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Feminidad y masculinidad a la búsqueda de su identidad

 Todavía bajo la influencia de la revolución del 68 que implantó la indiferenciación sexual, en la actualidad estamos image-34b6f52e5e5b1dab9f12875747c196a2viviendo un momento histórico en el que, sometidos a la presión de la imperante ideología de género, expresiones como hombre, mujer, padre, madre, han perdido su sentido teleológico-antropológico y se encuentran vacías de contenido, borradas por una idea de identidad absoluta e intercambiabilidad entre los sexos que lo inunda todo, desde la educación en las escuelas, hasta el contenido de las leyes.Los ideólogos de género presuponen que la feminidad y masculinidad son construcciones sociales, productos de la cultura y la educación, que es preciso eliminar por completo para garantizar una verdadera igualdad en todos los planos de la vida, incluido el reproductivo y biológico. Con tal fin, se desprecia la maternidad y, en consecuencia, se desestabiliza la familia como institución social.

La organización de las Naciones Unidas ha sido el principal catalizador de estos cambios, erigida en autoridad moral universal, impone unos valores globales que presupone válidos y justos, y crea una nueva “ética mundial”, un nuevo orden social incuestionable a pesar de su falta de fundamentación antropológica, poniendo en tela de juicio verdades esenciales del ser humano, como la alteridad sexual.

 

La esclavitud femenina del siglo XXI

Sus consecuencias psicológicas y sociales sobre las generaciones venideras y sobre el entramado completo de la sociedad no se han medido honestamente y los expertos vaticinan que sus daños serán mucho más graves que los que provocó el marxismo. Como afirma Anatrella, «cuando la sociedad pierde el sentido de una de las variantes humanas, como la diferencia sexual que funda y estructura a la vez la personalidad y la vida social, no puede sorprendernos constatar la alteración del sentido de la realidad y de las verdades objetivas»[1].

Este intento de vivir sin una identidad, femenina o masculina, está provocando desconcierto e infelicidad entre muchas personas incapaces de ir en contra de su propia esencia. La crisis de identidad es el grave problema de la sociedad contemporánea en los países más desarrollados. Estamos ante una revolución silenciosa, desestructuradora de la identidad personal, cuya meta es llegar a una sociedad sin clases de sexo, por medio de la deconstrucción del lenguaje, las relaciones familiares, la reproducción, la sexualidad y la educación. Las normas y medidas administrativas actuales, así como el propio ambiente social creado por los medios de difusión utilizados para el adoctrinamiento ideológico de las masas, están empeñados en emancipar subjetivamente a los individuos de la diferencia sexual y proclaman que los sexos son idénticos e intercambiables, lo que contribuye a organizar la sociedad sobre la base de la ambigüedad y el desconcierto, desestabilizando el vínculo social que representan la pareja y la familia, y generando a nivel personal frustración y desencanto.

En estas circunstancias, la mujer, creyendo ser idéntica al hombre, intenta liberarse del yugo de la feminidad, en especial de la maternidad, entendida como un signo de represión y subordinación: la tiranía de la procreación.Leyes como la del aborto o la Ley de Igualdad, mediante la utilización de términos contradictorios, como la salud reproductiva, referida paradógicamente a las técnicas tendentes a evitar la reproducción a toda costa, son expuestas image-0e240cc6d396563f4c25190842bd6c44a la sociedad como la fórmula justa para liberar a la mujer y favorecer su desarrollo personal y profesional, cuando realmente lo que consiguen es su autodestrucción, afectando a su esencia y dignidad de manera irreversible. Estos cambios legislativos redefinen las evidencias antropológicas con el objetivo de cambiar la sociedad, nuestra cultura, más aún, nuestra civilización. Estas leyes ignoran las verdades universales y plantean problemas antropológicos, morales y simbólicos.

Como resultado de esto, muchas mujeres tienden a ocultar su sensibilidad femenina/maternal como si fuera un defecto humillante y adoptan una postura quasimasculina, yendo en último término en contra de sus verdaderos deseos. Como afirma la antropóloga Hellen Fisher, «parecen creer que si reconocen estos atributos femeninos estarán caracterizando a las mujeres como seres frágiles, no suficientemente duras para trabajos difíciles»[2].

Las mujeres actualmente, en lugar de verse esclavizadas por visiones patriarcales sobre las funciones domésticas, actúan tratando de satisfacer las aspiraciones que los defensores de la corrección política y los ideólogos de género han puesto en ellas, en lugar de sus propias preferencias. Se trata de un nuevo tipo de esclavitud femenina: la tiranía de la ideología de género que provoca que muchas mujeres se sientan enajenadas por la insoportable presión interna que les provoca el ingente esfuerzo de negarse a sí mismas, tratando de ahogar unas prioridades específicamente femeninas que luchan por manifestarse.

Muchas mujeres se han esforzado por cumplir sus funciones «exactamente como un hombre» y su naturaleza rechazada, reprimida, luego se hace valer y surgen las depresiones, la ansiedad, la insatisfacción, la frustración e infelicidad, porque, la feminidad lucha por salir. Como afirmaba García Morente, ser mujer lo es todo para la mujer; es profesión, es sentimiento, es concepción del mundo, es opinión, es la vida entera. La mujer realiza un tipo de humanidad distinto del varón, con sus propios valores y sus propias características y sólo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición femenina.

 

Ciencia contra ideología.

La mujer, un tipo de humanidad diferente y maravillosa

La diferenciación sexual es una realidad a la que se ha resistido la humanidad en diversas ocasiones a lo largo de la historia[3]. El debate sobre si la distinción entre varón y mujer determina su propia identidad, ha pertenecido tradicionalmente al ámbito de la filosofía, la ética y la antropología. El reto que presenta el conocimiento de lo que en profundidad es lo masculino y lo femenino y cuál es su enclave ontológico se inscribe en una vieja inquietud humana que ya se constaba en el oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo».

Ante ideologías desestructuradoras de la persona humana que niegan la existencia de una feminidad y una masculinidad innatas, Benedicto XVI insiste en la necesidad de desarrollar «una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, que con frecuencia es objeto de reflexiones parciales e ideológicas»[4].

Algunos de los nuevos progresos de la ciencia fundamentales en este aspecto son aquellos desarrollados en las últimas décadas en el ámbito de la neurología. En este sentido, en los últimos quince años, los avances de la técnica han permitido mostrar una realidad bien distinta a la que nos muestran los ideólogos de género y hasta ahora oculta: la existencia de diferencias sexuales innatas. Décadas de investigación en neurociencia, en endocrinología genética, en psicología del desarrollo, demuestran que las diferencias entre los sexos, en sus aptitudes, formas de sentir, de trabajar, de reaccionar, no son sólo el resultado de unos roles tradicionalmente atribuidos a hombres y mujeres, o de unos condicionamientos histórico-culturales, sino que, en gran medida, vienen dadas por la naturaleza.

image-b91df4acee59d23bc04ba5965e75691cLa diferenciación sexual es un proceso enormemente complejo que comienza muy temprano, en el desarrollo del embrión, aproximadamente en la octava semana de gestación, debido a la combinación de nuestro código genético y de las hormonas que liberamos y a las que estuvimos expuestos en el útero. Se piensa que estas diferencias son causadas en gran parte por la actividad de las hormonas sexuales que bañan el cerebro del feto en el útero. Estos esteroides se encargarían de dirigir la organización y el cableado del cerebro durante el periodo de desarrollo e influenciarían la estructura y la densidad neuronal de varias zonas[5]. Los últimos avances tecnológicos nos han permitido acceder a este mundo cerebral recóndito y hasta ahora desconocido[6].

Según el Dr. Rubia: «Cuando se nace con un cerebro –masculino o femenino– ni la terapia hormonal, ni la cirugía, ni la educación pueden cambiar la identidad del sexo»[7].Es la naturaleza la que producirá dos sexos con aspectos diferentes, pero también con cualidades cognitivas propias y peculiares, basadas en un cerebro distinto. En palabras de Marianne Legato: “Desde que estamos en el útero materno hasta que exhalamos el último suspiro, recibimos información a través de un cerebro femenino o masculino, con una composición química, anatomía, riego sanguíneo y metabolismo muy distintos. Los propios sistemas que utilizamos para producir ideas y emociones, formar recuerdos, conceptualizar e interiorizar experiencias y resolver problemas, son distintos»[8].

Todo ello sin perder de vista que, de la comparación esquemática de las funciones intelectuales de los cerebros humanos masculino y femenino, viene a resultar que ninguno de los sexos es claramente superior al otro. No es más inteligente el hombre que la mujer ni ésta que aquél; más bien sus cerebros se comportan como complementarios los unos de los otros.

No obstante, no debemos olvidar que no todo es naturaleza; la educación juega asimismo un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de hombres y mujeres, por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio asimismo del encauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal. Como afirmó Benedicto XVI: «La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo que constituye la formación de la propia identidad, en la que ambas dimensiones, la femenina y la masculina, se corresponden y complementan»[9].

 

La mujer en la vida pública

Un derecho para la mujer, una necesidad para la sociedad

La mujer constituye, por naturaleza, un tipo de humanidad diferente al hombre, con una serie de talentos, habilidades y virtudes asimismo diferentes que lejos de enfrentarla al varón la acercan al mismo en un proceso de complementariedad y búsqueda de equilibrio que enriquece a ambos. En la actualidadmuchas mujeres inteligentes han desenmascarado la farsa de la intercambiabilidad de los sexos, quieren ser ellas mismas, aportando sus valores y cualidades, y están dispuestas a luchar contra los roles sociales que les imponen un trabajo según los cánones masculinos que implican renunciar a la maternidad y despreocuparse de la familia. Mujeres que quieren ser madres de familia pero que también desean estar inmersas en la vida pública y profesional sin renunciar a su feminidad. La posibilidad de seguir los propios deseos en lugar de hacer lo que otros creen que se debería hacer (por ser lo políticamente correcto) es una de las características de las sociedades libres más avanzadas. Que las mujeres sigan su tendencia biológica y sus preferencias innatas en lugar de los mandatos impuestos por los ideólogos del momento, redundará en la felicidad personal de la mujer, en el bienestar de los hijos y la estabilidad familiar y, en consecuencia, supondrá un beneficio para la sociedad entera. Muchas mujeres en la actualidad buscan el equilibrio en sus vidas y apuestan por un futuro fascinante en el ámbito personal, concediendo un lugar prioritario a la maternidad y la familia, y prometedor en el profesional.

La presencia de la mujer en el ámbito profesional ha sido avalada por la Iglesia desde tiempos inmemoriables. El Génesis es el primer gran Plan de Igualdad de la historia de la humanidad. Un texto de una actualidad y modernidad asombrosas, en el que se plantea a ambos (hombre y mujer) una igualdad de cargas y responsabilidades. Dios creó al hombre y la mujer a su imagen y semejanza; «hombre y mujer los creó». Y a ambos conjuntamente les planteó la tarea de generar descendencia, someter y dominar la tierra (Gn 1,28). La Iglesia, parte del reconocimiento de la diferencia misma y sobre tal base habla de la «colaboración activa» entre el hombre y la mujer.

image-6ef56714a2b15fb99cc19c1d5b7fb1e8Las aportaciones de Juan Pablo II en este campo han sido magníficas. Defensor de los derechos de la mujer y gran entendedor de sus peculiaridades, en su exhortación apostólica Familiares consortio (1981), recuerda cómo «la igual dignidad y responsabilidad del hombre y de la mujer justifican plenamente el acceso de la mujer a las funciones públicas».

Más tarde, en la carta apostólica Mulieris dignitatem (1988) insiste en la importancia de la presencia de la mujer en el ámbito público para que, con su específico genio femenino, actúe como humanizadora de la sociedad. Se refiere Juan Pablo II a todas esas características innatas, rasgos naturales, virtudes específicamente femeninas, muchas de las cuales se ven además acrecentadas con la maternidad y que pueden ser de gran utilidad en el mundo laboral y en la sociedad en general, pues integran como un valor incuestionable, su propia manera de percibir y comprender la realidad, tan diferente a la de los hombres.

Imaginación, flexibilidad, intuición, amplia visión contextual y a largo plazo, destreza lingüística y social, empatía, habilidad para la resolución de conflictos de forma pacífica, capacidad para comprender las necesidades del otro... Las mujeres aportan a las gentes de todo el mundo soluciones imaginativas para sus preocupaciones diarias, así como nuevas e ingeniosas formas de actuación, inimaginables para el universo masculino. Pero sobre todo aportan esa tendencia innata al servicio desinteresado a los demás. Como afirma Benedicto XVI, «La mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades orientadas al despertar del otro, a su crecimiento y a su protección. Esta intuición está unida a su capacidad física de dar la vida. Sea o no puesta en acto, esta capacidad es una realidad que estructura profundamente la personalidad femenina. Le permite adquirir muy pronto madurez, sentido de la gravedad de la vida y de las responsabilidades que ésta implica»[10]

Además la mujer que ha sido madre tiene otros talentos añadidos. El cerebro maternal es diferente ya que las hormonas generadas durante la gestación, parto y lactancia, lo hacen más flexible, adaptable e incluso valiente, pues, en palabras de la doctora Brizendine, «tales son las habilidades y talentos que necesitarán para custodiar y proteger a sus bebés»[11]. Y estos cambios, según los expertos, permanecen durante toda la vida. Gracias a los milenios dedicados a la crianza de niños inquietos, las mujeres han desarrollado muchas habilidades especiales: poder gestionar varios asuntos al mismo tiempo; ser práctica y versátil; ser afectiva pero objetiva; constante; paciente; ágiles en la adopción de decisiones en situaciones imprevistas y con un enorme espíritu de sacrificio y capacidad de sufrimiento. Todas estas son cualidades muy valoradas en las nuevas empresas más ágiles, flexibles y familiares. La maternidad es sin duda alguna la mejor preparación para los negocios. Cualquier empresario inteligente que desee aprovechar las muchas virtudes del cerebro maternal deberá favorecer a la mujer en el trabajo concediéndole la flexibilidad y tranquilidad que requiere para sentir que satisface plenamente sus obligaciones de madre.Por lo tanto, la promoción de las mujeres dentro de la sociedad tiene que ser comprendida y buscada como una humanización, realizada gracias a los valores redescubiertos por las mujeres. 

 

El padre indispensable para una verdadera conciliación de la vida familiar y laboral de la mujer

Como indicó con acierto Juan Pablo II, el problema de la presencia de la mujer en el mundo laboral y de su conciliación con la vida familiar «no es solo jurídico, económico u organizativo, sino ante todo de mentalidad, cultura y respeto»[12].

Las mujeres no son clones de los hombres, tienen diferentes influencias hormonales y respuestas neuroendocrinas distintas. Ante jornadas laborales inflexibles, horarios eternos, exigencias de traslados para ascender o reuniones interminables a horas intempestivas, experimentan una insatisfacción personal, que redunda en un trabajo de menor calidad en el ámbito profesional y en ansiedad e infelicidad en el ámbito personal.La capacidad de las mujeres en el ámbito laboral está en relación directa con la satisfacción de sus necesidades en el ámbito familiar.

Para que la presencia de la mujer en el ámbito público sea posible y efectiva resulta imprescindible que la sociedad asuma que las mujeres tienen carreras menos lineales, formalizar programas de ascenso más flexibles, reconocer la maternidad como un mérito y una gran aportación social y, por lo tanto, valorada curricularmente, adoptar formas imaginativas de reincorporación al trabajo tras la maternidad, en definitiva, reconocer que las diferencias ente los sexos existen y exigen un tratamiento oportuno en términos de igualdad que necesariamente pasa por conceder ciertas distinciones y especialidades a lo que la naturaleza misma ha diferenciado.Lo realmente deseable y justo sería tener la posibilidad de alcanzar una fecunda síntesis capaz de compaginar la riqueza de la vida profesional con la satisfacción de la vida familiar.

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Pero para que la mujer pueda ejercer dignamente su labor profesional es también necesaria de forma incuestionable la presencia y comprensión del varón, padre y esposo, en el ámbito doméstico, por medio de su colaboración activa, complementaria y equilibradora de la madreen las tareas del hogar. En relación con la crianza de los hijos su papel es básico y esencial. Las dos figuras, paterna y materna, son indispensables para el equilibrado desarrollo de la personalidad y para una correcta socialización de los hijos. Si falta la alteridad sexual, al niño le faltará lo más esencial para su correcto desarrollo psíquico. Madres solteras, abandonadas, separadas o divorciadas intentan criar solas a sus hijos con la creencia infundida por la sociedad actual de que ellas se bastan y se sobran. Idea que es absolutamente errónea puesto que la función materna y la función paterna no son iguales ni intercambiables. El padre es la no-madre que ha de mostrar al hijo cómo funciona el mundo y cómo ha de encontrar su lugar en él. Debe ser el puente humano que une al hijo con la vida pública de compromiso y responsabilidad[13]. Además, junto con la madre, el padre debe intervenir en la transmisión de saberes familiares, códigos de conducta y valores morales.

Para que el padre se involucre seriamente en las tareas del hogar y crianza de los hijos precisa de respeto, valoración y admiración. El reconocimiento personal le motiva, alienta y da energía. Si no encuentra estas sensaciones en su hogar, si se le considera patoso en las tareas domésticas o de cuidado de los niños, será posible que huya del mismo o se aísle en su trabajo en busca del reconocimiento que no recibe en su familia. Si se le reconoce su labor fundamental en el hogar, se implicará más a fondo y se corresponsabilizará en la crianza de los niños, además de alcanzar el éxito profesional.

 

Conclusión: Mujer, isé lo que eres!

La humanidad se articula pues, desde su origen, sobre lo femenino y lo masculino. Humanidad sexuada creada a «imagen y semejanza de Dios». La Iglesia, parte del reconocimiento de la diferencia misma y sobre tal base habla de la colaboración activa entre el hombre y la mujer.

Existen una serie de verdades antropológicas fundamentales del hombre y de la mujer: la igualdad de dignidad y en la unidad de los dos, la arraigada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión. Si la alteridad sexual es parte inherente a la persona, el derecho al pleno desarrollo de la personalidad, implicará el derecho al pleno desarrollo de la esencia femenina y masculina que constituye a cada ser humano, mujer y varón. Solo habrá plena igualdad entre los sexos en tanto en cuanto las diferencias existentes entre hombre y mujer sean justamente atendidas. Lo que exige previamente un reconocimiento de tales diferencias y la comprensión de las mismas. Esto podrá significar que en ocasiones un tratamiento idéntico a hombres y mujeres pueda resultar discriminatorio para alguno de los sexos. Por ejemplo, ha llegado el momento de reivindicar que la actividad profesional se adapte a la condición femenina y no al revés. El nuevo feminismo defiende un reconocimiento social para la labor de la mujer, cuya forma de ver la vida y comprender la realidad es un valor incuestionable que habrá de reflejarse en unas condiciones laborales favorables específicas y, por lo tanto, no idénticas a las de los hombres; con una especial atención a la maternidad, que lejos de ser opresiva, es en la mayoría de los casos profundamente liberadora, enriquecedora y hace a la mujer un ser aún más pleno.

Lejos del mundo idealizado de las imágenes estereotipadas de mujeres hiperliberadas que gozan exultantes de su elevada vida profesional que nos trasmiten los medios, en la vida real, nos encontramos actualmente con demasiadas mujeres que, gozando de un rotundo éxito profesional, se sienten, sin embargo, personalmente frustradas e insatisfechas, cansadas de imitar los modos de actuar masculinos, atadas a unos roles que no les pertenecen y que no encajan en su esencia más profunda. Estas mujeres están alimentando el nacimiento de un nuevo feminismo. Mujeres que han demostrado sobradamente que son tan capaces como cualquier varón de llegar a lo más alto de la carrera profesional con brillantez y eficacia, y que no quieren asumir los roles masculinos, ni emular sus actitudes y conductas; sino ser ellas mismas, aportando sus valores y sus cualidades.

El empeño por negar las diferencias llena nuestras relaciones de conflictos, tensiones y frustraciones. A fin de mejorar las relaciones entre los sexos es preciso llegar a una comprensión de nuestras diferencias que aumente la autoestima y la dignidad personal. Intentar comprender mejor las diferencias que existen entre nosotros y aprender sinceramente las estrategias más eficaces de nuestra pareja nos ayudará a acortar el espacio que nos separa.

Hombres y mujeres somos iguales en derechos, deberes, dignidad, humanidad. En la sociedad actual es de justicia que las mujeres se realicen profesionalmente hasta donde ellas deseen y que los hombres se comprometan a fondo en la crianza, educación de los hijos y labores del hogar. Pero este arduo y dificultoso camino hacia la igualdad no debe suponer nunca la negación de nuestras diferencias, de nuestras especificidades en cuanto hombre y mujer.

Es hora pues de recuperar lo perdido, de exigir la devolución de nuestra integridad y dignidad femenina y masculina. Algo, sin lo cual, ningún ser humano, hombre o mujer, puede alcanzar el equilibrio personal y, por lo tanto, la felicidad. Es urgente devolver a la sociedad los fundamentos antropológicos extirpados; necesitamos recobrar los puntos esenciales de referencia, empezando por la alteridad sexual para re-humanizar la sociedad y devolver a la persona humana –hombre y mujer– al centro de gravedad, como le corresponde.

María Calvo Charro

Profesora Titular de la Universidad Carlos III de Madrid


[1] T. Anatrella, La Diferencia prohibida, ed. Encuentro, 2008.

[2] H. Fisher, El primer sexo, ed. Punto de lectura, 2001.

[3] Así, por ejemplo, en la mitología griega encontramos lo que ahora se denomina el complejo de Diana, que expresa el rechazo a la condición femenina, y el complejo de Urano, como negación de la condición masculina.

[4] Benedicto XVI, en el Congreso internacional «Mujer y varón, la totalidad del humanum», celebrado en Roma del 7 al 9 de febrero de 2008, para recordar los veinte años de la publicación de la carta apostólica de Juan Pablo II «Mulieris dignitatem».

[5] Una explicación científica de tales diferencias podemos encontrarla en: Baron-Cohen, S, La gran diferencia, ed. Amat, 2005. Blakemore, S.J. y Frith, U, Cómo aprende el cerebro, ed. Ariel, Barcelona; 2009. Brizendine, L, El cerebro femenino, ed: RBA, 2007. VVAA. Hombres y mujeres. Cerebro y Educación, ed. Almuzara, 2008. Diamond, M, Sex Reassignment and Birth: a long term review and clinical implications, Archives of Pediatrics and Adolescent medicine, n. 151, march; 1997. Emmons Maccoby, E. y Nagy Jacklin, C, The psychology of sex differences, vol.1, Palo Alto, California, Standford university press, 1974. Fisher, H, El primer sexo, ed. Punto de lectura, 2001. Lijima, M, Arikasa, O, Minamoto, F. and Arai, Y, Sex differences in children´s free drawings, Hormones and behaviour, 2001. Kimura, D, Sexo y capacidades mentales, ed. Ariel, Barcelona, 2005. Sex differences in the brain, Scientific American presents, Special issue, Men: the scientific truth about their work, play, health and passions, 1999, vol. 10, n.2.Kraemer, S, The fragile male, British Medical journal, 2000. Le Vay, S, El cerebro sexual, ed. Alianza, 1995. Lee, V.E, Marks, H. y Byrd, T, Sexism in single-sex and coeducational secondary school classrooms. Sociology of Education, 1994. Legato, M, Principles of gender specific medicine, ed. Elsevier Academic Press, New York, 2004. Liaño, H, Cerebro de hombre, cerebro de mujer, ediciones B, 1987. Rubia, F.J. El sexo del cerebro, ed. Temas de hoy, Madrid, 2007.

[6] La resonancia magnética (REM) y la tomografía por emisión de positrones (PET) son métodos no invasivos y seguros que facilita la obtención en tiempo real de imágenes del cerebro en funcionamiento, gracias lo cual los científicos han documentado una increíble colección de diferencias cerebrales estructurales, químicas, genéticas, hormonales y funcionales entre mujeres y varones.

[7] F.J.Rubia,Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad complutense de Madrid y Catedrático en fisiología, especializado en el sistema nervioso. Autor del libro: El sexo del cerebro, ed. Temas de Hoy, Madrid, 2007.

[8] Marianne Legato; Por qué los hombres nunca recuerdan y las mujeres nunca olvidan; ed: Urano; Barcelona, 2006; pág.17. El derecho a la igualdad de la mujer en el ámbito público también fue defendido por Juan Pablo II, cuando el 8 marzo del 98, con motivo de la celebración del día de la mujer, reflexionó antes del tradicional rezo de la oración del Angelus sobre el papel de la mujer no sólo en la sociedad, sino también «en su misión dentro del designio de Dios».

[9] Conferencia de inauguración del Simposio internacional: Varón y Mujer, la totalidad del Humanum, 2008.

[10] Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la Colaboración del hombre y la mujer
en la Iglesia y el Mundo, 2008.

[11] L Brizendine, El cerebro femenino, ed. Rba, 2007.

[12] Juan Pablo II, el 8 de marzo de 1998, con motivo de la celebración del día de la mujer. Rezo del Angelus. Juan Pablo II: Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el Mundo (2004).

[13] P.J.Cordes, El eclipse del padre, ed. Palabra, 2001, p.68.

  • 17 febrero 2011
  • María Calvo Charro
  • Número 38

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