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''Lumen fidei'' del Papa Francisco. La fe como luz.

Comentario a la encíclica

El pasado 5 de julio se Papa Francisco publicó su primera encíclica con el nombre de Lumen fidei, La fe como luz. La novedad de esta encíclica, como han dicho algunos, radica en que ha sido escrita a cuatro manos, utilizando una expresión que se usa por ejemplo cuando una pieza de piano se toca entre dos intérpretes. Y así es: hay un borrador del image-9de3f408701515192083005541dd6a37Papa Benedicto XVI y una redacción final del Papa Francisco. En este encuentro el Papa Francisco afirmó con toda humildad, refiriéndose a Benedicto XVI, «el trabajo grande lo ha hecho él».

El cardenal Ouellet en la presentación de la encíclica señaló que hay mucho de Benedicto XVI y todo del Papa Francisco.Esto no resta nada a que sea un texto magisterial con todo lo que eso implica. Además se trata un texto de gran calado: llamado a ejercer una influencia de primer orden en la comprensión católica de la fe.

Le habían pedido a Benedicto XVI que redactase una encíclica que cerrase la trilogía de las virtudes teologales que había iniciado con Caritas in veritate sobre la caridad y Spe salvi sobre la esperanza. Además eso parecía muy adecuado en el Año de la Fe convocado por el Papa. Y efectivamente se puso manos a la obra. Pero el proyecto quedó inacabado. Según dice la propia encíclica: «Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones» (n. 7).

Como se ve, es una demostración de humildad del Papa Benedicto XVI que ofrece su valioso trabajo, permaneciendo como no autor, y del Papa Francisco que asume ese trabajo con toda sencillez y lo completa. Según el arzobispo Rino Fisichella, se ve mucho la mano del Papa Francisco en la estructura de tres palabras de la encíclica: caminar, construir, confesar, como suele hacer el Papa en sus homilías, que las construye sobre tres palabras. También en su estilo, en la inmediatez de las expresiones que usa, la riqueza de las imágenes que sirven de referencia y la peculiaridad de algunas citas de autores antiguos y modernos... Todo esto es característico del magisterio del Papa Francisco.

Algunas claves para una lectura de la Lunem fidei: la fe como una luz

Vayamos ahora a la exposición de la encíclica mediante tres claves de lectura de la encíclica. Veremos tres clavesque nos pueden ayudar a su comprensión. La primera viene del título: Lumen fidei. La fe es por tanto una luz. En algunas iglesias barrocas se representa la virtud de la fe como una joven con los ojos vendados. Parecería que la fe es oscuridad, no ver, image-cd4ccf72d9079aad1dddecd59f9d0a28siguiendo el texto evangélico: «bienaventurados los que sin ver han creído» (Jn 20, 29). Pero el Papa subraya el carácter de luz, de conocimiento, de sabiduría que tiene la fe.

En este sentido es como una respuesta a los Ilustrados. Ellos decían: la única luz para el conocimiento es la razón. La fe es oscuridad. La encíclica responde: la fe es luz y cuando la razón se cierra y no quiere dialogar con ella, la verdad se convierte en verdad tecnológica, o en mera autenticidad subjetiva. En este caso «la verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad –se preguntan–? la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa» (n. 25). 

Identificar y destruir los ídolos en la propia vida 

La segunda clave de lectura procede de mi labor pastoral. Me he encontrado –y supongo que a otros muchos les ha pasado lo mismo– a unas cuantas personas que no tienen fe pero a los cuales se les podría calificar de buenas personas: tienen interés por dialogar sobre temas religiosos, incluso leen o han leído la Biblia, tienen un comportamiento moral correcto... pero no creen. Les falta ese don de la fe, al menos en ese momento concreto. Siempre me he preguntado: ¿qué se puede decir a unas personas así? ¿Les dice algo esta encíclica? Y debo decir que la respuesta es claramente afirmativa: he encontrado material abundante en la encíclica para este tipo de personas a las que podríamos calificar de no creyentes de buena fe.

En el primer lugar capítulo de la encíclica se habla del recorrido de la fe, que es necesario para entender qué es lo que ha sucedido en nosotros para que creamos: cómo hemos llegado a creer. Ese conocimiento es vital para poder explicarlo a los demás.

«Por eso, si queremos entender lo que es la fe –dice el Papa–, tenemos que narrar su recorrido, el camino de los hombres creyentes, cuyo testimonio encontramos en primer lugar en el Antiguo Testamento. En él, Abrahán, nuestro padre en la fe, ocupa un lugar destacado» (n. 8).

Dios habla a Abrahán y le llama por su nombre: «La fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre » (n. 8).

Ha de quedar claro, por tanto, que la fe es un don de Dios. Se puede pedir para el que aún no la tiene. Él mismo o las personas con fe que están cerca de él.

Un segundo paso de este recorrido es la fe de Israel: «La fe nace de nuevo de un don originario: Israel se abre a la intervención de Dios, que quiere librarlo de su miseria. La fe es la llamada a un largo camino para adorar al Señor en el Sinaí y heredar la tierra prometida. El amor divino se describe con los rasgos de un padre que lleva de la mano a su hijo por el camino (cf. Dt 1, 31). La confesión de fe de Israel se formula como narración de los beneficios de Dios, de su intervención para liberar y guiar al pueblo (cf. Dt 26, 5-11), narración que el pueblo transmite de generación en generación» (n. 12).

Es decir, como un padre a su hijo. Esa es la relación que se establece entre Dios y el hombre a través del don de la fe. La otra posibilidad (que le ocurre precisamente al pueblo de Israel en el monte Sinaí) es la idolatría.

Diría que aquí está la clave de la increencia representada en el episodio del becerro de oro. El pueblo no aguanta, no puede esperar el retorno de Moisés y construye el becerro de oro, para tener alguien tangible y visible a quien adorar. Dice el Papa: «la fe por su propia naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión» (n. 12). Si bien es verdad que la fe es luz, también hay una parte de misterio, de oscuridad que debe ser aceptada. Uno no puede tener «prisas» para adelantar la visión que vendrá al final de nuestros días, en la vida eterna.

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«En lugar de tener fe en Dios –explica la encíclica?, se prefiere adorar al ídolo, cuyo rostro se puede mirar, cuyo origen es conocido, porque lo hemos hecho nosotros. Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos “tienen boca y no hablan” (Sal 115, 5). Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos» (n. 13).

Es un problema de seguridad. De buscar seguridades en la vida. «Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que le gritan: “Fíate de mí” a fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal. Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia» (n. 13).

Es ésta, pues, la segunda clave de lectura: la presencia de ídolos como opuesto a la fe. Esto se da en la vida de los no creyentes. Quizá de una manera inadvertida, sin que se den cuenta, pero la tarea de la conversión consiste en identificarlos y, como sucedió con el pueblo de Israel en el Sinaí, destruirlos.

Lectura cristiana de la fe 

La tercera clave de lectura coincide con la culminación de este recorrido de la fe. Se trata de dar una descripción de la fe que sería la plenitud de la fe cristiana. Y la encíclica dice que la mirada de la fe no es otra que la visión de Jesús: «la fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver» (n. 18).

Esto es un poco sorprendente porque la mirada de Jesús no es una mirada de fe, ya que Jesús tuvo visión, la visión beatífica, y no fe. Pero se entiende que es una participación en esa manera de ver. Es algo similar a cuando Santo Tomás de Aquino habla en la primera cuestión de la Suma Teológica de que la Teología (La Sacra Doctrina la llama él) es una participación de la ciencia de Dios (cf. I pars, q. I a. 2, c).

Esta manera de ver lleva al compromiso, a vivir con intensidad el camino sobre la tierra. «El amor de Cristo nos urge» (2Co 5, 14) dice San Pablo. No es posible creer y quedarse indiferente ante las necesidades del prójimo o ante la consecución de la propia perfección. Eso no es compatible con la mirada de Cristo.

El capítulo segundo de la encíclica pone la verdad como una cuestión que se coloca en el centro de la fe. Comenzando por el texto bíblico, siguiendo la versión de los Setenta de la Biblia: «si no creéis, no comprenderéis» (cf. Is 7, 9), desarrolla la idea de que la fe es un evento cognoscitivo relacionado con el conocimiento de la realidad. Sin la verdad la fe no salva, permanece como una hermosa fábula, o se reduce a un bello sentimiento. Ya hemos señalado, al comienzo de este comentario, algunas consecuencias que han tenido lugar en la historia por la falta de comprensión de la interrelación entre la fe y la razón en la búsqueda de la verdad.

El tercer capítulo, la transmisión de la fe, está escrito en el contexto de la nueva evangelización. Como herramientas de esta transmisión se utilizan el Concilio Vaticano II, particularmente la Constitución Dei Verbum sobre la revelación, citada en varias ocasiones, y el Catecismo de la Iglesia Católica, que no se ha de olvidar, se puede considerar el Catecismo del Concilio Vaticano II (su elaboración fue fruto de una recomendación del Sínodo Extraordinario de los Obispos a los 20 años del Concilio).

La estructura catequética del Catecismo de la Iglesia Católica parece especialmente adecuada para transmitir la doctrina cristiana: Confesión de la fe, sacramentos, Decálogo y oración.

La encíclica insiste en los sacramentos para la transmisión de la fe: «Para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizá sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral. Pero lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros. Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia» (n. 40).

El cuarto capítulo es, según algunos comentaristas, donde se ve más la mano del Papa Francisco. Se titula: «Dios prepara una ciudad para ellos». En cuanto a la relación entre fe y bien común, se dice que «la fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos» (n. 50). La fe no aparta del mundo, sino que lo hace más habitable, más justo, contribuye a edificar un futuro con esperanza. Y en cuanto a que la familia es el primer ámbito que ilumina la fe en la ciudad de los hombres, se recuerda la esencia del matrimonio como unión estable entre un hombre y una mujer y que la familia es el lugar adecuado para cultivar prácticas comunes de fe, y donde también los padres acompañan el crecimiento en la fe de los hijos.

En este capítulo se recuerda además que el sufrimiento humano se ilumina por la luz de la fe: «El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc 15, 34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo» (n. 56).

Una alusión a la Santísima Virgen con una oración final dirigida a la Madre de Dios cierra esta preciosa encíclica del Papa Francisco. La lectura directa y pausada del texto original se hace imprescindible para sacar un mayor provecho.    

Joaquim González-Llanos

Doctor en Teología

  • 19 febrero 2014
  • Joaquim González-Llanos
  • Número 46

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