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Ni el sexo ni la muerte. Tres ensayos sobre el amor y la sexualidad

André Comte-Sponville

Paidos Ibérica

Barcelona, 2012

320 pág.

André Comte-Sponville, nacido en París en 1952, profesor de filosofía de varias universidades francesas, es uno de los intelectuales más influyentes en la actualidad. Ciertamente, con una visión especial de la vida –no desde la fe–, image-2bb8673eef9cf5467f57f927bf7b25d0pero de un humanismo muy sensato. Defensor de la libertad y de la dignidad de la persona humana. Cree en muchos de los valores morales que elevan al hombre hacia su plenitud. André Comte-Sponville acaba de dedicar a su esposa un libro que gira alrededor de tres grandes ejes vitales humanos: el amor, la filosofía de la sexualidad y las relaciones de amistad entre el hombre y la mujer. Habla del eros, de la philia y del ágape. El libro lo titula Tres ensayos sobre el amor y la sexualidad. A lo largo de la obra, el autor, que siempre se ha declarado ateo, humanista y liberal, comenta algunos aspectos que os hago llegar por razón de la lucidez con que trata este tema tan delicado.

Para empezar, afirma que buscó por Internet qué es lo que se decía sobre amor y sexo. La sorpresa fue que le aparecieron innumerables páginas y webs pornográficas, con imágenes de gran violencia, vulgaridad y misoginia (fruto del odio o de la buscada y querida degradación de la mujer como ser humano). En ninguna de estas páginas, se mencionaba el verdadero amor, ni la amistad, la ternura o los sentimientos de afecto; ni hablar, del matrimonio o del casto noviazgo. Llegó a la conclusión, al ver tanta pornografía y vulgaridad, que, para una gran mayoría de gente, el amor sólo era sexo puro y duro. Entendió, pues, que para muchos el sexo sin el amor se parece mucho al odio, al menos en el caso del sexo masculino.

Llegó a la conclusión de que, en todo este tema, hay un lado muy negro y violento donde no permitimos que quepan reglas morales. Sí –dice el filósofo–, porque hablar de sexo sin hablar de verdadero amor es amoral; y necesitamos, más que nunca, una moral, aunque sea laica, que nos pueda guiar por caminos más humanos.

Llegó a la conclusión de que como deseo, lo sexual –juntamente con los de comer, beber, descansar o dormir– es fuerte y potente, y que sólo una elevada moral puede encaminarlo hacia la bondad y la belleza. La pulsión sexual no se puede mantener a raya gracias a un mero puritanismo o a unas reglas sociales que vengan desde fuera. Concluía, además, que el antiguo puritanismo ya ha desaparecido para dejar paso al nihilismo o al relativismo: esto es, el no creer en nada ni en ningún valor, que significa lo mismo que vivir de cara hacia la nada o el absurdo.

Se dio cuenta que no se puede vivir en un totum revolutum: como en una sociedad de mercado –la nuestra– en la que, poco a poco, cualquier elemento vital y cualquier pasión se convierten en mercancías. Entonces, el sexo, como el dinero o el poder, se pervierte muy fácilmente. El sexo no puede convertirse en una mercancía más, que se compra y se vende como cualquier cosa, ya que en la relación amorosa participan personas, con su libertad y con todas las demás exigencias: la lealtad, la pureza de intención, el compromiso y la reciprocidad hasta la muerte.

En otros tiempos, escribe también el autor, el amor estaba ligado sobre todo a la procreación, a la descendencia y a la familia. Parece que todo esto ya no vale o bien está desapareciendo. El sexo puro y duro, que antes se dejaba para los burdeles (si se era macho) y para los amantes de turno (si eres fémina) para liberar así cada uno a su manera, los bajos instintos.

Ahora el erotismo sin amor, sin philia y sin ágape, se encuentra emponzoñándolo todo, incluso los niños, sin ningún control o límite. Así el amor-eros se banaliza y se desvirtúa, quedándose en un mero entretenimiento anodino o en un juego salvaje. Pero que, por extraño que sea, también puede decaer hasta llegar a la indolencia. La revolución sexual de la década de los sesenta no ha comportado muchas cosas positivas, sino más bien negativas debido a su nihilismo inherente y a la transgresión de las buenas formas de otras épocas.

El amor y el sexo, según él, se abrirán siempre de nuevo a través de la amistad y del conocimiento mutuo, tanto dentro del matrimonio y frente a la familia como también en todo tipo de acciones solidarias hacia los más necesitados (enfermos, pobres, indigentes, huérfanos, etc.), para que no decaiga hacia el aburrimiento.

Alerta claramente ante el peligro de las posibles rutinas que se pueden originar cuando la presencia de la persona amada se hace pesada o aburrida, por falta de aquellos estímulos que deben renovarse mediante un auténtico amor que no se identifica necesariamente con el sexo. La compañía del otro es amor, es philia y ágape, no sólo eros. Cuando la pasión sexual decrece con el tiempo, hay que potenciar, pues, la confianza amistosa, la agradable compañía, el espíritu de abnegación, el afecto constante, la comprensión con los defectos, la delicadeza en la conversación, la ilusión de los primeros años de enamoramiento, el afán de servicio, etc. En el compañero y en la compañera, se han de ver siempre «personas» y no «cosas» que se usan y se tiran como mercancías que, al final, se pueden calificar como de «bajo precio».

Josep Vall i Mundó

  • 14 abril 2013
  • André Comte-Sponville
  • Número 44

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