Archivo > Número 34

Viaje apostólico de Benedicto XVI a la República checa

En el corazón de Europa

La visita que Benedicto XVI emprendió a la República checa del 26 al 28 de septiembre de 2009 le iba a permitir mostrar en el centro de Europa la vitalidad del cristianismo, anunciaba el portavoz vaticano. Federico Lombardi explicaba que el Papa iba «al corazón de Europa, a un país de antigua y gran tradición cultural al que el cristianismo ha dado una image-ad332a78dd201aebea951db39d84763ccontribución esencial; un país que recuerda en estos días el vigésimo aniversario del final del régimen comunista y del renacer pacífico de la democracia; un país en el que la secularización está tan difundida que la práctica religiosa ha quedado reducida a una minoría».[1]

Se cumplían veinte años de la caída del Muro de Berlín. La frase paulina «El amor de Cristo es nuestra fuerza» (Laska Kristova je nasi silou, en lengua checa) era el lema escogido para el viaje, breve –tres días– pero intenso. El Papa pronunció once discursos, dirigidos a todos los públicos: políticos, eclesiásticos, pueblo fiel, jóvenes, intelectuales y comunidades ecuménicas. Tres eran los ejes, las claves de esta nueva visita apostólica. En primer lugar, recordar las raíces cristianas de Europa y su necesidad para alcanzar el bienestar y progreso verdaderos. En segundo lugar, conmemorar los veinte años de la caída del Muro de Berlín y con él del Telón de Acero (en Chequia, la llamada «revolución de terciopelo», que desalojó pacíficamente del poder a los comunistas e instauró la democracia). Y, por fin, en tercer lugar, la apremiante dimensión evangelizadora de la visita papal ante la creciente secularización y paganización en República checa. Apenas un tercio de la población es católica y los índices de práctica religiosa son muy bajos y decrecientes.[2]

 

Chequia, ¿un país ateo?

La historia cristiana de las tierras de Bohemia y Moravia –las dos regiones de la actual República checa–, regadas por el río Moldova, encuentra en san Cirilo y en san Metodio a sus primeros evangelizadores. El cristianismo llegó a tierras checas a finales del siglo IX. Después el cristianismo fue recibido de modo oficial por el príncipe Borivoj y su mujer Luzmila. Mandaron entonces los soberanos construir las primeras iglesias. Empezaron a llegar a Moravia y a Bohemia las primeras órdenes de monjes que fundaron los monasterios como centros de educación y cultura. Prueba de esta cultura religiosa y cristiana es el patrimonio artístico del país. Santos checos son la mencionada duquesa de Bohemia y mártir Ludmila (860-921), su nieto san Wenceslao, duque de Bohemia y mártir (907-935), el obispo de Praga y mártir Adalberto (956-999) y san Juan Nepomuceno (1811-1860), confesor de la reina, asesinado por un rey celoso que pretendía que el sacerdote violara el secreto de confesión. Hay también dos beatas, ambas religiosas martirizadas durante la Segunda Guerra Mundial por el nazismo y beatificadas por el Papa Juan Pablo II: María Antonia Kratrochwil (1881-1942) y María Restituta Kafka (1894-1943). Seis de los diez son mártires, y la mitad, laicos. La Iglesia checa fue clandestina durante la dominación comunista tras la guerra. Resulta significativo que el actual arzobispo de Praga, cardenal Vlk, hubo de compatibilizar su clandestino ministerio sacerdotal con el oficio de limpiacristales.

Otra característica local es la exaltación –también por razones nacionalistas– llevada a cabo desde siglos de la figura del reformador bohemio Juan Hus (1370-1415), teólogo heterodoxo y uno de los precursores de la reforma luterana, condenado por la Inquisición a la pena capital durante el concilio de Constanza. Juan Pablo II, quien visitó República checa en 1990, 1995 y 1997, pidió perdón por su muerte. Los checos levantaron en la vieja Praga un espectacular monumento de Hus. Sus seguidores, llamados husitas o taboritas, todavía constituyen el 1,2% de la población checa. Los actuales retos en este país son vencer la mentalidad de ghetto todavía existente entre los católicos checos, después de tantas décadas de persecución ideológica y física. Esta mentalidad se ha traducido en una actitud marcada por un cierto cinismo y secularismo, y por la irrelevancia social y pública de la Iglesia y los católicos. Las expectativas de vuelta a la Iglesia tras la caída del Muro de Berlín se volatilizaron muy pronto. Si en 1997 los católicos eran el 39% de los checos, a día de hoy son el 31,1%: tres millones trescientas mil personas. La piedad popular, con sus peregrinaciones, santuarios y liturgia, es quizás a cambio una de las referencias más esperanzadoras y positivas de la actual Iglesia checa. Muy significativo resultaba al respecto que Benedicto XVI comenzara su visita al país con una peregrinación a la popular iglesia del Niño Jesús de Praga, regida por los carmelitas en pleno centro histórico de la capital.

Durante el comunismo, la fe se había conservado en el campo, pero desapareció de las ciudades. Por el hecho de ser católico, no se tenía la posibilidad de acceder a un buen empleo o de viajar (ni siquiera a otros países comunistas), o bien sus hijos no podían acceder a la universidad, etc. Frente al intento del Estado comunista de controlar la Iglesia católica, creando una especie de Iglesia oficial, empezó a funcionar una Iglesia subterránea y clandestina. A esta pertenecían gentes que, por su profesión, causas familiares y otras razones, no podían mostrar externamente su fe. Por desgracia situaciones extremas producen medios extremos. La Iglesia clandestina utilizaba todos los medios posibles para salvar la fe en el país, incluso ordenando sacerdotes sin permiso, haciendo cambios en la liturgia, etc. El cardenal Ratzinger fue quien se encargó de subsanar en su día estos errores después de la caída del comunismo[3]. En la actualidad, Chequia es considerado uno de los países más ateos del mundo: los bienes eclesiásticos expropiados por el comunismo no han sido nunca devueltos, no existen todavía relaciones oficiales con la Iglesia católica, el aborto es fácil y barato, los matrimonios gays son legales desde 2006 y, en esos momentos, se discutía una ley sobre la eutanasia.[4]

El Papa iba sin embargo bien pertrechado de esperanza. «La República checa –dijo unos días antes– se encuentra geográfica e históricamente en el corazón de Europa, y tras los dramas del siglo pasado, tiene necesidad, al igual que todo el continente, de volver a encontrar las razones de la fe y de la esperanza.»[5] Era cierto que atrás quedaban los días –decía Restán– en que los jóvenes de Praga subían la colina para alcanzar la imponente catedral de San Vito y reclamar con cantos la presencia del anciano cardenal Tomasek, el roble de Bohemia. Después del entusiasmo ha llegado el cansancio y tras el heroísmo, la mediocridad. El virus del relativismo ha mutado y es ahora más fuerte que nunca. El enemigo ya no es la ideología totalitaria, sino que se expande por todas partes, como si fuera el mismo aire que se respira. El propio arzobispo de Praga, Miroslav Vlk, reconocía en una entrevista que para la Iglesia ahora es más difícil identificar al adversario, y también la tarea que tiene encomendada. «Hace veinte años los jóvenes desconocían su tradición cristiana, pero miraban a la Iglesia como un faro de esperanza. Ahora la nueva generación está embebida de los mitos del consumismo y del placer a bajo costo, se alimenta de series televisivas disolventes y oscila entre el desprecio y el rencor hacia la fe que forjó la historia de la nación».[6]

Dada la crisis política y económica del momento, y el relativamente pequeño número de católicos practicantes, la visita del Papa no era considerada en el país como un evento demasiado importante. Otra razón de la evidente frialdad podía ser también el proverbial temperamento de los checos. Ahí no es habitual gritar, corear o cantar durante las visitas del Papa. No se ponen image-b440a79dd0a1cfcf08dd01f8b081e6fbpancartas ni carteles por las calles, ni banderas vaticanas. El ambiente era pues, en general, indiferente. Para mucha gente el Papa es un gobernante extranjero más, aunque su país sea peculiar. Y los medios de comunicación solo daban breves noticias de la visita. Pero sí que existía mucha expectación entre los católicos, quienes se preguntaban sobre cuál iba a ser el mensaje del santo Padre. El presidente de la Conferencia episcopal, Jan Graubner, había dicho que la visita de Benedicto XVI «es para nosotros un estímulo de nuestra fe [...]. Para nuestra país es un honor, porque este Papa, como se sabe, no hace tantos viajes como Juan Pablo II».[7] Por tanto, Benedicto XVI comenzó su viaje apostólico lanzando un llamamiento a sus habitantes a redescubrir sus raíces cristianas. «Yo diría –añadía en el vuelo, preguntado por los periodistas– que normalmente las minorías creativas determinan el futuro y, en este sentido, la Iglesia católica debe comprenderse como minoría creativa que tiene una herencia de valores que no son algo del pasado, sino una realidad muy viva y actual», aseguró el Papa alemán. «La Iglesia debe estar presente en el debate público, en nuestra lucha por un auténtico concepto de libertad y de paz», añadió.[8]

 

Un clima frío

«Minorías creativas» era la palabra clave en un país como Chequia. En la ceremonia de bienvenida, en el aeropuerto internacional de Stará Ruzyne de Praga, tras las palabras del presidente checo Václav Klaus, el Papa fue acogido por una pareja de jóvenes que le entregó los regalos típicos de la cultura de esta nación: pan, sal y tierra. «Esto me recuerda –comentó el Papa– lo profundamente que está impregnada la cultura checa por el cristianismo, desde el momento en que estos elementos del pan y de la sal tienen un significado particular en las imágenes del Nuevo Testamento». Sal, luz, levadura; pan y vino: son elementos de los que Jesús se sirvió. Tras esta alusión cortés y evangélica, Benedicto fue al núcleo del problema que le había llevado a tierras checas: «No se debe subestimar el peso de cuarenta años de represión política. Una particular tragedia para esta tierra fue el intento despiadado, por parte del gobierno de aquel tiempo, de acallar la voz de la Iglesia. En el curso de vuestra historia, desde la época de san Wenceslao, de santa Ludmilla y de san Adalberto hasta san Juan Nepomuceno, hubo mártires valerosos, cuya fidelidad a Cristo se ha hecho sentir con voz clara y más elocuente que la de sus asesinos».[9]

Los santos han sido los mejores difusores del evangelio. Teniendo en cuenta que ahora ha sido recuperada la libertad religiosa, Benedicto XVI hacía un llamamiento a todos los ciudadanos de la República checa para que volvieran a descubrir las tradiciones cristianas que han plasmado su cultura[10]: «Y es verdad también que sus raíces cristianas han favorecido el crecimiento de un considerable espíritu de perdón, de reconciliación y de colaboración, que ha permitido a la gente de estas tierras ser capaz de encontrar la libertad e inaugurar una nueva era, una nueva síntesis, una renovada esperanza. ¿No es precisamente de este espíritu del que la Europa de hoy tiene necesidad? Europa es más que un continente. iEs una casa! Y la libertad encuentra su significado más profundo en el ser una patria espiritual».[11] Esta encendida declaración de cristianismo y europeísmo al mismo tiempo, venía a recordar que el viejo continente debe gran parte de su grandeza al cristianismo, tal como ocurre también en otros muchos lugares y continentes.

Después, el Pontífice alemán quiso que su primera visita durante su peregrinación por la capital fuera la iglesia de Santa María de la Victoria, donde se venera la imagen del Niño Jesús, conocida en todo el mundo como el «Niño Jesús de Praga». Tras ser acogido por algunas familias con niños pequeños, el Papa señaló la importancia de la familia para la sociedad humana en la República checa y en todo el mundo. Los niños y la familia son el futuro. «Oremos por las familias en dificultad, probadas por la enfermedad y el dolor, por las que están en crisis, desunidas o laceradas por la discordia y la infidelidad». Tras esto concluyó con una oración al Niño Jesús de Praga: «Concédenos que nunca olvidemos a los pobres y a todos aquellos que sufren./ Protege a nuestras familias./ Bendice a todos los niños del mundo, haz que reine siempre entre nosotros el amor que Tú nos has brindado y que hace la vida más feliz. [...] Tú eres Dios y vives y reinas con Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén».[12]

Más adelante se dirigió a sus más estrechos colaboradores. Ante sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, Benedicto XVI recordó a los mártires y educadores en la fe de tiempos pasados. «El heroísmo de los testigos de la fe recuerda que sólo del conocimiento personal y del lazo profundo con Cristo es posible conseguir la energía espiritual necesaria para realizar en plenitud la vocación cristiana. [...] Queridos hermanos y hermanas, imiten al divino Maestro que “no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate de todos” (Mc 10,45). El amor resplandezca en cada parroquia y comunidad, en las diversas asociaciones y movimientos. [...] Que la actividad pastoral de ustedes abrace con particular celo el campo de la educación de las nuevas generaciones. [...] iCristo es para todos! Deseo de corazón que haya un creciente entendimiento con las demás instituciones, sean de carácter público o privado. La Iglesia –siempre es útil repetirlo– no pide privilegios, sino sólo el poder obrar libremente al servicio de todos y con espíritu evangélico».[13]

Benedicto XVI dio también ese domingo un fuerte impulso a la unidad de los cristianos, separados en diferentes confesiones. Está convencido de que su unión mostrará con más evidencia a Europa sus propias raíces. Fue esta la consigna que el Papa alemán dejó a los representantes de las iglesias cristianas presentes en la República checa, con quienes se reunió en la Sala del Trono del arzobispado de Praga. Según el Papa la unidad de los cristianos es necesaria para que Europa redescubra sus raíces, «no porque se hayan descompuesto», advirtió. «iAl contrario! Siguen –de manera discreta pero al mismo tiempo fecunda– ofreciendo al continente el apoyo espiritual y moral que permite establecer un diálogo significativo con personas de otras culturas y religiones». De hecho, el Papa reconoció que en estos momentos surgen en Europa «nuevos intentos orientados a marginar la influencia del cristianismo en la vida pública, en ocasiones con el pretexto de que sus enseñanzas son dañinas para el bienestar de la sociedad». Reconoció que «este fenómeno nos pide que nos detengamos a reflexionar». «El cristianismo puede ofrecer mucho a nivel práctico y moral, porque el evangelio siempre impulsa a hombres y mujeres a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas. Pocos podrían contradecir esto».[14]

Benedicto XVI aseguró también que el cristianismo es una fe que estimula el diálogo intercultural e interreligioso. El Pontífice, en su segundo día de visita en Praga, había defendido una vez más las raíces cristianas europeas y asegurado, en el Salón de Vladislav del Castillo de Praga, que son precisamente éstas «las que proporcionan al Viejo Continente el apoyo espiritual y moral que permite establecer un diálogo significativo con personas de otras culturas y religiones». Y añadió: «El Evangelio no es una ideología, no pretende constreñir dentro de esquemas rígidos las realidades sociopolíticas cambiantes». Ratzinger expresó esta reflexión durante el encuentro que por la tarde mantuvo con representantes protestantes y judíos, en la segunda jornada de su viaje a la República checa. El Papa destacó durante su alocución el compromiso de los cristianos con el diálogo para «abrir nuevas vías hacia la comprensión recíproca y la colaboración en vista de la paz y el progreso del bien común». Y, en ese sentido, criticó los «intentos dirigidos a hacer marginal la influencia del cristianismo en la vida pública, con el pretexto de que sus enseñanzas son dañinas para el bienestar de la sociedad».[15]

Tras esto fue –como buen profesor– al fondo del problema. «La libertad que está en la base del ejercicio de la razón tiene un objetivo preciso: se dirige a la búsqueda de la verdad –recordó–, y como tal expresa una dimensión propia del cristianismo, que no sin motivo ha llevado al nacimiento de la universidad». De hecho, el servicio de los estudiosos a la verdad «es indispensable para el bienestar de cualquier nación». En 1989, el mundo fue dramáticamente testigo «de la caída de una ideología totalitaria y del triunfo del espíritu humano». Esto demuestra que «el anhelo por la libertad y la verdad es parte inalienable de nuestra humanidad común»: «jamás se puede eliminar», y si se niega «se pone en peligro a la humanidad misma». Así, al insistir en el riesgo de «separar la razón de la búsqueda de la verdad», el Papa profundizó ante los representantes del mundo académico: «¿no es tal vez cierto, por otro lado, que frecuentemente hoy en el mundo el ejercicio de la razón y la investigación académica se ven obligados –de manera sutil y a veces ni siquiera tan sutil– a plegarse a las presiones de grupos de interés ideológicos y al reclamo de objetivos utilitaristas a corto plazo o sólo pragmáticos?». La ciencia acaba de este modo convertida en política, denunciaba el Papa.

image-9171754a463f6efb66a2b6942cc07223

Desde la perspectiva de una visión humanista de la misión de la universidad, Benedicto XVI aludió a la preocupación de superar «la fractura entre ciencia y religión», promoviendo «una comprensión más plena de la relación entre fe y razón, entendidas como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad». El discurso que el Pontífice dirigió al mundo académico se convirtió en un análisis de los efectos de ese rechazo de Dios que acaba convirtiéndose en una forma de fundamentalismo. «Quienes se proponen esta exclusión positivista de lo divino y de la universalidad de la razón no sólo niegan una de las convicciones más profundas de los creyentes, sino que además acaban oponiéndose al diálogo de las culturas que ellos mismos proponen». Volvió así a desarrollar uno de sus temas favoritos: la relación entre razón y religión. «Una comprensión de la razón cerrada a lo divino –insistió–, que relega las religiones en el ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en ese diálogo de las culturas del que tiene una necesidad urgente nuestro mundo». El Papa se había presentado antes a la nutrida platea de profesores, docentes y estudiantes de las universidades allí congregada como «un profesor, atento al derecho de la libertad académica y a la responsabilidad ante el uso auténtico de la razón».[16]

 

«iCristo es la fuerza!»

Después se desplazó a unos treinta kilómetros de la capital. Ese lunes 28 de septiembre, Benedicto XVI afirmó que la sociedad necesita hoy personas «coherentes y con temor de Dios». Lo dijo en la homilía en la misa de la fiesta de san Wenceslao, patrón de la nación checa, celebrada en la explanada de la ciudad de Stará Boleslav, ante cuarenta y cinco mil personas, entre ellas el presidente del país –a quien el Papa felicitó por su santo– y un nutrido grupo de jóvenes. Stará Boleslav es el lugar donde san Wenceslao, soberano de los checos, murió mártir a manos de su hermano Boleslao, en el año 935. Y continuó: «Esto es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que empuja a cumplir el propio deber con fidelidad y valentía, mirando no el propio interés egoísta, sino el bien común, y buscando en todo momento la voluntad divina». Todos los bautizados están llamados a ser santos, recordaba de un modo decidido y casi revolucionario. Por el contrario, el ateísmo tenía un precio caro. «Quien niega a Dios y, en consecuencia, no respeta al hombre, parece tener la vida fácil y conseguir un éxito material. Pero basta rascar la superficie para constatar que, en estas personas, hay tristeza e insatisfacción», aseguró.[17]

Benedicto XVI pidió también ante esa multitud tomar en serio la aspiración a la felicidad que existe en los jóvenes y no dejar que sea utilizada por la sociedad de consumo. «Queridos amigos –les decía–, no es difícil constatar que en todo joven hay una aspiración a la felicidad, quizás mezclada con un sentimiento de inquietud; una aspiración que, sin embargo, a menudo la actual sociedad de consumo aprovecha de forma falsa y alienante». El consumismo deja ese vacío y tedio, quizá no menor al que había dejado el comunismo. Y añadió: «Es necesario en cambio valorar seriamente el anhelo de felicidad, que exige una respuesta verdadera y exhaustiva». Muchos de aquellos jóvenes habían peregrinado hasta la explanada del lugar del martirio de san Wenceslao, y habían dormido en tiendas de campaña. En nombre de ellos, un joven transmitió al santo Padre su voluntad de transformar la doctrina en acción, y le regaló un libro de fotos con actividades de las diócesis y un donativo para los jóvenes africanos.

Benedicto XVI les agradeció sus palabras, sus regalos y su presencia y les dijo: «me hace sentir el entusiasmo y la generosidad que son propios de la juventud». «iCon vosotros el Papa se siente joven!», exclamó.[18] «A vuestra edad –concluía– se toman las primeras grandes decisiones que orientan la vida hacia el bien o hacia el mal», les dijo con gran claridad. «Queridos jóvenes –continuó–, [...] Jesús os renueva constantemente la invitación a ser sus discípulos y sus testigos. A muchos de vosotros os llama al matrimonio y la preparación a este sacramento constituye un verdadero camino vocacional. [...] Si después el Señor os llama a seguirle en el sacerdocio ministerial o en la vida consagrada, no dudéis en responder a su invitación. [...] La Iglesia, también en este país, necesita numerosos y santos sacerdotes y personas totalmente consagradas al servicio de Cristo, esperanza del mundo. iLa esperanza! Esta palabra, sobre la que vuelvo a menudo, se conjuga precisamente con la juventud. iVosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia! [...] Muchos más podréis venir a Madrid en agosto de 2011. Os invito desde ahora a esta gran reunión de los jóvenes con Cristo en la Iglesia».[19]

Acto seguido, Benedicto XVI presidió el acto religioso más numeroso en la historia de la República checa, al congregar aquel domingo a ciento cincuenta mil peregrinos en la misa que presidió en la explanada que se encuentra junto al aeropuerto de Brno, capital de Moravia. Todo un éxito en un país donde seis de cada diez personas se declaran ateas, y donde sólo el 5% de los católicos son practicantes.[20] Frente a un progreso ambiguo –recordó aquí–, capaz de todo lo bueno y todo lo malo, Benedicto XVI apeló a la única fuente del progreso espiritual y material: «Nuestra firme esperanza es pues Cristo: en Él, Dios nos ha amado hasta el extremo y nos ha dado la vida en abundancia, esa vida que cada persona, algunas veces incluso sin llegar a saberlo, anhela poseer». Además de los peregrinos checos, escuchaban a Benedicto XVI fieles procedentes de países vecinos: Eslovaquia, Polonia, Alemania, Hungría y Austria. «Aquí, como en otros lugares, en los siglos pasados muchos han sufrido por mantenerse fieles al Evangelio y no han perdido la esperanza; muchos se han sacrificado para volver a dar dignidad al hombre y libertad a los pueblos, encontrando en la adhesión generosa a Cristo la fuerza para construir una nueva humanidad».[21]

El recuerdo y la esperanza fueron los protagonista de la homilía de Benedicto XVI. La asamblea allí reunida se encontraba en el corazón del antiguo santuario de María, virgen de Turany, cuya imagen –aquel día próxima al altar–, según la tradición, fue llevada al lugar por los santos eslavos Cirilo y Metodio en el siglo X. Es el marco en el que Benedicto XVI ha hecho resonar las palabras de Jesús, del evangelio del día: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Frente a los momentos absurdos y terribles de la historia, hay que «reconquistar constantemente la libertad para el bien». Por eso también la «palabra de salvación que resuena con fuerza también hoy» es «Cristo crucificado y resucitado, iesperanza de la humanidad!». «Muriendo en la cruz y resucitando de la muerte –siguió– nos ha liberado de la esclavitud del egoísmo y del mal, del pecado y de la muerte». Acogida con un silencio impresionante, aquellas palabras en italiano y checo continuaban del siguiente modo: «Jesús jamás abandona a sus amigos. Él asegura su ayuda, porque no es posible hacer anda sin Él; pero a la vez pide a cada uno que se comprometa personalmente para difundir su mensaje universal de amor y de paz». Y propuso para esta tarea el ejemplo de los santos Cirilo y Metodio (patrones principales de Moravia y evangelizadores de los pueblos eslavos), de los santos Pedro y Pablo, de santa Zdislava –madre de familia, rica en obras de misericordia–, de otros sacerdotes checos y de la beata Restituta Kafkova, una religiosa de Brno asesinada por los nazis.[22]

Después, Benedicto XVI rezó el ángelus a María, en el que recordó a Juan Pablo II, su predecesor. El Papa polaco había visitado los lugares ecuménicos –Velehrad y Svat´y Kopecek–, así como «en una peregrinación ideal a la montaña boscosa de Host´yn, donde se venera la Virgen como Protectora». Y es que «Moravia –sostenía– es tierra rica en santuarios marianos que multitudes de peregrinos vistan durante todo el año». «Que María mantenga viva la fe de todos vosotros –pidió al final–, la fe alimentada también por numerosas tradiciones populares que hunden sus raíces en el pasado, pero que justamente prestáis atención por conservarlas para que no desfallezca el calor de la convivencia familiar en los pueblos y en las ciudades».[23] En efecto, «a veces se constata, con cierta nostalgia, que el ritmo de la vida moderna tiende a suprimir algunas huellas de un pasado rico de fe. Es importante en cambio no perder de vista el ideal que las costumbres tradicionales expresaban, y sobre todo se debe mantener el patrimonio espiritual heredado de vuestros antepasados, para custodiarlo y hacer que responda a las exigencias de los tiempos presentes».[24]

image-47d90141da6dc7f17747fd6c1995aece

Llegó la despedida. Benedicto XVI invitó a su vez a todos los presentes, reunidos en el aeropuerto de Praga, a estar abiertos a la belleza. Citó allí a Kafka, el novelista de Praga: «Quien está abierto a la belleza, nunca envejece». Un siglo después –comentaba Restán– ha llegado a Praga un Papa anciano pero de extraña juventud para dialogar con sus miedos y esperanzas. Porque «si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad –decía el Papa–, entonces podremos verdaderamente esperar seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina».[25] En ese discurso de despedida, Benedicto XVI recordaba una vez más que «la Iglesia en este país ha sido verdaderamente bendecida con un extraordinario ejército de misioneros y de mártires, como también de santos contemplativos, entre los que quisiera recordar particularmente a santa Inés de Bohemia, cuya canonización, hace veinte años, fue mensajera de la liberación de este país de la opresión atea».[26] «Señor presidente –terminó–, queridos amigos: una vez más os expreso mi agradecimiento, prometiendo recordaros en mis oraciones y llevaros en mi corazón. iQue Dios bendiga a la República checa! iQue el Niño Jesús de Praga siga inspirando y guiando a María a todas las familias de la nación! iQue Dios os bendiga a todos!».[27]

«En una sociedad secular –resumía Allen esos días–, el Papa Benedicto ha intentado presentar el cristianismo como la mejor garantía de los valores que aprecian incluso los laicistas más convencidos: paz, tolerancia, diálogo y libertad. Para conseguirlo, el Papa parece creer que no puede empezar la conversación con los puntos más controvertidos, sino con la visión positiva que el cristianismo puede ofrecer».[28] El Papa había animado a los cristianos a ser «una minoría creativa», que sea capaz de cambiar la sociedad. «Son las minorías creativas las que construyen el futuro», dijo. El mensaje era así netamente claro y positivo: es lo que Allen llama «ortodoxia positiva»: firme y decidido en el mensaje, pero amable y animante en el modo de presentarlo. De esta manera, el Papa alemán se despidió de todos los checos con una sonrisa y una mirada puesta en el futuro. El «pastor alemán» decía adiós al «lobo invernal».[29] «Ha sido una verdadera peregrinación –resumía el mismo Papa– y, al mismo tiempo, una misión en el corazón de Europa [...] “El amor de Cristo es nuestra fuerza”: este ha sido el lema del viaje, una afirmación que hace eco de la fe de tantos testigos heroicos [...]. iSí, nuestra fuerza es el amor de Cristo!».[30]

Pablo Blanco Sarto

Universidad de Navarra

(pblanco@unav.es)

 


  [1] Cf. El Papa viaja al centro de Europa para mostrar la vitalidad del cristianismo, «Zenit» (13.9.2009).

 

  [2] Cf. Jesús de las Heras Muela, ¿A qué va Benedicto XVI a la República Checa?, «Ecclesia» (18.9.2009).

 

  [3] T. Vana, Visita de Benedicto XVI a la República Checa, «Aceprensa» (25.9.2009).

 

  [4] Cf. J.L. Allen, A great weekend for affirmative orthodoxy 'in´ Prague, «All Things Catholic» (28.9.2009).

 

  [5] Angelus (Ciudad del Vaticano, 20.9.2009).

 

  [6] J.L. Restán, Veinte años después, realismo y esperanza, «www.cope.es» (24.9.2009).

 

  [7] T. Vana, Visita de Benedicto XVI a la República Checa, «Aceprensa» (25.9.2009).

 

  [8] Palabras en el vuelo hacia Praga (27.9.2009).

 

  [9] Discurso en la ceremonia de bienvenida (Praga, 27.9.2009).

 

[10] Cf. «Europa no se entiende sin el cristianismo», defiende el Papa, «La Razón» (27.9.2009).

 

[11] Discurso en la ceremonia de bienvenida (Praga, 27.9.2009).

 

[12] Oración al Niño Jesús de Praga (27.9.2009).

 

[13] Palabras del Papa a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y movimientos, (Catedral de Praga, 27.9.2009).

 

[14] Encuentro ecuménico (Praga, 27.9.2009).

 

[15] Ratzinger: «El Evangelio no es una ideología», «El Mundo» (28.9.2009).

 

[16] Encuentro con el mundo académico, (Praga, 27.9.2009).

 

[17] Cf. El Papa pide católicos «creyentes y creíbles», «La Razón» (28.9.2009).

 

[18] Cf. P. Navas, El Papa pide a los jóvenes que tomen en serio su anhelo de felicidad, «Zenit» (28.9.2009).

 

[19] Mensaje del Papa a los jóvenes (Stará Boleslav, 28.9.2009).

 

[20] Ratzinger: «El Evangelio no es una ideología», «El Mundo» (28.9.2009).

 

[21] Cf. El mayor encuentro religioso de la historia de la República Checa, «Zenit» (27.9.2009).

 

[22] Homilía en la misa (Brno, 27.9.2009).

 

[23] Angelus (Brno, 27.9.2009).

 

[24] Ibid.

 

[25] J. L. Restán, El Papa cita a Havel y a Kafka, www.cope.es (1.10.2009).

 

[26] Discurso de despedida en el aeropuerto (Praga, 28.9.2009).

 

[27] Ibid.

 

[28] J.L. Allen, A great weekend for affirmative orthodoxy 'in´ Prague, «All Things Catholic» (28.9.2009).

 

[29] J.L. Allen, The German shepherd bids farewell to a 'wolf 'in´ winter', «All Things Catholic» (25.9.2009).

 

[30] Audiencia General (Roma, 30.9.2009).

  • 11 marzo 2010
  • Pablo Blanco Sarto
  • Número 34

Comparte esta entrada