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El Concilio Vaticano II: una brújula para la Iglesia del siglo XXI

En la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, escribió Juan Pablo II: «Con el Concilio se nos ha ofrecido una image-6677d13dff6c4c710323e289a8b01cadbrújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (n. 57). Y en el 2012 Benedicto XVI corroboraba lo dicho por su antecesor en una Audiencia general: «Los documentos del Concilio Vaticano II son una brújula que permite a la barca del la Iglesia navegar en mar abierto, en medio de las tempestades o de la calma, para llegar a la meta». El papa Francisco seguramente lo tendrá muy en cuenta.

Por otra parte, el Año de la Fe, en el que estamos inmersos lleva por subtítulo: en el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. Es un año para reflexionar sobre dónde estamos en relación a las esperanzas depositadas por los padres conciliares que elaboraron los documentos promulgados por el Concilio.

Los últimos Papas han dado gran importancia al Concilio. Ya en su «Primer mensaje a la Iglesia y al mundo» del 17 de octubre de 1978, Juan Pablo II afirmó: «Ante todo queremos insistir en la permanente importancia del Concilio Ecuménico Vaticano II, y aceptamos el deber ineludible de llevarlo cuidadosamente a la práctica». Y Benedicto XVI al día siguiente de su elección para la Sede Romana dejó muy claro su propósito de «proseguir en el compromiso de aplicación del Concilio Vaticano II» y añadió: «Los documentos conciliares no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada».

En este artículo hablaremos de esta importancia, empezando por plantearnos: ¿por qué la Iglesia convocó el Concilio Vaticano II? Es decir: ¿cuál era la situación de la Iglesia a mediados del siglo XX que hacía conveniente la celebración de un Concilio ecuménico? Después intentaremos dar respuesta a la cuestión del rumbo a seguir por la Iglesia en la interpretación y aplicación del Concilio. Lo veremos siguiendo el magisterio de Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI que tuvieron gran empeño en desarrollar el Concilio.

¿Por qué la Iglesia convocó el Concilio Vaticano II?

Se puede decir que fue una sorpresa. Otros concilios fueron convocados por causas doctrinales, o situaciones históricas con repercusiones doctrinales. Por ejemplo el Concilio de Nicea (325), primer Concilio ecuménico, se convoca para dilucidar la verdad sobre la divinidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en contra de las tesis de Arrio y se afirma claramente que el Hijo es consustancial al Padre. Algo parecido se dio en el resto de los concilios. En este punto, el Vaticano II constituye una novedad: no había ningún tema candente o espinoso doctrinalmente que perturbase el cuerpo eclesial. Sin embargo había «algo» en el ambiente que era ya motivo de preocupación. Lo recordaba Benedicto XVI: «Aleteaba en el aire un sentido de expectativa general: el cristianismo, que había construido y plasmado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta pérdida del presente por parte del cristianismo, y de la tarea que ello comportaba, se compendiaba bien en la palabra “aggiornamento” (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para poder forjar el futuro. Para que pudiera volver a ser una fuerza que moldeara el futuro, Juan XXIII había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos. Esta fue la grandeza y al mismo tiempo la dificultad del cometido que se presentaba a la asamblea eclesial».

Se celebró el Concilio que aprobó y promulgó dieciséis textos. El fruto del Concilio se puede considerar esos textos pero también el hecho de la celebración, el intercambio de pareceres, reflejado en las Actas Conciliares, la liturgia, el ejercicio efectivo de la comunión... Fue una experiencia única de la Iglesia, movida por el Espíritu Santo. Para las generaciones posteriores, que no han tenido experiencia viva del concilio, es necesaria una interpretación: del texto y del con-texto. Y para la interpretación auténtica se debe ir al propio Magisterio de la Iglesia, especialmente a los dos Papas postconciliares: Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II

En el pontificado de Pablo VI, se van poniendo en práctica la praxis y la doctrina conciliar. Por ejemplo, se realiza la edición del nuevo Misal Romano, se instaura el Sínodo de los Obispos, se constituyen las Conferencias episcopales, etc. Después viene –tras el breve periodo en que está en la sede de Pedro Juan Pablo I– el largo pontificado de Juan Pablo II quien se empeña con decisión en llevar a la práctica el Concilio Vaticano II. Tiene multitud de intervenciones en este sentido. Quizá, una de ellas, tiene una relevancia particular pues viene a ser como el culmen de su pontificado; tiene lugar en el año jubilar 2000, en la clausura del Congreso Internacional sobre la aplicación del Vaticano II (27-II-2000). En ella afirma: «La 'pequeña semilla' que el Papa Juan XXIII depositó 'con el corazón y la mano temblorosos' (constitución apostólica Humanae salutis, 25 de diciembre de 1961) en la basílica de San Pablo Extramuros el 25 de enero de 1959, anunciando su intención de convocar el vigésimo primer concilio ecuménico de la historia de la Iglesia, ha crecido convirtiéndose en un árbol que ahora extiende sus ramas majestuosas y fuertes en la viña del Señor. Ya ha dado muchos frutos en estos treinta y cinco años de vida, y dará muchos más en el futuro. Una nueva época se abre ante nuestros ojos: es el tiempo de la profundización de las enseñanzas conciliares, el tiempo de la cosecha de cuanto sembraron los padres conciliares y la generación de estos años ha cultivado y esperado. El Concilio Ecuménico Vaticano II fue una verdadera profecía para la vida de la Iglesia: seguirá siéndolo durante muchos años del tercer milenio recién iniciado. La Iglesia, con la riqueza de las verdades eternas que le han sido confiadas, continuará hablando al mundo, anunciando que Jesucristo es el único verdadero Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre».

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En este discurso destaca como el Concilio pone la palabra de Dios en el centro de la vida de la Iglesia y añade: «Para que el primado de la revelación del Padre a la humanidad conserve toda la fuerza de su novedad radical es preciso que la teología, ante todo, se convierta en instrumento coherente de su inteligencia. En la encíclica Fides et ratio escribí: “Como inteligencia de la Revelación, la teología en las diversas épocas históricas ha debido afrontar siempre las exigencias de las diferentes culturas para luego conciliar en ellas el contenido de la fe con una conceptualización coherente. Hoy tiene también un doble cometido. En efecto, por una parte debe desarrollar la labor que el Concilio Vaticano II le encomendó en su momento: renovar las propias metodologías para un servicio más eficaz a la evangelización. (...) Por otra parte, la teología debe mirar hacia la verdad última que recibe con la Revelación, sin darse por satisfecha con las fases intermedias” (n. 92)».

El documento en el que Juan Pablo II participó de modo más inmediato como padre conciliar, fue la Constitución pastoral Gaudium et spes. Este documento –añade Juan Pablo II «nos repite hoy también a nosotros unas palabras que no han perdido su actualidad: “El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (n. 22). Son palabras que aprecio mucho y que he querido volver a proponer en los pasajes fundamentales de mi magisterio. Aquí se encuentra la verdadera síntesis que la Iglesia debe tener siempre presente cuando dialoga con el hombre de este tiempo, como de cualquier otro: es consciente de que posee un mensaje que es síntesis fecunda de la expectativa de todo hombre y de la respuesta que Dios le da».

Benedicto XVI y el Concilio Vaticano II

Benedicto XVI había participado en el Concilio como asesor del cardenal Frings, arzobispo de Colonia. Dos semanas antes del acabar su ministerio, el 14 de febrero del 2013, hizo una amplia reflexión sobre su experiencia personal en el Concilio Vaticano II. Fue una charla informal con el clero y los seminaristas de Roma, sin papeles, en la cual el Papa, una vez anunciada su renuncia, abrió su corazón de una forma viva, y dio quizá las claves del porqué del año de la fe, y rememoró sus esperanzas juveniles en el Concilio y su cierta desazón por los acontecimientos posteriores: «Fuimos al Concilio no sólo con alegría sino con entusiasmo. Había una expectación increíble. Esperábamos que todo se renovara, verdaderamente, que viniera un nuevo Pentecostés, una nueva era de la Iglesia». Esperaban «la conjunción entre la Iglesia y las fuerzas mejores del mundo, para abrir el futuro de la humanidad».

Pero se encontró que una versión deformada del Concilio llegó de manera eficiente al gran público a través de los medios de comunicación, que consideraron el Vaticano II una lucha política y favorecieron las corrientes más complacientes con el mundo. Amplificaron la idea de descentralizar la Iglesia y de dar el poder a los obispos a través del pueblo. Los frutos fueron nefastos. Si bien cincuenta años después el Concilio virtual se está perdiendo, y va surgiendo el verdadero Concilio Vaticano II con toda su fuerza espiritual.

Comentó el Papa que «el mundo percibió el Concilio más a través de los medios que eran muy eficientes, o sea que al público le llegó más el Concilio de los medios que el Concilio de los Padres».

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«El Concilio de los Padres se realizaba dentro de la fe, el Concilio de la fe buscaba el intellectus, intentaba entenderse, entender las señales de Dios y dar respuesta a los desafíos del momento. En cambio el Concilio de los periodistas no se realizó dentro de la fe, sino en el interior de las categorías de los medios de comunicación de hoy, o sea fuera de la fe, con una hermenéutica diversa».

Esto tuvo efectos en la liturgia, para el Concilio virtual «el culto no es culto, sino un acto de conjunto de la participación común. Y estas traducciones del Concilio fueron violentas en la praxis de la aplicación de la reforma litúrgica, porque nacieron fuera de una visión del Concilio y de su propia clave de fe».

«Sabemos cómo –prosiguió el Papa– ese Concilio de los medios era más accesible a todos, dominante y más eficiente. Y ha creado calamidades, tantos problemas y miserias. Seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada. Este Concilio de los medios se impuso en la sociedad creando numerosos problemas, mientras que el Concilio tuvo dificultad para concretarse». Porque, por así decir, «el concilio virtual era más fuerte que el concilio real».

Pero la fuerza del Concilio estaba presente y, poco a poco, se realiza cada vez más y se vuelve la verdadera fuerza, que en realidad es la verdadera reforma y la verdadera renovación de la Iglesia». Benedicto XVI, al concluir esta intervención señaló: «Cincuenta años después del Concilio vemos que ese Concilio virtual se está perdiendo, y al mismo tiempo va surgiendo el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Y es nuestro deber en este Año de la Fe, trabajar para que el verdadero Concilio, con la fuerza del Espíritu Santo se realice y la Iglesia sea realmente renovada».

Ese verdadero Concilio es el correctamente interpretado. Existen dos claves de interpretación posibles, afirmaba Benedicto XVI en el famoso discurso a la curia romana del 2005: «Por una parte existe una interpretación que podría llamar 'hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura´; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la 'hermenéutica de la reforma', de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado». Las novedades del Concilio explicitan aspectos nuevos, hasta ese momento no formulados aún por el Magisterio, pero que no son contradictorias con la doctrina precedente. Su interpretación auténtica viene del propio Magisterio, especialmente de la doctrina magisterial de los Papas citados en este artículo.

Joaquim González-Llanos

Doctor en Teología

  • 29 julio 2013
  • Joaquim González-Llanos
  • Número 45

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