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Campo de trabajo en África. E.Puig

Este verano, un grupo de estudiantes universitarios, jóvenes profesionales médicos y odontólogos y dos seminaristas, acompañados por un sacerdote, tuvimos la oportunidad de participar en una experiencia que  excede la de un campo de trabajo en Costa de Marfil.

¿Cuál podría ser mi papel en este viaje? Esta era la pregunta que me hacía a menudo antes de ir hacia este continente tan fascinante. La respuesta la obtuve el primer día que llegué. "Lo único que tienes que hacer es observar y nada más", me dije. Parecía fácil, la verdad. Lo mismo me

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habían dicho tiempo atrás... Pero eso cambió en el mismo momento en que te das cuenta que hay tantas cosas por hacer...

Por otra parte, nosotros dos, los seminaristas, vivimos en un poblado a tres kilómetros del otro, donde se alojaba el resto del grupo de voluntarios. La razón principal era que así podríamos conocer de forma directa cuál era el papel de un misionero, cómo vive, qué hace cada día, como es su pastoral; en definitiva, descubrir que estos sacerdotes son héroes de la pastoral y como Dios està  detrás de cada una de las pequeñas cosas que hacen para él.

Lo que más me llamó la atención fue el caso de un misionero italiano que se había entregado hasta tal punto, a su misión, que se puso enfermo y tuvo que regresar a su país completamente desgastado, pero ¿por qué? image-c29d8b83dcab9ea8888277b21a7b4b9fAntes, sin embargo, debo decir que las diócesis de Costa de Marfil son muy extensas y esto supone que los desplazamientos son muy largos y complicados, pues el estado de las carreteras es muy malo, y durante la época de lluvias la cosa se complica aún mucho más. El barro se convierte en una excelente trampa para todos los vehículos, incluidos los de tracción en las cuatro ruedas. Pues bien, aquel sacerdote, llevado por un celo apostólico ejemplar, iba por toda la diócesis, aunque tuviera que estar una semana o más lejos de su parroquia. Si esto pasara aquí, no habría ningún problema, porque siempre se podría alojar en alguna parroquia o incluso en casa de algún conocido. Pero en África esto es completamente distinto. Las condiciones de vida son mucho más duras: tanto la comida, que siempre es lo mismo esencialmente –una dieta basada en arroz, pollo y yuca, un tubérculo–, como el clima, húmedo y lluvioso durante seis meses, y el resto de un calor muy riguroso; las diversas enfermedades que acosan a la población en general, hacen que la esperanza de vida sea muy corta. Si, además, añades que las casas no son casas sino cabañas hechas de barro con techo de hojas de palmera y, por supuesto, sin mosquitera, hacen que las posibilidades de coger la malaria sean muy elevadas. Esto hizo que este buen sacerdote encontrara su cruz en medio de la selva, donde seguramente ya no podrá volver nunca más.

El resto del grupo hizo una labor muy entregada, profesional y muy agradecida por toda la gente del poblado de Manaboué, que se desvivieron para que nos sintiéramos como en casa. Una parte se dedicó a curar a la gente de las múltiples heridas y dolencias que allí sufren. Aquí nosotros, los seminaristas, también hacíamos de enfermeros y ayudábamos en las cura de las heridas menos importantes. La enfermedad que se hace más evidente es la malaria, que hace estragos en la población y que afecta especialmente a los niños, aparte de los casos de sida, que no conocíamos oficialmente, pero que, a menudo, intuíamos claramente.

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Las mujeres, en general, sufren dolores musculares, porque siempre van muy cargadas, y tienen que hacer grandes distancias para acarrear las pequeñas pertenencias que llevan encima, normalmente para llevarlas al mercado y hacer las compras y ventas diarias, necesarias para vivir. No todo se acabó aquí, ya que había también un grupo que se dedicó a construir unos baños para la escuela del poblado. Otro a enseñar español, y en general todos participábamos de las actividades deportivas, de las cuales, en África, el fútbol es el rey.

Como decía al principio, después de observar no te puedes quedar de brazos cruzados,  y te das cuenta que hay gente, universitarios, que son capaces de dejar sus vacaciones en la Costa Brava, para ir a un lugar que ni siquiera sale en el mapa, y entregar una parte de  ellos mismos.  Lo que no sabían estos voluntarios es que en África uno piensa que va a dar y, en definitiva, lo que pasa es que no hace otra cosa que recibir. Yo, por ejemplo, si soy seminarista, es porque una vez fui un inconsciente que fue a Ghana a dar y a observar... Pero no fui el único, porque quien me acompañó, ahora es sacerdote, y creo que no seré el último. Pero eso ya sería tema de otro artículo.

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 La actividad de los voluntarios en Manaboué y cercanías...

Ángel, uno de los voluntarios, relata la labor realizada durante estas semanas en Costa de Marfil.

Nuestro trabajo abarca diversos ámbitos, por un lado está el médico y odontólogo, que no se limita a atender sólo a las personas de Manaboué sino que extiende su actividad por toda la comarca. Seguimos los pueblos –uno a uno cada día– para atender a todos los enfermos que requieren nuestros servicios, que no son pocos. Cada año atendemos unos 2.000 pacientes en el ámbito médico, y unos 700 en el odontológico. Sin duda, hay mucho trabajo por hacer.

Otro grupo se dedica a trabajar en el campo educativo, dando clases a niños y niñas de Manaboué y su image-a5eb26449662a6c4fc6cd4a42bb48c7eentorno, combinando la catequesis con clases de español, manualidades, etc. Y por la tarde, nunca falta el complemento deportivo y lúdico bajo un perfil más educativo que competitivo. Otro grupo dedica sus mejores esfuerzos a la construcción de edificios para la mejora básica de la formación humana de sus habitantes, especialmente los niños, como ha sido hasta ahora la construcción del comedor y los aseos de la escuela, de manera que su calidad de vida educativa disponga de elementos absolutamente básicos.

En medio de estos trabajos, que nos parecen muy importantes, hemos ido añadiendo, con la ayuda de algunos seminaristas venidos también con nosotros desde Cataluña y contando con algún otro seminarista marfileño, una pequeña colaboración en la tarea de formación cristiana y catequética que hacen los misioneros, que viven a pocos kilómetros del pueblo. La tarea es grande y los resultados también lo son, gracias a Dios y al trabajo heroico e incansable de estos hombres que viven allí todo el año. Bastantes personas de Manaboué están image-b940fca8647730b961cd97864529d63arecibiendo formación cristiana y se preparan para el sacramento del bautismo. El último curso, cinco personas del pueblo se han incorporado a la Iglesia católica, y otro grupito ha recibido la primera comunión. Entre los diecisiete monaguillos que formaban parte del grupo de chicos –de entre 10 y 15 años– que cada mañana, a las 7.30, ayudaban con gran seriedad en la Santa Misa (ciertamente, alguno de ellos de vez en cuando se dormía), sólo uno había hecho ya la primera comunión, había tres que estaban bautizados, y del resto la gran mayoría han empezado ya la catequesis –después de pedirlo con insistencia– porque también quieren ser bautizados.

Aunque nuestra estancia no es muy larga, todos los que vamos como voluntarios volvemos con el corazón afectado por la grandeza de esas personas. Tienen en el alma un sentido muy profundo del agradecimiento, un don constante que toca la trascendencia y una delicadeza sublime por  lo divino y por las cosas y personas sagradas.

Eduard Puig

Licenciado en Derecho

Seminarista de la diócesis de Barcelona

  • 10 diciembre 2009
  • Eduard Puig
  • Número 33

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