Archivo > Número 37

El Santo Cura de Ars, entrañablemente sacerdote

Françoise Bouchard

Traducción de Lluís Victori

Obispado de Terrassa, 2010

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Acabamos de leer el nuevo libro –actualmente la única obra sobre san Juan Bautista M. Vianney traducida a la lengua catalana– sobre el patrón de los sacerdotes católicos, el conocido Santo Cura de Ars. Este santo francés que, desde image-0f27cb24e6067bc2e4c7d1625e9470cbuna minúscula parroquia rural, revolucionó el panorama de la pastoral sacerdotal de su tiempo. Lo hemos podido apreciar gracias a la iniciativa de los feligreses de la parroquia de La Floresta que, con el rector a la cabeza –el padre jesuita Lluís Victori–, han hecho posible la traducción. La edición ha tenido el total apoyo del Obispado de Terrassa, el que la ha hecho llegar a todos sus sacerdotes para conmemorar, también así, el Año Sacerdotal dedicado a San JBM Vianney. El traductor ha optado por suprimir muchas de las notas de pie de página del original francés, dejando sólo las que son más importantes.

La obra es de una autora francesa –Françoise Bouchard– especializada en vidas de santos, como Juana de Chantal, el hermano Gabriel Taborin, Bernardette Soubirous ­–la vidente de Lourdes­–, Teresa de Lisieux, Dom Bosco, o el padre Louis Brisson. También tiene un libro dedicado a los Sacerdotes que nos muestran el camino del Cielo. Esta biografía del Cura de Ars lo escribió el año 2005 y ha sido reeditada, en Francia, el año pasado. Es, por tanto, una obra muy actual que ha aprovechado lo mejor del proceso de canonización, así como de otras conocidas biografías. Ahora bien, creo que esta es mucho más entrañable, más comprensible y cercana. Con la multitud de aspectos familiares, sociales e históricos, la hacen muy atrayente, y fácil de seguir la trayectoria del Santo Cura. La traducción es muy cuidadosa y fiel a la intencionalidad de la autora.

Entre los muchos detalles que podríamos destacar está la puesta en escena del ambiente histórico en que nació y vivió San Juan Bautista María Vianney: desde la desaparición del Antiguo Régimen, la Revolución Francesa, la persecución de la Iglesia y la división del clero entre los juramentados y los no-juramentados, el reinado imperial de Napoleón Bonaparte... hasta el conocimiento tanto de las corrientes ateas, laicistas, ilustradas, provenientes del mundo de la época como los rigoristas, provenientes del jansenismo, que perduró durante muchos años entre los buenos católicos franceses.

Así lo vivió el joven Vianney, pero en un ambiente familiar, en Dardilly, muy piadoso y bondadoso. Françoise Bouchard dedica unos capítulos muy importantes a la familia del santo, al trabajo de los padres, la manera de vivir a su alrededor. Explica detalladamente el nacimiento de su vocación, las dificultades que tuvo que superar –sobre todo destaca sus dificultades para aprender la lengua latina y para poder examinar en esta lengua de la Iglesia–, el trato con los hermanos, hermanas, parientes y compañeros; resalta la voluntad férrea del estudiante Vianney para ir al seminario; la ayuda obtenida de su rector, el abad Balley, otros sacerdotes a fin de superar todas las pruebas que le hacían difíciles los estudios eclesiásticos, llegada al sacerdocio.

La vida pastoral de Juan B. María Vianney empieza en el pueblo de Écully de la mano de un gran sacerdote, el abate Balley. De allí es destinado a Ars para reavivar esa pequeña   parroquia. El vicario general le dice: «Id, amigo mío. No hay mucho amor a Dios en esta parroquia. Usted lo conseguirá ». Enseguida se va y en el camino, para no perderse, pregunta a un pastorcillo ­–Anton Givre­– si iba bien dirigido para llegar al pueblo de su destino. El muchachito se lo indica, de ahí aquella famosa frase del santo: «Muy bien, amigo mío! Tú me has enseñado el camino de Ars, yo te mostraré el camino del cielo ».

Y así siguen todos los capítulos siguientes de la biografía: de cómo el Cura de Ars enseñó el camino de Cristo que conduce a la santificación ya la bienaventuranza. Como él solía decir: «Os invito a ir al cielo, todos en procesión, con el rector delante». La autora muestra todos sus afanes en trabajos, instrucciones y catequesis; la oración y las duras penitencias del santo, las visitas a las familias ya los enfermos, las horas de administrar los sacramentos ­–en especial, el de la Reconciliación­–, la predicación exigente en la propia parroquia durante las misiones de los pueblos de alrededor; la ayuda a los compañeros sacerdotes, el trato con los pobres, los trabajadores y los más acomodados ­–se los ganaba enseguida­– para mejorar el templo parroquial, ornamentos y el culto; la atención de los niños y niñas para aprender a leer; de cómo, poco a poco, su prestigio ­–su santidad de vida­– traspasa las fronteras del pueblo, del arciprestazgo y de la diócesis... hasta a ser conocido por toda Francia, tanto la culta como la inculta, de aquellos años.

Françoise Bouchard logra presentarnos un santo muy humano y muy sobrenatural. Entre otras cosas, nos recuerda el sentido del humor que poseía el santo, lo que quizá era un poco desconocida para muchos. Una vez, viendo una mujer que iba bastante escotada, le dijo: «Parece que se haya preparado para ir a la guillotina». Con el paso de los años se toma también en broma al buitre, como llamaba al diablo, Satanás: a un amigo sacerdote le comentaba que «el buitre y yo somos casi compañeros». Veamos, con palabras de la autora, todo lo que le llegó a hacer su enemigo más acérrimo, el demonio: hacer mover las cortinas, trasladar su cama de lugar, hacer chirriar el entarimado como si pasara un cepillo, o como serrándolo, muchos estruendos de los muebles y maderas, como si se partieran, el hundimiento, a golpes de martillo o de grandes mazos, de la puerta de la rectoría, cuando le llamaban de noche, los ruidos de un ejército en marcha de rebaños de corderos pasando por la buhardilla, los galopes de caballos por la casa, las voces humanas desagradables, los gritos escalofriantes e insultos ­–como «devorador de patatas», aludiendo a su ayuno de sólo patatas hervidas­–, las voces de almas en pena, las amenazas de muerte, etc. Siempre que el buitre se multiplicaba en sus manifestaciones, el abate Vianney sabía que grandes pecadores irían, al día siguiente, a su confesionario.

Françoise Bouchard se adentra muy bien en el personaje, haciéndonos ver otros rasgos menos conocidos. La escritora es fiel a la historia y muy realista. Al explicar las cosas, no hace nunca exageraciones, pero las deja bien claras. Además, todo lo hace sencillo, amigable y optimista. Explica los muchos trabajos materiales que hizo el abate Vianney como carpintero, albañil, pintor. La cantidad de veces que fue de casa en casa para pedir limosnas para los pobres, para el embellecimiento del templo parroquial, para pagar deudas... Tiene unas páginas muy bonitas donde explica la fundación de La Providencia, casa que sirvió de hogar y escuela de formación para chicas huérfanas o maltratadas en familias desestructuradas. Nos hace ver la cantidad de amistades que cultivó, las simpatías que despertó. Los muchas ayudas que recibió de personas cristianas de Ars y de otros lugares, como también nos describe las numerosas críticas que recibió de compañeros sacerdotes, las calumnias y las detracciones por parte de muchos pecadores que más tarde se convirtieron. Y todo lo narra haciéndonos ver con qué sentido sobrenatural y qué humildad las recibía el santo sacerdote. La última parte de la obra la dedica la autora a presentar los grandes frutos obtenidos por el Santo Cura, el reconocimiento eclesial y civil de su trabajo esforzado y constantemente presidido por el amor a Dios ya las almas hasta llegar a su santa muerte, que fue precedida por una temporada de graves enfermedades y de desgaste físico.

En el prólogo del libro, el arzobispo de Burdeos, Jean Pierre Ricard, asegura que en esta obra encontramos hechos que desconocíamos o conocíamos mal, temas eclesiales intrincados ­–como el hecho de que Napoleón mantuviera el Papa prisionero durante mucho tiempo­­–, el celo pastoral innovador del santo, bien apartado de todo tipo de rutinas y aburrimientos, su preocupación máxima por las almas. Destaca el arzobispo que el libro «se lee fácilmente y nos ofrece una visión sobrecogedora» del sacerdote francés. Dice que Françoise Bouchard «devuelve al Cura de Ars toda la densidad. De su arraigo humano [...], sus luchas interiores, su deseo de huir, relacionado con una conciencia extremadamente delicada de su indignidad. Nada quedará oculto. "Ni los dones extraordinarios ­–milagros, curaciones en vida, intuición hacia las personas­– ni los ordinarios del abate Vianney: estos últimos nos hacen más cercana su figura e identidad. No deja de lado la virtud heroica de la pobreza que vivió. Ni tampoco la predicación siempre exigente del santo, pero tan empapada y llena de amor a Dios que la hicieron amable. En definitiva, nos describe un sacerdote muy alejado del rigorismo jansenista de las épocas anteriores. Tengamos en cuenta que el jansenismo todavía estaba muy presente en Francia, después de la Revolución, en algunos pequeños círculos sacerdotales y en algunos pueblos como Fareins, donde tenía que ir el cura de Ars. En Fareins, por ejemplo, entre los 1.200 habitantes se contaban 600 jansenistas.

Al final de la obra, después del índice general, hay otro de onomástica familiar, eclesial y civil que ayuda a situar toda la vida del santo en el contexto adecuado. También se añade una cronología de su vida. Un buen libro que puede ayudar actualmente a todos los sacerdotes y a todos los cristianos. Por eso lo recomendamos.

Josep Vall i Mundó

  • 11 enero 2011
  • Françoise Bouchard
  • Número 37

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