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Reforma de la Curia romana

La elección de Papa Francisco ha despertado grandes expectativas para una reforma de la Curia Romana, que image-cb7798cbde77653db8e67c7971f72eb4ayuda al Papa en el gobierno de la Iglesia Universal. El llamado Vatileaks, –caso sobre robo y filtración de correspondencia de Benedicto XVI– que ha causado gran escándalo puede haber contribuido a ello, pero la necesidad de reformar la Curia romana responde a razones más profundas. Trataremos de explicarlo empezando por recordar algunos hechos significativos en torno a las filtraciones que han dado origen al mencionado escándalo.

El Vatileaks

Carlo Maria Viganò fue secretario del Governatorato de la Ciudad del Vaticano desde el año 2009 al 2011. El Governatorato es el ente que rige en nombre del Papa la Ciudad del Vaticano ad intra, es decir, no tiene competencias de gobierno que afecten a la Iglesia universal. Su gestión fue notablemente eficaz. Las finanzas pasaron de una situación de déficit a otra de fuerte superávit, aunque como es lógico intervinieron también en ello otras causas además de su talento. Viganò escribió una carta a Benedicto XVI el 27 de marzo de 2011 lamentando privilegios y corruptelas en la gestión de los intereses económicos del Vaticano. El 13 de agosto del mismo año fue relevado de su cargo y nombrado nuncio en Estados Unidos. Un mes antes, el 7 de julio, cuando ya sabe que va a ser removido, escribe al Papa una carta solicitando que se revise la decisión, que juzga una derrota de la causa de la transparencia y del buen gobierno provocada por sus enemigos. Pero la carta no obtiene resultados.

El 25 de enero de 2012 un canal privado de televisión italiano leyó la carta que Carlo Maria Viganò había escrito a Benedicto XVI el 27 de marzo del año anterior, y otra dirigida por él mismo al Secretario de Estado. El conductor del programa, Gianluigi Nuzzi, afirmó a su vez que estaba en posesión de un buen número de documentos reservados de la correspondencia pontificia. Pocos meses después, Nuzzi publicó el libro Sua Santità. Le carte segrete di Benedetto XVI, que revelaba gran número de documentos confidenciales auténticos. Lo que Nuzzi afirmaba a rostro descubierto era lo mismo que otros supuestos corvi vaticanos parecían propalar de modo oculto: que todos estos movimientos no iban contra el Papa, sino a su favor, para ayudarle a limpiar la Iglesia. Quedaba sugerido que las críticas se dirigían al Secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone.

La Santa Sede hizo una condena pública de las filtraciones, y de su carácter interesado y tendencioso. Pero trabajó también hacia dentro. En marzo de 2012 Benedicto XVI instituyó una comisión cardenalicia para investigar la filtración de documentos reservados; estaba compuesta por los cardenales Julián Herranz (al frente del grupo, como presidente de la Comisión disciplinar de la Curia romana), Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi. Como consecuencia de las pesquisas de la comisión, el 23 de mayo fue detenido Paolo Gabriele, mayordomo del Papa, una de las pocas personas que accedía con naturalidad al sacro tavolo y que gozaba de la plena confianza del pontífice. También fue detenido Claudio Sciarpelletti, técnico informático de la Secretaría de Estado. A ambos se les descubrieron documentos confidenciales. En una sentencia del tribunal del Estado de la Ciudad del Vaticano hecha pública el 22 de octubre, Paolo Gabriele fue condenado a 18 meses de reclusión, castigo que posteriormente fue condonado por Benedicto XVI. Claudio Sciarpelletti fue condenado en sentencia hecha pública el 10 de noviembre a dos meses de reclusión, pena igualmente perdonada por el Papa.

Hasta aquí los trazos gruesos del Vatileaks. Sería ruinoso para la Iglesia estimar todo esto simplemente como una anécdota. Es evidente que detrás existen altercados de relieve. Pero es bueno no incorporarse a ese imaginario, lamentablemente tan en boga, de la Curia romana como sede de ambiciones siniestras y de odios feroces, todo ello cocido en un ambiente de secretismo e hipocresía. Esta perspectiva es baratísima. No sólo porque tiene muy poco valor, sino porque sale casi gratis. Uno puede golpear sobre el Vaticano como sobre un saco de arena o un punching ball. Puro ejercicio de gimnasio, que no duele y que no tiene consecuencias.

El Vatileaks no se debe camuflar, pero no da la imagen real de la Curia romana. En este sentido merecen consideración las palabras del entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, cuando le preguntaban por ella: «Yo la veo y la vivo como un organismo de servicio, un organismo que me ayuda y me sirve. A veces llegan noticias no tan buenas, a menudo ampliadas y a veces manipuladas con amarillismo. [...] La Curia romana tiene defectos, pero me parece que se subraya demasiado el mal y demasiado poco la santidad de tantísimas personas consagradas y laicas que trabajan allí» (Vatican Insider, 24.02.2012). Es un servicio mejorable y no cabe duda de que el Papa Francisco tiene entre pretensiones mejorarlo.

Reformas institucionales recientes

El Papa Francisco se hizo cargo rápidamente del contenido del informe que la Comisión cardenalicia entregó a Benedicto XVI el 25 de febrero pasado. Anunció que los cargos directivos volvieran a ocupar sus puestos, pero dijo también que esto se hacía provisionalmente, «hasta que no se decida otra cosa». Con fecha de 13 de abril (justamente un mes después de su elección) se ha hecho público el nombramiento de una comisión de ocho cardenales de los cinco continentes más un obispo secretario (el eclesiólogo Marcello Semeraro) para estudiar cuestiones relativas al gobierno de la Iglesia. Se añade explícitamente que entre las competencias de la comisión cardenalicia se encuentra un proyecto de revisión de la Constitución Apostólica Pastor Bonus sobre la Curia romana. De modo que ya no hay duda sobre la voluntad de reforma de la Curia. Y hay además un dato nuevo y contundente. La reforma de la Curia no va a ser solo una cuestión de personas, de titulares de oficios, sino que va a tener una dimensión institucional.

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Las reformas institucionales han sido cada vez más frecuentes. Desde la primera ley homologable con las actuales, la Constitución apostólica Immensa Aeterni Dei de Sixto V en 1588, han pasado exactamente cuatrocientos años hasta la actual, la Pastor Bonus de Juan Pablo II en 1988. Las disposiciones de Sixto V, mal que bien, llegaron hasta 1908, en que fue promulgada por san Pío X la Constitución apostólica Sapienti consilio. Más de trescientos años. Hasta la reforma de Pablo VI pasaron sesenta años (Regimini Ecclesiae Universae de 1967). Desde la publicación de la REU se sucedieron las expectativas y los proyectos reformistas que desembocaron veinte años más tarde en la Constitución apostólica Pastor Bonus de 1988.

Esta última ley ha sufrido numerosos retoques. Recordemos solamente algunos de los que han ocurrido durante los últimos años del pontificado de Benedicto XVI. Muy recientemente dos motu proprio pontificios: Ministrorum institutio y Fides per doctrinam, ambos del 16 de enero de 2013, han transferido competencias de la Congregación para la Educación Católica a la Congregación para el Clero, y de esta última al Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. El motu proprio Quaerit semper (30-VIII-2011), trasladó las competencias sobre los procedimientos de dispensa del matrimonio rato y no consumado y las causas de nulidad de la sagrada ordenación desde la Congregación para el Culto Divino a un nuevo departamento del Tribunal de la Rota Romana. El motu proprio de 30 de diciembre de 2010 estableció la Autoridad de Información Financiera, como una institución vinculada a la Santa Sede con competencias de control para muchos de los dicasterios de la Curia romana. El motu proprio Ubicumque et semper(21-IX-2010), instituyó el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización. El motu proprio Ecclesiae unitatem (2-VII-2009), reformó la Comisión Ecclesia Dei, que quedó situada en estrecha dependencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

¿Cómo podría ser la reforma de la Curia?

Por lo tanto, tampoco podemos decir que la existencia de reformas institucionales constituyan una sorpresa. Ahora bien, todo apunta a que los cambios no van a ser meros retoques. Aunque es expuesto hacer vaticinios concretos, a título personal, sugeriría cuatro orientaciones.

1. La comisión de cardenales recién nombrada quedará como un órgano estable. Sus funciones, siempre bajo el control del romano pontífice, serán de orientación programática, aunque no será infrecuente que el Papa se someta a su consejo para decisiones específicas. Sandro Magister ha llamado a este grupo (auspiciándolo, antes de que fuera creado) un «consejo de la corona» (21-III-2013). Una especie de sínodo selecto y restringido que permite, de un modo mucho más realista que el Sínodo de obispos, tomar el pulso de la Iglesia universal y decidir con agilidad sobre cuestiones de importancia. Esta comisión no está propiamente dentro de la Curia, sino en cierto sentido por encima de ella. En cualquier caso su misión no está subordinada a la Curia romana.

2. La Secretaría de Estado es el primer dicasterio de la Curia. De acuerdo con el diseño que hizo en su día la Regimini Ecclesiae Universae (art. 19-25), secundado después por Pastor Bonus (art. 39-44), no cabe duda que le corresponden las competencias más trascendentales de gobierno. Por ella pasan todos los nombramientos de relieve de la Curia; coordina la labor de los dicasterios y examina los asuntos que trascienden la competencia ordinaria de los demás departamentos. El ejercicio de la potestad del Secretario de Estado durante estos últimos años ha sido percibida en general como demasiado amplia y autónoma.

La Secretaría de Estado que proceda de la reforma tendrá exigencias específicas de rendición de cuentas y de coordinación con la comisión de cardenales para impedir una independencia ruinosa. Pero sin duda lo más importante será que la persona elegida secretario de Estado tenga, a la vez que toda la confianza del Pontífice, unas dotes suficientes de organización del trabajo común y de empatía con las demás instancias de la Curia. Que promueva la conectividad y sepa orientar hacia logros comunes (la nueva evangelización) la labor de todos los dicasterios. La actitud impositiva o desorbitada del secretario de Estado suscita el aislamiento de los dicasterios, y este ha sido, según el parecer de muchos, uno de los problemas más graves de los últimos años. Se ha sugerido la figura de Pietro Parolin, de 58 años, actualmente nuncio en Venezuela y con amplia experiencia diplomática (no olvidemos que la Secretaría de Estado se ocupa también de las relaciones internacionales). El Papa Francisco le conoce y confía en su talento y en su lealtad. Pero no es más que una posibilidad entre cien.

3. Es seguro que el Papa Francisco exigirá plena transparencia económica y máxima moderación del gasto. Esto dependerá del control sobre el APSA (Administración del Patrimonio de la Santa Sede) y de la Prefectura de Asuntos Económicos. Son los dos dicasterios Curiales con competencias de gestión (la primera) y de control (la segunda) sobre la administración de bienes. Ahora bien, donde se han generado verdaderos problemas en los últimos tiempos ha sido en el Istituto per le Opere di Religione.

El IOR no es, como se dice a veces, el banco vaticano. En realidad no pertenece a la estructura de la Curia, no está supervisado por la Prefectura de Asuntos económicos y debe considerarse una banca hasta cierto punto autónoma, con sede y razón social en la Ciudad del Vaticano, y con la finalidad de obtener fondos para las obras de caridad y apostolado. Es una banca que no reparte dividendos. Pero la autonomía del IOR es muy relativa, claro está. Su alta dirección depende de una comisión de cinco cardenales nombrados por el Papa, y sus balances son también vigilados por el Consejo de Cardenales para el estudio de las cuestiones organizativas y económicas de la Sede Apostólica, presididos por el secretario de Estado (Pastor Bonus, art. 25 § 2).

En la destitución fulminante, el 24 de mayo pasado, de Gotti Tedeschi como presidente del IOR tuvo una participación destacadísima el secretario de Estado. Y las razones eran, por lo menos, difíciles de entender. Las pretensiones de Gotti Tedeschi fueron siempre obtener la máxima limpieza de las finanzas de un banco sui generis, elegido muchas veces por sus clientes y benefactores como lugar seguro. Estaba comprometido con la recién creada Autoridad de Información Financiera del Vaticano, y muy seriamente decidido a prevenir y desarraigar el blanqueo de dinero. En cualquier caso la actuación del Papa Francisco deberá recuperar una orientación en la que la Autoridad de Información Financiera tenga plenos poderes sobre el IOR, poderes que según Moneyval (el comité de expertos del Consejo de Europa sobre blanqueo de dinero y financiación del terrorismo) han sido debilitados (weakened) en la última versión del proyecto de ley de transparencia.

4. El adelgazamiento de la Curia es otra intención que probablemente se encuentra en el programa del Papa Francisco. También lo tuvo en su momento Benedicto XVI, que previó la fusión de varios Pontificios Consejos. Pero hace falta un ejercicio vigoroso del poder para suprimir dicasterios. Benedicto XVI acabó su pontificado con uno más, cuando había previsto terminar con dos menos. En cualquier caso sería posible desde luego llevar a cabo fusiones de algunos dicasterios. De cualquier forma, antes de hacerlo sería preferible adquirir antes un cierto dominio práctico del funcionamiento de la Curia. No parece por eso que deba ser una de las primeras medidas del Papa Francisco.

Cualquier canonista avanzaría también otras medidas complementarias, pero prefiero no entrar en detalles técnicos. Me limito a esbozar un nuevo horizonte que comenzará a concretarse, me parece, a partir de otoño.

Javier Otaduy

Profesor de Derecho Canónico

Universidad de Navarra

  • 29 julio 2013
  • Javier Otaduy
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