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La parroquia en la nueva evangelización

La erección de un nuevo dicasterio de la Curia romana en forma de Consejo Pontificio dedicado específicamente a “promover una renovada evangelización en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de eclipse del sentido de Dios”1 evidencia claramente la necesidad de repensar la parroquia y su labor.

Es bien conocido que la parroquia es la estructura jurídica básica para la atención pastoral que ofrece a quienes han recibido el anuncio del Evangelio y forman ya una comunidad estable y definida: "La parroquia es una determinada comunidad de fieles image-5a6beeff2d0853c7f7faafc9ae2bf980constituida de manera estable en la Iglesia particular, el cuidado pastoral de la que, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como pastor propio".2 Se establecen así los elementos que la constituyen: una comunidad de fieles, los medios que requiere su cuidado pastoral (sacramentos, anuncio de la Palabra y educación en la fe), y el sostenimiento en la comunión eclesial mediante la presencia del pastor.

Sería sin duda pretencioso intentar agotar la complejidad de la tarea de la parroquia en unas pocas páginas, situando el contexto secularizado de los países a los que se dirige la nueva evangelización. Pero no podemos eludir el intento de vislumbrar, en forma de esbozo, los principales rasgos que podrían determinar una visión adecuada sobre la parroquia ante esta llamada.

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Presencia de la parroquia en el contexto de la nueva evangelización

Cabe decir, en primer lugar, que la manera habitual de determinar la comunidad de fieles que establemente definen la parroquia es el territorio. Y digo habitual, y no exclusiva, pues existen otros criterios para hacer esta determinación, que permiten la erección jurídica de parroquias personales en función de criterios de nacionalidad (parroquias personales para atender a colectivos de origen foráneo al de la propia Conferencia episcopal, por ejemplo), de oficio (las parroquias castrenses, como forma de determinar una comunidad del mismo Ordinario), o incluso de criterios funcionales (parroquias universitarias). A efectos prácticos, me centraré en la parroquia concebida como comunidad determinada por una parte (portio) del territorio diocesano, dejando de lado las otras parroquias y aun otras jurisdicciones personales que son cumulativas a la estrictamente parroquial (la exención de los religiosos y de sus tareas, y otras realidades jurisdiccionales personales erigidas para atender labores pastorales peculiares: prelaturas y ordinariatos personales).

Ante la parroquia territorial, conviene poner de manifiesto algunas ambivalencias. Algunas son muy evidentes, como que la nueva evangelización no admite el mismo tratamiento desde el punto de vista de una parroquia de ambiente rural que de otra de ambiente urbano. La idiosincrasia sociológica de una y otra merecen una diferente aproximación. No se trata de que el empuje de la secularización sea diferente en una y otra, sino sobre todo de los medios con los que pueden contar una y otra para la tarea evangelizadora. El mismo hecho del origen de los fieles es diferente en el ambiente rural que en el urbano: éste suele ser es más diverso por la concentración de amplios colectivos provenientes de la inmigración reciente, aquel es más estable en la continuidad de las generaciones anteriores; el urbano es más fluctuante en cuanto a permanencia de las personas por circunstancias laborales, y el rural es más estable; e incluso la presencia del ministerio ordenado es más segura en el ambiente urbano (donde las parroquias son mayores en número de fieles) que en el rural (donde un mismo pastor a menudo tiene que atender más de una parroquia).

Una segunda ambivalencia se podría identificar en el hecho mismo de la territorialidad de la parroquia. Quiero decir que el arraigo de una parroquia en un territorio durante largos años (incluso siglos, en el caso de las parroquias más antiguas) facilita la proximidad al lugar concreto y a su gente y entidades, a su historia y sus costumbres, ya sea en un pueblo pequeño como en una barriada urbana con pocas décadas de existencia. Una de las grandes riquezas de las parroquias es precisamente su inserción en el entramado social del contexto donde está, y la gran inmediatez con que se puede acceder. Incluso en el caso de núcleos urbanos dispersos, en pocos minutos se puede llegar a la solicitud pastoral de la parroquia, lo que no es posible, por ejemplo, en países de misión.

Ahora bien, del mismo modo que la inserción y el arraigo de la parroquia en su territorio es una de sus riquezas, es también su image-2d4cc543fad88c9a8f0740582eabeecelimitación. La secularización no es un hecho territorial, sino global, y la nueva evangelización debe afrontarla también globalmente. La actuación concreta exigirá la aplicación territorial, sin duda, pero se hace muy difícil pensar en una nueva evangelización actuada sólo desde parcelas territoriales frente a un problema tan amplio. Quizás esto da respuesta al frecuente desasosiego entre los rectores de parroquia cuando se dan cuenta de que, por mucho que puedan hacer por sus comunidades, siempre hay algo que los sobrepasa y que, indefectiblemente, merma la eficacia de su acción pastoral, porque no es un problema concreto de su territorio parroquial, sino un problema global.

Sin embargo, en lo que se refiere a los medios necesarios para el sostenimiento de la fe, la parroquia sigue siendo insustituible. La dependencia directa de la Jerarquía, que es el agente principal responsable de la evangelización y la atención pastoral, hace de la parroquia el ente "completo" desde donde se puede afrontar la nueva evangelización, en tanto que portio populi Dei de la Iglesia local, "realización particular de la una y única Iglesia de Jesucristo".3 La comunión de la parroquia con el conjunto de la Iglesia diocesana unificada en el oficio del obispo diocesano será garantía de la fecundidad de su acción pastoral en la nueva tarea que emprende. Pero no sólo por la communio eclesial, sino también porque la presencia del ministerio ordenado aporta la jurisdicción completa que exige una completa atención pastoral a los fieles, y que no puede ser ejercida de otra manera que parroquialmente (con las excepciones legítimas contempladas en el derecho universal y particular).

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Las dificultades para una nueva evangelización desde la parroquia

Una primera dificultad es la ya mencionada limitación de la parroquia en su acción pastoral frente a la nueva evangelización por la restricción en el propio territorio, al mismo tiempo en su coordinación arciprestal, diocesana e incluso de Conferencia episcopal. Habrá fórmulas e iniciativas más o menos exitosas en un país u otro, pero no podemos olvidar en ningún momento que los problemas globales deben ser afrontados globalmente.

Podemos seguir identificando otra dificultad (quizá la más punzante) en el hecho de que en la parroquia están ausentes los sectores transversales que de modo más fuerte influyen en la secularización, como ahora las universidades, las nuevas tecnologías, los medios de comunicación, las políticas educativas que afectan a las escuelas, y amplios sectores de la política, la cultura, el arte, etc. Todos estos sectores dejan su impronta en la feligresía parroquial y en aquellos habitantes a los que deberíamos llegar, pero la parroquia no puede contar con todos los medios necesarios para afrontarlos. Incluso en el caso ideal de una parroquia que pudiera desplegar una tan basta acción pastoral que llegara a muchos de estos sectores (pastoral para universitarios, pastoral de la cultura, atención a colectivos de políticos y otros agentes sociales, pastoral de la comunicación...), su incidencia sería muy relativa, y no dejaría de ser un caso aislado.

También debemos tener presente un dato sociológico peculiar de las Iglesias de antigua cristiandad. Me refiero al envejecimiento progresivo de la población nativa por la baja tasa de natalidad, bastante común en las Iglesias europeas y de América del Norte. El requerimiento de nueva inmigración, para atender las necesidades laborales y el sistema de previsión social, reduce la nueva evangelización a una población progresivamente envejecida. Y, paralelamente, se evidencia un trasvase de las nuevas generaciones de católicos a entidades apostólicas no estrictamente parroquiales, como los nuevos movimientos. No falto a la justicia si me hago eco del comentario común en muchas parroquias que hay pocos jóvenes que participen activamente, mientras que los nuevos movimientos se nutren en buena parte de aquella juventud "potencialmente parroquial" (si se me permite la expresión). Como es lógico, el tratamiento de este hecho escapa al objeto de estas líneas, y requeriría un lugar más apropiado y amplio.

Este último hecho no nos aleja de otra dificultad. Actualmente, parece que la parroquia ha pasado de ser un colectivo con una fuerte conciencia comunitaria, a ser una entidad de servicios. No es que no sea oportuno procurar un ambiente comunitario firme y consolidado en el pueblo o en el barrio, porque precisamente eso es lo que es una parroquia, sino que amplios sectores de la feligresía, identificándose con su parroquia, piden de ella una asistencia pastoral ocasional o puntual más que una comunidad cristiana en la que uno se puede insertar. Es muy frecuente la solicitud de sacramentos (bautismo, eucaristía, reconciliación, matrimonio, unción de los enfermos...), pero poca la implicación del fiel que la pide una vez atendida su petición. Esto reabre una vez más el perenne debate sobre si la parroquia debe ser una comunidad de sostenimiento de la fe o una comunidad evangelizadora. Personalmente no veo un sostenimiento en la fe que no empuje a la evangelización y al testimonio del creyente, pero la vigencia de la diatriba es muy conocida en muchas mentalidades.

Finalmente, está el peso de la inercia de los tiempos pasados, y una cierta desconfianza hacia las novedades. Desde los años que siguieron el Concilio Vaticano II, las parroquias han sido a menudo sacudidas por diferentes corrientes de estilo en poco tiempo, y no es extraño que esto las haga recelosas de fórmulas y aparentes panaceas que después han resultado sobrevaloradas en sus expectativas iniciales . El solo hecho de que la nueva evangelización sea precisamente "nueva" encuentra un fuerte resistencia en la inercia de las fórmulas pasadas, cuando tan a menudo éstas han sido cambiantes, y más a menudo aún relativas en su eficacia.

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Perspectivas parroquiales para la nueva evangelización

La llamada a la nueva evangelización exige, por parte de la parroquia, el inevitable replanteamiento de su acción. No porque sea equivocada, ni mucho menos, sino precisamente para que sea incisiva en lo que ofrece, e incida de una manera transformadora en los fieles y, con su testimonio personal, en la sociedad en que viven.

image-4a5b00f1954dae90717856e0eee536d9Esto mismo muestra que, en muchos siglos, la acción pastoral de la Iglesia consiste en evangelizar a los bautizados, a pesar de la contradicción que se podría objetar. No es la primera vez, ciertamente, pero sí que es nueva, porque estamos ante un contexto no de paganización, sino de secularización, donde el acercamiento religioso de la persona humana a Dios es cuestionado en sí mismo, y donde la mediación eclesial es recibida como un obstáculo incluso para buena parte de los fieles.

Ante este hecho la parroquia necesita una adecuación a su contexto. Una adecuación al propio territorio (donde ya tiene buena parte de su mejor riqueza, como ya he dicho) según las nuevas circunstancias, con respecto al barrio o al pueblo, y a la justificación de su presencia mediante la revitalización de sus costumbres y tradiciones identitarias, y nuevas formas de presencia aceptadas por todos, y que habrá que averiguar con verdadero sentido pastoral según los lugares y los tiempos.

Habrá que incidir con gran atención en la adecuación del lenguaje con que anunciar de nuevo la Buena Nueva. No se trata de cambiar el mensaje evangélico, que es el que es, sino de hacerlo comprensible a una sociedad que se autocomprende como una sociedad de la información, una sociedad plural y que, además, está en cambio constante, una sociedad que quiere desarrollarse de forma sostenible, una sociedad en un mundo globalizado, y una sociedad que premia la atención personalizada por encima de discursos colectivos. Hoy en día, muchas veces el lenguaje es una imagen, o un gesto, y hay que conocer las formas de hacerlos compatibles con la transmisión de los contenidos. En este sentido, parece imprescindible la visibilidad de la actividad pastoral, sin otra pretensión que la comunicación y la puesta en común en un contexto apretado de ofertas. Es demasiado frecuente el desconocimiento por parte de los fieles de lo que pueden encontrar en su parroquia, y no sería justo hacerles responsables de no llamar a la puerta, cuando hoy son todos los demás los que están llamando a la suya. Pienso que es más que evidente la inoperancia de esperar que vengan a la parroquia cuando no saben ni qué pueden encontrar allí, porque la misma parroquia no se da a conocer.

Hay algo que pertenece peculiarmente a la parroquia, esté arraigada en el territorio que sea, y es un gran valor positivo muy solicitado. Me refiero al ofrecimiento explícito de la parroquia como espacio de espiritualidad y de acompañamiento personal en la interioridad. El signo más visible de las parroquias es específicamente el templo, edificado para el encuentro personal con Dios, individual o comunitario. No hay que extrañarse que los fieles busquen justamente eso: un lugar de encuentro, un ambiente adecuado donde desahogar el espíritu, y personas preparadas para escuchar, acompañar y sostener su itinerario de vida interior. Por prosaico que parezca, este ambiente pide condiciones adecuadas, como la iluminación, la temperatura, el silencio o el ruido, de acuerdo con lo mismo que el fiel espera recibir. Ni que decir tiene que la primera condición para que esto se pueda hacer es encontrar la puerta abierta... Y eso se debe ofrecer, no vale quedarse esperando que se pida, y tiene mucho que ver cómo se entienda la acogida y la disponibilidad, y se dediquen los recursos que sean necesarios.

Atendiendo también a las circunstancias presentes, soy del parecer que la nueva evangelización pasa ineludiblemente por una acción dirigida a la familia entera. Ya no se trata, por ejemplo, de atender a los niños, sino a las familias de los niños: padres y hermanos. En un tiempo en que incluso a una fiesta de cumpleaños de un niño asista la familia entera, no se comprendería que la parroquia actuara diversamente. Por ello habrá que encontrar las maneras de facilitar la atención pastoral del conjunto familiar, también, pero no sólo, porque es una institución en continuo cuestionamiento. La vertiente lúdica adecuada a las edades deberá ser una vertiente bastante explícita en su confesionalidad, por no poder encontrarlo en ninguna otra parte, y estar presentada en línea de excelencia en su calidad, de acuerdo con el resto de ofertas presentes en la sociedad. Es lógico que la formación de los agentes que la puedan sostener esté de acuerdo con la exigencia de la acción.

En esta misma línea, el sentido de minoría (a veces incluso de acoso) que acompaña al fiel de nuestras parroquias le lleva a buscar a otros fieles en su situación, y, en el mejor de los casos, a preparar acciones conjuntas y bien organizadas. No es raro, por tanto, que busquen en la parroquia un lugar natural para desarrollar sus iniciativas apostólicas, y la parroquia deberá estar atenta a acogerlas, purificarlas (si es el caso), y facilitar en la medida de lo posible las condiciones para su desarrollo, aceptando que son los mismos fieles los responsables. La llamada a una nueva evangelización exige de la parroquia una respuesta proporcionada a las nuevas iniciativas que este llamamiento suscita en el Pueblo de Dios, aportando el sentido de comunión eclesial necesario para su fecundidad.

Y, por último, entiendo que un testimonio que quiera ser genuinamente evangélico en una sociedad desarrollada de antigua estirpe cristiana, debe ser el testimonio de la caridad. La ayuda y la asistencia fraterna a aquellos que quedan fuera del desarrollo y del bienestar será un sello de autenticidad de la nueva evangelización. Muchas veces este testimonio deberá sobreabundar donde precisamente la secularización incide más negativamente con corrientes de opinión contrarias. Me refiero, por ejemplo, a una asistencia a las madres que por falta de recursos económicos se ven presionadas a abortar, o a los niños que habrían sido "prescindibles" de saberse una malformación antes del nacimiento. Pienso también en la ayuda exquisita que piden las personas sobre las que pesa la amenaza de la eutanasia; la ayuda más necesaria día a día a quien ha sufrido las consecuencias de la mentalidad divorcista, la atención a las víctimas de la lacra del SIDA. Esto sin descuidar los sectores tradicionalmente más desfavorecidos que englobaríamos en el llamado cuarto mundo, y tratando de sostener toda iniciativa que tenga por objeto el desarrollo en países de Tercer Mundo. Sea cual sea la atención fraterna, lo que sí está claro es la necesaria presencia del rostro caritativo de la Iglesia en su vertiente más cercana y presente de la parroquia.

Para finalizar estas líneas, quiero recordar un documento que demasiado pronto ha quedado silenciado en la pastoral parroquial. Me refiero a la carta Novo millennio ineunte, del siervo de Dios Juan Pablo II. Allí estaba perfilada, en sus rasgos fundamentales, la nueva evangelización, y no era muy difícil sacar aplicaciones concretas para la parroquia. Si sumamos la continuidad que, de manera brillante, hace el Santo Padre Benedicto XVI, y sus continuas y repetidas llamadas, impregnadas de un estilo cordial, dialogante con el mundo, y firme en la fe que se anuncia, seguro que podremos encontrar los caminos, las formas y los lenguajes oportunos para continuar presentando a Jesucristo como verdad de vida plena.

Homero Val i Pérez

Doctor en Derecho Canónico

Rector de la Parroquia de San Rafael de Barcelona


1 Motu proprio Ubicumque et semper de Benedicto XVI, por el que se instituye el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

2 Codigo de Derecho Canónico, c. 515.

3 Ratzinger, Joseph, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 9. (1992).

  • 28 mayo 2011
  • Homer Val i Pérez
  • Número 39

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