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Fomentar la paz no es sólo un trabajo político sino también un trabajo ético

Mensaje de Benet XVI por la Jornada Mundial de la Paz de 2013

A menudo nos preguntamos cómo se tiene que promover la paz, qué hay que hacer para construirla entre todos, pero haría falta también que nos preguntáramos cuál es el fundamento de esta construcción que se nos presenta siempre dificultosa y frágil. El mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz de 2013 hace una reflexión profunda en este sentido. El deseo de paz, manifestado en tantas iniciativas que encontramos en todo el mundo, corresponde a un principio moral fundamental, «el deber y el derecho a un desarrollo integral, social, comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre» (n. 1). Fomentar la paz no es sólo un trabajo político sino también, y en primer lugar, un trabajo ético, que va más allá de la gestión de conflictos, del encuentro de acuerdos o de los equilibrios diplomáticos.

«Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del supuesto de una moral totalmente autónoma» (n. 2). Habrá que contar con una antropología abierta a la trascendencia si se quiere construir una paz consistente, que ponga el hombre en armonía con Dios, con él mismo y con su entorno: el prójimo, la sociedad y toda la creación. «La paz es principalmente la realización del bien común» (n. 3), y este bien común supone, en primer lugar, el respecto de la vida humana. Todo el mundo está de acuerdo en que la guerra, la violencia, el acaparamiento de bienes necesarios, etc., no respetan la vida y atentan contra la paz, pero esta evidencia generalizada se pierde en otras situaciones igualmente injustas. ¿Qué falla? El conocimiento verdadero del ser humano. Si no se valora íntegramente la dignidad del hombre, difícilmente se podrá realizar el bien común y promover una auténtica paz.

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Habrá que evitar todo aquello que pueda ser una amenaza contra la paz, desde las amenazas más patentes hasta las que quedan camufladas entre las diversas filosofías sobre el ser humano. «Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables en el desarrollo, la paz, el medio ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subreptícia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso habilidoso de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida» (n. 4). Cuando se oscurece la verdad sobre la persona humana, se lesiona la justicia y se pone en peligro la paz.

El bien común, que la paz busca realizar, comprende el respeto por los derechos humanos fundamentales. Hay dos que el Santo Padre señala en este documento: el derecho a la objeción de conciencia y el derecho a la libertad religiosa de las personas y las comunidades. Este último convendrá promoverlo positivamente, puesto que también se han hecho frecuentes los episodios de intolerancia religiosa, en países de antigua tradición cristiana.

No sólo hay que tener en cuenta la contribución de las ideologías antropológicas en los fundamentos de la paz. También hay que considerar las ideologías económicas y políticas que se derivan. Un liberalismo radical y una tecnocracia, que busca principalmente un crecimiento económico, que deja de lado la función social del Estado y otras redes de solidaridad, y que amenaza derechos y deberes sociales fundamentales, como es el derecho al trabajo, no contribuirá a fundamentar una paz duradera.

Con motivo de la crisis de los últimos años, muchos cuestionan la viabilidad del actual sistema económico, y reconocen que sería necesario un nuevo modelo de desarrollo y una nueva visión de la economía. Esto supone disponer de una correcta escala de valores y romper la óptica individualista y egoísta que maximiza la ganancia y el consumo. El principio de gratuidad y la lógica del don, que Benedicto XVI proponía en la encíclica Caritas in veritate, serán elementos que convendrá tener muy en cuenta a la hora de construir este nuevo modelo económico.

La sociedad natural más elemental es la familia y, por lo tanto, tendrá un papel decisivo en la consecución de una paz social y política estable. Fundamentada sobre la estructura natural del matrimonio, la unión de un hombre con una mujer, la familia tiene la misión de promover la vida. «La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen quienes trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor» (n. 6).

A manera de conclusión, señala este documento la necesidad de promover una pedagogía de la paz, y da algunas directrices. La pedagogía de la paz enseña a estimar, supone el paso de la tolerancia a la benevolencia, rechaza la venganza. La pedagogía de la paz es la pedagogía del perdón, del reconocimiento de las propias culpas, de la aceptación de las disculpas del otros sin exigirlas. La pedagogía de la paz anima a avanzar juntos hacia la reconciliación, en medio de errores y ofensas. La pedagogía de la paz mantiene la esperanza de vencer el mal haciendo el bien y de buscar la justicia por el camino del amor, imitando a Dios, que es Amor. No es una pedagogía fácil ni de rápidos resultados. «Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Hay que renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que lo acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario, la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia» (n. 7).

Acaba el Santo Paro recordando la oració, por la cual pedimos a Dios que nos haga instrumentos de su paz. Efectivamente, la paz a todos nos afecta y también todos somos responsables de ella.

Manuel Mallol Pratginestós

  • 12 abril 2013
  • Manuel Mallol Pratginestós
  • Número 44

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