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La liturgia, desde el Vaticano II a la reforma de Benedicto XVI

ESPECIAL: 50º Aniversario del Concilio Vaticano II. La reforma litúrgica

El título de esta reflexión puede parecer atrevido pero refleja con precisión el momento litúrgico que estamos viviendo y las perspectivas para un futuro inmediato. Este título es el de la difundida obra de Nicola Bux prologada por el image-c10ac39b2e04ea049cf51b7fb64727b9cardenal Cañizares y que ha sido traducida en varias lenguas provocando una cierta polémica y reflexión.

El Concilio Vaticano II y el postconcilio

Hace años, más de veintisiete, siendo estudiante en Roma tuve una larga conversación con el profesor Tommasso Federici. Hablábamos de la liturgia y de algunas equivocadas interpretaciones sobre el Concilio Vaticano II. Recuerdo que fue a una estantería y sacó un libro. Lo abrió en un punto determinado y me pidió que leyera en voz alta. Lo hice. Yo no sabía quién era el autor. El texto relataba una convulsa situación en la vida de la Iglesia. Entonces, Federici me preguntó: ¿En qué momento cronológico situaría este texto? Le dije que probablemente después del Concilio Vaticano II, hacia los años setenta. Me dijo: Efectivamente, es un texto escrito después de un concilio, pero se trata del Concilio de Nicea. Era un fragmento de san Basilio en su tratado sobre el Espíritu Santo. No hace mucho tiempo, Benedicto XVI usó una expresión del texto de san Basilio para caracterizar algunos momentos de la vida de la Iglesia después del Vaticano II: «Una batalla naval nocturna».

No nos debe extrañar, por tanto, que después del Vaticano II, algunos intentaran tergiversar y hacer ir las aguas hacia una interpretación rupturista del Concilio. También en materia litúrgica. Pablo VI llegó a decir que una de las principales tentativas del Maligno fue arruinar los frutos del Concilio.

Hermenéutica de la continuidad

Hay que ir una vez y otra a aquel famoso discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana, a finales de 2005, apenas iniciando su pontificado, para entender por dónde deben ir e irán las cosas en la vida del Iglesia en general y en materia litúrgica en particular. Tenemos que ir todos, pero particularmente los epígonos de un progresismo decadente y los desnortados tradicionalistas que van a la deriva. El Santo Padre dijo algo tan elemental que sorprende que no sea comúnmente admitida y asimilada. Se trata de la hermenéutica de la continuidad. La vida de la Iglesia no avanza a base de revoluciones, de rupturas con su pasado, sino en una armoniosa madurez, desplegando toda su potencialidad guiada por el Espíritu Santo.

La renovación querida por el Vaticano II

Hablando de la voluntad renovadora del Vaticano II en materia litúrgica afirma el actual Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: «Es indudable que una profundización y una renovación de la liturgia eran necesarios. Pero, frecuentemente, ésta no ha sido una operación perfectamente realizada. La primera parte de la constitución Sacrosanctum Concilium no ha entrado en el corazón del pueblo cristiano. Ha habido un cambio en las formas, una reforma, pero no una verdadera renovación, como pedían los Padres conciliares. A veces se ha cambiado por el simple gusto de cambiar respecto de un pasado percibido como totalmente negativo y superado, concibiendo la reforma como una ruptura y no como un desarrollo orgánico de la tradición». Estas palabras de Cañizares me parecen muy importantes e indican que hay mucho por hacer todavía. Es evidente que el gusto del cambio por el cambio ha producido en ocasiones realizaciones esperpénticas de la liturgia. Hay que superar del todo la hermenéutica de la ruptura y reconducir la liturgia en la perspectiva «de un desarrollo orgánico de la tradición». Así lo han hecho Pablo VI, Juan Pablo II y ahora Benedicto XVI.

 

Experiencias dolorosas y rompedoras de la comunión

Todo esto que venimos diciendo no ha ocurrido sin experiencias dolorosas y desconcierto por gran parte del pueblo de Dios. En muchos ámbitos, las corrientes rupturistas han tratado de imponer sin contemplaciones su sesgada manera de ver y vivir la liturgia. Ha habido mucho sufrimiento por parte de tantos fieles, sacerdotes, laicos y religiosos, que querían vivir la liturgia según la mens Ecclesiae y que han tenido que soportar muchas arbitrariedades, «hasta el límite de lo tolerable», en palabras de Benedicto XVI.

En el prólogo que Cañizares hace al libro de Bux no pasa por alto este doloroso aspecto: «Para muchos, aceptar la reforma conciliar ha significado celebrar una Misa que, de una manera u otra, debía ser «desacralizada». Cuántos sacerdotes se han visto tildados de «retrógrados» o «anticonciliares» por el solo hecho de celebrar de manera solemne, piadosa o simplemente ipor obedecer delicadamente las rúbricas! Es urgente salir de esta dialéctica».

Verbis et factis

Todos sabemos que Dios se revela verbis et factis, con palabras y hechos. Esta forma de enseñar también se puede aplicar a la misión de enseñar e interpretar auténticamente, confiada al Magisterio de la Iglesia. Para superar la mencionada dialéctica y los grandes desafíos litúrgicos a que se enfrenta nuestra generación, como bien dice el cardenal Cañizares, es necesario, entre otras cosas, enriquecerse con el modo en que el Santo Padre celebra la liturgia, y estas celebraciones pontificias «son ejemplares para todo el mundo católico». Efectivamente, yo también estoy convencido de que el Papa Benedicto, con su ars celebrandi está elaborando un magisterio no escrito (factis), pero tan importante y normativo como cualquier documento pontificio del más alto rango. Es posible y deseable que los ejemplos de buena liturgia que nos da el Santo Padre se articulen posteriormente en una normativa escrita y disciplinar y no me extrañaría que la Congregación estuviera trabajando en ello.

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Puntos concretos

Mirando ahora de tocar algunos puntos muy concretos donde se iría articulando esta «reforma litúrgica del Papa Benedicto», yo destacaría los siguientes.

En primer lugar, reencontrar la debida sacralidad en la liturgia. La banalidad, el mal gusto y la invasión de una profanidad mal entendida han dañado y desfigurado muchas celebraciones en la vida de la Iglesia. Y lo que es peor, a menudo, se ha olvidado de que la liturgia no es primariamente acción nuestra, es acción de Jesucristo. Él es el gran liturgo que ofrece al Padre en el Espíritu el verdadero culto en espíritu y verdad. Benedicto XVI insiste mucho en este punto. Véase, por ejemplo, lo que dice en su libro entrevista Luz del mundo: «La liturgia es el acto en que creemos que Él entra y que nosotros lo tocamos. Es el acto en que se realiza lo auténtico y lo propio, entramos en contacto con Dios. Él viene hacia nosotros, y nosotros somos iluminados por Él... No es porque nosotros hagamos nada, porque nosotros mostramos nuestra creatividad, o sea, todo lo que podríamos hacer. Justamente, la liturgia no es un show, no es ningún teatro, ningún espectáculo, sino que vive desde el otro». Y dice el Papa que esto debe verse con claridad.

En segundo lugar, hay que recuperar el espíritu y los gestos de adoración. Esta atención al otro, a Cristo, nos hará entender el amor, adoración y respeto con que debemos tratar a Cristo Eucaristía. Destacaría aquí la forma concreta de celebrar la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión. Es importante que los fieles viéndonos celebrar se den cuenta como mínimo de que nosotros creemos y vivimos aquel gran misterio. Estoy convencido que la mejor catequesis que se puede hacer sobre la Santa Misa es la misma Misa bien celebrada. En este sentido, encuentro un objetivo pastoral de primer orden que los fieles comulguen bien, con las debidas disposiciones internas y externas que requiere la digna y fructuosa recepción de la Sagrada Comunión. El Papa ha decidido que los fieles, en sus celebraciones, comulguen de rodillas y en la boca. Él explica el sentido de esto como un toque de atención de lo que supone ese momento sublime de la comunión y también nos dice que no excluye comulgar de pie e incluso en la mano allí donde está permitido. En muchas comunidades, el gesto de comulgar se ha degradado bastante. No hay que entrar en detalles pero es bastante evidente. Y los gestos externos de adoración, en otros tiempos tan normales y generales, hoy brillan por su ausencia. Y quizás necesitamos ver que se ha perdido algo más que un gesto externo.

Muy relacionado con lo dicho, creo que es urgente una normalización del Sacramento de la Penitencia. En muchos lugares, prácticamente ha desaparecido con un daño inmenso en la vida de los fieles. No es casualidad que en la mayoría de los documentos pontificios sobre la Eucaristía emanados desde la Celebración del Vaticano II se ponga de relieve la relación necesaria que hay entre la Penitencia y la Eucaristía.

La cruz sobre el altar

Finalmente, quisiera evocar un tema que es motivo de muchas controversias. Se trata de la cruz sobre el altar. Recuerdo que cuando Benedicto XVI vino a Barcelona por la histórica consagración y dedicación del Templo de la Sagrada Familia, hizo poner una cruz image-6c5a599de48d7dee8046efb925987d20sobre el altar. Como hace él habitualmente en sus celebraciones. Me di cuenta de que un grupo de concelebrantes que tenía ante mí comentaron: Y ahora, ¿por qué ponen aquí esta cruz? Quien haya leído con atención la profunda y magnífica obra de Ratzinger El Espíritu de la liturgia sabrá perfectamente por qué el Papa hace colocar la cruz sobre el altar y fija en ella su mirada. Y con este gesto también nos invita a hacerlo.

Hace unos años, un buen amigo y gran experto en liturgia, el Dr. Josep Martí Aixalà, que en paz descanse, escribía en la revista Taüll en mayo de 2004:

«La misa romana ha conservado, hasta no hace mucho, la orientación de la oración hacia oriente. De hecho, si queremos hablar con propiedad, el sacerdote no ha dicho nunca la misa de espaldas al pueblo, sino de cara al mismo punto que el pueblo también miraba, «El sol que nace de lo alto» (Lc 1, 78), o si queréis, conversi ad Dominum, como decía la antigua invocación. La orientación de la oración hacia un punto determinado, el de la revelación y el de la luz divina, es todavía una práctica guardada por Israel y por el Islam, y por tanto, no debe ser sin sentido. ¿Por qué los cristianos deberíamos menospreciarla? Alguien podría objetar que la plegaria eucarística de cara al pueblo la hace imposible. No es así, si uno se da cuenta de que la cruz, puesta entre el sacerdote y la asamblea, permite que uno y otra tengan un mismo punto de orientación. Dicho todo esto, si alguien quiere preguntar cuál debería ser el lugar de la cruz en el presbiterio de la liturgia renovada, se podría contestar, sin ambigüedades, que la cruz, austera o preciosa, más bien preciosa, debería ponerse entre el pueblo y el celebrante, que tratarán el signo victorioso de aquel que traspasaron...». Os invito a leer todo el artículo, que considero espléndido. Ayuda a situar un tema de gran importancia en debate, que es la orientación del altar.

Se acaba el espacio que me han concedido para este artículo. Estoy convencido de que he tocado los puntos fundamentales y que las perspectivas litúrgicas irán por esos caminos. Tiempo al tiempo. Afortunadamente, los peores momentos ya han pasado. La doctrina y la disciplina de la Iglesia en materia litúrgica de los últimos cuarenta años son espléndidas. Sólo hay que aplicarlas en esta línea de la hermenéutica de la continuidad. También, y para terminar, todo lo que se dispone en el Motu Propio Summorum Pontificum, cuyo alcance va mucho más allá de las controversias suscitadas por las reivindicaciones de determinados grupos. Véase, en este sentido, lo que dice Cañizares en el prólogo de la obra de Bux. Y si me permitís un último apunte bibliográfico, no quiero dejar de recomendar el sugerente libro dirigido por Claude Barthe, Reconstruire la liturgie (París, 1977).

Dr. Juan Antonio Mateo y García
Canónigo de la S. E. Catedral de Urgell

  • 13 junio 2012
  • Joan Antoni Mateo i Garcia
  • Número 42

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