''Un Dios prohibido'' - Un retrato de los mártires en la Guerra Civil española

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Ferran Blasi i Birbe

Doctor en Teología

Periodista

 

 Josep Maria Caparrós

Catedrático de Historia Contemporánea

y Cine. Universidad de Barcelona

Presentada en Roma, en mayo de 2013, con asistencia de autoridades eclesiásticas y civiles, entre ellas tres cardenales y el superior general de la Congregación Claretiana –coproductora del film–, Un Dios prohibido es una película que trata sobre la persecución religiosa que tuvo lugar en la contienda fratricida (1936-1939).

Se estrenó en España en pleno verano, casi como un preanuncio de la beatificación en Tarragona de 527 mártires que se dieron en la Guerra Civil española, este film ha tenido una notable acogida de público. Realizado por Pablo Moreno –director de otros dos filmes sobre temática religiosa: Talitá Kum (2007) y Pablo de Tarso, el último viaje (2009)–, narra la tragedia de un grupo de seminaristas y sacerdotes claretianos, que fueron fusilados por un grupo de milicianos anarquistas del frente de Aragón, en Barbastro (Huesca), el mes de agosto de 1936. Es la primera película que aborda el asesinato de 51 religiosos en la Guerra de España sin sesgo propagandístico.

Rodada enteramente en Ciudad Rodrigo (Salamanca), a excepción de unos exteriores en Cervera (Lleida), en aquella localidad castellana-leonesa tiene la sede la joven empresa Contracorriente Producciones, responsable de la cinta.

El guionista Juanjo Díaz Polo se inspiró en el libro Esta es nuestra sangre. Un seminario mártir, de Gabriel Campo Villegas, y también en la documentación que se halla hoy en el Museo de los Mártires de Barbastro. “El 90% del guión –explicaba el director– está basado en la mucha documentación que existe: escritos que dejaron ellos mismos, testimonios del momento, libros...”; pues se salvaron dos seminaristas de nacionalidad argentina, que llevaron a Roma los recuerdos de sus compañeros para la Congregación Claretiana y sus familias. También aparece en la película Ceferino Giménez, el Pelé, primer gitano mártir, beatificado por el papa Juan Pablo II en 1997, al igual que el obispo de la diócesis, Florentino Asensio, que fue torturado y asesinado.

Víctimas de la intolerancia religiosa de los inicios de la Guerra Civil, estos religiosos fueron asimismo beatificados por el mismo Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992. Hemos echado de menos, en los títulos de crédito finales, una referencia a ese hecho histórico; sobre todo, para el espectador no informado.

Valoración crítica

Veamos, con todo, la valoración que hizo la periodista especializada María-Paz López, con motivo del estreno en los cines Boliche, de Barcelona: “El filme, de poética tristeza y tono esperanzado a un tiempo, se esfuerza por reflejar el clima anticlerical del momento y por pergeñar algunas de sus causas, como la visión que los revolucionarios tenían de la Iglesia católica como brazo de la hidra capitalista. (...) Está documentado que Trini (personaje interpretado por Elena Furiase) estaba enamorada del estudiante Esteban Casadevall (Javier Suárez), porque le recordaba al actor Rodolfo Valentino, y que iba a menudo a intentar verle al antiguo colegio de los escolapios, en cuyo salón de actos estaba preso con sus compañeros. Está también documentado que el líder local de la CNT, Eugenio Sopena (al que da vida el actor Jacobo Muñoz) los recluyó en ese lugar intentando protegerles, y que, horrorizado ante el devenir de los acontecimientos y la llegada desde Barcelona de Buenaventura Durruti (encarnado por Antonio Castro) exigiendo más represión, acabó yéndose al frente”.

Por su parte, Juan Orellana añadiría: “El reto principal que, tanto el guionista Juanjo Díaz Polo como el director, han resuelto notablemente contar una historia de odio sin odio y mostrar unos hechos brutales sin morbo. La ausencia en Un Dios prohibido de maniqueísmos, simplismos... y tantos ismos que lastran la mayoría de nuestras películas sobre la contienda nacional, es sin duda su mejor baza”.

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“La película es eminentemente coral –continúa este reconocido especialista–. Muchos actores y muy bien dirigidos. Son protagonistas los religiosos y son protagonistas las milicias populares. Y en cada colectivo hay algunas individualidades más desarrolladas desde el punto de vista dramático, enriquecidas con matices y complejidades (...). La película, ante todo, es el testimonio de fe de unos jovencísimos seminaristas a quienes ofrecen la libertad a cambio de colgar la sotana. No están interesados en hacer política, ni buscan polemizar con los republicanos. Sólo quieren ser fieles a su vocación y obedientes a la voluntad de Dios. No se sienten llamados al heroísmo, pero no pueden negar a Cristo. Simple y llanamente. Es evidente encontrar en este film ecos de películas portentosas estrenadas recientemente, como El noveno día (Volker Schlöndorff, 2004), De dioses y hombres (Xavier Beauvois, 2010), o Encontrarás dragones (Roland Joffé, 2011)”.

De ahí que Pablo Moreno, como director de Un Dios prohibido, concluyera: “Como en otros lugares, los moderados se vieron superados, y se instauró la dictadura del miedo”.

Análisis del film

Ha ocurrido otra vez que un cineasta se ha propuesto desarrollar un episodio concretado y limitado sobre la Guerra Civil española, sin pretender en una sola película hacer un resumen de lo que quería ser, y de lo que fue, aquel conflicto bélico fratricida.

Así, en Un Dios prohibido, Pablo Moreno no nos ha presentado la Guerra de España de 1936-39 como una contienda entre dos bloques homogéneos: de dos colores, uno rojo y otro azul, o uno negro y otro blanco, que pudiera parecer un enfrentamiento de buenos y malos. Ecuanimidad que, francamente, nos place.

El escenario de la película es el Barbastro de los meses de julio y agosto de 1936. Allí llega, desde Cervera –y se parte de una vista de la antigua Universidad que utilizaba la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María– un grupo de más de 50 estudiantes de teología, con la esperanza de sus superiores de que en aquella ciudad aragonesa estarán más seguros ante los peligros que se avecinan. Son muchachos jóvenes que se preparan para ser un día sacerdotes de esa institución que había sido fundada el 1849 en Vic por san Antonio María Claret (Sallent de Llobregat, 1807-Fontfroide, Francia, 1870), y estaba difundida por muchas partes del mundo. No sólo en Cataluña y en toda España, y presente en el Vaticano y en Roma, sino también en toda América, en Guinea Continental y Fernando Poo y China y Japón. Serán misioneros con el deseo y ellos y sus formadores morirán enseguida mártires. Y se conocerán los detalles del itinerario de la última etapa de su vida en la tierra, porque uno de los compañeros, de quien se podía presumir que no le matarían, porque tenía nacionalidad argentina se hizo con papel y pluma y fue escribiendo con detalle lo que ocurrió en esos días y cuando quedó libre fue al Vaticano y allá, con todas las garantías de autenticidad ofreció ese testimonio de la fidelidad de todos sus compañeros que juntos, con la palabra, el ejemplo y la plegaria se ayudaron mutuamente en su perseverancia. Y así ya han sido beatificados de manera oficial.

Se hace un buen retrato de la espiritualidad común de aquellos jóvenes de procedencias geográficas diversas que se preparaban para dedicarse al servicio de Dios, con el engarce mutuo de valores humanos y virtudes cristianas: una piedad profunda y cordial, unos deseos de llevar la fe a todas partes,  su  caridad fraterna, su buen humor, la disposición para ayudarse en las dificultades que han de afrontar, y los peligros inminentes que están al acecho.

Se ofrece un episodio que refleja las convicciones de los  componentes del grupo, cuando uno de ellos, arriesgándose sobremanera va a buscar al sagrario las formas consagradas, y así evita posibles profanaciones, y al mismo tiempo, con una solución ingeniosa, con la ayuda del que prepara la comida, reparte la comunión entre todos ellos, que son muy conscientes de la importancia de recibir ese alimento espiritual.

Aunque no tiene necesidad el film de presentar gran número de personas, se retrata bien la variedad de las que aparecen, de manera que se capta diversidad de actitudes humanas y morales, en las que por las circunstancias –de manera especial por estar en el mismo grupo humano- pueden tener un denominador común: hay virtudes y defectos en cada persona, con sus pecados y con actos hasta de heroísmo. Y esto en un bando y en otro. Dejando aparte los estudiantes y los otros religiosos, el grupo más homogéneo es el de los militantes anarquistas, y allí aparecen las personas, con sus sentimientos, y a veces con la pretensión de encarnar cada uno ideales de justicia, libertad, la exigencia y la disciplina, la contribución a las cosas deseables de la vida de su pueblo. Se captan los esfuerzos de personas en concreto que hacen el esfuerzo de atemperar los excesos de la organización o de las personalidades psicopáticas que con ocasiones de guerras y revoluciones a menudo se desatan.

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Este talante era especialmente importante en la persona de algunos líderes. En la película aparece la figura, con una actitud no bien definida, pensamos que ambigua, de Buenaventura Durruti (León, 1896 - Frente de Madrid, 1936), del cual se ha conservado, entre los rasgos que lo hacen un tanto mítico, su tendencia a compaginar su ser revolucionario, convalores humanos ciertos, y de él se cuentan anécdotas que lo hacen difícil de definir, y a veces en algunos aspectos, hasta digno de admiración, porque se le ve actuar, según las circunstancias, movido por un tipo de valores o de otro.

Así, aunque este hecho no aparece en el film, se supo que, un poco más adelante, por aquellos andurriales una patrulla apresó a un hombre joven, Jesús Arnal, que iba perdido; y resultó ser un cura, ordenado hacía poco, un aragonés de la diócesis de Lleida. Lo llevaron a Ventura, y éste le dijo que en esos momentos “necesitaba plumas” y le preguntó si quería ser su secretario. Años más tarde, el sacerdote, fue párroco en Ballovar, junto al Cinca. Escribió unos cuantos capítulos de sus memorias que publicó en La Prensa de Barcelona y después como libro. Supo hacer un buen retrato del líder narquista y dijo que en aquel tiempo nunca la causó ninguna molestia y no le mandó nada que pudiera ser contrario a sus convicciones. Por eso nos hubiera gustado que la aparición de Durruti –en que se da a entender que su intervención en el film parece decisiva para que se produzca la muerte de los que se preparaban para el martirio– se hubiera presentado con más garantías de verdad histórica.

Estos buenos retratos de algunos personajes alcanzan a un militar con mando en plaza y a la Guardia civil, a quienes se les nota su deseo de mantenerse fieles al régimen legal, a la República, y a sus intentos para que los comités anarquistas no se escaparan del control de las autoridades legalmente constituidas. Lo mismo se podría decir de los intentos de hombres de buena voluntad, como el médico que dirigía el hospital, para hacer un trabajo a favor de todos. 

Verdad histórica

De manera muy cinematográfica, el director se recrea en algunos personajes femeninos. Así, lo que hubiera podido ser sólo un lazo sentimental encaminado por influencia de los responsables sindicalistas a desencaminar a uno de los estudiantes: la intervención de una miliciana que intenta ayudarle, se presenta de manera romántica, definiendo el sentimiento del chico y su gratitud, y también de la mujer, sin ninguna concesión que introduzca algún rasgo que no sea ejemplar. Asimismo en una escena, y de manera adecuada y formalmente correcta, se ve como, además, hicieron entrar donde estaban esos hombres jóvenes, a un grupo de prostitutas para provocar un cambio de dirección en sus vidas, sin que nada consiguieran. Hemos comprobado que esos dos hechos también son históricos.

El guión ha sabido perfilar los matices que más podían caracterizar la fisonomía espiritual de aquellos hombres jóvenes que querían vivir y poner los medios para salvar su vida y al mismo tiempo estaban dispuestos a sacrificarla si Dios les pedía ese supremo testimonio de fe y caridad que era el martirio.

La película es un servicio a la verdad histórica, y aunque no se lo proponga directamente, constituye un retrato de cómo eran, y habían de ser, los miembros de la congregación fundada por Antonio María Claret: hombres dedicados a Dios en la vida religiosa, con gran actividad, en la que les dio ejemplo aquel santo, que era un hombre muy trabajador, de grandes ideas, que sabía llevar a la práctica, que recorrió, normalmente a pie Cataluña y Canarias, predicando misiones por todas partes, que promovió las creación de editoriales y librerías, con  la difusión de libros, hojas volanderas, con gran sentido de la comunicación y de la publicidad, que supo captar las necesidades de cada momento. Y es de admirar que, en un ambiente eclesiástico como el de la España del siglo XIX que se sentía más bien obligado a posiciones conservadoras y en el que el carlismo pesaba mucho, Claret actuara con libertad y realismo en lo que tocaba a la política y la religión, y así él afrontó el delicado papel de ser el confesor de la reina liberal Isabel II.

Es de notar que en la última fase de su vida, la del ejercicio del episcopado, fue arzobispo de Santiago de Cuba, y allí realizó una gran labor religiosa y social en todos los niveles: organizó escuelas, cooperativas, granjas agrícolas, y luchó con valentía con las oligarquías para una efectiva abolición de la esclavitud. Y de hecho los colegios que la congregación claretiana ha promovido en todas partes han tenido siempre muy presente entre sus objetivos las necesidades de los medios populares, de los barrios obreros, y han procurado siempre la integración de todas las clases sociales. Y sus hombres se han caracterizado por un gran espíritu de trabajo y una preocupación por la cultura y con un sentido muy práctico.

En fin, ante tanta película parcial sobre nuestra guerra civil, Un Dios prohibido es una  obra que vale la pena ver y reflexionar, para que la historia no se repita.

.                   Ficha  Técnico-artística.                   

image-c260acdcffae0317659624216ee29483Título original: Un Dios prohibido.

Producción: Contracorrientes Producciones, en asociación con Misioneros Claretianos (España, 2013).

Productor: Pablo Moreno.

Director: Pablo Moreno. Guión: Juanjo Díaz Polo, inspirado en el libro Esta es nuestra sangre. Un seminario mártir, de Gabriel Campo Villegas.

Fotografía: Rubén D. Ortega.

Música: Sergio Cardoso.

Decorados: Aranzazu Gaspar.

Vestuario: Patricia Azpeleta.

Montaje: María Espacia.

Intérpretes: Javier Suárez (Esteban Casadevall), Jacobo Muñoz (Eugenio Sopena, líder de la CNT Barbastro), Elena Furiase (Trini), Juan José Díaz Polo (Coronel Villalba), Antonio Castro (Buenaventura Durruti), Gabriel Latorre (Florentino Asensio, obispo de Basbastro), Iñigo Etayo (Román Illa), Jerónimo Sales (Faustino Pérez), Luis Seguí (Salvador Pigem), Guido Agustín Balzaretti (Pablo Hall), Juan Lombardero (Hermano Vall, cocinero), Mauro Muñiz (Ceferino Giménez, el Pelé), Julio Alonso (Felipe de Jesús Munárriz, superior de la Comunidad claretiana), Antonio Ramos (Doctor Mur), Raúl Escudero (Miguelé, miliciano). Color - 133 minutos. 

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