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John Henry Newman (1801-1890)

Perfil biográfico y espiritual del pastor y teólogo inglés ante su beatificación                                                        

Pocos teólogos cristianos han recibido la atención que recibe hoy John Henry Newman. Si se exceptúan San Agustín y Santo Tomás de Aquino, Newman es probablemente el autor cristiano individual que ha dado ocasión a más estudios y image-e369d0b370742f4f7b4edbaa28e47932monografías. Newman puede haber suscitado sobria o ardiente admiración, según los casos, y entusiasmos de todo género; pero siempre ha sido objeto de seguimiento, moderado o pleno.

Newman, un destino podría ser el título de un libro sobre él. Cuando después de morir fueron colocados sus restos en la iglesia del Oratorio de Birmingham el once de agosto de 1890, uno de los muchos visitantes dejó escritas algunas de las impresiones que la escena le había producido. Decía: «El Cardenal, como los restos de un santo, destacaba sobre el túmulo, pálido, distante, consumido, con mitra, ricos guantes donde lucía el anillo, que besé, ricos zapatos, y el sombrero a los pies. Éste era el final del joven calvinista, el intelectual de Oxford, el austero párroco de Santa María.

»Parecía como si un entero ciclo de existencia y pensamiento humanos se hubieran concentrado en aquel augusto reposo. Ésta fue la irresistible consideración que llenó mi mente. Una luz amable había conducido y guiado a Newman hasta esta singular, brillante e incomparable consumación» (Letters and Diaries, XXIX, XV).

 

Una rica biografía

Con veintiún años, Newman fue elegido en 1822 profesor (fellow) de Oriel, un College de Oxford que había sido fundado en el siglo XIII. En 1825 se ordenó presbítero de la Iglesia Anglicana, y en 1828 comenzó a regentar la parroquia universitaria de Santa María, situada frente a Oriel en la High Street. Con un pequeño grupo de amigos –ministros todos ellos, como él, de la Iglesia de Inglaterra– originó e impulsó desde 1833 el conocido Movimiento de Oxford, llamado también Movimiento Tractariano, con el fin de renovar un Anglicanismo en decadencia, falto de energías y de sentido eclesial.

La obra escrita de Newman es sobre todo dogmática y homilética. Newman escribió en 1833 su primera monografía teológica. El estudio histórico–doctrinal de los Arrianos del siglo IV le dio ocasión para exponer las ideas fundamentales de su visión religiosa. Llevaba, sin embargo, casi diez años de actividad pastoral y de una predicación que se recoge en los volúmenes de sermones publicados a partir de 1834. Estos sermones constituyen probablemente el corpus homilético más conspicuo y penetrante del siglo XIX en Inglaterra, y son muchos los que lo consideran como lo mejor de Newman en términos casi absolutos. Comenzados en 1824, los sermones del párroco de Santa María –lo era desde 1828– no se interrumpieron hasta 1843, dos años antes de su recepción en la Iglesia católica.

En muchos decenios –tal vez siglos– Oxford no había escuchado una predicación igual. Un testigo directo relata que «cuando Newman predicaba, el templo se llenaba a rebosar, repleto casi siempre de estudiantes de la Universidad en número superior a quinientos, además de los fieles que asistían habitualmente al culto parroquial. A distancia de años, los asistentes recordaban vivamente todos los detalles del gran acontecimiento: el auditorio con la respiración contenida; a la izquierda del púlpito la pequeña llama de gas, más bien baja, para evitar que deslumbrase al predicador, mientras que los demás permanecían en la semioscuridad de la nave; el modo sencillo y directo con que el orador transmitía la verdad evangélica, y su porte tranquilo sin ostentación.

»No había movimiento alguno de su persona y apenas un gesto de la mano. Pero los ojos estaban llenos de vida, la voz era fuerte y a la vez melodiosa. Era sobre el púlpito una figura frágil y ligera, como alguien surgido de otro mundo. El sermón comenzaba en tono sereno y medido. Enfervorizado gradualmente sobre el tema, el predicador elevaba ligeramente la voz y toda su alma parecía encenderse de conmoción y vigor espirituales. A veces, en medio de los pasajes más vibrantes y sin disimular la voz hacía un pausa, solo por un instante que se antojaba largo, y después de haber recobrado fuerza y gravedad, pronunciaba palabras que sacudían el alma de los oyentes» (R. D. MIDDLETON, The Vicar of St. Mary´s. John H. Newman: Centenary Essays, London 1945, 136).

Las cuestiones teológicas más importantes que suelen asociarse con la obra de Newman se refieren al conocimiento religioso, la psicología del acto de fe, el desarrollo de la doctrina cristiana, la idea de Tradición viva, el papel del laicado en la Iglesia, la educación del hombre y la mujer cristianos, y la conciencia en su alcance personalista, epistemológico y moral. Estas cuestiones forman desde el principio de su carrera intelectual y religiosa el hilo conductor de sus escritos. Y puede afirmarse que Newman es hoy un autor clásico en todos estos temas.

Desde la recepción newmaniana que tiene lugar en el continente europeo a partir de los años treinta del siglo XX, Newman ha venido a ser considerado como un gran teólogo, y en los años sesenta y siguientes se habla frecuentemente de él como pionero del Concilio Vaticano. Esta afirmación encierra una gran verdad.

Tanto la vida católica de Newman como la intención básica del Concilio Vaticano II responden a las mismas preocupaciones, que podían formularse del siguiente modo: lograr una percepción de la Iglesia como misterio de fe, que lleve entre otras cosas a una práctica más completa de la justicia y del juego limpio –fair play– de puertas adentro, y en segundo lugar, un despliegue más convincente y perfecto si cabe, por parte de la Iglesia, de su misterio y de su ser comunicativo y dialogante, de puertas afuera.

 

Espiritualidad de Newman

La espiritualidad de Newman tenía mucho que ver con su honda percepción del mundo invisible, el único mundo que era para él intensamente real. Era una percepción que había desarrollado desde su juventud, y que en ocasiones le resultaba arduo de llevar, por el peso de realidad que suponía. Refiriéndose a la viveza con la que Newman percibía las verdades escatológicas de la gloria y de la reprobación, decía el historiador J. Anthony Froude: «la mente de cualquiera de nosotros se habría quebrado ante semejante tensión» (Short Studies, IV, 276).

Este sentido religioso –vivencia de Dios– que le llevó a aventurarse mar adentro a los 45 años, se encuentra en la raíz de su conversión a la Iglesia Romana, que es una conversión triple: conversión de la mente (doctrinal e intelectual), de la conciencia moral (búsqueda de Dios por encima de todo lo demás), y conversión de los afectos y sentimientos que le mantenía unido al Anglicanismo, como su hogar espiritual y humano, donde quedaban sus amigos, sus familiares y los lugares que amaba. A lo largo de su vida católica, Newman fue descubriendo que –a pesar de las desilusiones que había experimentado–, la conversión había merecido la pena.

El otro aspecto crucial de este modo de ser religioso, que se interesa sólo por Dios y por los demás, es el afán de santidad, que recorre su vida entera y sus escritos como un hilo de fuego, y es fuente en ellos de unidad y coherencia. Las numerosas notas necrológicas que se publicaron en la prensa inglesa, escritas por católicos, protestantes y anglicanos, resaltaban casi unánimemente el sentido evangélico de la existencia de Newman. El Times de Londres del 12 de agosto de 1890 hablaba de «una vida pura y noble, libre de toda mundanidad».

La convicción de que Newman ha sido un hombre santo ha seguido de modo natural a la idea que se tenía de él como gran intelectual. Newman vivió heroicamente las virtudes cristianas.

Esta fama de santidad originó la introducción de la causa de beatificación, que se inició en 1958 por iniciativa del arzobispo de Birmingham, monseñor Greenshaw. La causa fue apoyada por numerosos obispos de diócesis de habla inglesa, los Oratorianos de San Felipe Neri, y más tarde por los Centros de Amigos de Newman, regidos por una comunidad católica, fundada en Bélgica en 1938, que mantiene Centros en Bregenz (Austria), Roma, Jerusalén y Littlemore, donde Newman fue recibido en la Iglesia Católica por el pasionista italiano Domenico Barberi.

Obra del jesuita norteamericano Vincent Blehl, la positio sobre las virtudes de Newman fue publicada en 1989 y Juan Pablo II le declaró Venerable el 22 de enero de 1991. El 3 de julio de 2009 fue firmado por Benedicto XVI el decreto que reconoce un milagro de curación obrado por intercesión de Newman. Este hecho tuvo lugar en el año 2001, en la persona del bostoniano John Sullivan, a quien una parálisis de las piernas mantenía inmovilizado desde meses antes en una silla de ruedas.

Newman ha sido declarado beato el 19 de septiembre de 2010 en Coventry (Inglaterra) por el Papa Benedicto XVI, con ocasión de su visita al Reino Unido.

José Morales

Profesor de Teología Dogmática

Facultad de Teología, Universidad de Navarra

  • 11 enero 2011
  • José Morales
  • Número 37

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