El «genio» femenino
Presentación
El título del tema de portada, el «genio» femenino, está tomado de Juan Pablo II, quien utilizó está expresión en varias ocasiones, singularmente en la memorable carta apostólica Mulieris dignitate[1]. Allí expresaba el agradecimiento de la Iglesia «por todas las manifestaciones del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia» y «por todos los frutos de santidad femenina.» La Iglesia –afirmaba– «da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad».[2] Años después, manifestaba su confianza de que en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del «genio femenino» en la Iglesia.[3]
La influencia espiritual de muchas mujeres santas en la Iglesia ha sido grande. El santoral está lleno de mujeres de toda condición. Algunas de ellas fueron de capital importancia en decisiones que afectaron a la Iglesia universal, como santa Catalina de Siena en el retorno de los Papas de Avignon a Roma o santa Juliana de Cornillon en su singular impulso para la introducción de la fiesta del Corpus Christi en toda la Iglesia. El momento presente, ante a una gradual pérdida de la sensibilidad por el hombre, por todo aquello que es esencialmente humano, la Iglesia espera la manifestación de aquel «genio» de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano. Y porque «la mayor es la caridad» (1 Cor 13, 13).[4]
En una audiencia reciente, Benedicto XVI afirmaba: «en la gran tradición cristiana se reconoce a la mujer una dignidad propia, y –siguiendo el ejemplo de María, Reina de los Apóstoles– un lugar propio en la Iglesia, que, sin coincidir con el sacerdocio ordenado, es igualmente importante para el crecimiento espiritual de la comunidad.»[5]
Quienes no entienden que la Iglesia no admita mujeres al orden sacerdotal deberían advertir que el sacerdocio no es una profesión más, sino un servicio a la comunidad al que nadie tiene derecho –tampoco los varones, simplemente por serlo– sino únicamente quienes son llamados al sacramento del Orden sacerdotal. Es cierto que para regir diócesis o la Iglesia universal se requiere la plenitud del sacerdocio, esto es la ordenación episcopal, lo cual exige, entre otros requisitos, ser varón. Pero lo más importante en la Iglesia no son las estructuras de poder, a las que tanta importancia da la sociología, ni pertenecer al estado clerical, sino la santidad. Las mujeres van teniendo más presencia en las estructuras eclesiásticas y no es aventurado asegurar que se incrementará en el futuro, pero reducir el papel y la importancia de la mujer a tal presencia es empequeñecer el papel y vocación de los fieles laicos. El lugar propio de las mujeres, al igual que el de la inmensa mayoría de los hombres, es el que corresponde a los fieles laicos: informar los estructuras y actividades humanas con el espíritu de Cristo, y no tanto el servicio del altar. Las mujeres, además, con el «genio» femenino que les es propio.
Del «genio» femenino se ocupan Maruja Moragas y Nuria Chichilla quines revisan la influencia espiritual femenina en la Iglesia. Rememoran figuras del pasado pero miran también la situación actual y la proyectan hacia el futuro. Por su parte, Elisa Luque revisa algunas mujeres que destacaron por su respuesta de fe y vida cristiana a lo largo del siglo XX, junto algunas otras que siguen dando un testimonio cristiano coherente en el mundo de hoy.
María Calvo afirma en su artículo que la mujer es un tipo de humanidad diferente al hombre y maravillosa. Sus diferencias, lejos de enfrentarla al varón la acercan al mismo en un proceso de complementariedad y búsqueda de equilibrio que enriquece a ambos. Argumenta que la presencia de la mujer en la vida pública es un derecho para la mujer y una necesidad para la sociedad. Por ello resulta imprescindible que la sociedad asuma que las mujeres tienen carreras menos lineales, formalizar programas de ascenso más flexibles, reconocer la maternidad como un mérito y una gran aportación social.
Sílvia Albareda Tiana nos habla de ecofeminismo y sostenibilidad. Entre otras cosas, afirma que la asociación mujer-naturaleza en vez de ser vista como un factor de dominio debe interpretarse como el catalizador que permitirá construir una sociedad más humana y sostenible.
Complementa lo anterior un artículo de Manel Vall sobre Raïssa Oumançoff (1883-1960), más conocida por Raïssa Maritain. Convertida a la fe católica al mismo tiempo que su esposo Jacques, lo acompañó en todos y cada uno de los momentos más importantes de su itinerario cultural, espiritual y filosófico. Jacques fue para Raïsa esposo y amigo del alma.
El profesor Saranyana presenta un estudio teológico-cultural sobre la condición de la mujer en nuestro tiempo, analizando diversas enseñanzas de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Concluye afirmando que uno de los retos más importantes para la filosofía y teología contemporáneas es repensar nuestro mundo a fondo. Esto no podrá hacerse satisfactoriamente si el hombre (varón y mujer) no reencuentra el sentido al progreso de nuestro tiempo.
Concluyen el tema de portada una breve nota de espiritualidad sobre Jutta Burggraf, una teóloga alemana fallecida recientemente, que supo hacer vida de la teología, armonizando un vigoroso pensamiento con una acendrada interioridad cristiana.
Domènech Melé
director de Temes d´Avui
[1] JUAN PABLO II, Carta Apost. Mulieris dignitate, 15 agosto 1988, nn. 30-31.
[2] Ibid., n. 31.
[3] JUAN PABLO II, Carta a las mujeres, 29 junio 1995, n. 11.
[4] Cf. Carta Apost. Mulieris dignitate, 15 agosto, 1988, n. 30.
[5] BENEDICTO XVI, Audiencia, 27 de octubre de 2010.