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Benedicto XVI: algunas claves de la 'emergencia educativa'

La cuestión de la educación siempre ha interesado a la Iglesia, tanto por su compromiso con el ser humano y sus cosas, como por su misión y razón de ser, esencialmente ligadas al compartir la “buena nueva” y al ofrecer su cumplimiento sacramental.

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No obstante, hoy la Iglesia no sólo se interesa por la educación, habla de 'emergencia educativa´. Lo ha hecho, en particular el papa Benedicto XVI; poniendo el acento en la, urgencia por educar. En este artículo revisaremos de modo sistemático qué entiende el Sumo Pontífice por 'emergencia educativa´ y por qué insiste tanto en esta urgencia.1

Nos encontramos ante una profunda transformación cultura

La 'emergencia educativa´ se enmarca dentro de los profundos cambios que está experimentado, a escala mundial, la sociedad humana y su cultura. Ya en 1977 la entonces Sagrada Congregación para la Educación Católica en su documento La escuela católica[1] (n. 9) hablaba de los 'condicionamientos culturales de hoy´ y concluía afirmando la necesidad que la Iglesia tenía, en tal contexto, de “potenciar sus recursos educativos” para hacer frente a los fenómenos emergentes del materialismo, el pragmatismo y el tecnicismo.”

En 1997, veinte años más tarde, la Congregación para la educación católica nos ofreció un nuevo texto titulado La escuela católica en los umbrales del tercer milenio[2]. En la Introducción del mismo se plantea la evolución del contexto socio-cultural presentando, especialmente en las sociedades ricas y desarrolladas un panorama de “crisis de valores, que... asume las formas, frecuentemente propaladas por los medios de comunicación social, de difuso subjetivismo, de relativismo moral y de nihilismo” (n.1). Además, a estos problemas se une, a escala planetaria, según el análisis del documento, un profundo pluralismo, que hace, en muchos casos, imposible sostener cualquier “identidad comunitaria” de los Pueblos (n. 1). Prosigue el documento: “Los fenómenos de la multiculturalidad y de una sociedad que cada vez es más plurirracial, pluriétnica y plurirreligiosa, traen consigo enriquecimiento pero también nuevos problemas. A esto se añade, en los países de antigua evangelización, una creciente marginación de la fe cristiana como referencia y luz para la comprensión verdadera y convencida de la existencia” (n. 1). Finalmente, a todo esto, se añade una compleja evolución de las funciones de la educación, reflejada en la complejidad de argumentos y soluciones planteados por las ciencias de la educación (n. 2).

El santo padreBenedicto XVI, por su parte, se ha planteado este análisis de la situación de nuestra Sociedad, desde la óptica de la tarea educativa (no sólo de la escuela católica), en varias ocasiones desde el año 2005 al 2010[3]

Primeramente ha apuntado al ofuscamiento de la verdad sobre el ser humano y sobre la institución matrimonial  de nuestra cultura, que se aleja más y más del modelo bíblico de un hombre y una mujer, imagen y semejanza del creador y de un matrimonio, unión de un varón y una mujer destinados a ser uno en el amor, por optar ciegamente a favor de un relativismo cultural (D 05).

En segundo lugar señala la dificultad para la Iglesia (y la escuela) a la hora de transmitir la fe por dos líneas de fondo de la actual cultura secularizada: el agnosticismo, que reduce la inteligencia humana a simple razón calculadora y funcional, ahogando el sentido religioso de la naturaleza humana; y el relativismo que hace frágiles a las personas y precarias e inestables las relaciones recíprocas, mientras destruye los vínculos más sagrados y los afectos más dignos del hombre (D 06, a).

Ante tales fenómenos culturales el Santo Padre ha constatado que tal cultura contemporánea que se asienta sobre la ilustración  y el laicismo, con una ética relativista y utilitarista, quiere ser un corte radical con las raíces religiosas y morales cristianas de nuestra sociedad. Pero el rechazo de la inspiración cristiana prive a esta nueva sociedad de esperanza. La razón, encerrada en sí misma, se muestra insuficiente. Tal ética se muestra amargamente individualista. La Iglesia y su mensaje no pueden reducir su tarea a adaptarse a esta cultura, la han de purificar y llevar a madurez y saneamiento (D 06, b).

No nos podemos dar por vencidos. La esperanza cristiana se tiene que imponer en medio de precariedad e incertidumbres que nos rodean. También esta cultura contemporánea puede reencontrar la esperanza desde el conocimiento personal de Jesucristo, como lo hizo hace dos mil años el mundo antiguo, especialmente la cultura de Roma. Nuestra sociedad y cada persona necesita de purificación interior, necesita oración. Una educación de las personas para la esperanza (D 08).

Es esta situación cultural la que llama a la emergencia educativa. Nuestra cultura está dominada por un falso concepto de autonomía del hombre. El ser humano no se conoce ni desarrolla sin el encuentro y la relación con el otro. En referencia constante con un vosotros. La llamada educación antiautoritaria es la renuncia a educar. Todo está dominado por escepticismo y relativismo a ellos hemos de confrontar con la naturaleza y con la revelación. La educación no se puede limitar a didáctica y tecnologías, tampoco es la simple transmisión de áridos principios.  “Nuestra respuesta es el anuncio del Dios amigo del hombre, que en Jesús se hizo prójimo de cada uno de nosotros. La transmisión de la fe es proyecto de vida realizada...” (D 10).

Ante tales “retos”, en su día (diciembre 1997), el documento “La escuela católica en los umbrales del tercer milenio”, ya antes citado, llamaba a la escuela católica a una “renovación valiente”, algo que no fuese mera “adaptación”, sino un verdadero “impulso misionero” (n. 3). Para hacer esto posible la Congregación pedía a las escuelas católicas una reflexión profunda sobre su naturaleza y características.

En la línea de éste y otros documentos del Magisterio, también Benedicto XVI ha señalado en estos años (2005-2010) una serie de propuestas concretas a la Iglesia y a la escuela católica para afrontar este reto de la “emergencia educativa”.

Algunas enseñanzas de Benedicto XVI ante esta “emergencia educativa”

La Iglesia, familias, parroquias, escuelas, católicas, han de actuar coordinadamente, en estrecha colaboración para cumplir con su «tarea fundamental» “que consiste inseparablemente en la formación de la persona y la transmisión de la fe”. Para poder educar, recordaba el Santo Padre, no basta tener un buen mensaje que transmitir, hace falta “la cercanía, vivida diariamente, que es propia del amor”, por eso la familia es la institución en quien reposa connaturalmente la tarea educativa. En esta educación de las personas la educación en la fe es la cima que abre a la verdadera esperanza. En esta educación, singularmente, el educador ha de ser también un testigo, según el modelo de Cristo. Jesucristo es el modelo de educador y el contenido fundamental de esta educación humana completa. Esta educación desde el encuentro y del corazón hace particularmente importante la que llamaremos “relación educativa” como “lugar” y como “método” educativos (D 05).

La Iglesia es la gran comunidad educativa, aunque su tarea se concrete luego en otras instituciones que en su seno y en su nombre la realizan, empezando por los hogares cristianos. Ella es comunidad que vive y celebra su fe. Es en estos contextos donde la transmite a todos, en particular a niños y jóvenes en un acto de gozosa condivisión. El Papa insiste en esta alegría de compartir la fe, cuyo dato fundamental es dar a conocer el amor de Dios, dar a conocer a un Dios que es amor. Así Benedicto XVI pone en el centro de la tarea educativa “la cuestión del amor”, del amor de/a Dios y del amor humano. Ofrecer a los jóvenes la posibilidad de dar/se a los demás es clave dentro de esta obra educativa de la Iglesia. Pero, claro está, educando personas en su totalidad tampoco puede descuidarse “el encuentro de la razón con la fe”. El acto de fe requiere un acto libre, personal, una aceptación que implica el riesgo de un rechazo. Para dar el paso hay que fiarse, de Cristo, de su Iglesia, de nuestros educadores. Sin miedo a confrontarnos con las conquistas del conocimiento humano. El acto de fe se inscribe así en una sincera búsqueda de la verdad. Y concluye su reflexión el Santo Padre diciendo: “Hemos hablado de la fe como encuentro con Aquel que es la Verdad y el Amor. También hemos visto que se trata de un encuentro al mismo tiempo comunitario y personal, que debe tener lugar en todas las dimensiones de nuestra vida, a traves del ejercicio de la inteligencia, de las opciones de la libertad y del servicio del amor... existe un espacio privilegiado en el que este encuentro se realiza de la manera más directa, se refuerza y se profundiza, y así realmente es capaz de impregnar y caracterizar toda la existencia: este espacio es la oración”. Esto nos obligaría a ver la oración como elemento clave del proceso educativo y no una mera añadidura piadosa al mismo (sea en la catequesis, sea en la educación en su conjunto; D 06, a). El Santo Padre no lo dice, hace una concreción de esta “oración” refiriéndose a la “adoración”, yo invitaría a una peculiar consideración de la oración litúrgica, de la celebración en los procesos educativos cristianos.

Con ocasión de la IVª Asamblea Eclesial Nacional Italiana (Verona octubre 2006), en un contexto de una vida y testimonio que da fe del Resucitado y transforma el mundo, Benedicto XVI volvió a hablar de educación en el contexto de la transmisión de la fe de una generación a otra. Y allí insistió, ante las dificultades y la dimensión de la tarea, en la ayuda de la gracia. E indicó con fuerza: “Una educación verdadera debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas, que  hoy se consideran un vínculo que limita nuestra libertad, pero que en realidad son indispensables para crecer y alcanzar algo grande en la vida, especialmente para que madure el amor en toda su belleza; por consiguiente, para dar consistencia y significado a nuestra libertad”.

Y el Papa no dudaba en afirmar: “De esta solicitud por la persona humana y su formación brotan nuestros “no” a las formas débiles y desviadas de amor y a las falsificaciones de la libertad, así como a la reducción de la razón sólo a lo que se puede calcular y manipular”.

Y terminó rompiendo una lanza a favor de la escuela católica al decir: “no puedo por menos de recordar, en particular, la escuela católica, porque con respecto a ella siguen existiendo, en cierta medida, antiguos prejuicios, que ocasionan retrasos dañosos, y ya injustificables, en el reconocimiento de su función y en permitir en concreto su actividad”. No está de más el recordar también  la llamada final del Papa en este discurso, aunque no se refiera sólo a la tarea educativa, sino a toda la obra evangelizadora, en ella nos invita a ser “almas eclesiales” y a aprender “a resistir a la secularización interna que amenaza a la Iglesia en nuestro tiempo como consecuencia de los procesos de secularización que han marcado profundamente la civilización europea” (D 06, b).

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Si persiste la crisis de la tarea educadora, se pondrán en peligro los fundamentos de la convivencia

En junio de 2007, hablando específicamente de la emergencia educativa, el Santo Padre señalaba como un elenco de rasgos de la acción educativa de la Iglesia: La Iglesia ha de transmitir algo válido y cierto, ni padres ni maestros cristianos pueden abdicar de su “misión educativa”; la finalidad esencial de la educación es la formación de la persona; necesitamos educadores que lo sean; si persiste la crisis de la tarea educadora están en peligro las mismas bases de la convivencia; con la ayuda del Espíritu hay que acercar las nuevas generaciones a Cristo y al Padre, por eso ha escrito su libro sobre Jesús, para ayudar a darlo a conocer; la educación cristiana lleva al amor y ha de ser hecha desde el amor, por eso en ella tiene un papel clave quien cumple la tarea de “acompañar”; tarea que comienza en la familia, y que sigue y sostiene la gran familia de la Iglesia, pues muchas familias no están preparadas; parroquias y otras instituciones eclesiales salen en ayuda de las familias y de los matrimonios; la educación se realiza en un complejo y enriquecedor entramado de relaciones (en casa, en la parroquia, en la escuela, en la asociación, en la Iglesia...); la educación hace referencia a la consecución de la verdad y ha de estar siempre abierta a Jesucristo; es tarea que se ha de realizar “en libertad” pero que necesita autoridad, la autoridad del testigo (del modelo de vida); la sana laicidad no implica evidentemente cerrarse a la trascendencia en función de una falsa neutralidad, sino un apertura a la verdad y al diálogo que a ella se encamina; la Iglesia en su empeño educativo presta un claro servicio a la sociedad en este sentido (D 07).

Exigencias “fuertes” para llevar a cabo una auténtica tarea educativa

Pero fue en el año 2008 cuando Benedicto XVI, hablando a su diócesis de Roma (mensaje  de enero), insistió en una situación de falta de valores estables en la sociedad que reclama la afirmación de principios inamovibles, que cada generación ha de hacer suyos, ha de asumir libre y responsablemente. Sin estos puntos firmes la convivencia social no pasa de ser un enunciado teórico. Al servicio de esta sociedad necesitada de certezas se pone una vez más la Iglesia y el Papa presenta una serie de exigencias para la tarea educativa:

- Todo verdadero educador ha de dar algo de si mismo, así educa a superar egoísmos y al amor auténtico.

- La verdadera educación no se puede conformar con dar informaciones ha de buscar la verdad.

- No se puede educar ocultando dimensiones reales de la vida humana, no se puede eludir la cuestión del sufrimiento en la empresa educativa, mirando hacia otra parte. Hay que enseñar a superar el sufrimiento no a huir de él, esto obligará a educar en el sostener entre todos al que sufre, sabiendo sufrir y sufrir juntos.

- El gran reto de toda empresa educativa es encontrar el justo equilibrio entre libertad y disciplina, dos realidades interdependientes y necesarias para una verdadera educación. La buena educación ha de ser educación para hacer buen uso de la propia libertad.

- En este sentido el educador ha de tener autoridad, la que se consigue con el testimonio de una vida coherente y transparente, así como por la acreditación de la necesaria excelencia en la materia/as de la propia incumbencia.

- La tarea educativa siendo ejercida directamente por los padres y educadores (sacerdotes, catequistas, maestros y profesores...) es competencia de toda la sociedad y, entre nosotros, de toda la Iglesia. Cada uno ha de poner su granito de arena. Educa el testimonio de toda una comunidad. A la Comunidad de fe corresponde una especial responsabilidad en la tarea educativa y en la transmisión de la propia fe y modelo de vida. La Iglesia tiene para nuestros niños y jóvenes de hoy un gran don que ofrecer, la fuente de una gran esperanza (D 08, a).

En su discurso de ese mismo año 2008 a la Asamblea Diocesana de Roma (junio) el Papa recordaba nuevamente la urgencia de que la Iglesia haga un gran esfuerzo educativo (como cuando se encontró con el imperio romano) para transmitir a nuestra sociedad la verdadera esperanza. Esperanza que sólo nace del encuentro de fe, del conocimiento personal de Jesucristo. Esta educación ha de ir acompañada por la oración, orando se aprende a vivir. Así cada comunidad cristiana (familia, parroquia, grupo o movimiento, escuela...) ha de ser escuela de oración. Tal educación capacita para aceptar la tribulación y madurar en ella (D 08, b).

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Finalmente en su discurso con ocasión de la 61ª Asamblea Plenaria de la Conferencia  Episcopal Italiana el Papa retomó de nuevo el tema de la “educación” que los obispos de Italia han tomado para su plan pastoral de cara a los siguientes 10 años (2010-2020), como respuesta a la gran emergencia educativa que se detecta en nuestro mundo (especialmente en el desarrollado). El Santo Padre les invitó en tal ocasió:

- A superar las dificultades y volver a las fuentes. La educación es enseñar a entrar en relación con el mundo, lo cual llevará al encuentro con Dios.

- Es un reto no dejar caer en el olvido la rica tradición que en este sentido hemos heredado de nuestros mayores y ha impregnado nuestra cultura y ahora corre el riesgo de perderse. Hay que valorizar, en este sentido, signos y tradiciones.

- Esta tarea educativa se encuentra de lleno con el reto de la evangelización. Dirá el Papa, “la frontera educativa constituye el lugar para una amplia convergencia de objetivos: en efecto, la formación de las nuevas generaciones no puede menos de interesar a todos los hombres de buena voluntad, interpelando la capacidad de toda la sociedad de asegurar referencias fiables para el desarrollo armónico de las personas”. Así se entiende el justo diálogo que la propuesta educativa católica suscita en nuestra sociedad “intercultural”, al servicio del bien común que no se consigue vaciando la educación de contenidos sino a partir de la abierta y sincera búsqueda de la verdad y del bien (D 10).

A modo de conclusión 

De esta apretada presentación del pensamiento de Benedicto XVI sobre la llamada “emergencia educativa” yo, personalmente, destacaré que me ha impresionado la implicación con dos temas de rabiosa actualidad teológica y pastoral: la nueva evangelización y la Iniciación cristiana. Todos ellos se ven unidos por la necesidad imperiosa que la Iglesia y cada cristiano tiene de transmitir (compartir) su fe, ligada a su vocación de testigos, porque su fe nace de un encuentro personal con Cristo, que cambia la vida y da razón para la esperanza. Se encuentran los temas en esta “raíz de la fe”, que los asocia a la Iglesia (comunidad) y a la oración (por lo tanto a la Liturgia de modo particular, aunque en este contexto Benedicto XVI no lo indique expresamente).

Quiero recordar, al final de este pequeño trabajo, dos enseñanzas que yo personalmente me llevo tras estudiar estos del Santo Padre: una sobre el quién y cómo se ha de educar, la otra sobre el fin que ha de perseguir el proceso educativo.

La educación aparece como una tarea coral, se ha de educar en relación y diálogo de amor y respeto. Por eso el primer y natural “lugar” educativo es la familia, subsidiariamente la ayudan las escuelas (en sentido amplio), con la mayor igualdad posible a conseguir entre las de iniciativa social y las de iniciativa pública,  en continuidad con familia y escuela, siempre bajo el principio de subsidiariedad, otros cuerpos intermedios cooperan con la familia, unos de libre iniciativa social, otros más ligados a la Iglesia (parroquias, movimientos...) y otros más a la administración pública (ayuntamientos, entes al servicio del ocio y el tiempo libre...). El principio de educar comunitariamente se aplica a cada nivel, en el interior de cada institución al servicio de la tarea educativa, así como en la coordinación entre todos ellos, que ha de asegurar unidad y coherencia al mismo proceso de formación.

Lo que define la educación católica  es que en el centro del “diálogo educativo” se pone Jesucristo, que es fuente de amor, de verdad y de vida.

En esta “tarea coral”, en todos los niveles, se ha de ofrecer la asunción de verdaderos valores y virtudes; esto exige de los educadores, no sólo “conocimientos” y excelencia profesional, sino autoridad moral y condición de testigos. Esta calidad del educador asegura también el justo equilibrio entre libertad y autoridad, superando una educación sin referentes o, simplemente, una no-educación.

El fin del proceso educativo es la formación de la persona. Una persona humana creada para ser amada y para amar. Un amor inseparable de la verdad. Esto exige mucho del educador, tiene que ser más que un mero transmisor de informaciones, ha de ser un sincero buscador de la verdad y alguien dispuesto a dar algo de si mismo. Esta educación en y para el amor afronta sin miedo la cuestión del sufrimiento, enseña a integrarlo desde el compromiso solidario. Esta perspectiva ayuda también a comprender el sentido y la responsabilidad de la propia libertad. Así la educación capacita realmente para un justo encuentro con el mundo.

La educación católica parte del amor de Dios manifestado en Cristo. Un amor eficaz y transformante. Desde la experiencia de la oración la comunión con Cristo y con la Iglesia lleva a afrontar el mundo y sus problemas con una verdadera y firme esperanza.

Es notable la referencia del Papa, constante en estos años (2005-2010), al hablar de educación, a su encíclica Spes salvi, y yo invito a releerla en esta clave con la ayuda y mediación de la exhortación del beato Juan Pablo II Ecclesia in Europa, centrada en el evangelio de la esperanza, y tan cercana al pensamiento de nuestro Papa actual.

Lo que en los documentos analizados el Santo Padre presenta para la tarea educativa en Italia puede ayudarnos mucho, en todo occidente e incluso en el mundo entero tan sometido hoy a los empujes de la “globalización cultural”.

Mons. Juan-Miguel Ferrer

Subsecretario de la Congregación del Culto Divino 

y la Disciplina de los Sacramentos

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NOTA EDITORIAL. En este artículo se encargó al autor que introdujera la noción de “emergencia educativa” especialmente utilizada por Benedicto XVI para significar la preocupación de la Iglesia tanto por la deficiente calidad de la educación en general como por la poco eficiente transmisión de la fe en particular.

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[1] SCED, La escuela católica (19 marzo 1977). Ver en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_19770319_catholic-school_sp.html

[2] SCEC, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio (28 diciembre 1997). Ver en: (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_27041998_school2000_sp.html

[3]Citaremos aquí diversos discursos del Papa desde junio del 2005 a mayo de 2010, en los que ha abordado el tema:

BENEDICTO XVI, Discurso en la apertura de la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma (6 junio 2005), [D 05];

Discurso a los participantes en la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma (5 junio 2006), [D 06,a];

Discurso a los participantes en la IV Asamblea Eclesial Nacional de Italia (Verona 19 octubre 2006), [D 06,b];

Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma (11 junio 2007), [D 07];

Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación (enero 2008), [D 08,a];

Discurso en la inauguración de la Asamblea Diocesana de Roma (9 junio 2008), [D 08, b];

Discurso a la 61ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana (27 mayo 2010), [D 10].

Todos ellos son accesibles en la portal digital de la Santa Sede bajo el epígrafe de “Discursos” del Santo Padre.  

  • 04 febrero 2014
  • Mons. Juan-Miguel Ferrer
  • Número 46

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