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257 días

Bosco: la historia real de un hombre que no se dejó vencer por el miedo

José Pedro Manglano

Colección: Planeta Testimonio

Editorial Planeta

Barcelona 2012

312 págs.

 

«El 29 de agosto de 1990 fui secuestrado por un grupo bien organizado, que me mantuvo en cautiverio durante 257 días, en una celda de uno por tres metros, y de 1,90 metros de altura, sin ventanas y en completo aislamiento. Durante image-6a3341234bd4ca9217e29a857d431089este tiempo nunca oí una voz humana, ni vi un rostro. Mi retiro fue total». Así describe Bosco Gutiérrez su secuestro.

Es un arquitecto mexicano quien lo cuenta; nacido en 1960, casado con una adorable esposa que le ha dado siete hijos –los dos últimos, mellizos–, construyó el mismo su propia casa, que en enero de 1990 ganó el premio de la Bienal de Arquitectura; es también el autor del proyecto de construcción del World Trade Center en Ciudad de México. Que gozaba de buena salud lo prueba que tres días antes de ser secuestrado corrió la maratón de México (42 kilómetros). Es hombre de posición social acomodada, familia numerosa, estrechamente unida y bien relacionada.

Mas, ¿de que sirven los talentos humanos, cuando un hombre es secuestrado, reducido a la impotencia y sepultado en vida? Es más, cuando se intenta quebrantar su moral y su autoestima, sometiéndolo a un programa criminalmente preparado. Porque éste fue el caso de Bosco Gutiérrez, llevado a la desesperación, no come, no bebe, ni siquiera siente el deseo de moverse. –Pensábamos que se nos iba– escribirá uno de los guardianes.

Pero hay un punto de inflexión en su cautividad. Bosco toma conciencia de su libertad interior, de su dignidad de hijo de Dios, y reacciona: cuida de su salud física y mental, y prepara su posible salida del encierro ante el temor de que lo dejen abandonado. Aún más, se esfuerza por acercar a Dios a aquellos guardianes que lo mantienen encerrado. Son muchas las incidencias que tanto él como su familia vivieron en aquellos nueve meses de encierro, pero no pretendo quitarle al lector el aliciente de leerlos tal como magníficamente los describe José Pedro Manglano.

«Esa soledad me llevó a descubrir horizontes insospechados –sigue diciendo Bosco–: el encuentro conmigo mismo me permitió descubrir a ese Dios personal que nos sostiene en momentos difíciles, pero que muchas veces permanece oculto tras la rutina de la vida cotidiana. En Él encontré un Mediterráneo de paz y de fuerza para soportar esta prueba». Y, así, la historia real acaba felizmente.

Al cerrar el libro, me viene a la cabeza una consideración: lo que salva al joven arquitecto, no es ni su juventud, ni su salud, ni su experiencia, ni el dinero, ni la ciencia; fue a mi entender la sólida formación cristiana que había recibido en su familia y en los centros educativos que frecuentó. Y cuando llegó la hora de la prueba –muy superior a las fuerzas humanas de cualquier persona– Bosco supo confiar plenamente en Dios. Y ello me lleva pensar –y es algo que me escandaliza– en aquellos padres que a la hora de escoger colegio para sus hijos, valoran en poco la formación cristiana, buscan centros educativos que tengan más o menos campos deportivos, que sean más o menos distinguidos o que estén más o menos próximos a sus casas: la formación cristiana, consideran, es algo que ya se les dará por añadidura: a estos padres les aconsejo vivamente leer el libro de Manglano. Ser hombre cabal supone lucha interior, piedad y doctrina.

Lluís Raventós Artés

  • 22 noviembre 2012
  • José Pedro Manglano
  • Número 43

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