que se llega a serlo por la definición de roles sociales que le son impuestos, ha servido como clave de explicación de la mayoría de las posturas feministas que florecieron en los años 1960-70 de eclosión de los movimientos críticos del sistema capitalista, imperante en el mundo occidental. Ya se ha aludido antes a cómo Money y otros encajan dentro de este contexto.
La denominada “liberación femenina”
La segunda ola que se inicia décadas después del fin de la guerra mundial encontró en Estados Unidos un entorno especialmente adecuado. Los diferentes grupos que emergieron guardaban relación con una continua lucha reivindicativa que gozaba de una fuerza como no había en ningún otro país. Allí se publicó el libro que es punto de referencia habitual del feminismo de esos años: The Feminine Mystique (La mística de la femineidad), publicado en 1963 por Betty Friedan. La autora describía en él las causas del cambio en los roles desempeñados por las mujeres durante el período de la guerra y cómo se había producido una frustración al ser expulsadas del ámbito laboral y volver a un entorno familiar (otra vez eran solo amas de casa), que se convertía en limitador de sus posibilidades de crecimiento personal.
A partir de entonces, el activismo feminista adquirió notable pujanza, en un entorno de contestación proveniente de amplios sectores, especialmente del ámbito universitario. En buena medida, los mencionados movimientos presentaban una alternativa crítica al capitalismo imperante y se servían de categorías de origen marxista interpretadas a la luz de los desarrollos de la Escuela de Frankfurt.
Esta segunda ola de feminismo, que buscaba las raíces de la desigualdad en ámbitos distintos de la política, encontró una explicación de la injusticia que soportaban las mujeres en la imposición de una estructura de poder controlada por el hombre y que debía ser denunciada y cambiada. Un término acuñado entonces alcanzó especial renombre: Liberación femenina (“Women's Liberation”). Los aspectos en los que debía concretarse esa liberación eran múltiples, pues se intentaba replantear todas las estructuras sociales denominadas opresoras, pero posiblemente fueron los aspectos relacionados con la sexualidad los que cobraron un protagonismo más notable. En concreto, la inclusión del aborto como un derecho de las mujeres se convirtió en una reivindicación que afectó al debate público y se concretó en la aprobación de leyes por parte de los parlamentos del mundo entero con pocas excepciones. Se rechazaba todo lo que se considerara como opresor, sin diferenciar entre lo que es impuesto por la verdad de las cosas y lo que es fruto de la decisión personal.
Esa segunda ola del movimiento feminista abarcaba a variados grupos y organizaciones, que confluían en unas bases comunes mínimas, pero que discrepaban en múltiples facetas. Por eso, no se puede hablar como si hubiera un único punto de vista. Así, esta ideología pasó de ser la defendida por grupos marginales, como fueron los que impulsaron el movimiento en los años sesenta, a ir adaptándose a los programas defendidos por partidos del sistema que o habían sido anteriormente marxistas (como ocurrió con la gran mayoría de los socialistas europeos) o representaban posturas más radicales liberales (como puede ser el caso del Partido Demócrata de Estados Unidos). En todo caso, se produjo una asimilación, en el discurso público, de algunos de los postulados y reivindicaciones que dejaron ser exclusivas del feminismo anterior.
La tercera ola del feminismo
Mientras se producía ese proceso, dentro de las organizaciones feministas surgió una crítica de lo que el movimiento estaba logrando y se fue configurando lo que se ha denominado tercera ola del feminismo. Desde mediados de los ochenta en adelante se pudieron escuchar voces jóvenes que acusaban a sus predecesoras de haber olvidado a una parte de las mujeres y no atender a sus problemas reales. Para las autoras que han ido definiendo esta nueva orientación, la segunda ola representa la visión “esencialista”, que es la que se plasma en las aspiraciones de las mujeres blancas de clase media.
La condición sexuada de la persona se entiende en términos fluidos, dependiendo del modo como se elaboren por cada cultura los términos de hombre y de mujer. La biología no tiene la última palabra, sino que son las decisiones personales las que se imponen. De ahí el interés por desarrollar nuevos significados del género y la profundización en conceptos como el de transexualidad o la orientación sexual como mejor definición de lo que alguien es (llegan a hablar de que no hay sólo dos sexos sino cinco, dependiendo del comportamiento y tendencias de cada uno). También aquí se inscribe el deseo de desarrollar las denominadas “técnicas de reproducción asistida”, pues hacen posible saltarse esas barreras biológicas.
Dentro de los temas que aparecen más en el discurso de estas nuevas feministas caben destacarse el de acoso sexual y el de la violencia contra las mujeres o de género, que se presentan como claros exponentes de la cultura denominada como “machista”, en la cual los hombres ejercen el poder contra las mujeres por todos los medios. En este sentido, se considera violencia toda forma de dominio y no sólo las más extremas, como pueden ser la lesión física o el asesinato; así adquiere esa consideración cualquier acción o conducta que relegue a las mujeres a un lugar secundario, en los medios de comunicación, por ejemplo.
Partiendo de ese núcleo central, las feministas de esta tercera ola están proponiendo un nuevo orden social y una nueva cultura inscrita dentro de otras propuestas contemporáneas muy en boga, como pueden ser el multiculturalismo, el post-colonialismo, el ecologismo o los movimientos antisistema. Siguen aspirando, en definitiva, a presentar una alternativa a las ideas imperantes en las sociedades más desarrolladas.
José Javier Sánchez Aranda
Profesor de Historia de la Comunicación y de Métodos de Investigación en Comunicación
Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra