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¿Cómo parar la corrupción?

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 Domènec Melé

Profesor ordinario de Ética Empresarial
IESE Business School, Universidad de Navarra

El Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de España, publicado mensualmente a partir de entrevistas con unas 2.500 personas elegidas siguiendo criterios estadísticos, muestra un fuerte incremento de la preocupación de los españoles por la corrupción y el fraude. En los tres primeros meses de 2012 (ver Tabla I), este concepto ha llegado al cuarto lugar, de un listado de 25 temas, después de cuestiones tan importantes como el paro y los problemas de tipo económico, situadas al frente y seguidas por la preocupación por la clase política y los partidos políticos.

     Tabla I. Problemas que más preocupan en el primer trimestre de 2012*    

PROBLEMAS

%enero

% febrero

% marzo

El paro

83.2

83.8

84

Los problemas de tipo económico

53.6

52.2

49,2

La clase política, los partidos políticos

17.8

19.4

18,1

La corrupción y el fraude

12.3

8.6

12,2

 

* Elaborada a partir del Barómetro del CIS, con multirrespuestas a las preguntas: ¿Cuál es, a su juicio,

el principal problema que hay actualmente en España? Y el segundo? Y el tercero?

 

En la valoración, pueden haber influido casos de corrupción presunta o confesa, muy aireados por los medios de comunicación durante este trimestre. Recordemos el «caso Gürtel», con su ramificación en el juicio y posterior absolución, del ex presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, el proceso y condena del ex presidente de la Comunidad Balear, Jaume Matas, la investigación del Instituto Nóos, que dirigía el yerno del Rey, Iñaki Urdangarín, el caso Campeón, relacionado con el ex ministro José Blanco, y el caso de los ERE de la Junta de Andalucía, sin olvidar los chanchullos de altos directivos de ciertos bancos y cajas de ahorro con blindajes millonarios cuando sus entidades se declaraban en quiebra.

Durante el mes de enero de 2012, el porcentaje de personas que mencionaban la corrupción y el fraude en el Barómetro del CIS llegaba al 12,3%, más del doble del 6 por ciento del mes anterior. Un nivel que se mantiene en marzo, tras un ligero descenso en febrero. Es cierto que en otras épocas el nivel de percepción de corrupción ha sido aún más alto. De hecho, el récord se sitúa en enero de 1995, con un 33,5 por ciento, cuando había casos de corrupción que salpicaban a varios altos cargos del gobierno de Felipe González. De hecho, la corrupción no es sólo un problema de nuestro país, ni se limita a los políticos. El fraude se extiende por muchos ámbitos y, especialmente, en la defraudación de impuestos y en fraudes a la Seguridad Social y al cobro del subsidio de desempleo.

Repercusiones sociales de la corrupción personal

La corrupción erosiona las personas que abusan de su cargo o poder de decisión, daña la confianza en las relaciones interpersonales e institucionales, impide el buen funcionamiento de las instituciones y echa atrás las iniciativas de negocios e inversiones. En algunos países, la corrupción es la causa principal que impide su desarrollo. La malversación de fondos públicos, el ofrecimiento o la aceptación de sobornos y actos de extorsión por parte de políticos y funcionarios públicos, cargan sobre los contribuyentes el enriquecimiento ilícito de servidores públicos que, en vez de servir, se sirven a ellos mismos.

La corrupción no se limita a los políticos. En la empresa privada, hay fraudes relacionados con facturas falsas, con las que se quiere cobrar el impuesto sobre el valor añadido (IVA) o disminuir el Impuesto sobre Sociedades aumentando ficticiamente los gastos. La corrupción y el fraude, los encontramos también en quienes evaden impuestos, defraudan a la Seguridad Social o se aprovechan fraudulentamente del estado del bienestar, por ejemplo, accediendo a subvenciones públicas a las que no tienen derecho con trampas y artificios más o menos ingeniosos. Otra situación conocida es la de quienes cobran el paro y, al mismo tiempo, trabajan sin declararlo, o quienes causan baja image-917a52e644eb50505bd43021a6646847voluntariamente en una empresa y gestionan una simulación de despido improcedente para cobrar el paro. Se podrían mencionar muchos otros casos, entre otros quienes consiguen contratos con sobornos, trampas y engaños, los que, sin encontrarse en un estado de grave necesidad, promueven o participan en la economía sumergida y un largo etcétera de prácticas en las que impera la picaresca.

La corrupción y el fraude tampoco se limitan a un sector o país, aunque hay países con más corrupción que otros. Transparency International publica anualmente un índice de percepción de la corrupción, puntuando entre 10 (no hay corrupción) y 1 (hay muchísima). No hay ningún país que llegue a 10 y, en el último índice publicado (diciembre de 2011)1, sólo 14 países pasan del 8, de un total de 182 países investigados. España se encuentra en el lugar 31, con 6,2 puntos. No se trata de ver, ahora, la botella medio llena o medio vacía, sino de que hay corrupción, y que esto no puede ser bueno.

El Compendio de la doctrina social de la Iglesia sintetiza los males de la corrupción afirmando: «La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las utiliza como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes . De esta manera, las opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influir en ella e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos»2. En otro lugar, enumera la corrupción entre las causas que, en un grado más alto, contribuyen a determinar el subdesarrollo y la pobreza de los pueblos3. Un nota elocuente, aunque poco conocida, del Consejo Pontificio Justicia y Paz complementa estas afirmaciones anteriores añadiendo: «La corrupción priva a los pueblos de un bien común fundamental, el de la legalidad: respeto de las reglas, funcionamiento correcto de las instituciones económicas y políticas, transparencia»4.

El mismo Santo Padre Benedicto XVI ha hablado de la corrupción, de cómo se ha extendido y de sus males: «Desgraciadamente, hay corrupción e ilegalidad, tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres. La falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores es provocada a veces por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local. Las ayudas internacionales se han desviado con frecuencia de su finalidad por irresponsabilidades tanto de los donantes como los beneficiarios»5.

La pregunta es cómo afrontar y erradicar la corrupción. La respuesta no es fácil, pero con toda probabilidad exige una lucha decidida en muchos frentes. Uno es endurecer la legislación y su aplicación y afianzar los convenios internacionales encaminados a la prevención y persecución de la corrupción. Pero también, y muy especialmente, a realizar un gran esfuerzo educativo y promocionar, en todos los ámbitos, una cultura de integridad y de respeto por la justa legalidad.
En España, al igual que en otros países, se han anunciado recientemente medidas para perseguir el fraude fiscal, así como la defraudación a la Seguridad Social y en el cobro del paro. Bienvenidas sean y ojalá que tengan éxito, pero no debemos olvidar que la fuerza de la ley tiene sus límites, especialmente cuando la cultura dominante no ayuda. Mientras la tolerancia social ante la corrupción sea grande y la picaresca no esté muy mal vista, las leyes tendrán una eficacia reducida6. El profesor Argandoña, miembro de la Comisión de Responsabilidad Corporativa y Anti-Corrupción de la Cámara de Comercio Internacional, presentaba unas pinceladas muy poco halagadoras tras asistir a una reunión de esta Comisión, a finales de marzo, y reproducía algunas intervenciones: «uno de los representantes franceses, con un tono de voz que casi parecía una pérdida de las maneras que suelen mantener en estos foros: el problema es la demanda por parte de los funcionarios y políticos (es decir, la extorsión, por decirlo con otras palabras). La segunda es una afirmación del copresidente de la Comisión, un belga, que se refería al hecho de llevar a la práctica la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción: es un fracaso, porque los gobiernos no tienen un interés real para aplicarla»7.

Incidir en las personas y la cultura

Puede haber falta de voluntad política para erradicar la corrupción, pero no se puede culpar sólo los gobiernos, los cuales, al fin –salvo los regímenes dictatoriales– representan a la ciudadanía. Esto nos lleva al problema de fondo en la corrupción, que, a mi juicio, no es sino la falta de formación personal y una cultura en que la lucha contra la corrupción no es una gran prioridad.

Los cambios culturales piden tiempo y surgen gracias a la acción de muchas personas, pero siempre exigen un fermento. El primer paso es ser conscientes del problema, revisar convencionalismos y promover una cultura de integridad y de legalidad. Los datos del Barómetro del CIS citadas al comienzo son, al mismo tiempo, malas y buenas. Malas, porque constatan que la corrupción existe, y buenas porque la gente la ve como un problema importante.

No hay duda de que «la práctica y la cultura de la corrupción deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la legalidad»8, tal como sugería la mencionada Nota del Consejo Pontificio Justicia y Paz. Pero los cambios culturales piden tiempo y liderazgo; exigen un fermento inicial y la posterior interacción de muchas personas.

Se han alzado algunas voces contra la corrupción y sus males, pero es necesario que haya más firmeza. También hay que educar para la integridad, condenar la corrupción y amplificar los mensajes positivos, incluyendo la fuerza creciente de las redes sociales, para llegar a una cultura en la que se valore mucho más la integridad, tanto personal como en la vida pública.

En la lucha contra la corrupción, tienen un gran papel la educación familiar y la escuela, la predicación, la catequesis y las correcciones hechas a personas cercanas cuando convenga. La doctrina es clara: El Catecismo de la Iglesia Católica señala como moralmente ilícitas diversas conductas, tales como «la especulación, a través de la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes para obtener un beneficio que perjudica a los demás, la corrupción, a través de la cual se pervierte el juicio de quienes deben tomar decisiones que se corresponden con la ley; la apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; el trabajo mal hecho , el fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro»9. Pero, a pesar de esta claridad doctrinal, a menudo lo que hay que asimilarla y, sobre todo, practicarla. Todo un reto.



1 http://cpi.transparency.org/cpi2011/results/.  

2 Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 411.

3 Ibid. 447.

4 Consejo Pontificio de Justícia y Paz, Nota La lucha contra la corrupción (21 de septiembre 2006), núm. 5. Véase:

http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060921_lotta_corruzione_sp.html.

5 Encíclica Caritas in veritate, 22.

6 http://www.mapeo-rse.info/sites/default/files/Como_hacer_frente_a_la_extorsion.pdf.

7 Blog de Antonio Argandoña, Post de 27 de marzo de 2012: http://blog.iese.edu/antonioargandona/2012/03/27/pesimismo-sobre-la-corrupcion/ Acceso el 28 de marzo de 2012.

8 Cit., n. 5.

9 Catecismo de la Iglésia Católica, núm. 2409.

  • 26 junio 2012
  • Domènec Melé
  • Número 42

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