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Repensar el gobierno de los seminarios

 

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Remedios Falaguera

periodista

Cerca de setenta educadores de seminarios de todo el mundo, miembros de la Curia romana, obispos encargados de las vocaciones y profesores con experiencia de formación sacerdotal, participaron en unas jornadas de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz los días 6 al 10 del pasado mes de febrero dedicadas a reflexionar sobre cómo tiene que ser estructurado el gobierno del seminario para responder a los desafíos actuales.

El cardenal Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, fue el encargado de inaugurar las sesiones. Afirmó: “Para la Iglesia, entre los diversos tipos de formación, la de los sacerdotes es la más importante. La santidad es el núcleo de toda la formación espiritual. De la calidad de los sacerdotes en gran medida dependerá el futuro de la Iglesia. Y si a alguien le quedaran dudas, es impresionante ver la frecuencia con la que Benedicto XVI habla de los sacerdotes y de los dones de santidad que tienen que tener”.

El obispo Juan Ignacio Arrieta, secretario del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, disertó sobre La autoridad como servicio eclesial. Se detuvo en consideraciones canónicas (la igualdad bautismal de todos los cristianos respecto a la diversidad funcional de los ordenados, con los rasgos propios del ministerio eclesiástico: sacramentalidad, diaconía, colegialidad y carácter personal) para detallar las características que el Papa pide hoy a los pastores: fidelidad, prudencia y bondad.

El arzobispo Celso Morga, desde su experiencia en el Congregación para el Clero, del que es secretario, versó sobre el Discernimiento de idoneidad a las órdenes. Con datos reales en la mano, no sólo constató el aumento sostenido del número de sacerdotes desde los años ochenta en toda la Iglesia, sino que llamó la atención sobre la mayor calidad de su selección.

Animando a transmitir la alegría en el ministerio desde un celibato apostólico tan libre como fecundo, repasó aquellos factores externos e internos que están hoy provocando las defecciones. Como elementos externos que no siempre se tienen en cuenta en los seminarios trató de la movilidad cultural, las expectativas sociales o económicas, la posible coacción psíquica, familiar o social, y los conflictos de una pastoral ideologizada.

Entre los factores internos que deben discernirse adecuadamente señalo: la rigidez de personalidad, la falta de salud física o psíquica, los desengaños intelectuales o amorosos, las conversiones drásticas, el egocentrismo, la búsqueda de la aceptación del grupo, la fragmentación en la formación religiosa, la búsqueda de compensaciones, la falta de dominio de sí. Alentó a los educadores a cuidar las vocaciones tanto en el seminario como en los primeros pasos del ministerio, mediante una vida de trato con Jesucristo en la oración, de estudio de la palabra de Dios, y de servicio en la fraternidad, que evite los riesgos de buscar con medios sólo humanos (prisa, poder de convicción, presión social) ese número de sacerdotes que cada Iglesia necesita pero que los otorga el Señor cuando se vive serenamente la fe.

Gobierno y formadores del seminario

Mons Rabitti ilustró la Función de gobierno del rector, radicando en las fuentes de la fe los rasgos de tal personalidad: hombre de Dios, completo y bien preparado, con voluntad de dedicación plena, con un amor a Cristo y a la Iglesia fuera de dudas, transparente, más padre que pedagogo, paciente y benigno, constante y recio de espíritu. Así, del «ser» procede el «buen hacer»: respeto al fuero interno, en interacción con el obispo, ejemplar respecto al presbiterio, con capacidad de juicio sobre los docentes, con un amor exigente y paterno a los educandos, activo en la formación permanente.

Desde la experiencia de una diócesis peruana, en su conferencia sobre La formación de los formadores, Mons. Cortez Lara glosó los rasgos de la «identidad» del «formador» del seminario tal como se desprenden de las directrices de la Iglesia: un hombre de fe recia, con una fuerte identidad sacerdotal, con madurez de personalidad, seguro de la propia vocación, abierto a los contactos humanos, culto, prudente y sabio, con capacidad de colaboración, compenetrado con los jóvenes, con un cierto liderazgo y con una inquebrantable adhesión a la Iglesia.

En su relación sobre La admisión y dimisión de los seminaristas, Mons. Superbo presentó los criterios para la selección de candidatos al sacerdocio, integrando los requisitos institucionales (disponibilidad a una entrega total al evangelio, cualidades humanas e intelectuales mínimas para un servicio desinteresado a los demás, personalidad abierta) con el bien del propio joven, que debe ser el protagonista de su propia biografía.

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Pidió a los educadores que también tengan en cuenta para el discernimiento vocacional tanto las familias como las comunidades cristianas de procedencia del candidato, en diálogo habitual con ellas. Animó a que se combine el respeto a las personas con la claridad y prontitud en comunicar la decisión dedimisión del seminario en aquellos casos que se vea conveniente, pues los retrasos perjudican tanto al joven, que no puede reorientar su vida, como a la misma institución.

Fomentar la unidad de vida del seminarista

El último obispo en intervenir, Mons. Delpini, trató de La vida y el reglamento del seminario desde sus principios con todas sus implicaciones concretas, haciendo hincapié en que la libertad verdadera pide disciplina, y la madurez no se puede confundir con la autorreferencialidad. Por ello, hay que tener en cuenta que el seminario no es un lugar por donde pasar sino un tiempo para prepararse al sacerdocio, que conecta sin solución de continuidad su «vida en común» con la caridad pastoral y la fraternidad sacerdotal futuras. El estilo de vida que debe trazar el reglamento es el que proviene de la fe, el que deja al Espíritu Santo el protagonismo de la propia existencia, en docilidad y sinceridad a la Iglesia. El sentido de responsabilidad, franqueza, participación y leal confrontación entre educandos y educadores pueden lograr, mediante un reglamento claro pero no inmutable, aceptado y compartido pero no opresivo, que los valores educativos no se impongan sino que convenzan.

Por último, en el ámbito universitario era lógico que no faltara la voz de los profesores. Con una brillante conferencia sobre Comunicación y coordinación entre los formadores, el decano de Comunicación social de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (PUSC), profesor José María La Porte, ofreció sugerencias para incentivar tanto el flujo de relaciones externas del seminario (diócesis, las parroquias, el presbiterio y la realidad social concreta) como la comunicación interna en todos los niveles de decisión.

Señaló la importancia de generar confianza, evitar el funcionalismo, saber delegar al tiempo y verificar los resultados, vivir la subsidiariedad y la solidaridad en los diferentes estadios de gestión, vivir la justicia en las relaciones entusiasmando al mismo tiempo a los colaboradores, con una combinación de respeto al propio ámbito y de sentido de empresa común. La lealtad, la eficacia y la alegría son el resultado de la participación ordenada, del saber escuchar, de la labor de equipo, del valor dado a las cosas pequeñas y ordinarias, de afrontar los problemas como una oportunidad y no como un fastidio. Remarcó que la verdad en las relaciones interpersonales es lo que hace que cada palabra y cada gesto sean vehículo de fraternidad en una vida común refrendada por hechos de caridad, y no una mera escuela de hipocresía revestida de diplomacia.

Concluyó el encuentro el Prof. Fernando Puig, también de la PUSC, reclamando la atención sobre la Administración de la sede y ambiente formativo. El ambiente exterior de la casa debe favorecer el ejercicio de las virtudes humanas que son propias del ministerio sacerdotal: un desprendimiento de los bienes temporales, que sepa cuidarlos, valorarlos y ponerlos al servicio de los demás, el respeto mutuo y la cordialidad, un cierto ámbito de privacidad y autonomía, instalaciones limpias y ordenadas que permitan el estudio y la oración al tiempo que se valoren y se cuiden con gratitud, y un estilo de vida sencillo pero agradable y hermoso que estimule el empeño en la santidad.

  • 14 junio 2012
  • Remedios Falaguera
  • Número 42

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