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Claves para comprender la homosexualidad desde la perspectiva bíblica

Algunos autores reclaman una nueva exégesis de los textos bíblicos que hacen referencia a la homosexualidad para comprender cuál puede ser su auténtico significado. Sostienen que, hasta la fecha, esos textos han sido mal traducidos o mal interpretados por culpa de una visión “tradicionalista” de la Biblia. Su objetivo es demostrar que en la Biblia no hay datos significativos ni decisivos que permitan llegar a un juicio negativo sobre la moralidad de la práctica homosexual[1].

El enfoque del estudio que me propongo hacer es bíblico-teológico. Para llevarlo a cabo, en primer lugar hemos de saber de qué tipo de textos hablamos, leerlos en su contexto y según el género literario en el que estén compuestos. Por otra parte, será preciso leer los textos del AT a la luz del NT. Por último, intentaremos comprender cuál es el sentido de esos textos desde la globalidad del mensaje bíblico revelado, y descubrir su fuerza interpeladora para el hombre de hoy.

A lo largo de la Biblia encontramos pocas referencias al tema que nos ocupa. Sin embargo, el número de textos es suficientemente significativo para poder alcanzar una adecuada comprensión. Dejemos hablar a los textos bíblicos.

 

La homosexualidad en el Antiguo Testamento

 

El Génesis es el libro que relata uno de los episodios más extensos relacionado con nuestro tema: la destrucción de Sodoma. El autor nos introduce poco a poco en la narración. En primer lugar describe las características de la ciudad elegida por Lot para instalarse con su familia. Nos dice que estaba situada en la vega del Jordán y tenía gran riqueza pues era una zona de regadío, “como el jardín del Señor” (Gen 13, 11). Sus habitantes eran “perversos y pecadores empedernidos contra el Señor” (Gen 13, 13), de hecho había llegado hasta el cielo la noticia de que “su pecado es gravísimo” (Gen 18,20) y Dios envía unos mensajeros para comprobarlo. A pesar de que Abraham intercede por los habitantes de esa ciudad, y trata de lograr el perdón para la ciudad, en caso de que hubiera allí 10 hombres justos, los mensajeros no sólo no encuentran ninguno (salvo Lot), sino que son objeto de un ataque violento por parte de “todos los hombres de la ciudad” (Gen 19, 4) y del que consiguen defenderse de forma extraordinaria.

 

Actualmente hay autores que discuten cuál fue el pecado de esa ciudad, por el que mereció el castigo de la destrucción para siempre. Algunos apuntan hacia la falta de hospitalidad[2]. A mi modo de ver, parece evidente que no se puede hablar de un solo pecado sino de una situación generalizada de culpa, pero también queda claro que uno de los más relevantes era el de la práctica homosexual. El texto dice que una turba acude a casa de Lot para “conocer”[3] a los visitantes que acaban de llegar. El verbo hebreo utilizado no se refiere sólo a un simple conocimiento, sino a las relaciones conyugales. De hecho así lo entiende Lot, que ante tal proposición, les plantea que se lleven a sus hijas, y la reacción de los habitantes habla por sí sola. Queda claro, cuál era su intención y, por tanto cuál era el pecado de los sodomitas.

 

Además, a esta conclusión llegamos no sólo por la lectura del texto del Génesis, sino por otros pasajes en los que se menciona esa destrucción. En efecto, Sodoma aparece expresamente citada 46 veces en la Biblia, la mayoría de ellas como imagen de ciudad que fue desolada por su gran impiedad y falta de conversión. En el AT, que es el que nos ocupa ahora encontramos 16 referencias en diversos libros, dos de ellas en el Deuteronomio[4], y las demás en seis profetas distintos[5]. También hay alguna alusión al episodio acaecido en Sodoma, como por ejemplo en el libro de la Sabiduría[6]. La lectura detenida de estos textos pone de relieve que en Sodoma la perversión humana había alcanzado formas diversas e incluso se había llegado a alardear de la falta de moralidad (Is 3,9). Había comportamientos violentos, falta de hospitalidad, soberbia, exceso de vida ociosa y también se habían traspasado los límites aceptados por la cultura israelita en materia sexual[7]. Y todas estas prácticas se consideraban abominables para Dios. El profeta que describe con más detalle la falta de moralidad de los habitantes de Sodoma es Ezequiel, pero también afirma que serán tratados con mayor indulgencia al final de los tiempos que sus contemporáneos judíos, porque su ignorancia era mayor. Algo semejante oiremos en la predicación de Jesús, como se verá más adelante.

 

Las palabras de los profetas son fuertes, pero su mensaje siempre queda abierto a la esperanza del perdón de Dios. Muestran que el castigo es una medicina, dura pero eficaz, porque hace al hombre consciente de su mal, de su indigencia, y de la necesidad de la clemencia divina.

Un episodio similar al de Sodoma lo encontramos en el capítulo 19 del libro de los Jueces. En este caso el suceso tiene lugar en Guibeá, una ciudad habitada por los miembros de la tribu de Benjamín. Es un relato terrible, en el que también se narran diversos comportamientos que ponen de manifiesto una grave corrupción moral. Como en un “crescendo” se menciona la falta de hospitalidad, el intento de abusar del levita recién llegado a la ciudad, el maltrato de una mujer hasta provocar su muerte cruel, y por último la lucha fratricida de las tribus de Israel, que causó miles de muertos, y cuyo detonante fue lo sucedido en Guibeá. El episodio en su conjunto es condenado de forma explícita con las siguientes palabras “Nunca ha sucedido ni se ha visto nada igual desde que los hijos de Israel subieron de la tierra Egipto hasta el día de hoy” (Jue 19, 20).

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Por último, en el AT hay otros dos textos, de carácter legislativo, que hacen referencia a la práctica homosexual. Se trata de leyes apodícticas, formuladas como prohibiciones categóricas, que no admiten excepción. El enunciado de la cuestión que nos ocupa es escueto: “No yacerás con varón como se yace con mujer” (Lev 18,22), viene acompañado del correspondiente juicio moral: “es una abominación” (Lev 18,22) y de la sanción correspondiente “ambos morirán sin remedio” (Lev 20, 13).

 

Estos textos del libro del Levítico, aparecen en el marco de la llamada Ley de santidad (Lev 17,1-26,46), que contiene prescripciones acerca de los sacrificios, las condiciones para la santidad de la unión conyugal y para evitar abominaciones, así como diversas normas cultuales y morales. El pueblo de Israel debía cumplir estos preceptos para ser santo, como santo es Dios. En otras palabras, la Ley revela la voluntad de Dios. Por ello, cumplirla significa llevar una forma de vida justa, desde el punto de vista religioso-moral, y no puramente legal.

           

            Hasta aquí los textos que hemos encontrado en el AT. Conviene retener dos datos de interés. En primer lugar, el hecho de que aparezcan referencias en libros de características literarias y épocas diversas -relatos, leyes, oráculos de los profetas, reflexiones de los sabios- indica que se trata de una cuestión sobre la que hay una enseñanza suficiente. En segundo lugar, hemos observado que hay un rechazo manifiesto hacia la práctica homosexual, que merece la destrucción de varias ciudades, de las que Sodoma es el paradigma[8]. Llegados a este punto, podemos preguntarnos si tal planteamiento se debe a un simple prejuicio cultural[9] o más bien podemos hablar de una auténtica intuición teológica, que lleva consigo una ética conforme a la dignidad humana. Para dar una respuesta adecuada hemos de examinar los textos del NT.

 

La homosexualidad en el Nuevo Testamento

Los Evangelios dan un testimonio unánime del modo de comportarse de Jesús, abierto a todo tipo de personas. Siempre acoge a quien se acerca a él sin mostrar ningún tipo de discriminación. Son numerosos los relatos que ilustran esta actitud. Elige al publicano Mateo como uno de sus apóstoles (Mt 9, 9-13), agradece las atenciones que recibe de una mujer con fama de pecadora en casa del fariseo Simón (Lc 7, 36-50), cura a la hija de una mujer sirofenicia (Mt 21, 28), etc. En definitiva, Jesús no se deja llevar por condicionamientos sociales ni de carácter religioso. Se acerca todos aquellos que la Ley declaraba impuros, y a todos les ofrece el perdón. Sin negar el pecado, cuando existe, ofrece la misericordia, como en el caso de la mujer adúltera a la que salva de morir lapidada, según mandaba la Ley, y a la que anima a no pecar más[10].

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Jesús muestra con su vida que el pecado no tiene la última palabra, sino el perdón. Pero, para acogerse al perdón es preciso reconocer la propia situación, recapacitar, convertirse; en definitiva, abandonar la forma de vida equivocada. Es posible llevar a cabo todo este proceso cuando se conoce tanto la situación personal como la actitud misericordiosa de Dios. En cambio, es imposible cuando el sujeto ignora ambas realidades. Y a esta situación de ignorancia se refiere Jesús en las dos ocasiones en las que hace alusión a la destrucción de Sodoma: sus habitantes no conocieron las obras del Dios verdadero, no fueron testigos de ningún milagro, y por ello en el Juicio final serán tratadas con mayor indulgencia que las ciudades que rechazan a los enviados por Jesús para difundir su mensaje[11].

 

Si prestamos atención a las enseñanzas de Jesús, observamos que hay referencias al matrimonio, al adulterio, al divorcio, y a cualquier comportamiento que nazca de un corazón impuro[12], pero no hay ninguna mención explícita a la práctica homosexual. Sin embargo, las alusiones que acabamos de mencionar al castigo de Sodoma reflejan una clara continuidad con el mensaje veterotestamentario sobre esta cuestión[13].

 

            Precisamente el enfoque del castigo merecido por la falta de conversión es el punto en común que comparten los evangelios con varias epístolas, en concreto, la segunda de Pedro, la primera a los Corintios[14], Romanos, la primera a Timoteo, y Judas. En todos estos casos, se quiere poner en guardia a los miembros de las incipientes comunidades cristianas frente a la forma de vida de la sociedad pagana de su tiempo, para que abandonen la conducta inmoral, y se pongan en guardia ante los que la difunden. En estas cartas se enumeran diversos pecados, extendidos en el mundo grecorromano por donde comenzó a expandirse el cristianismo, y uno de los que se menciona es la práctica homosexual. Mencionan también el desorden moral característico de Sodoma como una conducta licenciosa (2 Pe 6-10) que consiste en el uso antinatural de la carne (Jud 1,7). San Pablo, por su parte, en la epístola a los Romanos señala que esta práctica se daba tanto en hombres como en mujeres (Rom 1, 26-27).

La lectura de estos textos nos permite desarrollar algo más la explicación teológica: los que se apartan de Dios, e incluso niegan conocerle, caen en la idolatría, que se manifiesta de diversas formas; y ésta conduce al desorden moral, primero individual pero a la postre social. Por tanto, el pecado no es sólo una cuestión individual, sino que pone en entredicho la relación con Dios y acaba reflejándose en el desorden de la vida social. Con todo, aunque el hombre se aparte de su creador, Dios siempre está dispuesto a perdonar a quien se convierte y acude a su misericordia.

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Consideración final

 

El estudio del conjunto de textos del Antiguo y Nuevo Testamento nos permite afirmar que la Biblia reprueba la práctica homosexual[15]. Pero ¿cuál es el motivo? ¿Tiene validez para el mundo de hoy? Para responder a estas preguntas ampliamos nuestro punto de vista y prestamos atención al mensaje salvífico que transmite la Biblia en su conjunto.

 

Desde sus primeras páginas la Biblia narra la historia del hombre como una historia de salvación. El relato de la creación enseña que Dios da a cada criatura un modo de ser y de alcanzar su finalidad o plenitud. Por lo que se refiere a la persona humana, la enseñanza bíblica muestra que goza de una gran dignidad, porque ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. En este sentido, cualquier uso antinatural de su cuerpo (y así se entiende la práctica homosexual) es contrario a esa dignidad. Además, Dios creó al hombre  como varón y mujer, con una llamada a darse en el amor y a transmitir la vida a través del amor mutuo. Así, el uso recto de la sexualidad humana tiene que ver con su naturaleza intrínseca[16].

 

Por otra parte, la Biblia muestra que Dios quiere entablar una relación personal con el ser humano. El término que emplea para designar esta relación es “alianza”, es decir, un pacto basado en el compromiso. Dios, al ofrecer la alianza da al comportamiento humano una dimensión insospechada: cuando el hombre vive de acuerdo con lo que Dios espera de él, su vida alcanza la plenitud y, al final de los tiempos, la vida eterna. En caso contrario, la vida humana será precaria y el castigo final también será definitivo. En la vida humana, por tanto hay una dimensión moral y religiosa que es la que debe guiar su comportamiento.

  

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Gloria Heras Oliver
Dra. Teología Bíblica



[1] Puede verse el estudio de Alexandre Awi M., Isch “¿Qué dice la Biblia sobre la homosexualidad?”, en Teología y vida 42, n. 4,  2001. Este autor analiza y comenta las fuentes bíblicas en relación al tema, entra en diálogo con diversos teólogos y ofrece su propia valoración.

[2] El pueblo de la Biblia, como las demás culturas orientales, da gran importancia a la hospitalidad, pero además le añade un sentido moral: el extranjero es un “pobre de Yavé”, que debe ser acogido. Por tanto, la falta de hospitalidad es reprobada con fuerza. Puede verse una reflexión sobre este tema en G. Heras, “La inmigración: una mirada a la Biblia”, en Communio 5, 2007, pp. 11-30.

[3] Sobre el uso del verbo conocer puede verse L. Coenen-E. Beyreuther-H. Bietenhard, Diccionario teológico del NT, Salamanca 1990, p. 305. A raíz de este pasaje las relaciones homosexuales reciben también el nombre de sodomía.

[4] Det 29, 22 y 32, 32.

[5] Las referencias son  Is 1, 9; 3, 9 y 13, 19; Jer 23, 14; 49, 18 y 50, 40; Lam 4, 6; Ez 16, 46.48-49.53-56; Am 4, 11; Sof 2, 9.

[6] En esta ocasión se menciona la muerte de los impíos, la destrucción por el fuego, la estatua de sal, y se explica el sentido ejemplar del castigo. Los habitantes de Sodoma “… al dejar de lado la sabiduría, no sólo cayeron en el error de desconocer el bien, sino que legaron a los vivientes el recuerdo de su necedad, de modo que no pudieron ocultar sus culpas” (Sab 10, 6-8).

[7] Por ejemplo, Jeremías, habla de los falsos profetas que “profetizaron por Baal y descarriaron a mi pueblo Israel. Pero entre los profetas de Jerusalén vi algo horrible: fornicar y caminar en la mentira. Y apoyaban a los malvados para que no se convirtiera nadie de su maldad. Todos han sido para Mí como Sodoma” (Jer 23, 13-14).

[8] En efecto, por otros testimonios sabemos que la destrucción afectó a Sodoma, Gomorra y otras dos ciudades de la vega: Adma y Zeboim.

[9]Para Mc Neill no parece haber una condena clara de la relación homosexual en la Escritura; en su opinión, aunque hay un “auténtico horror del pueblo judío a la homosexualidad masculina” se debe a un simple prejuicio cultural (cfr. J. J. Mc. Neill, La Iglesia ante la homosexualidad, Barcelona, 1979, pp. 62-103). Comparto la postura de Llinares, que afirma: “Mc Neill da a veces la impresión de que los árboles no le permiten ver el bosque. Tras sus finos y minuciosos análisis histórico-culturales, tiende a olvidar algunos datos fundamentales de la experiencia humana universal” (J. A. Llinares, "La Iglesia y el homosexual según John J. Mc Neill", en Ciencia Tomista 351 (1980) p 177).

[10] “(…) Le dijo Jesús: tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más” (Jn 8, 11).

[11] Cfr. Mt 11, 23-24. También se menciona Sodoma en relación con el día del Juicio en otros lugares: Mt 10,15 y su paralelo Lc 10, 12; y Lc 17, 29-30.

[12] Cfr. Mc 7, 20-23.

[13] En la literatura judía de la época encontramos también una actitud de rechazo. Sirva de ejemplo una máxima recogida en un poema didáctico sapiencial anónimo (Sentencias del Ps. Focílides), probablemente de la época tiberiana (14-37 d.C.), en el que se propone una especie de ética universalmente válida, que dice: “No cometas adulterio ni suscites la pasión homosexual, no urdas engaños ni manches de sangre tus manos” (cit. En R. Penna, Ambiente histórico-cultural de los orígenes del Cristianismo, 1991, p. 104).

[14] San Pablo, por ejemplo, elabora una lista de pecados que merecerán el castigo eterno (cfr. 1 Cor 6, 9 y 1 Tim 1, 10). Algunos autores han calificado estos textos como homofóbicos, sin embargo, hay que tener en cuenta que ni estos pasajes ni otros similares, en los que aparecen listas de “pecadores” se trata siempre de condenar el comportamiento, no a la persona, ya que ésta puede llegar a convertirse. De hecho, es interesante leer cómo sigue la epístola: “Y esto erais algunos. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados…” (1 Cor 6, 11).

[15] La Iglesia, apoyada en la lectura de la Biblia dentro de la Tradición, enseña que el comportamiento homosexual es inmoral porque “no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana” (Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1997, p. 32). En efecto, “La doctrina de la Iglesia no se basa solamente en frases aisladas, de las que se pueden sacar discutibles argumentaciones teológicas, sino más bien en el sólido fundamento de un constante testimonio bíblico” (íbidem p. 29).

[16] Puede verse la extensa y atractiva catequesis de S. Juan Pablo II sobre este tema y la llamada teología del cuerpo en Varón y mujer, Madrid 1996.

  • 01 septiembre 2014
  • Joaquín González-Llanos
  • Contrapunto

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