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For Greater Glory - La otra Revolución mexicana llevada al cine

 La desconocida Guerra de los Cristeros

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Ferran Blasi i Birbe

Doctor en Teología

Periodista

 

Josep Maria Caparrós   

Catedrático de Historia Contemporánea   

y Cine. Universidad de Barcelona   

  

Se presentó en Madrid antes de su estreno en México. Cristiada es una película polémica, que ha tenido más éxito en el país donde se desarrolla la acción que en los Estados Unidos, de donde proceden el director y parte de los productores. En España se preestrenó en la IX Mostra de Cinema Espiritual de Barcelona, en noviembre de 2012. La razón es obvia: recupera la Memoria Histórica de un conflicto entre Iglesia y Estado sobre religión y política, y sobre una cuestión de libertades o de derechos humanos de hace casi un siglo. Esta primavera llegó su exhibición comercial en nuestro país con el título original, For Greater Glory, presentada por el actor mejicano Eduardo Verástegui.

La Guerra de los Cristeros (1926-1929)

Cerca de tres años duró esta pequeña guerra civil en la República de México, presidida entonces por Plutarco Elías Calles, que reinstauró la política anticlerical que arrastraba desde el siglo XIX, durante el mandato liberal de Benito Juárez, quien había redefinido el carácter laico del Estado y su neutralidad en el ámbito religioso, al tiempo que había sometido a la Iglesia Católica a un rígido control, con medidas como la expropiación de sus bienes y la prohibición del culto fuera de los templos.

Herencia del siglo XIX México inició el nuevo siglo con una sucesión de fuertes medidas anticatólicas y de presidencias truncadas por golpes de estado, levantamientos militares y presidentes asesinados. Con el advenimiento de Plutarco Elías Calles, el nuevo presidente se propuso “descatolizar” el país, aplicando el artículo 130 de la Constitución, que suprimía el culto católico en todo México.

Este hecho fue la causa de la llamada “guerra cristera”, que se desencadenó espontáneamente en el mundo rural con la ayuda de personas influyentes de la ciudad, y de profundas convicciones. Para oponerse a esta vulneración de la libertad religiosa se levantaron miles de campesinos que combatieron contra las tropas del Gobierno de Elías Calles, aunque apenas disponían de armas y preparación militar. “Los descontentos que iban formando estos grupos armados eran gente de poca formación, pero estaban dispuestos a dar la vida por defender su religión y el derecho a practicarla. Era un movimiento muy popular, no impulsado por la jerarquía eclesiástica”[1], escribe el periodista e historiador Daniel Arasa.

Asimismo, el reconocido especialista Leslei Bethell afirmaría: “Fue una terrible guerra de gente sencilla sublevada contra el Estado y su ejército, que contenía además todos los elementos revolucionarios de una guerra anticolonial, aunque el gobierno había representado hasta entonces a la izquierda y los insurgentes a los contrarrevolucionarios”[2].

Sin embargo, quien mejor definió la Guerra de los Cristeros fue el historiador Jean Meyer: “La revolución cristera enfrentó a dos mundos: al Estado contra el pueblo, y a los soldados contra los campesinos. Fue un movimiento de reacción contra lo que se dio a llamar la revolución mexicana, una revuelta que aceleró la empresa modernizadora del régimen precedente y resucitó la cuestión de las relaciones entre Iglesia y Estado. El pueblo se movilizó, tal como había empezado a hacer en 1915, en legítima defensa, frente a un anticlericalismo tan radical como brutal”[3].

Los resistentes se levantaron al grito de “iViva Cristo Rey!”[4] y morían invocando también a la Virgen de Guadalupe. Fueron reprimidos por las tropas del Gobierno con gran crueldad. Además de los muertos en combate, por tortura, asesinato o fusilamiento, las autoridades colgaron a centenares de insurgentes en palos de telégrafo junto a las vías ferroviarias de manera que los viajeros vieran el castigo que podían sufrir si se unían a la revuelta. Al final, los cristeros fueron derrotados; ya que fue una guerra desigual, porque los sublevados –gente de niveles modestos– formaban un ejército irregular de voluntarios.

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La posición de la Iglesia

¿Cuál fue la actitud de la jerarquía ante esta revuelta católica, que había provocado entre setenta y ochenta mil muertos? Es obvio que hubo sacerdotes y religiosos, junto a católicos de a pie, al frente de los cristeros, y no todos utilizaron la violencia; había muchos pacifistas. Algunos de estos protagonistas –mártires en defensa de la fe– serían beatificados por el papa Juan Pablo II, entre ellos el jesuita Miguel Agustín Pro, el P. Elías del Socorro Nieves, otros 22 sacerdotes y tres jóvenes laicos pertenecientes a la Acción Católica. Posteriormente, en mayo de 2000, canonizaron al P. Cristóbal Magallanes y a otros 24 sacerdotes. Y en noviembre de 2005, serían beatificados en Guadalajara (México), 13 cristeros pacifistas: tres sacerdotes y diez laicos, uno de ellos adolescente[5].

El también especialista Andrea Riccardi resume con estos términos la postura de la Iglesia: “La opinión de los obispos, desde el exilio, sobre la insurrección que estaba teniendo en el país, se dividió en una mayoría que evitó cualquier compromiso directo con las iniciativas de los cristeros, pero justificó el recurso a las armas como una manera de defender la libertad religiosa, y en una minoría que se apartó abiertamente del movimiento insurreccional y pidió un alto el fuego para buscar soluciones pacíficas. Sin embargo, tres obispos apoyaron a los cristeros, para los cuales consiguieron financiación en el extranjero. La Santa Sede, que había denunciado públicamente la persecución religiosa en México, no se solidarizó con el movimiento insurrecto y, más de una vez, instruyó al episcopado para que no apoyase a los rebeldes”[6].

Aun así, en 1926, el papa Pío XI publicó la encíclica Iniquis afflictisque, donde reclamaba la atención sobre “la tristeza de la injusta situación de la religión católica en México”.

Finalmente, la jerarquía y el Estado llegaron a un discutido acuerdo –los llamados “arreglos”– y el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se comprometió a promulgar una amnistía para los obispos, sacerdotes y fieles insurrectos, y a restituir los edificios que habían sido ocupados. En la película se presentan los buenos oficios del embajador USA, Dwight Morrow, acompañados de sus intereses económicos, para que se normalice la situación. Los cristeros obedecieron a la jerarquía y dejaron las armas, no sin acusar a algunos obispos de haberlos abandonado a su suerte cuando defendían la libertad religiosa y a la Iglesia. Ese “arreglo” diplomático se discutiría durante muchas décadas, pero bajo los gobiernos subsiguientes de los presidentes Cárdenas y Ávila Camacho se inició un modus vivendi entre la Iglesia y el Estado, pese al fuerte laicismo de éste; pues hubo represión gubernamental a los antiguos cristeros y nuevos levantamientos hasta 1941[7]. Con todo, con la caída del PRI y la entrada del Partido de Acción Nacional (PAN), el Gobierno pediría oficialmente perdón en el año 2000.

Un director “comprometido”

Por tanto, estamos ante otra Revolución mexicana que merecía ser llevada al cine. Y eso ha hecho el debutante Dean Wright, que se ha lanzado a la realización de una película de reconstrucción histórica, después de haber destacado como responsable de los efectos visuales de superproducciones como Titanic, El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia.

Dean Wright (1967) es hijo de un pastor protestante y parece muy motivado por los filmes “comprometidos”. Tanto es así que vino a España en abril de 2012 para hablar en la Muestra Internacional de Cine que Inspira: “De Madrid hasta el cielo”, sobre Hollywood con fe. Allí en una intervención vibrante y sugerente dijo:[8]

“La industria del entertainment es extremadamente influyente en todo el mundo, pero quienes la dirigen no son tan distintos a los que dirigen otras industrias. Muchos son personas de fe que van a la iglesia o a la sinagoga. Algunos dejan la moral en la puerta de la oficina, pero también lo hacen banqueros, abogados... Las películas y series con contenidos reprobables se hacen porque las ve la suficiente gente como que para que ganen dinero. Hay que ser consciente de eso, no para rendirse, sino para poder cambiar la industria desde dentro: iGanad con mejores ideas! Tened éxito con una mejor calidad. Sed ejemplo, y la recompensa vendrá”, afirmó.

Y puso como ejemplo El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia, diciendo: “Son grandes éxitos empapados de teología. Creo que el mejor enfoque es crear un buen entretenimiento que se base en los valores que uno tiene, sin pontificar sobre ellos. En general, la gente es lista. Puedes introducir temas positivos en películas entretenidas, y la gente comprenderá el mensaje sin que les des en la cabeza con él. Por supuesto –añadió– también tengo algunos proyectos que tratan específicamente de la fe, como Venga tu reino, una superproducción sobre Jesucristo”.

Por último, continuó su “comprometida” conferencia, manifestando: “Desde hace años, algo se mueve en Hollywood. Cuando Mel Gibson hizo La Pasión, nadie creyó que tendría éxito. Al triunfar, de repente todos los estudios se preguntaron por qué lo habían dejado pasar. (...) Necesitamos hacerlos mejor que ningún otro, y el público acudirá. El gran cambio vendrá cuando se pueda convencer a los financieros para que paguen proyectos con grandes presupuestos. Puede ser duro, a veces parecer imposible, pero todo lo que vale la pena suele ser difícil de conseguir”.

Y Dean Wright concluyó afirmando que cuenta con un apoyo fundamental: “Tengo una relación profundamente personal con Dios, con Cristo que me inspira para continuar haciendo lo que hago. Sé que no estoy aquí solo”.

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Una coproducción polémica

Cristiada es una película ambiciosa, que responde con creces al valiente discurso de su realizador. Narra la Guerra de los Cristeros, una “historia escondida” que habitualmente no se enseña en las escuelas. De ahí que Dean Wright aceptara el proyecto de las productoras ARC Entertainment/New Land Films (USA) y Dos Corazones Films (México), junto al guión de Michael Love. A la vez, el productor mexicano Pablo José Barroso logró contratar a dos actores de primer orden: Peter O´Toole, que encarna al P. Cristóbal Magallanes, que en ese conflicto propugna una actitud pacífica, y Andy García, que interpreta a Enrique Gorostieta, un general retirado que dirigió a las tropas insurrectas. También contó con el protagonista de Bella, Eduardo Verástegui, en el papel de José Anacleto González Flórez, abogado y padre de familia, que fue también ejecutado en 1927, junto a otros compañeros. Conocido como el “Gandhi mexicano”, fue uno de los cristeros beatificados por Juan Pablo II. De su personaje, manifestaría Verástegui: “Anacleto fue un hombre congruente y coherente, siempre actuó de acuerdo con sus creencias, laico, culto, preparado, que utilizó todos estos recursos para defender la libertad, la fe, que fue el centro de su vida. Eso me tocó el corazón, me inspiró y me retó en mi trabajo como actor”.

Por otra parte, el productor Pablo José Barroso –que especificó el coste de la película en casi siete millones de euros– afirmó durante el preestreno del film en el Vaticano: “Con esta película, queremos que el mundo sepa y nunca olvide a las personas que en México murieron por su fe en Jesús y por defender su libertad de religión.”[9]

Entonces, ¿dónde está la polémica? La que fue en un principio una resistencia pacífica, pasó a ser, con el curso de los acontecimientos, una rebelión armada. Ha sido frecuente la pregunta de si es lícito tomar las armas en defensa de la libertad religiosa. Aquí se desea hacer una valoración teológica y moral, que el film de Dean Wright omite expresamente.

Sobre este tema, el propio realizador de Cristiada se pronunciaría así: “No creo que mi papel como director sea decir lo que pienso. Creo que mi labor es mostrar lo que sucedió, compartir las pasiones, los conflictos, los errores y la heroicidad de todos los personajes. Si sales del cine conmovido, y días después no puedes dejar de pensar en ello, he hecho mi trabajo”.

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                                        Ficha Técnico-Artística                                       

image-9c7f6b5735b214eb81f1361afff370ecTítulo original: Cristiada / For Greater Glory.

Producción: ARC Entertainment / Dos Corazones Films, para New Land Films Production (México-USA, 2012).

Productor: Pablo José Barroso. Director: Dean Wright. Guión: Michael Love.

Fotografía: Eduardo Martínez Solares.

Música: James Horner. Diseño de producción: Salvador Parra.

Vestuario: Mariestela Fernández.

Montaje: Richard Francis-Bruce y Mike Oden Jackson.

Intérpretes: Andy García (General Gorostieta), Oscar Isaac (P. Vega), Catalina Sandino Moreno (Adriana), Santiago Cabrera (Victoriano Ramírez), Raúl Adalid (P. Robles), Rubén Blades (Presidente Plutarco Elías Calles), Bruce Greenwood (Embajador Dwight Morrow), Mauricio Kuri (José Sánchez del Río) Adrián Alonso (Lalo), Eduardo Verástegui (José Anacleto González Flórez), Peter O´Toole (P. Cristóbal Magallanes), Eva Longoria (Tulita). Color - 150 min.

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    Reflexiones sobre la guerra, a propósito de la revolución de los cristeros    

En lo que se refiere a la moralidad de la guerra, no se pueda valorar una situación pasada con criterios de ahora, sino que hay que aplicar los principios que fueron comúnmente admitidos en la época de que se trata, que serían los que venían de antes y que estaban vigentes mientras iban surgiendo los nuevos.

 

En el tiempo de la revolución de los cristeros, era corriente tener en cuenta los principios que se relacionaban con la llamada guerra justa. Se solía señalar como condiciones para la licitud de la guerra: que hubiera una causa justa, que se diera una intención recta, y que se iniciara con el acuerdo de la autoridad civil; que en el inicio y en el desarrollo de la misma se siguiera lo establecido en el derecho de gentes, ahora diríamos, en el derecho internacional.

 

En cada época había que tener en cuenta también los medios a utilizar: si eran los habituales entre los pueblos de aquel entonces, y si se empleaban guardando la debida proporción entre el bien que se quería obtener y el mal que había que evitar, como el que se produce en uno y otro bando, y especialmente en la población civil y en las personas que nada tengan que ver con los contendientes. Y es de suponer que esos piadosos revolucionarios mexicanos más bien podrían considerarse faltos de defensa, si no, indefensos.

 

Por otra parte, en ese tiempo se tenía bastante experiencia en el mismo continente, de guerras que habían sido en algunos aspectos muy mortíferas: las de la independencia respecto de los países colonizadores: España, Inglaterra, Francia. Y también las guerras entre países vecinos por cuestiones territoriales, como la del Chaco entre Paraguay, Brasil y Argentina, y las de Europa, lejana geográficamente y próxima culturalmente.

 

El peligro de que las guerras se puedan extender y generalizar, ha hecho mirarlas con más temor y desconfianza. En esas situaciones excepcionales se desatan todas las pasiones y muchos excesos patológicos.

 

Los modernos medios de destrucción, especialmente las armas atómicas, han propiciado sobre el tema de la licitud o ilicitud de la guerra, un salto, no sólo cuantitativo, sino cualitativo. Que se ha manifestado en diversas enseñanzas del Concilio Vaticano II así como de los papas: Juan XXIII, Pablo VI, y Juan Pablo II que significó por su fuerte posición en evitar la guerra de Irak.

 

Las consecuencias previsibles de la guerra han hecho evolucionar la doctrina hacia un rechazo total, de manera paralela a lo que ha ocurrido con la pena de muerte, que antes se admitía comúnmente como medio de defensa de la sociedad, y que por diversos motivos, –entre ellos la existencia de muchos errores en su aplicación–, han hecho inclinar la opinión hacia ese quasi universal rechazo.

 

En una guerra, los bienes que teóricamente se pueden obtener con ella no compensan los males que se producen. Y nadie se atrevería a adivinar la incógnita del resultado. Únicamente se admitiría una primera reacción de defensa ante una clara y grave agresión a la propia vida o a la de los más allegados o que pusiera en grave peligro la vida colectiva.

 

No se suelen juzgar negativamente guerras que en la época moderna han permitido la supervivencia de un país, de un continente, de unos legítimos intereses sociales o económicos, ante ataques de ciertos totalitarismos agresivos. Y nadie con buen criterio moral se ha de ver habilitado para desencadenarla, a no ser que haya de ser de alcance muy limitado, con acciones concretas, golpes de mano, guerrillas, etc.

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Valoración crítica del film

En el terreno estrictamente cinematográfico ¿qué podemos decir de Cristiada? –For Greater Glory. The True Story of Cristiada según su título original–. Ante todo, se trata de un film-espectáculo, una ambiciosa obra artística, que intenta explicar al gran público del siglo XXI qué fue la Guerra de los Cristeros. Y, francamente, lo logra. Muy bien ambientada e interpretada, la película no sólo consigue un gran realismo, sino involucra al espectador en la historia. Es más, por su aliento épico –subrayado por una espléndida banda sonora, con la brillante partitura musical de James Horner– nos ha recordado a La Misión, la magistral pieza de Roland Joffé. Un diez, por tanto, en cuanto a la puesta en escena de Dean Wright, del que nadie diría que es su ópera prima.

El guión, perfectamente concebido por Michael Love, posee cierto carácter didáctico. De ahí que el público que no conozca la historia de los cristeros salga del cine bastante bien informado. Además, expone las razones de unos y otros sin hacer juicios de valor, para que sea el propio espectador quien acaso tome postura y saque sus conclusiones personales.

Como todo film de género histórico, se centra sólo en algunos personajes clave de aquel conflicto. Quedan algo mitificados el general Enrique Gorostieta y el P. José Reyes Vega, también con sus conversiones finales; así como el niño José Sánchez del Río, éste beatificado. Pero apenas se destaca a otros mártires, como el abogado González Flórez, y se omite al P. Pro, ambos beatificados. No obstante, es posible que los autores hayan buscado aquellos protagonistas que podían dar mayor juego a la narración.

Por eso se destacan las secuencias bélicas, muy bien realizadas en escenarios naturales mexicanos, junto a reflexiones intimistas por medio de los flashback, con frases tan significativas como la que pronuncia finalmente el líder cristero, el guerrillero P. José Reyes Vega, ante el general Gorostieta: “Dios puede tomar incluso los actos más horribles y usarlos para el bien”. Y en su contenido más espiritual, posee escenas muy emotivas, como la confesión de Enrique Gorostieta, o el calvario sufrido por el niño José, que evoca la Pasión de Cristo, muerto en el regazo de su madre a modo de La Pietá.

Con todo, si algo destaca especialmente en Cristiada es su clara defensa de la libertad religiosa y la valiente actitud de un pueblo que defendió su fe hasta la muerte. Asimismo, se aprecia el entramado político-económico en las relaciones diplomáticas del Presidente Elías Calles y el Embajador estadounidense, y la difícil posición de la jerarquía mexicana y del Vaticano ante la Guerra de los Cristeros. Roma condenó la Ley Calles, pero no se pronunció sobre los cristeros. Y al final, se dieron esos discutidos “acuerdos”, un pacto que no favoreció a estos últimos. Sin embargo, a partir de 21 de junio de 1929, se logró un mínimo de libertad, esa libertad por la que había luchado la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, tal como aparece al principio del relato. Liga que, tras su frustrado pacto con el Gobierno Elías Calles, apoyó con armas la revuelta y contrató al general Gorostiera para dirigir a los cristeros; una revuelta que, en la mayoría de los casos, fue en defensa propia ante los asesinatos y la dura represión llevada a cabo por el Ejécito federal. Aun así, hay alguna muestra de desmanes en los dos bandos como la matanza de 51 civiles en el asalto a un tren por parte de los cristeros.

Estamos, pues, ante una película muy digna, que puede hacer pensar en las persecuciones que ha sufrido la Iglesia en el último siglo y que aún hoy sufren los cristianos en otras latitudes, en pleno Tercer Milenio; pero ahora no hay reacciones de defensa violentas.


[1] Arasa, Daniel. Drets humans i religió a Catalunya. Pau, tolerància i llibertat en una societat secularitzada, Lleida, Pagès, 2012, p. 95. Este libro posee un clarificador apartado dedicado a los cristeros (la traducción del catalán es de los autores).

[2] Cfr. The Cambridge History of Latin America, vol. IV, Cambridge University Press, 1986, cit. por Arasa.

[3] Meyer, Lean. Les chrétiens d´Amérique Latine, París, 1991, p. 203, cit. por Andrea Riccardi, El siglo de los mártires, Barcelona, Plaza y Janés, 2001, p. 290. Sin duda, el gran especialista en el tema es Jean Meyer, La Cristiada, México, Siglo XXI, 1994, 1997 y 2000, 3 vols. (1ª ed., 1973).

[4] Sobre esta invocación, véase el clarificador artículo de Josep-Ignasi Saranyana, “Por qué celebramos que Cristo es rey”, en La Vanguardia, 2-XII-2012, p. 45.

[5] Cfr. Melgar García-Inés, Ladislao. “Mártires mexicanos en la guerra cristera”, en Palabra, núm. 502, septiembre 2005, pp. 70-74.

[6] Riccardi, Op. cit., p. 292. Ver cap. VII: “El Estado contra la Iglesia: México y España”.

[7] Vid. la documentada síntesis de Andrés Azkue, La Cristiada. Los cristeros mexicanos (1926-1941), Barcelona, Scire Libros, 2007.

[8] A este propósito, nos hemos servido del reportaje de María Martínez López, “iGanad con mejores ideas! Cristiada, la 'historia escondida´ de México”, publicado en el suplemento de ABC, Alfa y Omega, 19 de abril de 2012, p. 26.

[9] Cfr. Gutiérrez, Samuel. “Estreno mundial de Cristiada en el Vaticano”, en Catalunya Cristiana, 1 de abril de 2012, p. 33.

  • 21 agosto 2013
  • Ferran Blasi i Birbe / Josep Maria Caparrós
  • Número 45

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