Centenario del fallecimiento del cardenal Francesc d'Assís Vidal i Barraquer

La solemne sesión de homenaje al cardenal Francisco de Asís Vidal y Barraquer en el Paraninfo del Seminario de image-a8fcd8a59f170cb72de7f832781c2cb6Tarragona con motivo del centenario de su fallecimiento habrá sido una buena introducción a las celebraciones por la beatificación de los mártires inmolados durante la guerra. La conmemoración tendrá como lema el de «El Año Cardenal Vidal y Barraquer, testigo fiel» (1943-2013), a quien se le ha dado, por otra parte, y bien merecidamente, la denominación de El Cardenal de la Paz , que es el título de la primera biografía, excelente, publicada por Mn. Ramon Muntanyola en 1969, de la que se hizo una edición revisada en 1976, en las Publicaciones de la Abadía de Montserrat. Había nacido en Cabrils en 1868 y murió en Friburgo de Suiza en 1943.

El Año comenzó con una concelebración en la Catedral de Tarragona presidida por el arzobispo primado Dr. Jaume Pujol, en la que han participado algunos obispos de la Tarraconense: el arzobispo de Urgell, Dr. Joan-Enric Vives, los obispos de Lleida, Dr. Joan Piris, de Solsona, Dr. Xavier Novell y el Abad de Montserrat, padre Josep Maria Soler.

En una sesión pública, el cardenal fue evocado en su conferencia por el archivero diocesano y profesor de la Facultad de Teología de Cataluña, el canónigo Manuel M. Fuentes Gasó. Recordó las palabras del que fue vicario general del cardenal, el Dr. Salvador Rial, que lo calificó como «la primera víctima de la clerecía de la archidiócesis, sin efusión de sangre, pero auténtico mártir sufriente de la persecución».

Nos atrevemos a añadir aquí que uno de los motivos de su sufrimiento fue, sin duda, el hecho de que, hallándose juntos, él y su auxiliar, éste fue arrebatado por un pelotón revolucionario, para darle muerte enseguida, en confesión de su fe, pero el cardenal pudo salvar la vida, por una rápida intervención directa desde la Generalitat, de Ventura Gassol y del propio presidente Lluís Companys, y entonces embarcó hacia Italia, donde residió, primero en la cartuja de Farneta para pasar después a un país neutral, y para él más seguro, Suiza, en la cartuja de la Valsainte. Terminada la guerra, muy a su pesar, no le fue permitido regresar a su país y continuó en el exilio hasta su muerte, en 1943. Hay que decir que no dimitió ni fue relevado como arzobispo de Tarragona, y primado de las Españas, que es el título que reivindica Tarragona, y gobernó su diócesis, a través de sus sucesivos vicarios generales, Salvador Rial y Francesc Vives.

Pastor en tiempos difíciles

Y dejadnos ahora continuar por nuestra cuenta. Como se sabe, fue uno de los dos obispos españoles que estimó que no debía suscribir la Carta colectiva de los prelados españoles sobre la legitimidad del Alzamiento Nacional. No se puede pensar que dudara de la veracidad de los tristes datos que se daban en el documento sobre la violenta, cruenta persecución de la Iglesia en las personas –los obispos y miles de sacerdotes, religiosos y seglares inmolados por la fe–, y en los edificios eclesiásticos –lugares de culto, de administración o de acción social–. Sin embargo, en el momento de hacer conocer la Carta, la mayor parte de las atrocidades ya estaban hechas y no se sabe si en la práctica el documento contribuyó a detenerlas, aunque fuera un poco. Y tampoco qué hubiera pasado si se hubiera producido antes.

Muchos pensamos que, sin que el cardenal disintiera de la legitimidad del levantamiento, dentro de toda la difícil problemática teórica sobre la guerra justa, Vidal y Barraquer no estaba de acuerdo con la oportunidad de esa identificación de una parte de la Iglesia con unos sentimientos de defensa que recurrían a una guerra, con los desastres que esto siempre conlleva. Y también temía que se pudiera dar la impresión de que la Iglesia, como tal, se alineaba con el nuevo régimen que iba tomando forma. Y también tal vez pensaba que esto podría provocar más persecución. Está claro igualmente que él no olvidaba la peculiar situación de su archidiócesis en un territorio regido por la Generalitat de Cataluña, con sus particulares condicionamientos en relación con todo lo que se refiere al conjunto de las tierras ibéricas, y el diferente ritmo con que se habían ido produciendo los hechos que afectaban de manera deletérea a la sociedad, desde el principio de la República, sin que hubiera una unidad de criterio entre los puntos de vista y los intereses de Barcelona y Madrid.

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Durante toda su estancia en Suiza, mantuvo una constante y frecuente correspondencia con el secretario de Estado del Vaticano, que era Eugenio Pacelli, y con el mismo Papa cuando éste se convirtió en Pío XII, un aspecto por el que en parte los historiadores han comenzado a mostrar el interés, y que esperamos que pueda ser objeto de una edición completa, cuando sea el momento, tal como sucedió cuando M. Batllori y V.M. Arbeloa publicaron el Archivo Vidal y Barraquer. Iglesia y Estado durante la segunda República Española 1931-1936, en 3 volúmenes aparecidos en Montserrat entre 1971 y 1991.

Este último libro mencionado nos puede dar idea de toda la valía del cardenal Vidal y Barraquer durante el tiempo de la República, en el que suplió la obligada ausencia del cardenal Segura, arzobispo de la sede primada de Toledo, a quien estaba vedado residir en España, y como presidente de la Junta de Metropolitanos, hizo de interlocutor del obispos españoles con las autoridades de la República, y de la Generalitat y también con el Nuncio F. Tedeschini y con altas personalidades de la Curia Vaticana.

Y, por supuesto, con el resto de Metropolitanos españoles y muchos obispos y superiores religiosos, dirigentes de la Acción Católica, o con otros a quienes debía dirigirse a causa de las cuestiones que su cargo le planteaba. Y, a partir de cierto momento, cuando otro tarraconense, el obispo Isidro Gomá, es nombrado arzobispo de Toledo, y que será después cardenal, se pueden comparar los puntos de vista prácticos, que no siempre coincidirán, de lo cual es una muestra su actitud ante la Declaración colectiva, que Gomà promueve y ante la que Vidal es reticente.

Visto ahora el volumen de esta correspondencia admira la capacidad de organización y de trabajo del cardenal, y la clarividencia y prudencia con que se sabía mover, y la firmeza que debía mostrar cuando era necesario y también la capacidad de diálogo que ponía en práctica habitualmente. Se le notaba la formación jurídica de quien había hecho el doctorado en Derecho en la Universidad y había practicado la abogacía, y antes de ser arzobispo de Tarragona y primado, había sido obispo de Solsona. Por cierto, se sabe que, cuando le propusieron ser administrador apostólico de esta sede y ser ordenado obispo, se excusaba ante el Nuncio, el cual le replicó «nolentes quaerimus», es decir «precisamente buscamos los que no quieren», que es una señal de buen espíritu. Sin embargo, fue preconizado arzobispo de Tarragona en 1919 y creado cardenal en 1921, con lo cual tuvo que afrontar todas las dificultades que le vendrían con la venida del dictador, el general Primo de Rivera, a partir de 1923, con su prohibición de la utilización de la lengua catalana, en algunas tareas pastorales, como el catecismo y la predicación. Hay que decir que también en esto mostró buenas condiciones de diplomático.

Y pronto comienza la nueva etapa en la que tuvo que prestar una gran atención a todo lo que se refería a las relaciones de las nuevas autoridades civiles y políticas. Ya desde muy pronto, aparecía el tono moderado de quien sabía cómo hablar de sus respectivas competencias, las eclesiásticas y las civiles. Al poco de la instauración de la República, los obispos catalanes, de los que él era el representante, escribieron al ministro de Justicia, Fernando de los Ríos: «nuestra misión no es política sino moral religiosa y social, y siempre puede el Gobierno de la República contar con nuestra colaboración y la del clero, aún a costa de sacrificios para la labor de armonía y pacificación de los espíritus en bien de la Religión y de la Patria».

Pastor y hombre de gobierno

Sin embargo, después vinieron muchos problemas que obligaron al cardenal a invertir a fondo y a poner en juego todas sus condiciones de pastor, de hombre de gobierno, de jurista y de negociador firme e incansable, como a la hora de hacer un examen crítico de la Constitución o de ciertas leyes. Un momento especialmente difícil fue el de la aprobación de la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, de 1933, que conllevó una tensión continua, y tener en cuenta las opiniones de todo el episcopado y el Vaticano, y la forma en que este sectarismo afectó a la Compañía de Jesús, que fue declarada fuera de la ley. Y eso le llevó a él, que era afectivamente muy próximo a los jesuitas, a tener que intervenir en asuntos, también internos de la Iglesia, a petición del General, padre Ledochowsky, como los que tocaban las relaciones del padre Vallet y la compañía y la estructuración y la marcha de la Obra de Ejercicios parroquiales.

No raramente los contactos con dirigentes de la nueva República y de la Generalitat, tenían una nota de amistad que culminaron en una preocupación pastoral por personas concretas, como ha puesto de manifiesto José M. García de Tuñón Aza, en su revista crítica Catoblepas (octubre de 2013), que recoge la alegría del cardenal cuando tiene la confirmación de que Francesc Macià, antes de morir, había recibido los auxilios de la Iglesia, que él se había esforzado para que se los facilitaran.

Hay que decir que, hacia el final de la guerra, cuando Vidal y Barraquer estaba en el exilio, dentro de su coherencia e independencia, que le llevó a no hacer nada que pudiera favorecer a algunos y perjudicar a los demás, no aceptó la image-016cc0f34a1e0e58a7f3cd410575f1fainvitación de Manuel de Irujo, ministro de Justicia de la República, para visitar su diócesis en unos un momento en que se vivía un intento por parte del gobierno republicano de hacer posible una cierta tolerancia de la vida institucional eclesiástica, y se temía que esto pudiera ser interpretado más bien como táctica.

Y ahora, que se acaba de anunciar la próxima beatificación del Dr. Álvaro del Portillo, no puedo dejar de recordar un detalle histórico que me había confiado uno de mis maestros, el catedrático de Historia del Derecho José Orlandis, y que en su momento él publicó en un libro. Hacía referencia al viaje que en 1943, pasado ya tiempo después de la guerra de España y en plena guerra mundial, hizo en Roma el mencionado Álvaro del Portillo para ir preparando todo lo que debía contribuir a la aprobación pontificia del Opus Dei. Vio a muchas personalidades eclesiásticas. El Dr. Orlandis recuerda algunas de la Curia, entre ellas a Mons. Montini, el futuro Pablo VI; el secretario de Estado, cardenal Maglione; Mons. Ruffini, secretario de la Congregación de Seminarios y Universidades, y Mons. Ottaviani, que entonces era asesor del Santo Oficio; y otros.

Vidal i Barraquer y Álvaro del Portillo

Pues bien, Orlandis cierra la crónica con la visita al arzobispo de Tarragona, que vivía exiliado. Esta es la referencia literal a estos encuentros: «Pero de todas las entrevistas romanas de Álvaro del Portillo es obligado destacar las que mantuvo con el Cardenal Vidal y Barraquer». Y, tras recordar su situación en el exilio, añade que «casualmente había venido, para permanecer en Roma una corta temporada. Vidal y Barraquer mostró tan extraordinario interés por el Opus Dei –y tan gran afecto– que quiso tener tres extensas conversaciones con Álvaro del Portillo, la última de ellas la víspera misma de su regreso a España».

Y el catedrático historiador rememora personalmente: «Los que le acompañamos en estas visitas salimos impresionados del cariño y admiración del cardenal hacia la Obra y recibimos con dolor la inesperada noticia de su muerte, apenas tres meses más tarde». Y evoca otro dato de su experiencia: «El Fundador del Opus Dei recordó siempre con profunda gratitud al Cardenal Vidal y Barraquer y, terminada la guerra mundial acudió a la Cartuja de la Valsainte para rezar ante su tumba». (Véase José Orlandis, Memorias de Roma en guerra (1992-1945), Ed. Rialp, Madrid 1992, pp. 68-69).

Su cuerpo fue trasladado a la catedral de Tarragona en 1978, cuando era arzobispo el Dr. Josep Pont i Gol.

Ya tendremos ocasión de leer más sobre el cardenal Vidal y Barraquer a lo largo de este Año del homenaje, de parte de los que irán participando en actos dedicados a su recuerdo. Será útil la bibliografía directamente dedicada al tema, pero también otros textos algo colaterales que, por tratarse de personajes en relación con el cardenal, pueden completar los puntos de vista. Así, la biografía de algún obispo cercano, amigo, como El Copríncipe Mons. Justí Guitart y su tiempo, de Francesc Badia i Batalla (Obispado de Urgell y Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 2007), o desde otros puntos de vista, las biografías del cardenal Gomá, por ejemplo la de Anastasio Granados.

Y, volviendo a la crónica del acto de Tarragona, estuvieron presentes en la inauguración de este Año, además de los obispos mencionados, algunas autoridades civiles, como la presidenta del Parlamento de Cataluña, Núria de Gispert, el alcalde de Tarragona, Josep Fèlix Ballesteros y el presidente de la Diputación, Josep Poblet. 

Ferran Blasi Birbe

Doctor en Teología. Periodista

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