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La Sagrada Familia según Gaudí. Comprender un símbolo

Armand Puig i Tàrrech

Barcelona, 2010

Pòrtic

280 pág.

 

La Sagrada Familia atrae la atención de muchísima gente. Superficialmente muchas veces, pero otras con una implicación personal del visitante. El primer elogio de la actual basílica, cuando era sólo una obsesión en la mente image-f5cf88839dbd23e011ad0e674af8f007del joven Gaudí, lo hizo mosén Cinto Verdaguer. Poco después, cuando ya tomaba forma la Fachada del Nacimiento –aquella traslación a la piedra de su Jesús Niño, con las tres partes del Nazaret, Belén y La Huida a Egipto–, era frecuente encontrarlo sentado no muy lejos. Su rostro alcanzaba entonces una expresión ultraterrena de paz, como si, a la vista de las piedras que germinaban, saboreara las delicias del cielo y descansara de los sufrimientos que esta vida infringía a su alma de sacerdote y poeta.

Vinieron después otros poetas, como Joan Maragall y Josep Carner; y otros sacerdotes, como Josep Torras i Bages y Francesc d´Asís Vidal i Barraquer. Para ellos, la Sagrada Familia era un acto de comunicación personal con su admirado amigo Antoni Gaudí que, apelando a su inteligencia y atrayendo la sensibilidad, emocionaba su espíritu hasta influir en su vida.

El sacerdote, teólogo y escrituristas Armand Puig i Tàrrech (La Selva del Camp, 1953) confiesa en el prólogo que «sentía la necesidad interior de acercarse al universo de Antoni Gaudí». Y sus conclusiones, escuchando el lenguaje de las piedras, de la luz y de las formas de la Sagrada Familia, son que se trata de una grandiosa síntesis del misterio cristiano, y «lo que más me ha sobrecogido: vislumbrar el alma de un místico».

Armand Puig, teólogo profesional, reitera su sorpresa porque Gaudí concibió la Sagrada Familia sin haber estudiado formalmente teología. Bueno, santa Teresa de Jesús nunca había estudiado teología, y todos los teólogos del mundo estudian sus escritos; y lo mismo podríamos decir de otros místicos y de la mayoría de los fundadores de instituciones cristianas, los cuales tenían una formación teológica similar a la de otros presbíteros o laicos, y muchas veces adquirida después del acto fundacional. Y es que su espiritualidad no era el corolario de razonamientos teológicos, sino que se encontraba en la fuente de la gracia. Para quienes estamos convencidos de que Gaudí es un místico, el hecho de que los teólogos estudien su obra no nos sorprende, y celebramos que la Facultad de Teología de Cataluña se ocupe de ello. Felicitamos al Dr. Armand Puig y deseamos que más teólogos le sigan.

La Sagrada Familia según Gaudí es pues, el libro de un teólogo sobre la basílica que el autor denomina «la catedral de Europa», expresión del escultor Etsuro Sotoo, que enlaza con aquella clarísima visión de Verdaguer y de Maragall de «templo de la paz», que quiere reunir a todos los pueblos del mundo en la paz del Evangelio (Ef 2, 14-19).

El libro es una perfecta guía para el peregrino. También para el turista culto, que quiera conocer a fondo la magna obra de Gaudí, que para el autor es una obra «concebida desde las bases del misterio cristiano», «una inmensa alegoría, un estallido de segundo sentido, espiritual». Cuando Armand Puig afirma aquí que «el simbolismo no es un añadido o una ornamentación intelectual o piadosa: el segundo sentido (simbólico y alegórico) forma parte del primero sentido, mejor dicho, está en él incluido. (...) No se trata, pues, de una desmaterialización sino de una espiritualización de la materia», expresa que ha entendido muy bien el arte del neoplatónico Gaudí, que repetía la definición platónica: «la Belleza es el resplandor de la Verdad».

Estas reflexiones sobre el arte del gran arquitecto siguen a una síntesis de su vida y anteceden al divertido capítulo 5: «La geometría, intérprete de la naturaleza, obra de Dios». En el capítulo 6, Armand Puig comienza la lectura simbólica de la basílica de Antoni Gaudí. «Si alguien comprende la Sagrada Familia –avisa–, comprenderá el cristianismo, y si alguien comprende el cristianismo, comprenderá la Sagrada Familia.» Esta era exactamente la intención del arquitecto autor de esta grandiosa síntesis del cristianismo en una sola obra, aventura que, como yo mismo repito a menudo, sólo han intentado Dante en un poema y Tomás de Aquino en un manual de teología; y, en el conjunto de sus escritos, Ramon Llull. Por lo tanto, necesariamente, la basílica de Gaudí «se orienta hacia el misterio cristiano fundamental: la Trinidad; y habla sobre todo de Jesucristo, la Palabra eterna hecha hombre. (...) El arquitecto ha buscado plasmar el sueño de toda la Biblia: la aproximación y unión del cielo y la tierra».

Con perspicacia, originalidad y utilidad para el lector, Armand Puig propone, con la habilidad del excelente teólogo biblista que es, tres vías o itinerarios conceptuales para recorrer la basílica de Gaudí. «Estos itinerarios son, en último término, explicaciones del Credo. (...) Aquel texto, resumen del misterio cristiano, es la clave de lectura de toda la basílica».

La primera, la vía humanitatis, va rectilíneamente de la futura Fachada de la Gloria al ábside, a la manera del cardo. Gaudí decía que esta fachada «es un portal de gran volumen para toda la humanidad, la cual cabe entera en el seno de su Creador». Armand Puig explica cómo esta idea teológica, del todo justa, queda plasmada mediante la relación conceptual entre «a) El Dios recapitulador de todo que corona la fachada de la Gloria; b) el Dios salvador en Jesucristo, representado simbólicamente por el trono que forman la intersección del transepto y la nave; y c) el Dios creador que cubre todo el ábside». Y la humanidad, al entrar en la basílica, encuentra, en el centro, a Jesucristo en la cruz. En cuanto al Espíritu Santo, la relación se establece entre la representación que habrá en el gran rosetón de la fachada y el candelabro heptagonal del ábside. En este itinerario, «el altar señala el lugar de la donación máxima de Jesús, de su oblación a favor de todos los hombres, de la que es expresión el misterio de la Eucaristía».

La segunda, la vía Christi, va rectilíneamente de la Fachada del Nacimiento en la Fachada de la Pasión, como el decumanus. Vamos del inicio de la vida del Hombre-Dios, Jesucristo, a su fin: el enaltecimiento, la ascensión al cielo. Se establece una continuidad entre el anuncio del arcángel a María, que señala el misterio del Dios que se hace hombre, que «desciende del cielo», y la figura de Jesús resucitado que «se sube al cielo». Al tratar el simbolismo de la Fachada de la Pasión, Armand Puig, tal vez para evitar polémicas, describe lo existente: la esculturación de Josep Maria Subirachs. La polémica, sin embargo, es inevitable. Estas esculturas, que lastran una de las obras cumbres de la arquitectura de Gaudí, siguen un programa teológico muy diferente, opuesto al diseñado por Gaudí. Si a través de la obra del arquitecto, el Dr. Armand Puig vislumbra el alma de un místico, ¿qué vislumbra en la obra del escultor? «Que adopta una perspectiva histórica y popular». Es una respuesta correcta, pero todo esto me parece insuficiente. Es la obra de un artista humana y espiritualmente pobre –en comparación con el gran genio cristiano Antoni Gaudí–, y la exposición que hace de la Pasión y Muerte de Jesucristo es la propia de un agnóstico que se compadece de la tortura, de las penas de muerte injustas y del mal que los poderosos infligen impunes a los pequeños indefensos, pero que no muestra la divinidad de Jesucristo. Y si su muerte no es redentora, la Iglesia es sólo un grupo de aprovechados que despersonalizan los seguidores con el señuelo de promesas falsas. El mundo sobrenatural no existe y la institución del sacerdocio, la institución de la eucaristía y el mandatum novum, centrales en el programa escultórico de Gaudí, son eliminados o desterrados; y sustituidos como grupo escultórico central por la Verónica, una tardía leyenda medieval . «Popular», en efecto; pero, ¿dónde está la extraordinaria interpretación teológica del místico cristiano Antoni Gaudí, la «Pasión según Gaudí»?

La tercera, la vía Ecclesiae, es circular: recorre en sentido levógiro el interior de la basílica. Integra las otras dos, ya que la Iglesia se identifica con la humanidad creada por Dios y salvada por Jesucristo (vía humanitatis) y es el cuerpo místico de Cristo (vía Christi). Los artículos del Credo nos guían ahora por la nave, «el espacio de la iluminación obtenida por el bautismo, donde se reúne la asamblea de los que han conocido al Señor Jesucristo, el encuentro de los amigos de Dios que viven en la alabanza, la acción de gracias y el amor a la humanidad y, especialmente, a los pobres». Comienza el recorrido en el futuro baptisterio, y gira hacia el interior de la Fachada del Nacimiento, para contemplar el misterio de la encarnación de la Palabra. En el camino, encuentra el alimento de la Eucaristía y, si alguien vuelve al hombre viejo, la recuperación del sacramento de la Penitencia. El paseo por el deambulatorio nos integra en la comunión de los santos. En el interior de la Fachada de la Pasión, la Iglesia se llamada a participar en el sufrimientos de Jescurist, para, finalmente, volver al portal principal, donde Jesucristo se ha convertido en Señor de la historia y juez misericordioso de vivos y muertos. 

Armand Puig dedica el capítulo 7 –número apocalíptico por excelencia– a describir cómo las visiones del Apocalipsis, el libro de la Biblia más querido por Gaudí, son las imágenes que el gran artista plástico quería plasmar en la Sagrada Familia, un edificio litúrgico y, por tanto, participación y reflejo aquí abajo de la «Nueva Jerusalén». Los conocimientos bíblicos del Dr. Armand Puig le permiten hacer una exposición profunda y clara, pedagógicamente útil. El Apocalipsis nos ayuda a subir al tejado para explorar las futuras torres y considerar en un capítulo especial el singular papel de la Virgen en el simbolismo de la basílica de Gaudí.

La Sagrada Familia según Gaudí es, en definitiva, un libro imprescindible para cualquier gaudinista, para el peregrino que quiera disfrutar espiritualmente de la basílica y para el turista culto que desee conocer a fondo lo mismo, la Sagrada Familia según Gaudí. Hay que recomendarlo a todo aquel que esté interesado en ello.

Que nadie se asuste porque el autor es teólogo: la lección es intelectualmente rigurosa y documentada, pero es comprensible, sin el argot de los profesionales. Y amena, incluso para las anécdotas del Camp de Tarragona –patria de Armand Puig y de Antoni Gaudí–, las cuales, como diría el arquitecto, dan color a la piel del edificio, en este caso, un libro sobre un edificio. 

Josep Maria Tarragona

  • 21 febrero 2011
  • Número 38

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