''Quiero una Iglesia en la calle''

La primera JMJ del papa Francisco

«Quiero una Iglesia en la calle»

Con estas palabras, acompañando una foto del papa Francisco en la favela de Varginha, tituló el semanario brasileño de información general Veja un número especial con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. La imagen de la Iglesia en la calle era especialmente evidente esos días cuando las calles de Río de Janerio estaban tomadas por cientos de miles image-e18dfdccc5d8725c80d8873a78540f9dde jóvenes cristianos llegados de más de 100 países del globo. Si hay una imagen que resume el deseo del Papa es la foto de la vigilia del sábado 27 de julio o la Misa del domingo 28 en la que 3 millones de personas ocuparon los 4 kilómetros de la playa y avenida de Copacabana.

El viaje suscitó mucho interés, por el evento en sí que moviliza a muchísimas personas, pero también por ser el primer acto internacional del nuevo Papa que había sido elegido el 13 de marzo, cuatro meses antes de esta JMJ ya prevista y anunciada por Benedicto XVI al finalizar la anterior en Madrid.

Francisco nada más llegar y ante las autoridades que le cumplimentaron en el palacio Guanabara expuso algunas líneas de fondo de lo que sería esa intensa semana: «el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones”».

Francisco expuso a los jóvenes un objetivo exigente «Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados».

Nada más llegar a Río y tras ser recibido por la presidenta Dilma Rousseff, Francisco dio prueba de su espontaneidad y 

sencillez. Subió a un utilitario, un FIAT sin blindaje, con el que realizó su primer desplazamiento por las abarrotadas calles con la ventanilla bajada, a pesar de la suave lluvia, saludando a los que se acercaban al vehículo. Los servicios de seguridad se vieron desbordados, pero no sucedió nada desagradable. El despliegue policial, los días siguientes, fue mucho más contundente.

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El miércoles 24 haciendo honor a su gran devoción a la Virgen, acudió al santuario mariano de Aparecida «para pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano».

Fue otra jornada lluviosa que no impidió que se llenara la segunda iglesia más grande del mundo, con capacidad para 45.000 personas. Otras muchas personas protegidas por paraguas e impermeables esperaron la entrada y salida del Papa. En unas palabras improvisadas desde el balcón de la basílica, al terminar la Misa, y tras pedir que recen por él, Francisco anunció «Y hasta 2017 que voy a volver...» Ese año se cumplirán 300 años del providencial hallazgo de la pequeña imagen de Nuestra Señora de la Concepción sacada del río Paraiba do Sul por las redes de unos pescadores.

Llevar esperanza con nuestra ayuda concreta

Ese mismo día por la tarde acudió al Hospital de san Francisco de Asís, a inaugurar unas dependencias para atender a personas afectadas por la droga. Allí el Papa tuvo duras palabras para con los «mercaderes de la muerte que siguen la lógica del poder y del dinero a toda costa». Y denunció «la plaga del narcotráfico que favorece la violencia y siembra dolor y muerte». Esta plaga requiere un acto de valor de toda la sociedad. Y lanzó una dura advertencia al asegurar que «no es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso».

Una semana después de estas palabras el parlamento de Uruguay votó la despenalización de la producción y venta de marihuana.

A pesar de las dificultades, a pesar de tanta gente encadenada a la droga –y por extensión a tantas otras dificultades– Francisco les alentó y animó a tender la mano y apoyar a quien se encuentra en necesidad: «Puedes levantarte, puedes remontar; te costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres». El protagonista de este cambio es uno mismo, el propio interesado, pero el Papa recordó que estas personas no están nunca solas, les acompaña la Iglesia y tantos que quieren ayudarles. «Quisiera repetirles a todos ustedes –dijo– No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza». Hay que salir al encuentro del necesitado, en el cuerpo o en el espíritu. Este es otro de los grandes mensajes de Francisco que ha repetido muchas veces estos días en Río de Janeiro.

Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal

El jueves 25 de julio, Francisco visitó a la comunidad de Varginha, una favela pacificada (así se llama a la progresiva acción de las fuerzas de seguridad en su labor para limpiar de drogas y armas a las innumerables barriadas de rudimentaria autoconstrucción que salpican las grandes ciudades de Brasil, como Río de Janeiro, en las que se hacinan millones de personas con pocos recursos y menos expectativas vitales).

Allí insistió en una de sus ideas fuerza de estos días: la caridad ha de manifestarse en obras concretas de preocupación por los más cercanos. Y en ese entorno de pobreza e importantes necesidades materiales animó a que las personas más sencillas «pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra –esta palabra solidaridad– a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda». No se debe permanecer indiferente a las desigualdades y llamó a una amplia movilización de individuos, a los que más recursos tienen y a los poderes públicos para ofrecer soluciones. «No es la cultura del egoísmo, del individualismo –dijo-, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos».

Reivindicó el papel de la Iglesia y su aportación específica como «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo», y que desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que «pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre». Pero, recordó, junto a las necesidades más perentorias hay un hambre más profunda, «el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, la familia, la salud que busca el bien integral de la persona incluyendo su dimensión espiritual, la seguridad».

Y terminó con un nuevo mensaje de ánimo y exigencia a los jóvenes, que pueden desalentarse por la falta de expectativas de trabajo o por la corrupción que observan a su alrededor, les dijo: «nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo con el bien. La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que “ha venido para que tengan vida y la tengan abundante”». 

Qué espera Francisco de esta JMJ

El plan de actos previsto para esta Jornada Mundial de la Juventud se fue incrementando ante el empuje del nuevo Papa. La organización inicialmente buscó no fatigar a Benedicto XVI (87) años, pero tuvo cintura para adaptarse a la vitalidad y deseos de Francisco. Así, por ejemplo, el nuevo image-400d41c8b1183764a81b2976800de629Papa pidió un encuentro con los peregrinos argentinos que pudo improvisarse en la catedral metropolitana de San Sebastián. Bueno, dentro y fuera donde esperaban unos 30.000 compatriotas que no pudieron entrar en el templo.

En ese encuentro lleno de afecto el Papa aprovechó para confiarles su deseo sobre la JMJ: «¿qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá adentro va a haber lío (...) Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera... Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos». Y que el sentido de este lío, de este movimiento y actividad es apostólico, misionero, de testimonio, quedó claro al explicar que «las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir; si no salen se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG. Que me perdonen los Obispos y los curas, si algunos después le arman lío a ustedes, pero... (Éste) es el consejo». 

Invierno en el trópico y providencial cambio de escenario

El invierno en el trópico suele ser bastante benigno, pero días antes de la llegada de Francisco las temperaturas era inusualmente bajas (suaves para los europeos) y la lluvia persistente. La organización empezó a ponerse nerviosa. Se sucedían los días de lluvia y las noticias inquietantes sobre las condiciones del Campo de la fe, una inmensa zona a las afueras de Guritiva, una pequeña ciudad a 40 kilómetros de Río, rudimentariamente acondicionada para acogerlos actos multitudinarios de la vigilia del sábado y el domingo. O Globo, el gran diario de Río no dudó en titular con un enorme “Desorganizaçao” al constatar que el Campo de la fe se había convertido en un inmenso barrizal. Barrizal al que los cientos de miles de peregrinos deberían acceder andando por alguno de los tres accesos caminando entre 9 y 13 kilómetros... Había que buscar alternativas.

El jueves 25, ya repleto de acontecimientos, inauguró oficialmente los días más intensos de la JMJ con la Fiesta de acogida de los jóvenes en el paseo marítimo de Copacabana. A partir de este momento todas las previsiones saltaron por los aires. Ese primer día en Copacabana ofreció al mundo el maravilloso espectáculo de uno de los más bellos parajes del mundo en el que al atardecer más de un millón de jóvenes se volcaron con Francisco en su lento recorrido de casi 4 kilómetros desde el extremo sur de la playa hasta el escenario.

Francisco recordó la primera JMJ en Buenos Aires en 1987 en la que Juan Pablo II dijo a los jóvenes: «iTengo tanta esperanza en vosotros! Espero sobre todo que renovéis vuestra fidelidad a Jesucristo y a su cruz redentora». Y continuó «Hoy Jesús nos sigue preguntando: ¿Querés ser mi discípulo? ¿Querés ser mi amigo? ¿Querés ser testigo del Evangelio? En el corazón del Año de la Fe, estas preguntas nos invitan a renovar nuestro compromiso cristiano». La JMJ es una ocasión para ser confirmados en la fe y para el Papa es una ocasión de contagiarse del entusiasmo de los jóvenes, porque la fe no puede ser para nadie una fe triste.

La organización decidió que los últimos y multitudinarios actos de la JMJ volverían a tener lugar en el paseo marítimo y playa de Copacabana. La seguridad de los participantes así lo aconsejó, aunque progresivamente el tiempo fue mejorando.  

Una Iglesia joven en... Copacabana

El sábado por la tarde la playa, el paseo, y los 6 carriles de la calzada... se fueron llenando de miles de jóvenes de todo el mundo acompañados por la música, bailes y actuaciones que se sucedían en el escenario y se reproducían por la megafonía y decenas de pantallas gigantes que cubrían los casi 4 kilómetros de la playa más famosa del mundo.

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Francisco no tardó en ir al grano «También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. Queridos jóvenes, el Señor los necesita. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes, el Señor hoy los llama». Y siguió explicando que «Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que “juguemos en su equipo”». Francisco ahondó en el símil deportivo explicando que Cristo ofrece «algo más grande que la Copa del Mundo», «ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, allá en la vida eterna». Esto es lo que ofrece Jesús «pero hay que pagar la entrada» y explicó que esto supone «estar en forma para afrontar todas las situaciones de la vida, dando testimonio de la fe». Pedagógicamente Francisco explicó como estar en forma espiritualmente y dialogó con los jóvenes: «Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás. ¿Lo repetimos juntos todos?».

Francisco les habló fuerte a los jóvenes para que fueran «protagonistas del cambio», que se metan en el trabajo por hacer un mundo mejor. Y gráficamente sentenció: «no balconeen la vida, ­–no vean pasar la vida–, métanse en ella como hizo Jesús». Y para cambiar el mundo, la Iglesia... ¿por dónde empezar? Citando a la Madre Teresa afirmó: «Por vos y por mi» y animó a que cada uno en la presencia de Jesús le diga por donde empezar.

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     «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos»     

Este mandato de Cristo a sus discípulos, lema de la JMJ de Río de Janeiro, fue el resumen y mensaje de la última jornada de Francisco en Brasil. Lo escucharon en directo más de 3 millones de personas, según datos del ayuntamiento de Río, en la que fue –sin duda– la imagen más espectacular de estos días.

Da la sensación que Francisco quiere que los jóvenes y quienes les acompañan y orientan se lleven en sus mochilas y en su corazón un puñado de ideas claras y concretas que puedan iluminar el día después de esta Jornada.

 Vayan. El Papa constató un sentimiento compartido, «En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad». La fe, explicó es como una llama que si no se comparte se extingue. Y ese compartir es un mandato, no algo para cuando tenga tiempo.

image-f80417209b97eebe78cff4b7a86b2ce5Este mensaje, explicó Francisco, «no es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor».

 Sin miedo. Sin paralizarse por la falta de preparación, o por la poca edad. El Papa recordó a los jóvenes que Jesús «al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo estoy con ustedes todos los días» y les recordó que «somos enviados juntos», que «sientan la compañía de toda la Iglesia y de los santos en esta misión».

 Para servir. El modelo es Cristo, hay «dejar que nuestra vida se identifique con la de Jesús, es tener sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones. Y la vida de Jesús es una vida para los demás, es una vida de servicio». Y evangelizar es «dar testimonio en primera persona del amor de Dios» superando nuestro egoísmo y sirviendo a los demás.

«Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Queridos jóvenes: Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes».   

Isidor Ramos Rosell

Periodista

 

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