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Las raíces cristianas de Cataluña La visión de Joan Maragall en su centenario

El tema que tengo que abordar tiene un título y un subtítulo: primero, se habla de las raíces cristianas de Cataluña y luego se vuelve la mirada hacia Joan Maragall. Se da por hecho que Maragall se interesó por nuestras raíces image-a25c097479e4751f8132f51b1f23ba8dcristianas, cuestión discutida por muchos. Como saben, las convicciones religiosas de Maragall han provocado una recurrente polémica, que considero un tanto artificial.

Planteamiento de la cuestión

Parece obvio que Maragall fue un cristiano convencido. Para comprobarlo, nos basta con leer sus escritos, tanto poéticos como en prosa. Aunque en ellos se manifiesten vaivenes y oscuridades, comunes a todos, el fondo de su horizonte intelectual es cristiano y lo son también sus decisiones. Ignasi Moreta ha estudiado con atención, desde dentro, el itinerario geneticobiogràfico del poeta y ha seguido con detalle la evolución de sus convicciones religiosas. De no aparecer nuevos documentos privados, sobre todo cartas y apuntes personales, poco más cabe añadir a todo lo que nos ofrece Moreta. Maragall nos ha legado dos series de anotaciones autobiográficas. Una nel mezzo del cammin della mia vita, cuando también el poeta catalán rondaba en un laberinto y, como Dante, mi ritrovai per una selva oscura. Otra serie autobiográfica, al final de sus años, cuando quizá ya presentía su muerte prematura. Los altos y bajos descritos en las dos series responden a momentos fuertes del proceso de su maduración espiritual. No hay, por lo que he podido averiguar en una primera aproximación, grandes convulsiones religiosas. Intuyo un proceso bastante lineal, con una inflexión hacia el 1892, que no representa una quiebra llamativa.

Para la comprensión religiosa de Maragall, hay que tener en cuenta un elemento hasta ahora poco considerado. Ha sido fruto de la investigación de Moreta redescubrir, es decir, recuperar, un trabajo pretérito del Dr. Jaume Tur sobre la influencia de Goethe en Maragall1. Tur, muerto prematuramente en 1977, poco después de leer su tesis doctoral, tuvo el mérito de documentar con precisión germánica y amor catalán, el proceso de goethitzación sufrido por el joven Maragall, que le marcará para siempre, no sólo por el encuño de la cultura alemana, sino también por el espíritu de la Aufklärung. Se puede afirmar, por tanto, tal vez sólo a modo de hipótesis de trabajo, que Maragall fue un católico ilustrado fuera de su tiempo, como un brote tardío de este fantástico desarrollo que supuso la Ilustración, o, tal vez mejor aún, un liberal en una época de restricción de libertades.

De hecho, al leer el Cant de novembre, poema maragalliano escrito entre 1896 y 1898, y recogido en Visions y cants, no he podido dejar de recordar la oda de Horacio:

Carpe diem  / quam minimum crédula postero2.

Este versículo, «aprovecha el día, no confíes en el mañana», recurrente en la historia de la literatura occidental, cobró especial relieve en el romanticismo, del que Goethe fue uno de los precursores más insignes. Veamos, pues, un texto de Maragall que nos delata su adscripción a los círculos ilustrados:

Gosa el moment (= carpe diem)

gosa el moment que et convida,

i correràs alegre a tot combat:

un dia de vida és vida (= quam mínimum credula postero):

gosa el moment que t´ha sigut donat.

Aprovecha el momento (= carpe diem)

aprovecha el momento que te invita,

y correrás alegre en todo combate:

un día de vida es vida (= quam mínimum crédula postero):

aprovecha el momento que te ha sido dado.

 

El influjo de Goethe, sobre todo del Fausto de Goethe, se puede descubrir, a mi parecer, en muchos puntos de la poética de Maragall, sobre todo en dos de sus grandes creaciones incluidas en el ciclo Visions y cants: me refiero a El comte Arnau y, en particular, a La fi d'en Serrallonga. Las dos son, en algún sentido, la antítesis de la theologia crucis luterana; son, en definitiva, la theologia gloriæ católica, sobre todo esta última, en que la gracia del perdón vence las pasiones de Serrallonga, derrota sus pecados y le abre las puertas de la vida eterna:

– Pare, absoleu-me: só cansat de viure.

– T´escomet a bona hora el cansament.

La teva via s´ha acabat i ets lliure

d´anar-te´n al repòs eternalment.

Mes, abans d´adormir-te i reposar-te,

cal que et recordis dels teus grans pecats:

tots aquells que jo puga perdonar-te,

també de Déu seran-te perdonats.

- Padre, absuélvame: estoy cansado de vivir.

- Te acomete a buena hora el cansancio.

Tu camino se ha acabado y eres libre
de irte al descanso eterno.
Mas, antes de dormirte y reposarte,
conviene que te acuerdes de tus grandes pecados: todos aquellos que yo pueda perdonarte,
también de Dios te serán perdonados.

El poema termina con una solemne profesión de fe:

- Moriré resant el Credo;

mes digueu an el botxí

que no em mati fins i a tant

que m´hagi sentit a dir:

«Crec en la resurrecció de la carn».

- Moriré rezando el Credo;
pero decid al verdugo
que no me mate hasta tanto
que me haya oído decir:
«Creo en la resurrección de la carne».

Es indiscutible que los versos finales de este magnífico poema podrían admitir una interpretación hedonista y sensual. En mi opinión, sin embargo, son más bien una afirmación totalmente ortodoxa de su fe cristiana, que no rechaza la carne, antes bien la asume como un constitutivo intrínseco y esencial del compuesto humano. A lo sumo, estas palabras, pronunciadas nada más terminar la discusión con el fraile (que lo atiende junto al patíbulo) sobre la licitud del amor con Joana, quizás implican un distanciamiento de una estéril y estrecha manera de interpretar la vida cristiana, más bien propia de un catolicismo pesado, demasiado proclive a formas rigoristas y ritualistas. Sin embargo, podemos por ahora pasarlo por alto. Este tema tan sugestivo, que me consta que interesa mucho al Dr. Moreta, también aparece en El comte Arnau y en otros lugares de la obra maragalliana.

En definitiva: Maragall se nos ofrece como un católico convencido, con muchas ganas de vivir, con una sensibilidad poco corriente, fascinado por la luz y la creación, que intentó acomodarse a las normas de conducta de la sociedad burguesa del su tiempo, como muy bien ha subrayado Moreta en sus publicaciones. Las coordenadas sociales en que se desenvuelve Maragall, temperamento tan libre y auténtico, y a las cuales se sujetó por diferentes razones (algunas de ellas imprevistas y forzadas, como la quiebra familiar, que le obligó a ejercer la abogacía y a comprometerse a salvar el patrimonio familiar), no eclipsaron en absoluto los rasgos básicos de su carácter.

Con todo, vale la pena señalar alguna coordenada del catolicismo de su tiempo, para comprobar la reacción del poeta. Nos situaremos, pues, en el último lustro del siglo XIX, en los años que van de 1894 a 1899.


El ambiente católico en la década de fin de siglo

En 1894, tuvo lugar en Tarragona el IV Congreso Católico Español, en el que el obispo de Vic, Mons. Josep Morgades, pronunció el sermón de apertura3. Este sermón irritó a Maragall, que, al cabo de pocas semanas4 publicó una respuesta, contenida pero fuerte. Una conferencia posterior de Mons. Giacomo Maria Radin-Tedeschini sobre la misión social del clero, pronunciada en Italia, fue la causa de otra reacción periodística de Maragall, a principios de 18975. Finalmente, una pastoral del obispo de Urgell, cardenal Salvador Casañas, provocó dos extensos artículos periodísticos del poeta en 18986. Este ciclo de cinco años se cierra con el célebre y provocativo discurso de Mons. Josep Torras i Bages, en los Juegos Florales de Barcelona de 18997, que no suscitaron ninguna respuesta directa e inmediata de Joan Maragall, pero sí unos silencios significativos y algunas contribuciones paralelas...

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Sigamos, pues, el orden cronológico.

a) El sermón del obispo de Vic, de octubre de 1984, fue bastante largo, como entonces era habitual, y se ajustó a los cánones oratorios del momento: un exordio, que enmarca el discurso y en el que se formula la tesis que se procede a sostener, que se cierra rezando el Ave María, a continuación, el lema (generalmente en latín) y un amplio desarrollo de la tesis, con abundantes referencias de autoridad, luego unas aplicaciones prácticas, y finalmente, y como clausura, una invocación al Altísimo pidiendo las gracias para alcanzar los frutos deseados.

El exordio es pesimista y catastrofista: la humanidad, y no menos España, se encuentra sumida en una crisis terrible, sin que apenas se vislumbre una salida. La única solución es la unidad de los católicos. El argumento es muy sencillo: así como Dios es uno, así mismo lo deben ser los católicos, según la oración de Jesucristo: ut sint unum. De la unidad esencial de Dios, trino en personas, se pasa a la unidad sociológica y disciplinaria de los católicos, bajo la dirección de los obispos y, sobre todo, del Papa. Una unidad, en definitiva, que será consecuencia lógica de la unidad específica del hombre. Una unidad asociativa que es condición sine qua non del progreso de la evangelización. Después de todo, una unidad que es necesaria para cumplir la Ley eterna: «Forzosamente debemos andar unidos y compactos, si no queremos apartarnos de la Ley»8, o, en otras palabras: «Unidad de acción, unidad en su resultado»9.

Es posible que las anteriores reflexiones hayan suscitado en nosotros, avant la lettre, el recuerdo de los planteamientos que sólo años después se harían realidad con la fundación de la Acción Católica, por parte de Pío XI. Morgades, sin embargo, propugnaba algo mucho más radical. Sospecho que el párrafo de Morgades debía alterar el humor de Maragall. Es este:

«Hágase la unión y lo demás vendrá por añadidura: con un solo periódico político católico con todas las condiciones que exige la época; una sola Revista científica digna de este nombre; una participación en todos los organismos por que se gobierna la Nación, incluso el Senado y el Congreso, lo cual sería facilísimo una vez hecha la unión; un Boletín Eclesiástico en cada Obispado, o una Semana religiosa en cada población de importancia, para comunicar las noticias más importantes, defender los intereses locales y desmentir las mentiras y calumnias que pueden afectar más directamente [...]».10

El Congreso tarraconense había determinado, con mucha claridad en sus estatutos que no era misión de los congresistas pronunciarse en cuestiones políticas. La unidad católica había de convertirse en sólo una unidad moral o de intenciones. Sin embargo, las propuestas de Morgades desbordaban, si las he entendido bien, las prudentes recomendaciones estatutarias.

Maragall no tardó mucho en responder, y lo hizo con esta finura y prudencia que tanto nos admira. Es obvio que no podía contradecir directamente el obispo Morgades, y menos desde las páginas del Diari de Barcelona, de conocida tendencia tradicionalista, al menos en ese momento. De haber respondido con una crítica abierta, se habría encontrado en el centro de una polémica desagradable, que, además, podría perjudicar su situación económica, ya que de la prensa obtenía algunos recursos para su familia y, le ofrecía sobre todo, una tribuna con la que darse a conocer.

De entrada, Maragall llevó el sermón al plano estrictamente espiritual, el cual no debería haber abandonado nunca el obispo Morgades. Al principio, pues, obvió censurar la tesis unionista del prelado. Acogió, pues, una afirmación repetida por el obispo: «La sociedad actual está descentrada y sufre porque no ora». Después, Maragall habló de «algunas señales de una nueva vocación religiosa en las generaciones que van llegando a la madurez, vocación vaga todavía y de no definidas direcciones, pero vocaciones religiosas al fin», tema interesante, pues el poeta parece haber captado que surgen en la Iglesia nuevas formas apostólicas o asociativas no tipificadas por el ordenamiento canónico. No es ahora el momento de hablar de esta cuestión; dejémoslo de lado. Volviendo de nuevo al sermón episcopal, Maragall añadió: «El Dr. Morgades nos muestra la oración como el acto de unión indispensable para llegar al grado de unidad que es posible entre Dios y el hombre.»

Maragall advierte, pues, que a partir de estos principios, que él consideraba indiscutibles, el obispo había pasado al asociacionismo católico, aplicado a diversos campos de la vida social y política, un tránsito que le parecía injustificado. He aquí porque Maragall califica de «oportunismo militante» la propuesta del obispo, no sé si con ironía o bien por que fuera entonces una expresión habitual. Y, a la mitad del artículo, sintetiza:

«Por el brevísimo extracto que acabamos de hacer habrán comprendidos ya los lectores que en este sermón hay dos partes perfectamente deslindadas (aunque con íntimo enlace y consecuencia): que palpitan en él dos almas, por decirlo así; y que, por consiguiente, hay también dualidad de estilos. Hay la parte del alma, el estilo que podríamos llamar de las cosas divinas [...]; y hay después la parte temporal, o sea, la misión social de la Iglesia, la unión realizada por los actos como los Congresos católicos y por cuantos medios temporales sean asequibles.»

Con fina ironía –esta vez, sí–, Maragall elogia la primera parte, y, refiriéndose a la segunda parte, añade: «de tal manera que cada vez que en esta segunda parte hemos encontrado de relieve este pensamiento que corre por toda ella: 'iA la unidad por la unión!', hase levantado en nosotros la impresión de la primera [parte], como voz que imperiosa y exclusiva reclamaba: 'iA la unión, por la unidad'!  Y entonces nos parecía que todo lo que no fuese esto, lo que no fuese obra de dentro afuera, obra de la gracia, había de quedar en exterioridades y mecanismos y resultados superficiales». Después, en los párrafos finales, Maragall, con delicada diplomacia, recogía algunas otras ideas del obispo, que procuraba elogiar.

La pregunta es obvia: ¿es que acaso podía aceptar Maragall una visión de la vida católica y de la misión evangelizadora de la Iglesia, de carácter tan reduccionista como la presentada por Morgades? ¿Cómo compaginar su carácter libre e independiente, tan amante de la autonomía personal y de las decisiones responsablemente asumidas, con las propuestas unitaristas y uniformistas del obispo de Vic? Es obvio que Maragall no podía pasar por ahí y temía, además, que muchos sufrieran en silencio lo que sólo él se atrevía a proclamar. Con todo, me temo que Ignasi Moreta haya podido exagerar en este punto, al afirmar que el artículo de Maragall supuso «un claro distanciamiento de la jerarquía eclesiástica.»11 Juzgo, más bien, que la advertencia de Maragall iba en otra dirección: apuntaba al catolicismo corporativista propio del tradicionalismo del momento, con el cual él ni podía –ni debía– sentirse cómodo.

b) Algún tiempo después de los hechos que acabamos de relatar, Maragall intervino una vez más para defender lo que ahora llamaríamos la autonomía de los católicos en cuestiones temporales y la desclericalización de la vida pública de los católicos. Nos situamos dos años más tarde, en febrero de 1897.

El poeta tomó la pluma con motivo de una conferencia pronunciada en el Congreso Católico Italiano por Mons. Giacomo Maria Radini-Tedeschini, que luego sería obispo de Bérgamo. Debo confesar que pocas veces he leído una defensa tan acusada y clara del liderazgo clerical en cuestiones temporales como la sostenida por el prelado italiano.

Como es habitual, Maragall, que conocía el texto en su versión francesa, ofrece un amplio resumen de la intervención de Mons. Tedeschini, con muchos párrafos literales. En una época como la nuestra, las afirmaciones del italiano producen verdadera perplejidad, pero ya por entonces no fueron menos sorprendentes para Maragall y muchos de sus contemporáneos, que vivían los acontecimientos en primera persona. Tedeschini incitaba a los clérigos a «descender con valentía al campo de batalla» resistiendo hasta la sangre, a dirigir a las multitudes, a ponerse [los clérigos] al frente de movimientos científicos y sociales, asociaciones católicas, congresos, prensa católica, «tomando en sus manos desde los ejercicios espirituales hasta los intereses temporales por medio de la formación de cooperativas, bancos y sociedades, según convenga, y aprovechando todas las ocasiones oportunas». De no hacerlo, «el clérigo no podría sin escándalo y sin pecado mortal continuar celebrandio la Misa, según el mismo Papa lo ha[bía] afirmado».

En un momento determinado, el orador italiano decía, dirigiéndose a los obispos:

«iHablad, Pastores de Israel! Vosotros que aquí ocupáis el principal lugar después de haber combatido siempre en primera fila en los combates del Señor, ¿no es verdad que mis palabras son expresión fiel de lo justo? iHonor y gloria a estos laicos católicos, apasionados por dejarse guiar y no por imponerse; por pelear por Cristo y no por tener ningún mando, por ser soldados y no capitanes!»

Podríamos seguir con las perícopas, pero creo que ya basta para comprender que un planteamiento de este estilo debía ser rechazado por Maragall. Sin embargo, el poeta es muy sobrio en sus comentarios, ya que se limita a resumir, confiando en que el lector inteligente sabrá juzgar. Sólo un párrafo final, que, en mi opinión habría que interpretar en clave de ironía, prudente y socarrona al mismo tiempo, permite dilucidar lo que realmente pensaba de esta peroración. He aquí el pasaje:

«Tal es, en substancia, el discurso, y tal es el hombre; porque en párrafos como los que acabamos de transcribir, no sólo se descubre todo un género de elocuencia, sino que se transparenta todo un temperamento. Bien se comprende que un hombre así sea el alma de comités y de congresos y que sus discursos tengan tantísima resonancia.»

Si no fuera por el artículo que antes hemos recapitulado, a propósito del sermón del Dr. Morgades, quizá no sabríamos a qué atenernos ahora. Teniendo presente su reacción a las palabras del obispo de Vic, este artículo de 1897, también publicado en el Diario de Barcelona, sólo admite una lectura desaprobatoria, incluso burlesca, por parte del poeta. Maragall se ríe, con finísimo tacto, de unos ejércitos dirigidos por clérigos, como de hecho había sucedido en ciertos momentos del convulso siglo XIX español, en el bando tradicionalista. No es este el catolicismo que Maragall practicaba, ni la Iglesia que él deseaba. Y en esto conviene darle la razón. Sin embargo, tomar sus palabras como signo de distanciamiento respecto a la fe católica, sería, en mi opinión, hacerle decir más de lo que pensaba, sería tomar el rábano por las hojas. Maragall, en definitiva buen católico, se revela, también en esto, como un adelantado a su tiempo, como un hombre realmente moderno.

c) Y llegamos, finalmente, a la pastoral del Dr. Salvador Casañas, obispo de Urgell, que es de 1898, un año después del discurso de Radin-Tedeschini. Esta pastoral le había llegado directamente de manos del cardenal de Urgell y, de alguna manera, Maragall estaba obligado a hablar de ella en sus crónicas habituales en el Diario de Barcelona. El tema de la pastoral recuerda los planteamientos del discurso antes mencionado del Dr. Morgades. También aquí el texto comienza con unas indicaciones teológicas, de la unidad de Dios en la unidad de la Iglesia. Casañas hace seguidamente una distinción importante entre pertenecer al alma de la Iglesia y pertenecer, además, al cuerpo místico de la Iglesia. Esto le permite esquivar la complicada cuestión del decreto universal de salvación, interpretando con mucha habilidad el axioma «extra Ecclesiam nulla salus». Todos los hombres de buena voluntad pertenecen al alma, pero solamente al cuerpo los que participan de la fe, los sacramentos, las enseñanzas del magisterio y practican los preceptos. Hasta aquí ningún problema. El asunto empieza a complicarse (e imaginamos que Maragall empieza a fruncir el ceño), cuando el cardenal trata el asunto, a la vez tan discutido, de la tolerancia de cultos, como así se llamaba. Esta tolerancia es impía y absurda, según el resumen que Maragall nos ofrece de la pastoral. A lo sumo, sería aceptable en casos extremos, según el principio del mal menor y del posible bien. Siguen, a continuación, unas expresiones grandilocuentes animando a todos los españoles a rechazar el funesto error de la tolerancia de cultos, con citas de Santo Tomás de Aquino, que no he podido comprobar si realmente son de él o bien le son atribuidas falsamente. Ante tales amenazas, Maragall concluye: «Con estas elocuentes frases del cardenal Casañas suspendemos por hoy el extracto de su carta pastoral, para que nuestros lectores puedan meditarlas, meditando también profundamente las citas intercaladas, que para los pobres españoles tienen una actualidad terrible.»

¿A qué se refería Maragall cuando hablaba de la terrible actualidad que tenían los castigos anunciados por Tomás de Aquino, según las citas aportadas por Casañas, cuando se desobedecen los preceptos divinos? ¿Quería referirse a la tolerancia de cultos, tan denostada por el cardenal Urgell? No parece, ya que entonces seguía vigente la constitución política de 1876, que sobre el mencionado tema, dice literalmente

«La religión católica, apostólica, romana, es la del Estado. La Nación se obliga a mantener el culto y sus ministros. Nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la religión del Estado» (art. 11).

¿Acaso la modificación de este artículo iba incluida en el programa electoral de los liberales, que acababan de ganar las elecciones? En todo caso, con fina ironía, Maragall se compadece de los pobres españoles, que han de sufrir las amenazas del cardenal Casañas.

El segundo artículo sobre la pastoral mencionada recoge los argumentos de Casañas, aunque sólo en sus líneas más fundamentales, contra la tolerancia de los cultos. A lo largo del resumen, Maragall alude también a las criticas del cardenal contra el liberalismo, definido por el obispo como «espíritu de independencia de la autoridad». Se aprecia que este concepto resulta algo confuso en el texto del prelado, pues lo mismo se refería al liberalismo político, que al liberalismo teológico. Y aunque se esfuerza en llevar la argumentación al ámbito estrictamente eclesiástico, hace un llamamiento a la unidad política de los católicos, con una expresión indudablemente política. Aconseja el cardenal, en efecto, «que se pongan de acuerdo los católicos con los Prelados, pues de este modo, sumando sus fuerzas los muchos miles de españoles que se precian de católicos, podrían dar un respetable contingente de diputados que defendiesen en las Cortes los intereses católicos con éxito brillante y decisivo». Habrá que contextualizar estas palabras en el marco de las dos últimas consultas electorales españolas de 1896 y 1898. En la primera, los conservadores y sus adeptos habían obtenido 274 escaños, mientras que los liberales sólo 88; a la segunda, dos años más tarde, los liberales y sus socios habían obtenido 266 escaños, contra 68 de la Unión Conservadora y cinco de los tradicionalistas.

En definitiva, la pastoral de Casañas, sobrepasando los argumentos estrictamente teológicos incurría en estrategias políticas, ofreciendo un tipo de catolicismo que no podía agradar a Maragal en absoluto; el cual, sin embargo, y observando las normas de la cortesía y de la afabilidad, se limitaba a cerrar su artículo con una gentil alabanza del cardenal, invitando a leer atentamente la pastoral, y agradeciendo al obispo de Urgell que le hubiera enviado directamente el escrito.

Pocas semanas más tarde de la difusión de la pastoral de Casañas, el obispo Josep Torras i Bages pronunciaba un importante parlamento en la fiesta de los Juegos Florales de Barcelona, ??del año 1899; una conferencia que tendría un eco notable en los ambientes que sintonizaban con la Renaixença; en definitiva, una lección que provocaría cierta perplejidad en la Nunciatura de Madrid. Se trataba de un discurso sólido, moderno en la forma, llano de expresión, lejos de la anticuada retórica decimonónica, y, en definitiva, muy interesante y muy patriótico. No sé, ahora mismo, cuál fue la reacción de Maragall en esta ocasión. Con todo, sospecho que, si bien coincidía con el trasfondo de la argumentación de Torras, pues ambos eran espíritus muy sensibles a la estética poética y amantes de nuestra Tierra y de su historia, Maragall discreparía en cuanto a la argumentación histórica. No podía apoyar  un razonamiento que, como el de Torras i Bages, situaba el momento culminante de la historia del país en la época de Martín el Humano, es decir, a comienzos del siglo XV, presentándolo como la edad dorada cristiano-nacional. Veamos un párrafo de Torras ilustrativo de lo que quiero decir:

«L´esperit de la terra catalana no ha mort mai. Les coses es transformen, canvien i desapareixen, però les seves essències són immortals; duren i viuen en un regne immutable. Fins es pot dir que aleshores les coses són més divines, quan queden reduïdes a les seves essències. Morí el nostre rei indígena, En Martí [1396-1410], de bona memòria, i en son tron o reial cadira ningú s´hi assegué més; la Providència la tragué del comerç dels homes, la consagrà, en féu un monument de la Fe i de la Pàtria, un tron pel Rei de la humanitat, i cada any, assegut en ell, Aquest s´hi passeja pels carrers de Barcelona en la processió triomfal del Corpus Christi, baix el misteri del Santíssim Sagrament.»

«El espíritu de la tierra catalana no ha muerto nunca. Las cosas se transforman, cambian y desaparecen, pero sus esencias son inmortales; duran y viven en un reino inmutable. Hasta se puede decir que entonces las cosas son más divinas, cuando quedan reducidas a sus esencias. Murió nuestro rey indígena, Martín [1396-1410], de buena memoria, y en su trono o real silla nadie más se sentó; la Providencia la sacó del comercio de los hombres, la consagró, hizo un monumento de la Fe y de la Patria, un trono para el Rey de la humanidad, y cada año, sentado en él, Éste se pasea por las calles de Barcelona en la procesión triunfal del Corpus Christi, bajo el misterio del Santísimo Sacramento.»12

Lluís Duch ha escrito, criticando la actitud de Torras, unas reflexiones que me parecen adecuadas: «Creemos que resulta muy problemática y, sobre todo, muy peligrosa la adopción del esquema regresivo de Torras i Bages. En su opinión, la sociedad catalana, a partir del siglo XVIII [a mi parecer, tal vez habría que retrotraer esta fecha al siglo XV, para ser más fieles a los escritos de Torras] había iniciado una carrera imparable y fatal hacia su desestructuración moral e institucional, que había tocado fondo con el caos religioso, cultural y moral introducido por el liberalismo y el socialismo decimonónico»13. Este pensamiento –añade Duch– está claramente inspirado en la «teoría de la caída», la Verfallstheorie de la reconstrucción romanticomedievalista, y es, a mi entender, la pauta en que se apoya el mito de la «nueva cristiandad», tan añorada por las síntesis tradicionalistas del novecentismo.


El asunto de las raíces cristianas de Cataluña

Reaccionando ante el apremio, tantas veces intolerante, de un liberalismo agresivo, el catolicismo español novecentista se había refugiado dentro de posiciones extremadamente tradicionalistas. Maragall era lo suficientemente inteligente y conocedor de su época, para ignorar que estaban en aquella hora los principales valedores de la nación catalana; una nación que los católicos convencidos idealizaban, soñándola como un fruto del injerto de unos hechos civiles carolingios en el árbol frondoso del cristianismo, cerrando los ojos a las contradicciones de la Edad media. Así pues, las tesis de Morgades, Casañas y Torras, si no eran exactamente coincidentes entre ellas –unas más políticas, otras más románticas–, nunca podrían sintonizar con el «modernismo» de Maragall, entendido este «modernismo», no como una corriente teológica, sino más bien como una actitud vital.

Tal vez podemos aplicar a Maragall, al menos análogamente, unas palabras del documento de 1985, publicado por la Conferencia Episcopal Tarraconense:

«el record d´alguns aspectes de la nostra història immediata i de la imatge que el catolicisme hi prengué, expliquen que [ell] experimentés certa perplexitat».

«el recuerdo de algunos aspectos de nuestra historia inmediata y de la imagen que el catolicismo tomó de ellos, explican que [ él] experimentara cierta perplejidad».

 Maragall, en efecto, no podía estar de acuerdo en que las iniciativas patrióticas fueran de la mano de planteamientos tan tradicionalistas, unitaristas y nostálgicos como los defendidos unánimamente por las fuerzas católicas más representativas. He aquí, pues, lo que a mi parecer constituye el drama interior del poeta Maragall: un católico moderno y patriota, inmerso en un contexto de aliados tradicionalistas que añoran los tiempos dorados de épocas pretéritas, que no han de volver, él, sin embargo, no puede ni quiere romper su amistad o compañía. Con san Agustín, podríamos decir: «nemo quod tolerat ama, etsi tolerare amats»14 (nadie ama lo que tolera, aunque ame tolerarlo).

Así pues, nuestro poeta se adelantó por muchos años a su tiempo. Y cuando esto sucede, es decir, cuando uno no se adecúa a la época en que le ha tocado vivir, se siente desubicado y sufre la incomprensión tanto de unos como de otros. En su caso, los católicos lo encontraron de convicciones poco firmes, como si flirteara con las ideas modernas, siempre sospechosas en aquellos años, en definitiva, como si fuera un católico táctico. Y los liberales, por otra parte, no se fían de sus muestras de modernidad, considerándolas postizas y poco auténticas. A medio camino, por tanto, disimulando sus convicciones para no perder su trabajo en el Diario de Barcelona, Maragall se refugió en la poesía, donde el habla es más libre y admite más licencias; practicó, además, las confidencias a los amigos reflejadas en un rica y abundante correspondencia privada, y escribió dos bloques de apuntes biográficos personales, donde realmente su alma expresó la verdad de su vida. Como resultado de este sufrimiento interior, fruto maduro de su cruz, Cataluña recibió como ganancia a uno de los poetas más grandes de su lengua. No sé si esto es propiamente martirio o misticismo, pero, en todo caso, se le parece mucho. Que juzgue el lector, pues yo no me siento capaz.

Josep-Ignasi Saranyana
Pontificio Comité de Ciencias Históricas (Ciudad del Vaticano)

Versión castellana para on line, L.R.


1 Jaume Tur, Maragall i Goethe. Les traducciones del Faust, Departament de Filologia Catalana de la Universitat de Barcelona (Torres Amat, 2), Barcelona 1974.

2 Horaci, Odes 1, 11.

3 Crónica del cuarto Congreso Católico Español. Discursos pronunciados en las sesiones públicas, reseña de las memorias y trabajos presentados en las secciones y documentos referentes a dicha Asamblea, celebrada en Tarragona en Octubre de 1894, Establecimiento Tipográfico de F. Arís e Hijo, Tarragona 1894. Sobre Josep Morgades, cfr. Jordi Figuerola i Garreta, El bisbe Morgades i la formació de l´Església catalana contemporània, pròleg de Josep Fontana, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Biblioteca Abat Oliba, 139), Barcelona 1994, que, sin embargo, no menciona este sermón.

4 Joan Maragall, Un sermón del Obispo de Vich, publicado en Diario de Barcelona 11.01.1895, recogido en Obres completes, Editorial Selecta, Barcelona 1947 (cito de acuerdo con la edición en un solo volumen), 1204b-1206b.

5 Id., La misión social del clero, a Diario de Barcelona, 10.02.1897, en Obres completes, cit., pàg. 1257a-1259a.

6 Id., La pastoral del Obispo de Urgel, a Diario de Barcelona, 29.12.1898 i 3.01.1899, en Obres completes, cit., pàg. 1316b-1320b.

7 Obres completes de Torras i Bages, Publicacions de l´Abadia de Montserrat (Bilioteca Abat Oliba, 39), Barcelona 1986, II, pàg. 185-204.

8 Crónica del cuarto Congreso Católico Español, cit., p. 67.

9 Ibid., p. 74.

10 Ibid., p. 79.

11 Ignasi Moreta, No et facis posar cendra, cit., pàg. 128.

12 Obres completes de Torras i Bages, cit., II, pàg. 187.

13 Lluís Duch, Religió i comunicació, Fragmenta Editorial, Barcelona 2010, pàg. 330.

14 Conf. X, 26.37-29.40.

  • 22 febrero 2012
  • Josep-Ignasi Saranyana
  • Número 41

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