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El beato Samsó, un modelo para los sacerdotes de hoy

 

«El doctor Samsó dejó una huella en la pastoral diocesana de Barcelona y un recuerdo que el tiempo no ha logrado borrar.» Así se expresaba el malogrado obispo Joan Carrera en uno de sus artículos del image-06fc185d1b0a937e3ed7f4076e53e71fsemanario Catalunya Cristiana de 1987 que han sido recopilados bajo el título. Los que nos han precedido (Barcelona 2009). En uno de sus artículos, «Josep Samsó i Elias», Mons. Carrera afirma: «A pesar del contexto de su tiempo, tan diferente al nuestro, muchas de las características de su pastoral son válidas para hoy», «La fuerza de su acción pastoral y la santidad de su vida trascienden el tiempo y tienen bastantes cosas que decirnos».

Actualizar las grandes intuiciones de la acción pastoral y de la santidad personal del doctor Samsó es lo que pretenden hacer estas líneas, desde el profundo convencimiento de que su vida y mensaje son del todo válidas hoy, como ya se expuso en el folleto El beato Samsó i Elias y su mensaje hoy, Editorial Balmes, Fomento de Piedad, Barcelona 2010.

La vida de Josep Samsó i Elias (Castellbisbal, Vallès Occidental, 1887 - Mataró, Maresme, 1936), beatificado en Mataró el 23 de enero de este año, se puede encuadrar en unos pocos datos: aprendió las primeras letras en Rubí, en la escuela de los hermanos maristas; hizo los estudios de seminario en Barcelona y se doctoró en Teología Dogmática en Tarragona; sus cargos –siempre en la diócesis barcelonesa– fueron los de vicario de Argentona, y, más tarde, párroco de Sant Quintí de Mediona y, luego, de Santa María de Mataró (desde 1919 hasta 1936).

Hoy, nos resulta imposible hablar del doctor Samsó sin enmarcarlo en el Año Sacerdotal, pues la intención de Benedicto XVI, cuando anunció su beatificación, fue precisamente la de proponerlo en dicho contexto como modelo para la clerecía universal. Su santidad contrasta con la impiedad de los que se abandonan en el cumplimiento de su misión. Y aunque nos aflija a todos citar unas palabras tan duras, recordemos, para situarnos en el significado del Año Sacerdotal, las palabras con que el cardenal Ratzinger se lamentó en la novena estación del Vía Crucis, compuestas por él mismo y pronunciadas el día del Viernes Santo del año 2005, en el Coliseo de Roma: «Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a Jesucristo».

Nuestro doctor Josep Samsó i Elias, junto con San Juan M. Vianney, y el cardenal John Newman son algunos de los modelos de sacerdotes que propone el Santo Padre a los presbíteros para que se rearmen espiritualmente, para que recobren el ardor por las cosas de Dios, y también, los propone al pueblo fiel , «para que perciban cada vez más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea» (Carta del Santo Padre Benedicto XVI para la convocatoria de un Año Sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del día natalis del santo cura de Ars, 16 de junio de 2009).

Monseñor Carrera solía contar una anécdota protagonizada por el cardenal Jean-Marie Lustiger: Cuando fue nombrado arzobispo de París, se le presentaron los canónigos y los vicarios episcopales, para preguntarle: «Señor arzobispo, ¿qué es lo más urgente que haya que hacer para recristianizar una sociedad tan secularizada como la de París?». El arzobispo respondió: «Vuelvan otro día y se lo diré». Se le presentaron, pues, de nuevo; todos esperaban que el prelado trazara un fabuloso plan pastoral. Pero, el arzobispo les dijo: «Lo más urgente para cristianizar París es que yo, que soy su obispo, me convierta».

Ya entendemos que todo en la vida cristiana pasa por la conversión, pero en el caso de los presbíteros nuestra conversión es una deuda, por decirlo así, al Pueblo de Dios que confía en nosotros. Y esa conversión se hace aún más necesaria, cuando nos llegan noticias de escándalos provocados por clérigos. Al respecto, podríamos citar unas palabras llenas de comprensión del beato Samsó: «Venerad siempre en la persona del sacerdote al mismo Jesús. No importa que el sacerdote tenga defectos, prescindid de ellos, no le quitan la veneración que se le debe, como no disminuye la veneración a la imagen de un Crucifijo por ser defectuosa su factura. Al sacerdote indigno, Dios le pedirá muy rigurosa cuenta de las gracias que le haya dado; a nosotros, nos preguntará cómo le hemos venerado y escuchado. No olvidemos estos casos rarísimos, pero dignos de ser llorados con lágrimas de sangre» (J. Samsó, Guía para catequistas, pág. 229).

 

«Dios sobre todo»

Éste era, por decirlo así, el lema de vida y de espiritualidad de Josep Samsó, «Dios sobre todo». En primer lugar, extraía su espiritualidad de la meditación asidua de la Palabra de Dios.

Se confesaba cada semana. Mientras fue rector de Mataró, todos los martes tomaba el tren a Barcelona para reconciliarse con Dios en el Oratorio de San Felipe Neri, donde tenía su director espiritual. Su regularidad en la recepción del sacramento de la Penitencia y en la dirección espiritual es un toque de atención para nosotros, seguidores de Jesús en el siglo XXI. Además, Benedicto XVI no ha dejado de señalar recientemente la necesidad de tener un image-820810d45d481704280d3fa507f9b2d4director espiritual. A quien es discípulo de Jesús no debe resultarle extraño que se le recuerde la necesidad de ir acompañado en el camino de la santidad.

En aquella novena estación del Vía Crucis romano de 2005, el cardenal Ratzinger nos hizo una invitación a la autocrítica, al invitarnos a reflexionar sobre cómo recibimos, y cómo celebramos, los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia: «¿En cuántas ocasiones –decía el Cardenal– se abusa del sacramento de la presencia del Señor? ¿Cuántas veces lo celebramos sin darnos cuenta de quién es Él! iCuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! iQué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! iCuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! iQué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación!».

Su espiritualidad es muy adecuada para el sacerdote diocesano, se centra en Cristo Buen Pastor, se orienta a ser un fiel y celoso administrador de los sacramentos, y al servicio ministerial a los hermanos, en comunión con el obispo y su presbiterio, y con el sucesor de san Pedro.

El Beato Samsó reflejaba de manera particular la doctrina de san Pío X, el impulsor de la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños, el renovador de la vida de los presbíteros y de la liturgia, el Papa cuyo lema era Omnia instaurares in Christo, llevar todas las cosas a Cristo.

Sus devociones –y eran algo más que devociones, ya que nacían de la persona misma del Salvador– se dirigían al Sagrado Corazón de Jesucristo y a Jesús mismo como Buen Pastor, que pastorea y da su vida por sus ovejas. Imitaba al santo Cura de Ars, proclamado en 1929, patrón universal de todos los párrocos. Su temperamento amable y su gran capacidad evangelizadora le llevaban también a inspirarse en san Francisco de Sales, aquel obispo suave y enérgico a la vez, reformador e innovador de la pastoral, que aprovechaba los medios de comunicación más actuales de su tiempo. En momentos muy críticos, mosén Samsó recordaba para sí, y lo recordaba a sus amigos, aquel pensamiento de santa Teresa de Ávila: «Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta».

Otra devoción del doctor Samsó era el rezo del santo rosario, lo rezaba cada día con su madre y con su hermana.

 

«Los cansados hacen el trabajo»

La profunda y equilibrada espiritualidad de mosén Josep Samsó es la que marcó la segunda gran característica de su vida y acción: el doctor Samsó fue por encima de todo un pastor. Primero pastor y después víctima. El canónigo Lluís Urpí decía de mossén Josep que era un sacerdote "cien por cien [...] las veinticuato horas del día y todos los días del año, de todos los años». Un sacerdote de celo infatigable que bien merece la atribución del dicho popular: «el trabajo lo hacen los cansados».

Se fatigaba, mossén Josep, en el apostolado propio del ministerio parroquial que le había sido encomendado y que él mismo eligió. Así, si sobresalía en la predicación era, sin duda, porque, empapado de la Palabra de Dios, preparaba las homilías dedicando a ello mucha atención y tiempo. Del mismo modo, empleaba muchas energías en el cuidado de la liturgia de la Iglesia, la celebraba con gran dignidad, la vivía y la hacía vivir, principalmente la Eucaristía. Las horas que pasaba en el confesionario, la dirección espiritual de muchas personas, de niños y de jóvenes –que fructificaban luego en cosecha de vocaciones sacerdotales y religiosas–, todo en él era trabajo de trabajador de primera hora, de quien sabe que a él le toca sembrar de sol a sol, que, ya luego, el dueño de la mies hará crecer las semillas lanzadas a voleo.

Desarrollaba una intensa labor de catequesis de niños y de adolescentes. ¿Quién no conoce esta nota tan destacable de su labor pastoral o su Guia per a catequistes? El obispo Manuel Irurita comentaba que el párroco de Santa María era «el primer catequista de la diócesis». Era él quien formaba a los catequistas; el que acogía a casi cuatrocientos niños a la puerta de la iglesia, el sacerdote que, cada domingo por la tarde, comprobaba el progreso de sus niños en el conocimiento de Jesús y de la Iglesia.

No todo era catequesis. El párroco de Santa María pensaba también en cómo entretenerlos con actividades lúdicas que les ayudaran a crecer humana y cristianamente. De esta manera, impulsó, por ejemplo, el Recreo de San Luis o los Lluïsos, como era conocido en Mataró este último espacio de tiempo destinado al esparcimiento de los chavales, tanto de los pequeños como de los mayores. Animaba a los jóvenes a inscribirse en los Pomells de Joventut. Aquel movimiento de inspiración católica que educaba a través del canto y que fomentaba también el amor a Cataluña. Fue suprimido por Primo de Rivera. Cincuenta mil niños y jóvenes desarticulados. iQué lástima!

Mossèn Samsó trabajaba y también hacía trabajar a sus jóvenes. Primero, los formaba a través de la Congregación Mariana y, como hizo con los niños, dio una gran altura a otras iniciativas como el Foment Mataroní. Cuatrocientos jóvenes congregantes participaban cada domingo en la celebración de la Santa Misa en la capilla de los Dolores, de Santa María.

Después de la formación y vida sacramental, venía el apostolado. El doctor Samsó sabía que los jóvenes son evangelizados por los jóvenes. El Pensament Marià y la Gráfica Fides, con sus publicaciones periódicas, estuvieron al servicio de la difusión de la fe. Sus modernos evangelizadores fueron los mismos jóvenes.

En el campo del apostolado con la juventud, el párroco de Santa María favoreció en Mataró el gran movimiento juvenil católico catalán del período de la República, la Federació de Joves Cristians, los fejocistas, con dieciocho mil miembros en toda Catalunya en 1936.

Cuando sus jóvenes catequistas contraían matrimonio, tenían que dedicarse al apostolado en la propia familia, pero eso no quería decir que su rector les dejara de la mano. Fundó para los congregantes casados la Congregació Mariana de Sant Francesc de Borja, alma de las actividades parroquiales.

No olvidaba tampoco a las chicas jóvenes ni a las mujeres. El doctor Samsó reconoció enseguida la importancia de la irrupción de la mujer seglar como apóstol del mundo de la mujer, y las empujó a este trabajo a través de la Acció Catòlica Femenina. Igualmente, daba apoyo al Patronat Obrer, de la calle de la Coma, dirigido por las religiosas franciscanas de los Sagrados Corazones y que se había convertido en un referente dentro del catolicismo social femenino español.

Él fue quien dio entrada en la Parroquia de Santa María a la Acción Católica General. De esta manera, como recuerdan sus biógrafos, a la trayectoria de niño del catecismo, catequista, congregante mariano y fejocistas, se añadió la del joven o adulto de Acció Catòlica.

Empujaba a los jóvenes a la evangelización y también a sus sacerdotes. El párroco de Santa María hacía trabajar a sus vicarios, hablaba con ellos de sus apostolados en la mesa, durante las comidas. Mosén Samsó tuvo que evitar el riesgo del que ha hablado Benedicto XVI: el de clericalizar a los laicos y secularizar a los sacerdotes.

La situación de la sociedad del tiempo del doctor Samsó y la de ahora no son las mismas. Su pastoral no se puede presentar como un modelo que se pueda copiar sin más, sin tener en cuenta las diferencias que los nuevos tiempos han traído. Pero su ejemplo nos sirve para ver el valor que confería a la familia, la primera fuente de la evangelización; a los jóvenes, a quienes escuchaba y daba responsabilidades; a las mujeres, a quienes reconocía un lugar en la vida de la parroquia y en la actividad apostólica; y a los sacerdotes. Mossèn Samsó no sólo suscitaba movimientos dentro de la Iglesia. Quería llegar a todo el mundo. Por eso organizó las missions populars. Eran un medio de hacer presente en la calle la fe cristiana, con el anuncio a todos del evangelio y del cambio de vida. Tenía su método y su estilo propio.

Cuando el doctor Samsó fue destinado a Mataró, se encontró con una parroquia apagada y, sobre todo, dividida. Este fue el primer campo que tuvo que desbrozar. Hacer desaparecer las rivalidades entre los diversos grupos y aún entre los mismos sacerdotes. Invitar a todos a cultivar la vida parroquial, evitando la preponderancia de unos pocos en la organización interna y en la acción apostólica de la parroquia.

Juan Pablo II nos enseñó que la Iglesia debe ser una escuela de comunión. Las parroquias, también. De poco nos servirán los instrumentos externos de comunión, como pueden ser los consejos de pastoral u otros organismos de acción pastoral, si no convertimos nuestras parroquias en espacios de comunión respetando las legítimas espiritualidades y sensibilidades que se adapten a la Iglesia . De la espiritualidad de comunión, se deriva igualmente hacer que nuestras comunidades estén en plena sintonía con la Iglesia particular y la universal. Así lo hizo en su parroquia el doctor Samsó. Podemos hacerlo ahora nosotros.

Las disensiones, nacidas antes de su llegada, entre las dos parroquias de Mataró, la de Santa María y la de San José, más la gran tarea de levantar la suya y la urgencia de tantos apostolados, hicieron, seguramente, que se tuviera que dedicar a otros apostolados. Fueron los ámbitos de la caridad, en el sentido más noble de la palabra, como el de las Conferències de Sant Vicenç de Paül, en las que el párroco colaboraba, aparte, claro está, de lo que él mismo hacía desde su abnegada caridad personal. El canónigo Cebrià Montserrat testificó sobre el doctor Samsó diciendo: «Nunca en su vida ambicionó cargo de dinero. Fue muy caritativo».

El doctor Samsó hacía trabajar. Pero también sabía hacer descansar: meterse dentro de uno mismo para ver cuál es la verdad de nuestra vida, de nuestra relación con Dios. Lo vemos, pues, organizando retiros espirituales a través de la Obra de Ejercicis per a Obrers, adaptados a campesinos y trabajadores. Así ocurrió en Argentona y Mataró a partir de 1922, sirviéndose de la Obra de Ejercicios Parroquiales del padre Francisco de Paula Vallet, que consiguió reunir quince mil afiliados. Se daban en lengua catalana (era una novedad) y eran dirigidos a los mismos colectivos anteriores.

El doctor Samsó no manifestaba ningún partidismo político. Sin embargo, bien arraigado a la tierra, comprendía que había que utilizar la lengua propia del país, como ha hecho siempre la Iglesia, en la predicación y la enseñanza del catecismo, y acoger a todos con el habla que les fuera propia. Nunca antepuso la pastoral a ningún otro principio.

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Sintonizaba con las cosas de aquí, por ejemplo, con el movimiento litúrgico, considerablemente vivo en Cataluña desde la primera década del siglo XX y que tomó un gran impulso desde el Congreso Litúrgico de Montserrat de 1915; también se adhirió a lo que significaba el Foment de Pietat Catalana para la renovación de la devoción popular.

Acató en todo momento el Gobierno de la Segunda República, siguiendo de algún modo la línea del cardenal Vidal y Barraquer, señalada por Roma. Es decir, la aceptación del orden constituido por voluntad popular, buscando en lo posible el entendimiento, a pesar de las actitudes anticlericales e incluso antireligiosas del gobierno. Ante tal situación, el beato Samsó se lamentaba: «El corazón se me llena de pena al ver lo qué son capaces de hacer quienes proclaman la libertad y no toleraran que haya quien piense en Dios». (Carta a unos dirigidos espirituales, 30 de marzo de 1936).

Las dificultades no le amilanaban. No dejó de trabajar en aquel difícil ambiente en que pasó los últimos años de su vida, años que coinciden con los últimos de una república sectaria y antirreligiosa. Fue pastor y catequista en una época de política convulsa. También habían sido agitados los primeros tiempos de su estancia en Mataró, con la violencia del pistolerismo y del sindicalismo anarquista. Después vendría una primera quema de conventos en España, con el intento de prender fuego a su parroquia, la prohibición de manifestaciones externas de fe, la reducción del hecho cristiano de la vida pública al ámbito privado de la propia conciencia de cada uno. Hay que recordar estas cosas, a aqellos cristianos que se lamentan por las dificultades actuales por las que pasan. ¿Y si hubieran vivido todo lo que vivió el doctor Samsó?

Ante tanta política religiosa anticlerical, mosén Samsó trabajaba con más empeño y con más imaginación en esas difíciles situaciónes. Cuando la República prohibió la enseñanza de la Religión en la escuela, el párroco de Santa María no se quedó inactivo. No bastaba lamentarse, había que reaccionar y lo hizo. Recurrió a su imaginación pastoral y surgió una nueva iniciativa.

Así, puso en marcha unos cursets de catecisme, que se daban, por supuesto, fuera de los centros escolares. Eran las mismas clases de Religión que no se podía impartir en las aulas. Contaba para ello con unos padres católicos muy esforzados. El éxito de los cursets fue enorme en todo Mataró. El doctor Samsó siguió animando y haciendo trabajar a sus catequistas y a los padres que habían salido de su catequesis ¿No les había formado el mismo Mossèn Samsó en el compromiso de ser apóstoles? Pues ahora el momento de llevar a la práctica lo aprendido, justo en aquellos momentos cambiantes. Intrépidos y abnegados los catequistas, ayudados por decididas madres catequistas, iban a buscar los niños a la salida de la escuela y los acompañaban a los respectivos centros previamente asignados.

 

Se preparaba para el martirio

Josep Samsó se preparaba para el holocausto de su vida, lo presentía: «Cada día en la oración me preparo para el martirio». Así se expresaba el pastor que había de ser víctima. Quería ser como su Maestro: «El martirio, iqué suerte tan grande! Esto es lo que me gustaría, ipoder ser mártir!». En el cementerio de Mataró, justamente donde ofrecería su vida, al terminar el víacrucis de 1934, dijo ante la multitud: «Días de terribles persecuciones amenazan a la Iglesia y a sus fieles. No desmayéis. Cristo crucificado será nuestro defensor». Jesucristo le ayudó a recibir gallardamente la palma del martirio.

Le delató una mujer en la estación del tren de Mataró. Una mujer que reparaba paraguas y afilaba cuchillos. El párroco de Santa María la había socorrido en alguna ocasión. También uno de los que formaban el piquete de ejecución, uno que arreglaba sillas, había recibido caridad del párroco. Otro, del piquete, era el Jorobado, a la familia del cual el sacerdote Samsó había ayudado defendiéndola de las arbitrariedades de su jefe. Conocemos sus nombres, sus domicilios.... Sin embargo, uno no deja de preguntarse: ¿cómo permite el Señor que sus mejores amigos caigan en las brutales manos de aquellos que están llenos de odio? Pero es así como el justo es exaltado, en la humillación más grande, igual que la del mismo Señor Jesucristo.

Le condujeron al cementerio de Mataró unas semanas después de su detención. El pelotón de ejecución estaba preparado. El doctor Samsó perdonó de todo corazón a cada uno de los que lo componían. Entre ellos, estaba aquel gitano sillero que había experimentado la caridad del sacerdote, ahora apuntando con su arma. «iTú, también!», exclamó la víctima. Mosén Samsó los abrazó a todos: «Abrazadme que yo os perdono». Uno del piquete no se dejó abrazar, dando un paso atrás, más tarde, diría: «Si llego a abrazarlo, no habría sido capaz de matarle». El párroco, como buen pastor, volvió su mirada sobre Mataró. «Yo no soy un criminal. Quiero mirar de frente a Mataró.» Y se negó a que le taparan los ojos. Eran las once y media de la mañana de un sereno día de verano. Uno de setiembre.

Tres horas más tarde, la banda municipal ante el Ayuntamiento hizo sonar «La Internacional». Los milicianos ejecutores marchaban con la columna Malatesta. Alguien desde el balcón gritó: «Esta mañana se ha comenzado a hacer justicia fusilando de cara al ex rector de Santa María». El famoso dirigente de la CNT Joan Peiró –que formó parte del comité antifascista de Mataró–, cuyo hijo, por cierto, había provocado un incendio en la parroquia y había vejado al doctor Samsó, sin que éste permitiera denunciarlo, al tener noticia, aquel primero de septiembre, de que el siervo de Dios había sido asesinado, gritó: «iAsí no puede triunfar un movimiento revolucionario! Esto no es una revolución, ies un conjunto de asesinatos!». Sin embargo, apenas cuatro días después de haber pronunciado estas palabras, Peiró hacía imprimir en la revista cenetista Llibertat: "La destrucción de la Iglesia es un hecho de justicia" y en su libro Peligro en la retaguardia escribe: «matar a Dios, si existiera, en la llamarada de la Revolución, es una medida muy natural y humana».

Ahora se habla de memoria histórica. Todos tienen derecho a conocer la verdad y a honrar a sus muertos caídos en aquella guerra fratricida. La historia bien hecha y tan desapasionada como se pueda nos irá ayudando. A la verdad, no se le ha de tener miedo, ni a la autocrítica, tampoco. Que ni las presiones del momento ni los complejos esterilizadores nos hagan ser traidores a la memoria de nuestros mártires ni olvidar tampoco la causa de su martirio.

Pero, por encima de todo, los mártires deben ser para los cristianos y para los hombres y mujeres de buena voluntad signos de amor, de perdón y de reconciliación. La beatificación de Josep Samsó es, sin duda, una gran oportunidad para hacer oír este mensaje.

Los obispos de la Provincia Eclesiástica de Barcelona exhortan, además, a renovar nuestra vocación a la evangelización teniendo nuestra mirada puesta en el modelo del doctor Samsó: «La beatificación de este sacerdote tan ejemplar es una bendición de Dios y ofrece un nuevo impulso para la tarea de evangelización a la que, a pesar de las difíciles circunstancias presentes, estamos llamados a realizar como cristianos y como miembros de la Iglesia. Y más aún si participamos del sacerdocio ministerial» (Beatificación del doctor Samsó i Elias, presbítero y mártir de Santa María de Mataró. Carta de los obispos de la Provincia Eclesiástica de Barcelona. Barcelona, 22 de noviembre de 2009).

Ramon Corts i Blay

Párroco de la Parroquia

de la Purísima Concepción de Barcelona

  • 13 julio 2010
  • Ramon Corts i Blay
  • Número 35

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