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Crónica y mensaje de una jornada memorable, la de la primera visita de un Papa a Barcelona y Montserrat

Me complace comenzar esta relación recordando lo que Antonio Gaudí, siervo de Dios y arquitecto genial de la Sagrada Familia, decía de ese templo: «En la Sagrada Familia todo es providencial». Y es cierto, prueba de ello es que al elegir la fecha para la image-17d672ce03fbc1c060f7daa6d3611fe7visita del Santo Padre Benedicto XVI a Barcelona para la dedicación de la basílica, escogimos el domingo 7 de noviembre, sin tener en cuenta que en esta misma fecha, el domingo 7 de noviembre de 1982, el Beato Juan Pablo II, había visitado la Sagrada Familia. Y aún otra consideración: Cuando preguntaban a Gaudí quién acabaría el templo de la Sagrada Familia, el arquitecto contestaba que sería San José. Pues bien, el Papa que ha hecho la dedicación del templo al culto, lleva el nombre de José.

 

El 24 de septiembre de 1982, fiesta de la Merced, el cardenal Narcís Jubany, entonces arzobispo de Barcelona, presidió la misa en la basílica de Nuestra Señora de la Merced, patrona de la ciudad y de la diócesis de Barcelona. Faltaban pocas semanas para el día 7 de noviembre, día programado por Juan Pablo II para dedicarlo a Barcelona en su primera estancia en España. Aquel día, el cardenal Jubany centró su homilía en la próxima visita del Santo Padre y pronunció unas palabras que reflejan una visión muy ajustada a la gran figura de Juan Pablo II. Son unas palabras que recientemente hemos vuelto a escuchar y leer con motivo de la beatificación del primer Papa polaco de la historia de la Iglesia. «En esta celebración solemne de la fiesta de la Merced ­–dijo el cardenal Jubany–, como obispo de esta diócesis, y solidario con los demás obispos de Cataluña, os ruego que recibamos a Juan Pablo II con el corazón y los brazos bien abiertos».

El cardenal fue escuchado. Los barceloneses y el pueblo catalán respondieron a la llamada de sus pastores, a pesar de una climatología especialmente adversa, que quedó compensada por la calidez espiritual con que el pueblo acogió la presencia del Santo Padre. La ocasión lo merecía, era la primera visita apostólica de un Romano Pontífice a nuestra tierra. Ahora, al referirme a los actos de la visita del Papa Juan Pablo II, me vienen a la memoria muchos recuerdos entrañables pues tuve la alegría de acompañar al Papa y a los obispos de Cataluña en todos los actos (por aquel entonces, yo era Vicario General de Barcelona y Secretario de la Conferencia Episcopal Tarraconense).

 

Visita al santuario de Montserrat

Aquella mañana del domingo 7, el helicóptero procedente de Zaragoza, en que viajaba el Papa, a pesar de lo previsto, a causa de un inusitado temporal, no pudo aterrizar ni en la plaza de los Apóstoles, de Montserrat, ni en Monistrol, tuvo que hacerlo en el aeropuerto de El Prat. El traslado del Papa y de su séquito a la santa montaña fue por carretera, lo cual retardó mucho el horario programado. En Montserrat, le esperábamos los obispos y los abades catalanes, y numerosas autoridades, encabezadas por el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, acompañado de su esposa, quienes –al final del acto– ofrecieron al Papa una corona llamada «de la santidad», realizada en 1954 por el orfebre catalán Manuel Capdevila, con materiales pobres, en homenaje a san Maximiliano Kolbe, que se ofreció para morir en Auschwitz, ocupando el lugar de un padre de familia injustamente condenado a muerte. Era un santo polaco muy admirado por Juan Pablo II.

Debido al retraso en el horario, no pudo realizarse la celebración eucarística. En su lugar se hizo una celebración de la Palabra, durante la cual descargó sobre todos la lluvia y el viento con gran fuerza, mientras nos envolvía la niebla. El Santo Padre nos leyó la homilía preparada para la misa, en la image-2b2ee56e62f6dcd07e36c7e3623ffc68que empleó el catalán y el castellano. Al terminar la celebración en la explanada del monasterio, el Santo Padre se dirigió a la puerta de la basílica en donde fue recibido por la comunidad y entró en el templo. Allí escuchó de rodillas el canto de la Salve montserratina, interpretada por la Escolanía y el pueblo. También desde el presbiterio escuchó el himno a la Virgen de Czestochowa, Virgen negra y Reina de Polonia. Seguidamente subió al camarín de la Moreneta, ante la que oró unos minutos profundamente recogido. Una fotografía de ese momento ha quedado como una de las imágenes recordatorio de aquella jornada. Dejó a los pies de la Virgen, como recuerdo de su estancia, un artístico rosario.

Desde el camarín, entró a continuación en el recinto monástico y saludó la comunidad benedictina. Seguidamente abandonó Montserrat a las doce y media del mediodía, después de haberse interesado para que no faltaran autocares de bajada para todos los peregrinos. El temporal que durante toda la madrugada del domingo descargó sobre Montserrat pidió un verdadero espíritu de sacrificio a los siete mil jóvenes y a las numerosas personas adultas que se habían trasladado allí respondiendo al llamamiento de sus obispos. Un fatal incidente entristeció la visita del Papa, dos alumnas de COU de un colegio de Girona fueron aplastadas por un desprendimiento de rocas cuando iban a guardar su equipaje en el autocar que las tenía que devolver a casa. El Santo Padre, por medio del cardenal Casaroli, envió un mensaje de condolencias a las familias de las dos chicas.

 

Entrada a Barcelona y Ángelus en la Sagrada Familia

Estaba previsto que la llegada del Santo Padre a Barcelona se hiciera en un helicóptero que debía aterrizar en el recinto del Hospital de Sant Pau, precisamente donde ahora se encuentran los pabellones del nuevo Hospital. No pudo ser y el traslado se hizo por carretera. A la 1,40, con mucho retraso, llegó el Papa a la Sagrada Familia. Seguía lloviendo, cuando a la entrada de la Diagonal, a la altura de la plaza de María Cristina, el Santo Padre abandonó el coche cerrado y subió al papamóvil. Avanzó por la avenida de Gaudí, acompañado de la Guardia Urbana, montada a caballo, con uniforme de gala, mientras repicaban las campanas de todas las iglesias de la ciudad. El ambiente en las plazas y calles cercanas al templo era de gran fiesta. El Santo Padre accedió al portal del Nacimiento, donde el alcalde Narcís Serra le ofreció la llave de oro de la ciudad. Desde un podio preparado al efecto pronunció una alocución y rezó el ángelus, momento que también ha quedado fijado gráficamente como recuerdo de la visita. Después de bendecir a la multitud, entró en el templo dirigiéndose al lugar donde ahora está el altar mayor. Allí la coral de Gavà interpretó una canción polaca muy familiar a Karol Wojtyla. Seguidamente, el presidente delegado de la Junta de Obra del Templo, Joan Anton Maragall, en presencia de unas dos mil personas, ofreció al Papa un artístico pergamino, escrito en catalán y en polaco, y un ejemplar del libro del doctor Puig y Boada sobre el templo, artísticamente encuadernado. Tras firmar en el Libro de Oro, salió por la puerta de la fachada de la Pasión, desde donde saludó a las personas que llenaban la plaza de la Sagrada Familia.

Con el vehículo panorámico se trasladó por las calles de Barcelona hasta la catedral, siempre acompañado del cardenal Jubany. En la puerta fue recibido por el Capítulo de la catedral. Atravesó el coro –donde le esperaban numerosas religiosas de vida contemplativa– y, en el crucero, se habían situado los representantes de los movimientos laicales y centros de espiritualidad de la diócesis; bajó a la cripta de Santa Eulàlia, donde rezó ante el Santísimo Sacramento expuesto en la custodia; momento del que también ha quedado una bella imagen gráfica. Desde el presbiterio de la sede impartió la bendición apostólica a todos y, por el claustro y por la capilla de Santa Lucía, se dirigió al Palacio Episcopal para almorzar y descansar brevemente.

Antes del almuerzo, el cardenal Jubany presentó al Santo Padre su anciana madre, que ofreció al Santo Padre un ramo de flores artificiales hechas por ella misma. El Santo Padre le agradeció mucho el presente y la besó en la frente. El cardenal Jubany asistió emocionado a este encuentro de su madre y Juan Pablo II. Cuando falleció su madre, ya centenaria, la imagen de aquel beso del Papa a su madre sirvió para el recordatorio.

 

Con los trabajadores y empresarios en Montjuïc

El primer acto del Santo Padre en la tarde de aquel domingo fue el que, en el programa general de su visita a España, mejor definía el carácter de su estancia en Barcelona. Un encuentro con el mundo de la empresa y del trabajo. A las cinco en punto, el Papa subió al podio colocado ante la fuente luminosa de Buigas, otro momento gráfico de la fiesta. Junto al Santo Padre se sentaron el cardenal Casaroli y el cardenal Jubany. Asistieron al acto unas 200.000 personas, según estimaciones de la Guardia Urbana. En primer lugar, el Santo Padre saludó al cardenal Jubany, luego habló un joven trabajador, miembro de la HOAC, Victoriano Jófreces Blanco, obrero textil de Esparraguera, expuso la problemática laboral y social de la ciudad y de sus barrios y poblaciones periféricas y añadió: «Creemos que la evangelización del mundo obrero debe hacerse desde el interior de este mundo».

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Eran cerca de las cinco y media de la tarde cuando el Papa obrero leyó su discurso al mundo del trabajo, Fue interrumpido 27 veces por los aplausos de los presentes. Al final del acto, los Coros Clavé entonaron El emigrant y el Santo Padre se despidió, para dirigirse al Camp Nou.

 

La misa en el estadio del Camp Nou

La lluvia, que había parado durante el acto de Montjuïc, volvió a hacerse presente y muy intensa durante la celebración de la Eucaristía. Lo recordarán muchas de las ciento treinta mil personas que asistieron al acto eucarístico en el estadio del Fútbol Club Barcelona. El Santo Padre, revestido de los ornamentos litúrgicos, se dirigió al altar acompañado de los cardenales Jubany y Casaroli. Llegado al altar, sus primeras palabras fueron en catalán: «La pau sigui amb vosaltres». También pronunció en catalán las primeras palabras de la homilía.

Desde el Camp Nou el Papa partió hacia el aeropuerto de El Prat. Allí tuvo lugar una discreta pero festiva despedida, por parte de muchas personas que se trasladaron al aeropuerto a pesar de la lluvia que continuaba cayendo. Juan Pablo II bendijo a los presentes y, subido al vehículo especial, se trasladó a las pistas, donde ya le esperaba el avión que le llevaría a Madrid. Al pie del avión fue despedido por el cardenal Jubany y por el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. Una de cuyas hijas, la pequeña Mireia, tuvo la oportunidad de entregar al Santo Padre un ramo de flores, que el Papa le agradeció, entregándole, a su vez, una medalla de su pontificado. Eran las nueve y media de la noche cuando el avión despegó de la pista.

La lluvia siguió acompañando aquella jornada memorable, a la vez tensa y sufrida para muchas y para muchos. El pueblo barcelonés y catalán dio prueba de coraje, de fe y de cortesía, respondiendo a la petición que, desde la basílica de la Merced, les había dirigido el cardenal Jubany: «Os ruego que recibamos a Juan Pablo II con el corazón y los brazos bien abiertos».

 

Un verdadera «hoja de ruta» para los católicos

¿Y qué nos dijo el Santo Padre a los catalanes? ¿Qué mensaje nos quiso transmitir en su visita a Montserrat y Barcelona? He dejado para el final lo más importante. No intentaré hacer un resumen, sino marcar una guía, sugiriendo el tema o los temas más relevantes de los cuatro parlamentos que nos dirigió.

* En Montserrat, Juan Pablo II hizo un verdadero canto a la montaña, a la imagen que allí se venera y a los «beneméritos hijos de San Benito», que la atienden. El Papa –tan fervorosamente mariano– centró sus reflexiones sobre el sentido de la peregrinación a la luz del misterio de la Visitación. Recurrió al catalán para hablar de la «Mare de Déu», y de la «Moreneta» y citó en nuestra lengua estas palabras de la Salve: «Déu vos salve, vida, dolcesa i esperança nostra». Y en una cita implícita de la Visita Espiritual a la Mare de Déu de Montserrat, del obispo Josep Torras i Bages, pidió que la montaña santa fuera «un bosc d´oliveres, signe de pau».

* Las palabras que pronunció en la Sagrada Familia guardan aún resonancias montserratinas. Evocó dos figuras emblemáticas en la historia del templo –hoy basílica–: Sant Josep Manyanet i Vives y Antonio Gaudí. Alabó la vocación familiar de Barcelona «cap i casal de Catalunya», en especial su capacidad acogedora, pidió que la familia fuera siempre para nosotros una «Iglesia doméstica» y no olvidó hacer una especial referencia cariñosa y suplicante para las madres de familia.

* Dejó claro que el discurso de Montjuïc, dirigido a trabajadores y empresarios, era un mensaje para todo el país. El Papa de la doctrina social de la Iglesia propuso un verdadero «Evangelio del trabajo», citando su encíclica Laborem exercens, recordando algunos puntos fuertes de su magisterio social: la centralidad de la persona, la primacía de ésta sobre las cosas, y la importancia de la dimensión subjetiva del trabajo, fundada sobre la dignidad de la persona humana. Pidió una economía que esté al servicio del hombre. Reconociendo ya una situación de crisis, habló de la dimensión moral –no sólo económica o técnica– de la empresa y su función social. Creo que lo que dijo en Montjuïc tiene un valor permanente, pero más aún en el momento actual en que se hace sentir una fuerte y prolongada crisis económica.

* En el estadio del Camp Nou, las palabras del Santo Padre en la homilía de la misa fueron un mensaje directamente dirigido a la comunidad católica de Cataluña. Pidió unas actitudes verdaderamente cristianas. Allí resumió lo esencial de Redemptor hominis, la encíclica programática de su pontificado. El tema central de la homilía fue la Iglesia y la actitud del católico ante la misma, un mensaje dirigido a los hijos de nuestra Iglesia. Nos pidió seguir la voz del Magisterio eclesial y ser fieles al Concilio de nuestro tiempo: el Vaticano II, cuya aplicación, reafirmó, era uno de los objetivos principales de su pontificado. La homilía en el Camp Nou constituye un verdadero estatuto o carta fundamental de la actitud que debe adoptar todo cristiano hacia la Iglesia.

Creo que la beatificación del Papa polaco es para nosotros una invitación a reencontrar estos mensajes, a releerlos, a meditarlos y a llevarlos a la práctica. Estos mensajes, unidos a los que nos ha dejado Benedicto XVI en su reciente visita apostólica a Santiago de Compostela y Barcelona constituyen una buena hoja de ruta para los católicos en los inicios del tercer milenio.

Mons. Lluís Martínez Sistach

Cardenal arzobispo de Barcelona

  • 12 septiembre 2011
  • Lluís Martínez Sistach
  • Número 40

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