Archivo > Número 39

Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos

Benedicto XVI

Una conversación con Peter Seewald

Editorial Herder

Barcelona, 2010

225 pág.

Es un hecho insólito que un Papa se preste a una entrevista de seis horas. Ya sólo por eso el libro adquiere un interés especial. Ciertamente, el entrevistado y el entrevistador ya se conocían cuando el primero era Cardenal: hicieron dos image-7c21e2d0731b84361fabfb34bab47cdblibros bien conocidos: La sal de la tierra y Dios y el mundo. Pero ahora, en este caso, es bien distinto.

La temática de todo el libro, equilibradamente distribuido en tres partes, iguales en cuanto al número de páginas, queda bien resumida en el subtítulo.

Impresiona comprobar que el Santo Padre, gran teólogo y profesor de una talla intelectual indiscutible, no rehuye ninguna de las preguntas que se le formulen, por incómodas que sean. Lo digo porque una buena parte del libro está dedicada a temáticas punzantes. Me refiero, sobre todo, a la crisis de la cultura del Occidente, donde, por un lado, se intenta separar el progreso técnico de la evolución moral, con el peligro de autodestrucción que ello conlleva, y, por el otra, impera el relativismo anticristiano, mostrándose ahora de una manera casi dictatorial lo que al principio parecía neutro y tolerante. Se destacan también, en mi opinión, los problemas ecológicos y económicos globales, fruto, quizás, de una libertad irresponsable. Y, finalmente, el gran escándalo de los abusos que avergüenzan e invitan a una revisión humilde para purificarse, no sólo los hombres de Iglesia, sino todo el mundo.

No se trata aquí de hacer un resumen del libro ni de comentar frases sueltas, sacadas quizás de contexto, que nos llevarían a hacer decir al Papa cosas que tal vez no ha dicho. Pero sí que está permitido descubrir cómo el Santo Padre insiste en una idea de una manera, diríamos, transversal a lo largo de todo el libro. Esta idea, o mensaje, que Benedicto XVI nos da es el siguiente: se necesitan nuevas modos de explicar las cosas y entre todos tenemos que buscarlos, para poder llevar a cabo la Nueva Evangelización a la que todos estamos llamados.

Así, en el capítulo dedicado a «la dictadura del relativismo», dice que «ser cristiano no debe convertirse en algo así como un estrato arcaico que de alguna manera retengo y que vivo en cierta medida de forma paralela a la modernidad [...]. Aquí se exige una gran lucha espiritual. Eso mismo es lo que he expresado en particular recientemente a través de la fundación de un Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización. Lo importante es que intentemos vivir y pensar el cristianismo de tal manera que asuma en sí la buena, la correcta modernidad, y que al mismo tiempo se aparte y distinga de lo que se ha convertido en una contrareligión» (pág. 69). Y «esta gran lucha atraviesa hoy el mundo entero» (pág. 70).

En el capítulo «Tiempo de conversión», Benedicto XVI recuerda que una inquietud de Juan Pablo II era la de señalar con claridad que nuestra mirada se dirige a Cristo que vendrá. Y dice: «A menudo, esa condición de Cristo que viene se ha proclamado en fórmulas que, si bien son verdaderas, al mismo tiempo han envejecido. Ya no le hablan a nuestro estilo de vida y, a menudo, han dejado de ser comprensibles para nosotros. O bien ese Cristo que viene sufre un vaciamiento total y es falseado en el sentido de un tópico moral general del que no proviene nada y que no significa nada. Por tanto, debemos procurar decir realmente la sustancia en cuanto tal, pero decirla de forma nueva». El Papa propone algunas formas de llevarlo a cabo, pero señala que, para que nuestras palabras tengan fuerza y sean expresadas de una manera adecuada, antes hemos de vivir el cristianismo desde Aquel que vendrá, de manera que este Cristo «puede también traducirse de forma que pueda hacerse presente en el horizonte de comprensión del mundo secular. Ésta es la gran tarea frente a la cual nos encontramos» (pág. 76-77).

Justo al comienzo de la tercera parte del libro, las palabras que utiliza para expresar este mensaje transversal pueden parecer durísimas: «Como decía, la religiosidad tiene que regenerarse de nuevo en este gran contexto y encontrar así nuevas formas de expresión y de comprensión. El hombre de hoy no comprende ya sin más que la sangre de Cristo en la cruz es expiación por sus pecados. Son fórmulas notables y verdaderas, que sin embargo, ya no tienen lugar alguno en todo el entramado de nuestro pensamiento y en nuestra imagen del mundo, se trata de fórmulas que hay que traducir y captar de nuevo» (pág. 145). A continuación, el Papa ofrece algunas posibles líneas de actuación en este sentido, sin perder de vista que el problema es muy serio.

¿Cómo es posible que, en muchos países del Occidente, la gran mayoría de los niños aprendan religión católica durante muchos años en la escuela, para terminar conociendo al final el budismo, sin conocer siquiera las notas características fundamentales del catolicismo? Esto es responsabilidad de los obispos, dice Seewald. El Santo Padre dice que es una pregunta que él también se plantea. «Es incomprensible cómo es posible que sea tan poco lo que se les queda, por expresarlo de esta forma. En este punto los obispos deben reflexionar de hecho seriamente cómo puede darse a la catequesis un corazón nuevo, un rostro nuevo. [...] Naturalmente hay que preguntarse siempre qué cosas, aunque antes hayan sido consideradas como esencialmente cristianas, eran en realidad sólo la expresión de una época determinada. ¿Qué es, pues, lo realmente esencial? Es decir, debemos regresar una y otra vez al Evangelio y a las palabras de la fe para ver, primero, qué forma parte de ello; segundo, qué se modifica legítimamente con el cambio de los tiempos; y, tercero, qué no forma parte de ello. El punto determinante es siempre, en última instancia, encontrar la distinción correcta» (pág. 150-151).

Hacia el final del libro, en «El denominado atasco de las reformas», cuando se centra en problemas de índole moral, entre ellos el famoso tema del preservativo, que tanta tinta ha hecho correr, el Santo Padre no es menos claro en enviar el mismo mensaje: «Las perspectivas de Humanae Vitae siguen siendo correctas. Ahora bien, encontrar nuevamente los caminos para poder vivirlas es algo diferente [...]. Decir también todo esto pastoral, teológica y conceptualmente en el contexto de la sexología y la antropología actuales de tal modo que sea comprensible es una gran tarea en la que se está trabajando y en la que hay que trabajar todavía más y mejor» (pág. 155-156).

Hechas estas consideraciones, ya sólo queda animar a leer este magnífico libro y manifestar, si se me permite, lo que muchos piensan, y es que la traducción castellana y, más aún la catalana, son claramente mejorables. A veces las prisas no facilitan un acabado más esmerado.

Ignasi Fabregat Torrents 

  • 09 junio 2011
  • Benet XVI & Peter Seewald
  • Número 39

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