Archivo > Número 37

Metafísica

Eudald Forment 

Ediciones Palabra

Madrid 2009

320 pág.

Metafísica es un manual para estudiantes de filosofía y para todos los que quieren conocer la parte nuclear de esta ciencia humanística. Sin duda, su mayor originalidad estriba en repensar toda la problemática metafísica, pero partiendo image-b699f193ae7f9d44ae91e3d2156a1316de un recorrido inicial por la últimas tendencias filosóficas. Su autor, el catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona, Eudaldo Forment, explica en la «Presentación» que esta obra es el resultado de una larga docencia universitaria, y viene precedida por obras como Introducción a la Metafísica y Lecciones de Metafísica, fruto también de dicha docencia. La obra va dedicada a todos sus alumnos.

El capítulo 1, Naturaleza de la metafísica, se propone definir la metafísica. La etimología de la palabra apunta a un saber que va «más allá» de la naturaleza física. En este sentido, la metafísica queda ligada e incluso identificada con el platonismo. Tras analizar también la naturaleza de la metafísica siguiendo las cuatro definiciones aristotélicas –ciencia de las primeras causas y principios o «sabiduría»; ciencia divina o «Teología»: ciencia del ente en tanto que ente; ciencia de la substancia–, nuestro autor pasa luego revista a las «superaciones» de la metafísica, deteniéndose especialmente en Martin Heidegger. La superación de la metafísica para Heidegger significa la superación del olvido del ser y, por lo mismo, la recuperación de la metafísica. Con la memoria del ser, se habrá dejado atrás una situación que culminó en el nihilismo de Nietzsche, que fue, según Heidegger, el último de los metafísicos de este proceso de olvido de la metafísica occidental. En este sentido, Forment entiende la metafísica –y la obra que estamos analizando es un buen ejemplo– como una memoria del ser.

El capítulo 2, La racionalidad metafísica, empieza con la valoración crítica de la modernidad llevada a cabo por el existencialista ruso Nicolás Berdiaeff. La gran tragedia del proyecto de la modernidad ha sido su ruptura con el fundamento espiritual o metafísico de la realidad, trayendo graves consecuencias antropológicas, que nuestro autor va desgranando al hilo de los análisis de Berdiaeff. La ruptura con el centro espiritual de la vida ha conducido a la negación y a la destrucción del hombre. El fracaso de la modernidad manifiesta a las claras que, sin el platonismo, el humanismo es imposible. Sin metafísica, el fin no es otro que el nihilismo.

Heidegger, desde un planteamiento distinto, llega a lo mismo, al considerar la metafísica de Nietzsche como la consumación de la metafísica moderna. El intento heideggeriano consistirá en «superar» la metafísica moderna. El camino metafísico ha de atenerse a un solo pensamiento, a saber, el pensar que pregunta por el ser. Para recuperar la memoria del ser, Heidegger se propone revisar toda la tradición metafísica anterior. Es preciso que el hombre recupere el ser que ha olvidado y del que posee una precomprensión. Los análisis de Berdiaeff y Heidegger nos enseñan que la racionalidad humana pasa por recuperar la memoria del ser, por mantener el oído atento al ser. La grandeza metafísica humana consiste, a juicio de Forment, en que el hombre tiene una apertura interior al ser, a lo que es más fundamental y que está en lo más interior y exterior de la realidad. La posibilidad de escucha interior a las voces que vienen del ser constituye su más alta esencia.

El capítulo 3, El raciocinio metafísico, es una larga discusión acerca del sentido de la metafísica frente a la concepción científica del mundo propugnada por el positivismo lógico y su criterio de verificación, según el cual únicamente tienen sentido las proposiciones que se pueden verificar empíricamente. La filosofía, carente por completo de sentido, queda relegada a la mera tarea del análisis de la semántica y de la sintaxis del discurso científico, el único significativo. Nuestro autor sale al paso de este cientificismo de la mano de Karl Popper y su criterio de falsabilidad, analizando muy de cerca su obra fundamental La lógica de la investigación científica, en especial, el problema de la relación entre lo universal y lo singular.

La distinción popperiana entre conceptos universales y conceptos singulares le lleva a negar toda conexión entre lo universal y lo individual. Para Aristóteles y Santo Tomás, en cambio, sí es posible un cierto tránsito de lo singular a lo universal en la medida en que la inteligencia es capaz de penetrar a través de las cualidades sensibles hasta la esencia o naturaleza de las cosas. Para explicar el carácter trascendente del universal respecto de los singulares así como el carácter inefable de estos últimos, Popper no presenta ninguna metafísica del conocimiento, como sí hace Santo Tomás, pero afirma, no obstante, el carácter apriorístico del entendimiento. Poseemos una creatividad apriorística de hipótesis, que deberán luego ser confirmadas. Pero dichas hipótesis no se pueden verificar empíricamente, como sostiene el neopositivismo, debido a la naturaleza de sus enunciados universales, que no se corresponden exactamente con lo individual. Pero pueden falsearse. Frente al criterio de verificación, Popper responde al neopositivismo con el criterio de falsación. La metafísica no es ciencia porque sus contenidos no son falsables. Pero la metafísica tiene sentido y Popper destaca su valor. A pesar de la limitaciones del criterio de falsabilidad en su demarcación entre lo científico y lo no científico, el criticismo popperiano desacredita totalmente al cientificismo y supone una mayor consideración de la metafísica.

El capítulo 4, Los fundamentos de la metafísica, es una revisión del principio de la intuición, según el cual el modo originario y auténtico de captación de la realidad, asumido por la metafísica, sería la intuición intelectual. El intuicionismo es fundamental en la metafísica cartesiana, en la medida en que sólo la intuición intelectual capta lo evidente y, por lo mismo, lo verdadero. El postulado intuicionista está presente también en Kant, para quien pensar no es más que la consecuencia esencial de la finitud de la intuición humana, que es únicamente sensible. El carácter espontáneo y activo del pensamiento explicaría la necesidad y universalidad del juicio objetivo, pero traería la extraña consecuencia de la negación de la capacidad trascendente de la razón humana. Frente al postulado intuicionista, Santo Tomás niega que el conocimiento intuitivo sea el que posibilite la metafísica. El entendimiento es activo, pero esto no le lleva a la conclusión kantiana del fenomenismo y el agnosticismo, sino a una posición de realismo, esto es, a que la actividad del conocimiento manifiesta la realidad, llega al interior inteligible de las cosas y desde lo más inmanente accede a lo trascendente. El resto del capítulo es un análisis de la actividad intelectiva, entendida no como un «ver», sino como un «concebir». El entender constituye una palabra o verbo mental, un decir interno del entendimiento, que es el concepto, por el cual se expresa o manifiesta la realidad. Este capítulo es especialmente importante porque el postulado intuicionista explicaría la hegemonía histórica de las metafísicas esencialistas, y la doctrina sobre la naturaleza activa y locutiva del conocimiento intelectual explicaría a su vez el redescubrimiento de la metafísica del ser.

El capítulo 5, El método metafísico, analiza primero la hermenéutica, considerada como la metodología propia de la posmodernidad, para pasar luego al estudio de la analogía metafísica, método propio de la metafísica clásica. Para Cayetano, reconocido comentarista de Santo Tomás, la analogía de proporcionalidad es la única que debe utilizarse necesariamente en metafísica. En cambio, para Suárez, la analogía metafísica es sólo la de atribución intrínseca. Ramírez, por su parte, afirma que la analogía del ente es tanto la analogía de atribución intrínseca como la de proporcionalidad propia. A juicio de nuestro autor, estas y otras interpretaciones de la doctrina metafísica de la analogía del ente han desviado la atención de lo nuclear de la analogía como método metafísico para expresar la realidad. La metafísica, mediante la analogía de proporcionalidad propia, estudia los trascendentales y puede, de este modo, «ascender» hasta Dios. Sin la concepción analógica proporcional de los entes no se podría realizar un ascenso conceptual a Dios. Después, en una segunda operación, «desciende» desde Él hasta las criaturas, estableciendo lazos de relación causal, y entonces utiliza también la analogía de atribución.

Los últimos capítulos abordan la temática característica de la metafísica, a saber, la estructura metafísica del ente, compuesto de esencia y ser (capítulo 6, La esencia, y capítulo 7, Ente y ser), y el orden de los trascendentales: unidad, verdad y bien (capítulo 8, Unidad, verdad y bondad). Un análisis en detalle de estos últimos capítulos alargaría en exceso esta recensión. Pero la noción fundamental que articula esta última parte es la de acto de ser, entendido como acto primero y fundamental del ente, que no se confunde con la mera existencia; un acto de ser, que entra en composición real con la esencia como potencia participante de ser. El Aquinate expresa así su profunda doctrina del ser, no sólo con las nociones aristotélicas de potencia y acto, sino también con la noción platónica de participación. En este sentido, el capítulo 7, Ente y ser, es la pieza central de toda esta parte y, sin duda, una de las mejores y más claras exposiciones hasta el momento sobre la noción nuclear de acto participado de ser. La recuperación de la «memoria» del acto de ser permite a su vez recuperar sus olvidadas dimensiones de unidad, verdad, bondad y belleza.

Esta obra es una excelente guía para todo aquél que desee entrar en el largo camino de la sabiduría metafísica. 

Ignacio Guiu

  • 11 enero 2011
  • Eudald Forment
  • Número 37

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