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Crónica de la beatificación

En el camino de viaje hacia la ciudad eterna tuve tiempo abundante de reflexionar sobre cuál era la causa del atractivo de Juan Pablo II sobre los jóvenes. ¿Por qué tiene tanto tirón este Papa? ¿Por qué ha batido récords de image-36108817890eac9ac41d3f5839babffaasistencia en las Jornadas Mundiales de la Juventud? Mirando a mi alrededor en el autobús que nos llevaba hacia Roma, veía a una treintena de chicos con unos cuantos sacerdotes que les acompañábamos. Habíamos salido de Barcelona la tarde anterior y toda la noche la habíamos pasado viajando en el autocar. El entusiasmo era grande. Pero, ¿por qué? Si estos chicos, que rondaban ahora los 20 años, apenas le habían conocido. Aunque, seguro, habían oído hablar de él y el entusiasmo sin duda se transmite.

Recordé un texto leído en uno de los libros de Karol Wojtyla. Ahora, a la vuelta, lo transcribo por parecerme que ayuda a dar respuesta a mi interrogante: «nunca olvidaré a un muchacho estudiante del politécnico de Cracovia, del que todos sabían que aspiraba con decisión a la santidad. Éste era el programa de su vida; sabía que había sido 'creado para cosas grandes´, como dijo una vez san Estanislao de Koska. Y al mismo tiempo ese muchacho no tenía duda alguna de que su vocación no era ni el sacerdocio ni la vida religiosa; sabía que tenía que seguir siendo laico. Le apasionaba el trabajo profesional, los estudios de ingeniería. Buscaba una compañera para su vida y la buscaba de rodillas, con la oración».

Un poco más adelante confirma que esta situación se puede aplicar a un gran número de jóvenes: «Si se aprecia el amor humano, nace también la viva necesidad de dedicar todas las fuerzas a la búsqueda de un 'amor hermoso´. Porque el amor es hermoso. Los jóvenes en el fondo, buscan siempre la belleza del amor, quieren que su amor sea bello. Si ceden a las debilidades, imitando modelos de comportamiento que bien pueden calificarse como 'un escándalo del mundo contemporáneo´ (y son modelos desgraciadamente muy difundidos) en lo profundo del corazón desean un amor hermoso y puro. (...) Saben que nadie puede concederles un amor así, fuera de Dios. Y, por tanto, están dispuestos a seguir a Cristo, sin mirar los sacrificios que eso pueda comportar».

En definitiva Juan Pablo II mostró una gran confianza en los jóvenes, en su capacidad de ponerse grandes ideales y de seguirlos, y eso es atractivo.

 

Preregrinos catalanes en Roma

Nada más llegar a Roma, el viernes 29 de abril, fuimos al Vaticano para ambientarnos. Vimos la capilla de San Sebastián (lo que dejaban ver unos plafones que había delante), donde reposarían después los restos mortales del image-93b050607d56e95c6a78c6bd313e8103futuro beato. Sabíamos que después sería muy trabajoso acceder ahí. También hicimos un rato de oración en el altar de San José, que es lo más lejos a donde pudimos llegar, pues estaban preparando la basílica para los eventos que iban a tener lugar.

Al día siguiente nos recibió el arzobispo de Tarragona, mons. Jaume Pujol. En el grupo venían unos cuantos chicos de su diócesis. Nos saludó uno a uno muy cordialmente y nos relató sus encuentros con Juan Pablo II. El más emotivo de todos fue la visita ad limina de su diócesis en febrero del 2005, un mes y medio antes de la muerte del Papa. Pudo estar con él a solas durante 15 minutos, inolvidables. Animó a todos los que habíamos venido a Roma a una respuesta de generosidad ante las cosas que Dios pide.

Ese mismo día, el sábado, pudimos rezar ante los restos mortales de San Josemaría Escrivá que reposan en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz. Era una oportunidad que muchos del grupo querían aprovechar en esta peregrinación a Roma. A continuación nos dirigimos a la vigilia del Circo Máximo ya por la noche. Fueron emocionantes los testimonios de Marie Simon-Pierre religiosa francesa, que se curó milagrosamente de la grave enfermedad de Parkinson que le afectaba, después de acudir a la intercesión de Juan Pablo II.

Joaquín Navarro Valls explicó que para comprender a Juan Pablo II hay que entender qué es la Divina Misericordia y reveló que el Papa «se confesaba todas las semanas». Con frecuencia le veía en su capilla privada, de rodillas, con trozos de papel que leía en su oración. Eran intenciones que personas de todo el mundo le confiaban en sus cartas.

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Por último le tocó el turno al Cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, quien fue su secretario personal durante más de 40 años. Señaló los amores de la vida de Juan Pablo II: «Dios (Jesucristo); y el hombre, sobre todo los jóvenes». Relató algunos recuerdos de su vida y arrancó aplausos de la multitud. La vigilia acabó con el rezo de los misterios de luz del rosario en conexión con grandes santuarios de diferentes continentes. También se conectó para la oración y bendición final con Benedicto XVI desde el Palacio Apostólico Vaticano.

           

El día de la beatificación

Al día siguiente había que madrugar ante la previsible aglomeración. Optamos por dividirnos y algunos consiguieron estar relativamente cerca. Otros prefirieron acudir a las pantallas gigantes del Circo Máximo, donde había sido la vigilia del día anterior.

Después de rezar la Coronilla de la Divina Misericordia y de comenzar la Misa, un gran aplauso, que duró 8 minutos se extendió por la Plaza de San Pedro, siguiendo por la Vía de la Conciliación y las calles adyacentes, cuando image-3e8b3a8c9d7e5ac780d50e95906959d9Benedicto XVI leyó la fórmula de la beatificación:

«Concedemos que el venerable siervo de Dios Juan Pablo II, Papa, de ahora en adelante sea llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre», dijo en latín.

Se descubrió la gran fotografía de un Juan Pablo II sonriente en el centro de la fachada de la Basílica de San Pedro. Fue un momento de emoción sostenida. Después la religiosa francesa Marie Simon-Pierre acompañada por la religiosa polaca que asistía a Juan Pablo II, sor Tobiana, presentaron la reliquia, una ampolla con la sangre de Karol Wojtyla.

La misa transcurrió con solemnidad y acompañada de bellos cantos interpretados por la coral vaticana. Se nos insistió por los altavoces que durante la celebración de la misa se omitieran los aplausos y el ondear de las banderas. No fue posible del todo porque en el homilía de Benedicto XVI hubo algunos aplausos. Cuando dijo que «Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica». También cuando recordó el lema Totus tuus, que acompañó siempre al nuevo beato y dio ese carácter mariano a todo su pontificado. Y más todavía al recordar las memorables palabras de la misa inicial de su pontificado: «iNo temáis! iAbrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!».

 Al final de la ceremonia, cuando pudimos encontrarnos en el punto de reunión, cada uno relató sus experiencias. Reinaba una gran alegría. Incluso en aquellos que apenas pudieron ver nada.

De regreso a casa, continuábamos viendo un gran número de autocares de peregrinos, con los que coincidíamos en las áreas de servicio de la autopista. Sobre todo polacos, aunque había también de otras nacionalidades.

Hablamos entre nosotros de cómo continuar esa irradiación del Beato Juan Pablo II en nuestras vidas y pareció natural concretarla en la participación en la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, en el mes de agosto. Hasta entonces.

Joaquim González-Llanos Navarro

Doctor en Teología

  • 22 agosto 2011
  • Joaquim González-Llanos Navarro
  • Número 40

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