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Reconciliaciones conyugales: experiencias sobre mediación y terapia familiar

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Virginia Olano Lafita

Delegación de Pastoral Familiar del Arzobispado de Barcelona

 

 

 

Introducción

Me presentaré brevemente. Estoy casada y soy madre de cinco hijos. Profesionalmente comencé en la enseñanza, y después estudié Mediación y Terapia Familiar en la Escuela de la Unidad de Psiquiatría del Hospital  de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona. Desde hace más de once años colaboro como voluntaria en el Servicio de Acogida Matrimonial y Orientación Familliar (SADOF) que ofrece la Delegación Diocesana de Pastoral Familiar del Arzobispado de Barcelona, cuyo actual delegado es el sacerdote Dr. Manuel Claret. Allí atiendo a personas con dificultades a nivel individual, conyugal y familiar.

De mi experiencia en este Servicio y de algunas otras intervenciones puntuales en la misma línea es de lo que quiero hablarles, por lo que mi visión de las relaciones conyugales que encuentro con mayor frecuencia pueda aportarles cuando Vds. atiendan a gente con dificultades familiares, tanto si toman la decisión de aconsejarles personalmente como si creen que procede derivarles a un centro específico de Orientación, Mediación, Terapia Familiar o Terapia de Pareja.

No obstante, antes de entrar en las relaciones conyugales propiamente dichas, les expondré algunos datos relativos a nuestro Servicio.

 

Servicio de Acogida Matrimonial y Orientación Familiar (SADOF)

Servicio

Nuestras instalaciones se encuentran ubicadas en el emblemático edificio del Seminario de Barcelona. El Servicio nació en 1978 bajo el impulso del sacerdote recientemente fallecido Don Josep Boix, está abierto a cualquier persona y es gratuito, si bien se sugiere, cuando sea posible, una aportación de 10 € por sesión.

A lo largo de los años las visitas han ido en aumento. Para que se hagan una idea, en el año 2010 realizamos 422 sesiones, la mayoría para ayudar a mejorar relaciones familiares, y en algunas ocasiones facilitando orientación jurídica sobre temas de matrimonio y familia.

Somos un conjunto de siete colaboradores voluntarios (psicólogos, médicos, abogados, mediadores, psicoterapeutas, ...) –entre los que yo me encuentro– especializados en conflictos de pareja, y contamos con el apoyo de una secretaria. Desde el principio Don Josep Boix quiso que este equipo recibiera asesoramiento y supervisión por profesionales con formación específica en matrimonio y familia, y se encargó esta tarea a la Fundación Vidal y Barraquer, donde aún hoy nos seguimos reuniendo cada semana con nuestro actual supervisor, el sacerdote claretiano y psicólogo Don Antoni Gomis.

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Muchos de nuestros usuarios son remitidos por sacerdotes, párrocos, diáconos, vicarios, seminaristas, personal de la Casa, Asistentes Sociales, Aldeas Infantiles, amigos y conocidos nuestros o de personas a las que previamente atendimos, derivados desde el Teléfono de la Esperanza, desde Centros De Orientación Familiar (COFs) pertenecientes a distintos Obispados, o que nos han conocido a través de nuestra página web (www.pastoralfamiliarbcn.cat).

En algunas ocasiones, derivamos ciertos casos a centros más adecuados, como pueden ser recursos de salud pública, Provida, la Fundación Vidal i Barraquer o residencias para madres solteras, entre otros.

 

Usuarios

Las personas que nos solicitan ayuda suelen tener, en mi opinión, cierto aprecio por los valores espirituales, y vienen porque la Iglesia les parece una institución seria, con ética, de la que pueden fiarse, aunque ellos mismos se consideren católicos escasamente practicantes o incluso no creyentes. En estos últimos casos, suelen tener familiares con hondos sentimientos religiosos cuya opinión valoran. Sin duda, el hecho de que el Servicio sea gratuito, o casi, es también un incentivo importante.

Aunque no siempre, quienes vienen están mayoritariamente casados por la Iglesia desde hace algunos o muchos años y quieren -al menos uno de los dos- arreglar su maltrecha relación conyugal. Otras veces acuden a nuestro Servicio mujeres abandonadas por sus maridos, así como personas preocupadas por sus hijos. Suelen proceder de extracto social medio o medio-bajo, pero también hay cierta demanda entre clases sociales más altas, con cierta frecuencia por parte de cónyuges con profundas creencias religiosas.

Finalmente, cabe mencionar que, en algunas ocasiones, nos solicitan asesoramiento jurídico en temas de familia, y puntualmente Mediación Familiar tal como la entendía la ley catalana del año 2001; esto es, como ayuda a los esposos para separase lo más civilizadamente posible y que conserven, al menos, la capacidad de diálogo necesaria para alcanzar acuerdos referentes a sus hijos y bienes.

Afortunadamente en 2009 se amplió la legislación anterior, por lo que la Mediación Familiar en Cataluña ya no es sólo aplicable en casos de ruptura conyugal, sino también entre esposos que buscan mejorar su comunicación y/o relación. Este es un cambio valioso, pues quienes tienen derecho a justicia gratuita pueden beneficiarse de la ayuda de un mediador no sólo si desean separarse, sino también si quieren luchar por ser felices juntos.

 

Acogida

Como cabe esperar, en el Servicio nuestro primer paso ha de ser de exquisita acogida. Es preciso un encuentro cálido, donde la gente se sienta cómoda, escuchada y comprendida, sean cuales sean sus creencias, opiniones y circunstancias.

Esto puede llevar más tiempo del que parece, porque no es un mero formalismo educado, sino ir descubriendo en quien trata de abrir su intimidad –conforme van desplegando su personalidad– su brillo personal, aquello que le hace atractivo, diferente, especial, único. Es apasionante y muy enriquecedor cómo ante mis ojos se transforman progresivamente hombres y mujeres que en un primer golpe de vista percibo anodinos, deslucidos, incluso vulgares, en seres maravillosamente humanos,  protagonistas de historias que, sin duda, superan cualquier ficción.

En una palabra: la acogida ha de ser genuina, no mera cortesía; esto es imprescindible para generar una relación de confianza que permita que la intervención funcione. Y, claro está, queda fuera todo atisbo de juicio; no sólo los que algunos usuarios tramposamente buscan que los profesionales hagamos sobre su cónyuge, sino también los que nuestra personal prepotencia pueda osar interiormente emitir. 

 

Solicitudes de ayuda matrimonial

A la vez que vamos tejiendo esa relación de confianza entre el profesional y los usuarios, se aborda su petición de ayuda. Aunque muchas veces dicha solicitud de ayuda es sincera, en algunas ocasiones detecto cierto autoengaño o veo que las personas vienen para complacer a algún familiar o amigo, bajo amenaza de separación, cuando aparece sintomatología patológica, etc., pero sin interés real por luchar por su matrimonio o superar su rencor –incluso su secreto anhelo de venganza– hacia su cónyuge.

Hay quienes, decididos a separarse –mayoritariamente mujeres-, vienen para confirmar que su matrimonio es inviable y reducir así su sentimiento de culpa al dejar al otro, a la vista de que ni en la Iglesia se les ha podido ayudar, con la apariencia de por lo menos haberlo intentado. Este afán por liberarse del sentimiento de culpa también lo pude observar en el Hospital de San Pablo cuando hice allí prácticas, con la salvedad de que se apelaba a la autoridad científica, no a la religiosa, a la hora de demostrar que el suyo era un caso perdido dado que prestigiosos profesionales no pudieron enmendarlo.

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Por mi parte, cuando me encuentro ante razonables dudas acerca del sincero interés por la ayuda que solicitan, trato de que las intenciones de cada uno queden claras y de que cada uno se responsabilice plenamente de sus decisiones.

Les comento esto porque lo considero una trampa inconsciente al profesional que trata de ayudarles con la que pienso que Ustedes probablemente también se habrán encontrado en cierto sentido. Quiero decir: habrán atendido a personas que se quejan de su cónyuge y tratan de convencerse a sí mismas –o a quien les escuche, incluso a los hijos– de que están poniendo todo de su parte en su matrimonio, pidiendo ayuda para tranquilizar su conciencia, pero sin llegar a poner toda la carne en el asador, tal vez convencidas de que “aguantar” a su cónyuge es todo lo que cabe hacer.

Habrán probablemente encontrado gente muy devota que asiste a encuentros religiosos diversos con la idea de que eso les dará la suficiente paciencia y capacidad de sacrificio para sobrellevar los defectos o desequilibrios de su cónyuge, conformándose con sobrevivir dentro de su matrimonio, en lugar de revisar su relación con mirada autocrítica, incluso de tener la humildad de buscar ayuda profesional, y aspirar a mejorar personalmente y tratar de ser felices juntos, como es propio de la unión conyugal.

Tengo constancia de que algunas personas, por temores varios, han rechazado la invitación de su cónyuge a un tratamiento de pareja, a la vez que se conforman con mantener un matrimonio infeliz, de vidas paralelas, y calman su conciencia llenando su agenda de actividades muy buenas en sí mismas pero que generalmente no bastan para cambiar la torcida inercia de su relación matrimonial.

Aunque en muchos de estos casos hay certeza de compromiso, sí suele faltar enamoramiento, bien desde el inicio, bien porque el rencor ocupó su lugar. Y es en estas uniones en las que con demasiada frecuencia, haciendo del matrimonio un triste deber, se humilla al otro al no quererle por sí mismo, sino por lo que aporta al propio proyecto personal.

 

Conflictos conyugales  

Para profundizar en lo que realmente ocurre entre los cónyuges, es especialmente útil image-1750165b889e38b8627e6bb29d471b53localizar dónde se sitúan sus problemas. Permítanme exponerles a grandes rasgos la clasificación elaborada por Carmen Campo (psicóloga clínica y subdirectora de la Escuela de Terapia Familiar del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona), según la cual podemos englobar dichos problemas en tres categorías: 1ª: divergencias en la definición de la relación, 2ª: divergencias en el contenido de la relación y gestión de la convivencia y 3ª: divergencias en el manejo y resolución de conflictos.  Abordaré los tres tipos por separado, si bien es frecuente que en la práctica se den simultáneamente dos o incluso las tres posibilidades.

 

Divergencias en la definición de la relación

En primer lugar, comentaré extendidamente lo relativo a las divergencias en la definición de la relación. Vemos que cada cónyuge entiende la relación que les une a su modo y sus expectativas no coinciden, a pesar de lo cual no suelen saber del todo lo que les ocurre, ni abordar el tema directamente, sino a través de conflictos, crisis o incluso síntomas patológicos. Están desorientados, no acaban de localizar de dónde vienen sus dificultades, quizás porque es demasiado doloroso para enfrentarlo sin un soporte terapéutico.

Hay multitud de casos en esta categoría. Por ejemplo, falta sincero amor en bodas precipitadas o en algún cónyuge “endiosado” con prepotentes expectativas de mejorar al otro, o no hay acuerdo sobre aspectos clave como pueden ser los proyectos personales y profesionales de cada uno, la fidelidad, el compromiso o cómo cada uno entiende el vínculo amoroso, sus necesidades de fusión o diferenciación emocional, etc.

Estas características personales guardan bastante relación con las vivencias de la infancia y con los estilos relacionales de las respectivas familias de origen.

Hay familias tipo clan, muy aglutinadas (que guardan lealmente sus secretos y que viven el alejamiento como una traición), y familias despegadas (en las que los miembros tienen mayor autonomía y capacidad de abrir su intimidad al exterior). Lo idóneo sería familias alrededor del punto medio entre los dos extremos, pero eso no es lo que solemos encontrarnos. Es más, en cada matrimonio suele haber un cónyuge de cada uno de estos dos tipos de familia, y los problemas aparecen cuando se interpreta la conducta del otro y de la familia política de acuerdo con los propios parámetros, a pesar de que ambas familias de procedencia están en polos opuestos en este sentido.

Además, en las familias muy aglutinadas –pero no sólo en éstas- encontramos muchos cordones umbilicales por cortar; muchas personas que, para que no quede su lealtad a su familia de origen en entredicho, anteponen sus padres y hermanos a su propio cónyuge, rompiendo el orden natural propio del matrimonio.

Algunos ejemplos son: el cónyuge que rechaza hacer terapia porque no tolera abordar aspectos dolorosos de su familia de origen o no se perdonaría cuestionarla, los hombres que desde niños se vieron abocados a proteger a sus image-75eb37e90db963e340e986f8bdaf39b1propios padres y hermanos y siguen considerándoles su prioridad a pesar de haberse casado (y postergan a sus esposas, que van acumulando rencor), o el caso de la hija juiciosa y bondadosa que siempre cuidó de su madre alcohólica, y que una vez casada trataba de seguir haciéndolo a expensas de su marido.

Estos casos fácilmente derivan en luchas de poder, el tema de fondo que más se repite en las visitas que recibo, casi un común denominador.

Imagino que hace años, cuando las expectativas de hombre y mujer respecto a su papel en el matrimonio y la familia eran incuestionablemente las tradicionales, éste no era un punto tan provocador. Pero hoy no es así, ahora hay más opciones, y aunque las mujeres estamos contentas de tener acceso a terreno antes exclusivamente masculino dado el desarrollo y prestigio que conlleva, los hombres se resisten más a introducirse en el infravalorado mundo de las tareas domésticas y el cuidado y educación de los hijos. Es lógico, por tanto, que en estas circunstancias los cónyuges de hoy tengan un mayor reto en llevar bien el reparto de poder y de papeles a desempeñar dentro de su matrimonio y familia.

Para que los cónyuges dejen de luchar por el poder y aprendan a hacer equipo, es importante entender qué les ocurre, cómo funciona su relación y desde cuándo es así. A mí personalmente me es muy útil distinguir entre matrimonios simétricos, en los que las posiciones son de igualdad, y matrimonios complementarios, en los que uno tiene más poder que el otro, a veces presentando posiciones de “protector” y “protegido” o “dominador” y “sometido”, por ejemplo.

Lo idóneo es que, aún predominando uno de los dos tipos de relación, no siempre se repita igual. La experiencia indica que cuando falta flexibilidad y las posturas se hacen rígidas los problemas están casi asegurados.

En el caso de las relaciones simétricas, será muy difícil que funcionen cuando se busca taxativamente un reparto de poder igualitario al milímetro, y es probable que se den situaciones de “escalada simétrica”, en la que cada uno trata de imponerse pisando al otro, llegando incluso hasta la violencia o sintomatología patológica. Habrá que ayudar a los cónyuges a que aprendan a salir de tales luchas y aúnen fuerzas en vez de rivalizar.

Por otro lado, las parejas de relación predominantemente complementaria en las que siempre es el mismo el que dirige tampoco suelen funcionar bien a largo plazo. De algún modo la persona sistemáticamente relegada pierde su atractivo ante el otro o busca maneras inadecuadas de ser tenida en cuenta, muchas veces también patológicas. Habrá que ayudarles a aprender a complementarse sin menosprecios, dándose reconocimiento mutuo.

En otras ocasiones, las dificultades no vienen de la rigidez de las posiciones, sino de cambios en las mismas, contra los que suele rebelarse quien pierde poder. Es el caso de relaciones complementarias que pasan a ser simétricas, o viceversa, y de intercambios de posiciones “protector”–“protegido”, “dominante”–“sometido”, etc. Estos procesos se suelen dar a raíz de cambios de salud, de estatus profesional, económico, social y cultural, por ejemplo.

Al comparar estos dos tipos de patrones relacionales, detectamos que, mientras en las parejas de relación simétrica las luchas de poder son más claras, las confrontaciones más abiertas, las peleas más explícitas (con frecuencia por poseer “la razón”), en las relaciones complementarias las luchas de poder son muchas veces indirectas, soterradas, malinterpretadas y malentendidas por los propios protagonistas e incluso por su círculo más próximo.

Ejemplos de conductas que buscan –más o menos conscientemente– someter al cónyuge pueden ser: coqueteos o infidelidades; posponer al cónyuge frente a la propia familia de origen, a los hijos, a alguna amistad a la que se le cuentan “secretos de pareja”, incluso a un animal doméstico, al deporte, al trabajo y/o cualquier otra actividad muchas veces buena en sí misma; erigirse como protector y guía del otro, descalificándole más o menos sutilmente, mientras a su vez dicho cónyuge entra en el juego asumiendo el papel de incompetente; boicotear el desarrollo profesional del otro; aprovecharse de la creencia de “quien paga manda”; desautorizar al cónyuge ante terceros, tal vez ante los hijos, con palabras, gestos, sonrisas burlonas, miradas hirientes o sutiles desprecios; o caer incluso en síntomas patológicos que hacen que el cónyuge que ostenta el poder quede a merced de lo incontrolable y el otro, habitualmente sometido, aumente su cota de poder en la relación a la vez que baja en autoestima, como sería en el caso de las adicciones, autolesiones o las tan frecuentes hoy en día depresiones, que dicho sea de paso, suelen solucionarse mucho mejor con un tratamiento de pareja, que entiende el síntoma dentro de su contexto familiar, que centrándose en la persona enferma y su trastorno.

También podemos incluir en esta lista de torpes maneras de luchar image-5a7ff4a734c04e65b4ce3e25b219f942por el poder dentro de la relación conyugal o de resentirse por haberlo perdido algunos síntomas físicos y enfermedades con los que el cuerpo exterioriza el malestar anímico que la mente no supera o incluso ni reconoce ni verbaliza.

Este es el caso de algunas afonías, sintomáticos dolores de cabeza (uno de mis clientes lo sufría siempre justo antes de nuestra sesión semanal), problemas de visión, alopecias, dolores de espalda, de huesos, de pies, contracturas musculares e incluso dolorosas fibromialgias desarrolladas ante situaciones altamente estresantes, por ejemplo.

Los problemas de salud son factores a tener muy en cuenta, y pueden ser valiosos indicadores de malestares emocionales que habrá que abordar para que las personas puedan llegar a conocerse y encontrarse mejor, y aprendan a comunicarse con claridad, a hablar con palabras, no a través de desarreglos corporales.

Del mismo modo, cómo funcionan las relaciones sexuales entre los esposos constituye también una poderosa metáfora de la relación y da pistas al profesional de los problemas que subyacen entre los cónyuges.

Un ejemplo interesante en el que la sexualidad refleja claramente la situación conyugal es el caso de una esposa que, a pesar de haber tenido una activa vida sexual y dos hijos, tuvo su primer orgasmo después de veinte años de matrimonio, cuando cambió su posición en la relación, y pasó de sentirse sometida y resentida a sentirse tenida en cuenta y con derecho a desarrollarse profesionalmente.

Pero, en cualquier caso, es imprescindible entender qué tipo de herramientas usa cada cónyuge para imponerse sobre el otro, desvelar la pauta relacional que repiten y ayudarles a verse no ya sólo como protagonistas agredidos y desencantados, sino tomando perspectiva, como si fueran observadores externos de sí mismos, para llegar a hacer los cambios necesarios para mejorar su relación.

Las discrepancias entre los cónyuges de los casos que he comentado hasta ahora se sitúan, globalmente hablando, en la definición de la relación que les une, la primera de las tres categorías de problemas conyugales establecidas por Carmen Campo antes mencionadas. Son casos duros en los que fácilmente aparecen síntomas y patología, que puede llegar incluso hasta el maltrato psicológico y físico.

 

Divergencias en el contenido de la relación y gestión de la convivencia 

A continuación abordaré la segunda categoría de problemas conyugales establecida por Carmen Campo: las divergencias en el contenido de la relación y en la gestión de la convivencia.

Son aquellos casos en los que falta entendimiento en aspectos tales como: manejo del espacio y del tiempo, tareas domésticas, relaciones con las familias de origen, relaciones sociales, área laboral, hijos, estilos educativos, manejo de la economía, ocio y tiempo libre, gestión de las enfermedades, sexualidad, valores y creencias.

En principio los problemas de esta categoría son menos graves y de más fácil resolución que los de la anterior. No obstante, es imprescindible diferenciar cuándo es sólo cuestión de consensuar cómo convivir, respetando al otro, image-69c1825e9b36621ca6ad3a8857017593aprendiendo a quererse a pesar de no entenderse en algunos temas, y cuándo estas discrepancias son manifestaciones superficiales –la punta del iceberg– de otras más profundas, como las mencionadas antes en torno al primer tipo de conflictos conyugales, o sea, a la definición de la relación conyugal.

 

Divergencias en el manejo y resolución de conflictos

Por último, siguiendo la clasificación de Carmen Campo, pasaré a comentar el tercer tipo de desacuerdos. Son los que se refieren al manejo y resolución de conflictos.

No se trata de que haya una única fórmula para abordar los conflictos, sino de que cada matrimonio encuentre las que le funcionan eficazmente, de modo que no estar de acuerdo no sea un problema, sino una oportunidad de amar, de expresarse asertivamente, discrepando sin herir al otro, demostrándole respeto, empatía y cariño, escuchándole de verdad, no en actitud defensiva, y buscando el consenso cuando sea preciso tomar decisiones.

Habrá que tener en cuenta si nos encontramos ante un estilo comunicativo convalidante (los que quieren arreglarlo todo razonando),  estilo explosivo (quienes pierden los nervios y con ello la oportunidad de expresarse adecuadamente y ser escuchados) o evitadores de conflictos  (personas con miedo a disentir, que prefieren no discutir, callar y tragar, pero almacenan rencor y después suelen vengarse de algún modo).

Aunque cada caso es único y estos estilos no se dan en estado puro, podemos concluir que, en general, las uniones de dos caracteres explosivos conllevan riesgo de peligroso descontrol, y la de los perfiles explosivo y evitador de conflictos son particularmente difíciles. Estos aspectos se han de tener muy en cuenta, pues aunque no siempre es ésta la dificultad más grave, sí muchas veces es la más urgente a tratar, para que las personas estén en condiciones de escucharse y avanzar.

 

Constataciones

Comentaré a continuación lo que, lejos de ser afirmaciones científicamente demostradas, constituye mi interpretación personal de lo que he podido observar en mi práctica profesional: 

Elementos clave identificados

Al margen de los distintos tipos de problemas conyugales que podamos detectar en quienes acuden a nuestro Servicio, es un hecho que cuando los dos cónyuges tienen sincero interés en salvar su matrimonio hay muy considerables posibilidades de éxito. En cambio, si sólo uno de ellos lo desea, sus intentos por convencer al otro no siempre son fructuosos. En concreto, es más difícil que la mujer que quiere separarse cambie de opinión que lo haga el marido cuando es él quien lo desea.

No obstante, he  observado que hay dos poderosísimos elementos que dan a los cónyuges una especial energía para vencer el desánimo y persistir en su lucha por salvar su matrimonio en épocas de crisis. Me refiero a la intensidad del enamoramiento inicial y cuán arraigadamente creen los esposos en la indisolubilidad del matrimonio contraído. Además, cuanto más haya durado su felicidad compartida, más patrimonio emocional a favor de la reconciliación.

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Uno de los casos para mí más llamativo es el de un joven matrimonio cuyo casi único nexo de unión es su profunda fe católica y sus románticos inicios. Todo lo demás han sido dificultades incluso desde antes de la boda, y gracias a que las dos variables mencionadas se daban en alto grado, han podido hacer frente al gran reto de aprender a convivir en armonía. Para que se entienda un poco más, han de saber que se conocieron y enamoraron trabajando para una ONG en Calcuta, y a los pocos meses se casaron, sin apenas conocerse. Ella es del norte de Europa y él de Sudamérica. Sus idiomas, culturas, costumbres, y familias –ambas infelices- son muy diferentes. Sus expectativas sobre el modelo de familia a crear eran también dispares, y sus personalidades chocaban bruscamente con suma facilidad. Su lucha ha sido ardua y muy encomiable. Dicen haber podido con tantas discrepancias porque ambos han buscado a Dios; creo, además, que han sabido encontrar la manera de vivir en paz porque desde el principio se amaron mucho y porque su compromiso al casarse por la Iglesia Católica era para ambos totalmente definitivo.

También quiero mencionar un caso en el que, a pesar de que el marido rechaza cualquier tratamiento, han podido salir adelante gracias al gran amor y profunda fe de su mujer, que, en lugar de aguantar sin más las frecuentes flaquezas y desprecios de su esposo, y desoyendo a quienes la animaban a separarse o a solicitar una nulidad matrimonial, ha buscado ayuda externa para profundizar en su propio comportamiento y, empezando por cambiarse a sí misma, conseguir un mejor matrimonio. El efecto expansivo de su mejoría ha llegado no sólo hasta los hijos, sino incluso hasta las relaciones con sus propias familias de procedencia.

 

Obstáculos a superar

Pero si, como he comentado, un enamoramiento vivo y una creencia arraigada en la indisolubilidad del matrimonio son elementos claves en el empeño que los esposos ponen en reconciliarse, también hay que tener presente cómo sentimientos no siempre conscientes de culpa, rencor y deseos de venganza boicotean avances consistentes y alargan el proceso restaurador.

Ustedes saben mucho más que yo sobre estos conceptos y lo que puedo aportarles es mi constatación profesional de lo mucho que cuesta reconocer que se siente rencor, pedir perdón, perdonar de corazón los propios errores y las profundas heridas recibidas de parte de personas muy allegadas, y más aún cuando el ofensor no se arrepiente, no se disculpa o lo hace a modo de mero trámite. No sirve el clásico “Perdono pero no olvido”, no basta la intención de ser bueno, para tener verdadera paz y dejar de buscar ocasiones de “pasar factura” –o sea, vengarse–, o aprovechar y disfrutar las que se tercien.

Muchas veces al ofendido parece no bastarle con que su cónyuge mejore gradualmente, sino que necesita que el otro reconozca con rotundidad sus errores, baje la cabeza y entienda el dolor que su conducta ha generado, incluso que sufra ese mismo dolor. De ahí que algunos lleguen a plantearse devolver una infidelidad con otra, por ejemplo.

Otras veces el rencor se disfraza de desconfianza: los esposos dudan del propósito de enmienda del otro, incluso temen que cuando acabe la intervención profesional se pierda la inercia positiva, y justifican su falta de entrega en base a esos miedos. Es el caso, por ejemplo, del marido que, cansado de ser la sombra de una mujer muy prestigiosa, se aleja de ella cada vez más. Una vez ella se disculpa y empieza a rectificar, él desconfía de la consistencia de estos cambios y sigue volcándose en sus aficiones e ignorándola durante bastante tiempo. De alguna manera, todo lo que él sufrió antes, cuando ella no era consciente de la profundidad de la crisis, lo sufre ella después, cuando él tiene oportunidad de resarcirse.

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Con muchísima frecuencia las afrentas al orgullo son las que más cuesta superar, no sólo cuando nos hieren, sino también cuando nuestra imagen ha quedado dañada porque nosotros hemos herido a otros. Personalmente creo que sólo se puede perdonar sinceramente con ayuda divina, con amor auténtico. Por mi parte, intento facilitar el proceso, ayudando a las personas a percibir, reconocer y expresar sus propios sentimientos negativos, muchas veces escondidos y negados (ante los demás pero sobretodo ante uno mismo), a aceptar con humildad y esperanza la imperfecta condición humana propia y ajena, a ponerse en el lugar del otro, a pedir disculpas lo más explícitamente posible, a reparar el daño causado, a visualizar la parte de la propia conducta que contribuyó a que el ofensor se comportara mal, a perdonarse por ello; en fin, a encarar de frente el pasado, la culpa y el rencor persistentes, aceptarlos para poder superarlos y evitar que sigan interfiriendo, aunque sea soterradamente, en el proceso de reconciliación y acercamiento mutuo.

Según he podido observar, cuanto más tiempo se vive sin resolver los conflictos, ya sea “callando y tragando” o discutiendo improductivamente, más rencor se acumula y más cuesta deshacerse de él, si bien cuanto más se ama, más fácil resulta perdonar. En este sentido, volvemos a la constatación de que el patrimonio emocional (intensidad del enamoramiento inicial y tiempo que duró la felicidad compartida) es muchas veces esencial en los momentos de crisis, y que es más genuino el perdón de quien ama con el corazón que aquel del que trata de perdonar racionalmente, para destensar el ambiente o para cumplir con su conciencia, o sea, más por sentirse bien consigo mismo que por el otro.

 

Impactos en los hijos

Antes de terminar, permítanme una leve mención a los hijos, los inmediatos beneficiarios de padres felices y enamorados, pero también damnificados cuando ocurre lo contrario. Sólo querría señalar que, de algún modo han de ser tenidos en cuenta por el profesional, aunque no suelan participar en las sesiones, puesto que muchas veces han entrado en los juegos relacionales de sus padres tomando partido por uno de ellos, incluso ocupando ilegítimas posiciones de poder que se resisten a dejar cuando sus padres quieren rectificar el rumbo de su relación matrimonial y tratan de resituarlos en el lugar que jerárquicamente les corresponde.

En cierto sentido los hijos constituyen certera prueba del matrimonio: cuando la relación conyugal cambia, los hijos inicialmente se sorprenden y rebelan de múltiples modos, pero cuando la mejoría de los padres se mantiene, los hijos acaban beneficiándose también.

 

Conclusión 

Finalmente, quisiera agradecerles su atención y concluir haciendo hincapié en la necesidad de una cálida acogida a las personas que piden ayuda, así como de una respuesta que les invite a cuestionarse sus propios puntos de vista y les mueva a salir de su pauta habitual, buscando ayuda profesional a tiempo cuando sea preciso.

Recuerden que dicha ayuda profesional puede ser especialmente útil para matrimonios con dificultades de comunicación, problemas sexuales, de convivencia, de entendimiento, luchas de poder, síntomas y bloqueos patológicos de cuya envergadura los protagonistas muchas veces no son del todo conscientes.

Creo que sería bueno que Ustedes animasen a quienes les consulten a revisar su situación conyugal a fondo, sin miedo a las verdades sobre su matrimonio que han de descubrir, enfrentar y aprender a gestionar, para que no se conformen con rezar pidiendo a Dios paciencia y que el cónyuge cambie, sino que sigan el sabio refrán de “A Dios rogando y con el mazo dando”, y puedan consolidar mejoras a nivel de pensamiento, emociones, afectos y hechos, para que lo que era un círculo vicioso de desencuentros tienda a convertirse en círculo virtuoso de donación.

  • 25 marzo 2012
  • Virginia Olano Lafita
  • Virginia Olano Lafita, Delegación de Pastoral Familiar del Arzobispado de Barcelona, Reconciliación, Conyugal
  • Especial 12

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