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Los grandes desafíos a los fieles laicos: unas notas

¿Cuáles son los grandes desafíos que el laico cristiano tiene que afrontar hoy en nuestro contexto social? La respuesta entraña necesariamente una doble vertiente: una, la que afecta a nuestra fe vivida en el seno de la Iglesia y las condiciones en que se ejerce; la otra, la que atañe a las circunstancias que regulan el desarrollo de nuestra vida civil en image-052df7da56d0c9f7e141983ebf6c64b5el seno de la sociedad. Las dos vertientes para un católico son inseparables, no a causa de un ejercicio intelectual, sino como hecho vital.

Comienzo respondiendo con una afirmación: en el contexto occidental, europeo y americano, vivimos una guerra cultural que tiene un objetivo: derrotar al cristianismo y, de manera específica, su mayor y fuerte institución, la Iglesia Católica. Abatirla o hacer que se rinda, colonizarla mediante la cultura de la desvinculación. Esta guerra tiene una intensidad y unos resultados variables en función de situaciones locales. Es del todo evidente que la situación polaca, irlandesa, incluso italiana, están muy lejos de la que vivimos en Cataluña, en España. Por lo tanto, el diagnóstico tiene variables de grado e intensidad, pero estructuralmente es generalizable en todas partes. La guerra está ahí, y afecta a las iglesias locales y, al mismo tiempo, a toda la Iglesia de Occidente, con lo que ello comporta. Se patentiza la confrontación entre dos sistemas de valores. Uno de ellos surge del proceso histórico desarrollado por el cristianismo, y tiene en este hecho religioso, y en la Iglesia que lo expresa, un componente esencial. Este sistema se extiende más allá de la fe individual. Informa leyes, conductas, maneras de entender las instituciones socialmente necesarias e imprescindibles. Construye marcos referenciales, pero que dependen de la vitalidad del hecho religioso para mantenerse y no acabar convertidos en un resto fosilizado y sin sentido, como equivalente al totem y al tabú de la sociedad Polinesia contemporánea.

 
La causa de la guerra cultural: la concepción desvinculada

La guerra existe, porque el pensamiento hegemónico políticamente correcto tiene en la Iglesia el único adversario que frena su pretensión de predominio. La Iglesia es, en términos de Gramsci, el único gran intelectual orgánico que presenta un sistema más veraz, que capta y transmite mejor la realidad. Este último hecho implica que la confrontación cultural necesite, por parte de los que hacen la "guerra" a la Iglesia, recurrir a la manipulación y al totalitarismo.Lo que ahora se enfrenta al cristianismo podemos calificarlo de cultura de la desvinculación basada en el deseo, que considera su anhelante satisfacción como la única forma de autenticidad y, por tanto, de realización personal. Para comprender la génesis y el alcance de esta cultura, Charles Taylor y Alasdair MacIntire son imprescindibles. La satisfacción del deseo y de sus pulsiones transformado en hiperbien exige que cualquier compromiso personal, cualquier vínculo normativo con la tradición, las leyes y las instituciones haya de someterse o ser destruido. Esta nueva cultura engendra un nuevo individuo que conocemos lo suficientemente bien en sus manifestaciones cotidianas: hiperindividualista, hedonista, narcisista, materialista, marcado por la emotividad, ajeno a todo compromiso objetivo. Y además, irreligioso o, como mucho, partidario de una religiosidad difusa y confusa (y este ramal entroncaría con la New Age). Es el reinado de los derechos sin obligaciones, de la afirmación reiterativa de los valores –así, en abstracto– y, al mismo tiempo, del menosprecio absoluto de las virtudes.


Las grandes rupturas de nuestro tiempo

De esta concepción surgen las grandes rupturas históricas de nuestro tiempo que nos interpelan en nuestra condición de ciudadanos y cristianos:

La primera es la descalificación de la tradición y, por tanto, la proclamación de su ineptitud para transmitir un legado recibido. Es la eclosión desacomplejada del adanismo y, con ello, de la ignorancia, del menosprecio de la razón. En consecuencia, la disolución de nuestra tradición cultural. La profunda crisis de la enseñanza es una de sus peligrosas manifestaciones.

La cultura de la desvinculación necesita el laicismo, la exclusión religiosa para existir, y ello por un motivo básico. La religión, como bien explica Vaclav Belohradsky en La Vida como problema político, es factor determinante en la formación del sentido del compromiso; es lo único que tiene capacidad general para crear la conciencia de la necesidad del vínculo. Ésta es la razón por la cual no ha perdurado nunca ninguna sociedad irreligiosa. Simplemente, porque esta condición es incompatible con la genuina naturaleza de la sociedad, incluso cuando se excluye la libertad y sólo permanece el control. Ésta es la segunda gran ruptura.

La de naturaleza moral es la tercera ruptura, que surge del menosprecio por la verdad objetiva y, por lo tanto, del interés por su búsqueda. De aquí emerge el relativismo y el utilitarismo. La consecuencia es que, como la verdad no impera, el bien se convierte en algo difuso y borroso.

Las anteriores, dan lugar a la ruptura cultural. La vanguardia sin canon, la creatividad cultural reducida a un ejercicio de transgresión que se enaltece en la cultura-porquería.

En la economía, la ruptura se manifiesta en la supresión del sentido de responsabilidad: las consecuencias de los propios actos son irrelevantes y el único fin económico es el lucro personal. No hay vínculos personales, societarios y normativos que puedan limitarlo. La crisis actual es una patente ilustración de sus efectos.

La ruptura del equilibrio con el medio natural, que tiene muchas manifestaciones y constituye, además, un exponente de la falta de solidaridad intergeneracional. El análisis –por otra parte, en gran manera, inédito– de cómo la cultura desvinculada impide la reconstrucción del necesario equilibrio en la fase actual de desarrollo, debería ser por parte de los cristianos laicos y de la propia Iglesia una tarea que realizar de manera mucho más consciente y responsable. La encíclica Veritatis Splendor proporciona una pauta de reflexión, también en este aspecto, del todo necesaria.

 

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Dos rupturas adicionales resultan extremadamente graves y, lo que es peor, no son mayoritariamente percibidas en toda su importancia, a pesar de que, si se consolidasen, su naturaleza las dota de una inercia tan grande que las hace difícilmente reversibles. Constituyen, en este sentido, un cambio de paradigma de civilización en una dirección ignota. Se trata de:

La otra gran ruptura es la antropológica, recién iniciada. Significa el último paso de la desvinculación, la de su base y la de sus determinaciones biológicas. Es la más peligrosa a largo plazo, surgida de la combinación del afán de lucro, del mercado, de la idea de que todo lo que es posible hacer es legítimo hacerlo, del cientificismo como categoría mental con la pretensión de situar la ciencia, que trata de los medios, en el ámbito de los fines, construyendo así una nueva filosofía y una extravagante ética (de la cual muchos de los observatorios bioéticos son evidente ejemplo).

La ruptura de las instituciones insustituibles socialmente valiosas y que son ineludibles para que pueda existir la sociedad en su verdadero sentido. Se trata del matrimonio, la maternidad, la paternidad y la filiación, en el orden de las instituciones fundamentales, las de primer nivel; de la enseñanza, la producción económica y las confesiones religiosas, en un segundo nivel; y del conjunto del mundo asociativo non profit en el ámbito mes periférico del entramado de instituciones que configuran la sociedad civil.

 

Notas incompletas sobre la respuesta

Un componente primordial de la respuesta es la necesidad de recuperar las fuentes de nuestra tradición cultural. Y la lucha cívica, cultural, social y política para recuperar la vida como bien constitutivo inalienable y la verdad como valor del que dependen todos los valores, ya que sin la verdad es imposible distinguir un valor de su contrario y su propia jerarquía. Es ineludible que trabajemos para conseguir que la sociedad y la política centren su foco de atención en el debate sobre la búsqueda y construcción del bien común, que poco tiene que ver con el interés general y que no tiene que coincidir siempre con el interés del Estado. De aquí que la sociedad y la política deban tratar sobre el significado de la vida buena y de la forma de alcanzarla. Este objetivo comporta otro: el reconocimiento de que la democracia y el estado de derecho dependen de disposiciones morales que son previas al mismo Estado y surgen de fuentes profundas y ancestrales. La religión es la más relevante y decisiva.

Hace falta hoy un proyecto cultural de doble vertiente también. Una, que muestre a la sociedad la alternativa conceptual a la cultura de la desvinculación, fundamentada en la razón, en la lógica implícita de la ley natural y en una clara dimensión sensible. Hay que construir discursos capaces de ser esta alternativa inteligible para la persona de hoy. Una cultura constructora de marcos referenciales para las personas. Y la segunda vertiente: la dimensión religiosa específica, el proyecto cultural cristiano dirigido a mostrar la belleza del cristianismo.

Y junto con el proyecto cultural, la necesidad de intervenir en política, porque es en las instituciones de esta índole donde se elaboran las leyes y se decide cómo emplear los recursos. La política difícilmente saldrá bien sin proyecto cultural, pero éste no acabará de alcanzar la plenitud de su capacidad transformadora si no tiene una traducción política suficientemente integral.

Y, por encima de todo, la vida de fe. Primeramente vivida, rezada y meditada, nutrida de la fuerza de los sacramentos. Una fe educadora para el discernimiento cultural, una de las grandes carencias de los laicos –pero no únicamente de ellos– en nuestra sociedad. Y también, sentido de pertenencia a la Iglesia y a su misión; un ámbito concreto y privilegiado, por voluntad de Jesucristo, para desarrollar la fe como persona y como comunidad, como pueblo de Dios al servicio de la Alianza.

Josep Miró i Ardèvol

Presidente de e-cristians
Miembro del Pontificio Consejo para los Laicos
Director del Centro de Estudios
del Capital Social (Incas). Universidad Abad Oliba

  • 09 julio 2010
  • Josep Miró i Ardèvol
  • Número 35

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