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Laicismo práctico: ''Soy católico y voto aborto''

El 15 de noviembre de 2009, en el bloc “El cuaderno de Pepe Blanco” apareció un artículo con el título: ¿Derecho o pecado?[1] Su autor, José Blanco, vicesecretario primero del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) –el numero dos del partido– y ministro de Fomento, explicaba que aun siendo católico votaría a favor de la ley del aborto. Su artículo empezaba con una afirmación contundente: “Soy católico. Como tal, estoy dispuesto a creer que el aborto es un pecado. Pero antes soy ciudadano y demócrata. Y como tal, no estoy dispuesto a creer ni a admitir que el aborto tenga que ser un delito.” Su conclusión era clara: “Como diputado, voy a votar la ley del aborto, y a mucha honra”.

Algunos días después, José Bono, también socialista y presidente de las Cortes españolas, publicaba un artículo en El País[2], en el que se definía como “un político que quiere inspirar su vida en el Evangelio de Jesús” pero en image-0de1e9c984fc992efa7bba776f730d70lugar de rechazar un proyecto de ley que contempla el aborto libre hasta la semana 14 y ocho meses por motivos eugenésicos, y señalaba una única consecuencia: “aspiro a que también la nueva ley incluya una dimensión de comprensión y de misericordia.” Concluyendo: “iMujer, actúa en conciencia, esta ley no te condena!”

En el contexto de estos escritos estaba la inminente discusión en las Cortes españolas de las enmiendas a la totalidad del proyecto de la “Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y Salud Sexual Reproductiva”, más conocida por la “ley del aborto”. También hay que situar en este contexto unas declaraciones de Mons. Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid y secretario de la Conferencia Episcopal Española, el día 11 de noviembre, durante un desayuno informativo organizado por la Fundación San Pablo-CEU en el que habló de la responsabilidad de los diputados católicos con esta ley. El prelado afirmó que los católicos no pueden apoyar de ninguna manera el proyecto de ley del aborto. Tampoco pueden darle su voto, y, si lo hacen, “están objetivamente en pecado público y no pueden ser admitidos en la sagrada comunión”. El prelado precisó que esto no significa que queden excomulgados, ya que “la excomunión está prevista en el Código de Derecho Canónico para quienes son cooperadores directos de un aborto realizado”. Esto no es nuevo. Según el Código de Derecho Canónigo no se puede administrar la sagrada comunión cuando existe un manifiesto pecado grave en quien quiere recibirla[3]. Antes hay que arrepentirse y cambiar la situación de pecado público.

Los diputados citados, parece que se sintieron aludidos. En sus escritos tratan de justificar su posición de católicos que piensan votar a favor de la ley del aborto, al tiempo que critican a la jerarquía episcopal. La posición de estos influyentes personajes es una muestra de cómo el laicismo se puede hacer práctico, no ya en personas conocidas por su talante anticristiano, sino incluso en quienes dicen ser católicos.

Blanco y Bono, por desgracia, no son casos aislados. Hay otros que se declaran católicos y votan aborto. Una noticia reciente informaba de un caso parecido: el de Patrick Kennedy, congresista demócrata por el estado de Rhode Island en los Estados Unidos, hijo del senador Edward Kennedy y sobrino del que fuera presidente de los Estado Unidos de América, John F. Kennedy. Patrick Kennedy, que también se define como católico, es partidario de la 'libre elección´ (free choice) a la hora de abortar. En su momento, votó en contra de la enmienda que prohibía financiar los abortos al ser discutida en la Cámara de Representantes. Su obispo, Mons. Thomas Tobin, reprendió públicamente al congresista con contundencia, señalando que su postura era inaceptable como católico y escandalosa para muchos miembros de la Iglesia. El propio Kennedy reveló que Mons. Tobin le había dicho que se abstuviera de recibir la Sagrada Comunión a causa de su pública contradicción con las enseñanzas de la Iglesia católica.[4] 

 

Los argumentos laicistas de siempre

¿Qué quiere decir José Blanco cuando afirma “soy católico, pero antes soy ciudadano y demócrata”? Si lo interpreto bien esto significa que para él los deberes y derechos que tiene como ciudadano y los comportamientos democráticos, en caso de conflicto, son más importante que ser católico. En realidad, no se entiende por qué hay que contraponer ambas condiciones. Desde los tiempos apostólicos, la Iglesia ha enseñado que los cristianos deben ser buenos ciudadanos y la democracia es hoy un sistema político alabado en las enseñanzas sociales de la Iglesia siempre que se base en una recta concepción de la persona y se subordine a auténticos valores, ya que “una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.”[5]

¿Y qué argumentos tiene Blanco para sustentar su postura? Repasemos sus palabras: “Como creyente, se me puede exigir que mi vida personal responda a los criterios morales derivados de mi fe. Pero como representante de los ciudadanos no se me puede exigir que pretenda imponer esos criterios por ley a toda la sociedad. Más bien se me tiene que exigir lo contrario: que defienda el derecho de todas las personas a vivir de acuerdo con sus propios valores, religiosos o de cualquier otro tipo.”

Blanco está en línea con la ideología laicista, que pretende reducir la religión a la intimidad de cada persona, eliminándola completamente del debate público. Los laicistas, ponen además especial énfasis en excluir la posibilidad de que haya normas religiosas que puedan ser también normas éticas generales que justifiquen o inspiren la legislación. Es lo que ocurre en el caso del aborto. Su prohibición no es sólo una materia religiosa –que ya merecería alguna consideración– sino también una cuestión de respeto a la vida humana.   

El laicismo intolerante, “quiere negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta la misma posibilidad de una ética natural.”[6] Eso es lo que ocurre con la argumentación de José Blanco. Debería saber que hay criterios morales exclusivamente derivados de la fe, pero hay otros que son, a la vez, una exigencia religiosa y también de razón. Hay una ética natural que incluye respetar la vida de todo ser humano inocente. Si no existiera esa ética natural, ¿cómo se explicaría si no que la 'regla de oro´ (tratar a los demás como tú quisieras ser tratado) se encuentre prácticamente en todas las religiones y tradiciones éticas del mundo?

La alternativa que propone Bono tiene talante voluntarista, aparentemente derivada de 'ser demócrata´, pero en el fondo de corte nihilista, con escaso o nulo fundamento ético: “... como tal [ciudadano y demócrata], no estoy dispuesto a creer ni admitir que el aborto tenga que ser un delito.” Uno se pregunta, si la democracia ha de prescindir de toda norma moral. ¿No son demócratas quienes consideran que es un delito atentar contra la vida humana? ¿Hay que rechazar una norma ética solidamente justificada, por el mero hecho de ser enseñada por la Iglesia? ¿Es necesario dejar de ser católico para poder ser demócrata?

La actitud voluntarista de Blanco se advierte también al señalar que como representante de los ciudadanos se le tiene que exigir “que defienda el derecho de todas las personas a vivir de acuerdo con sus propios valores, religiosos o de cualquier otro tipo.” Nadie discute el valor de la libertad responsable y el respeto debido a la libertad de las conciencias, al contrario. Pero, ¿es razonable defender cualquier tipo de “valores”? ¿Todos los valores son igualmente aceptables? ¿Qué ocurre cuando los “valores” son marcadamente antisociales o dan cabida a la corrupción? O, como el caso que nos ocupa, ¿si los “valores” consisten en defender que la libertad de abortar está por encima del derecho a la vida? Uno se pregunta si los representantes de los ciudadanos en el parlamento, no tendrán, sobre todo, la responsabilidad de hacer leyes justas y no solo defender toda clase de “valores”. ¿No se les debe exigir más bien a los diputados que protejan los derechos de los más débiles y que promueva el bien común?

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Blanco utiliza una rancia falacia de raíces anticlericales: la pretensión de la Iglesia católica de obligar a todos a vivir según sus creencias: “La confusión entre pecado y delito –afirma Blanco–, la idea obsoleta de que el Estado debe actuar como  brazo ejecutor de la doctrina de la Iglesia, la injusta pretensión de obligar a todos a vivir según las creencias de algunos, la nunca abandonada aspiración de hegemonizar moralmente a la sociedad a través de las leyes, es la causa principal de que muchos sigan viendo hoy a la Iglesia Católica como un instrumento de opresión. Y además, ha quedado lejos en la historia. Cuando Azaña pronunció su famosa frase: España ha dejado de ser católica, no quería decir que los españoles hubieran perdido la fe, sino que la religión había regresado al ámbito del que nunca debió salir, el de las convicciones íntimas y privadas, y que en el Estado moderno no hay ninguna posibilidad de aceptar que una doctrina religiosa dicte las leyes que afectan a todos. Casi todos los delitos son pecado (...) pero lo que es pecado no tiene por qué ser delito. Llevar el catecismo al Código Penal es inasumible por una sociedad civilizada.”

Es cierto que lo que es pecado no tiene por qué ser delito. Por ejemplo, no santificar las fiestas, faltando a Misa sin causas justiciadas, es un pecado, pero no un delito penal, ni tiene por qué serlo. Pero aquí no hablamos de un precepto religioso, sino de un derecho humano fundamental: el derecho a la vida, que es un bien común, y que debe ser defendido en toda buena sociedad.

Blanco se equivoca. La Iglesia no confunde pecado con delito (legal), ni quiere imponer normas específicamente religiosas como normas legales. La argumentación de Blanco es un genuino ejemplo de lo que se conoce como la “falacia del hombre de paja”. Se hace decir al otro algo que no es cierto y que con facilidad se puede atacar. La Iglesia no afirma que el Estado deba actuar como  brazo ejecutor de la doctrina de la Iglesia, sino que se legisle con justicia. Más aún, pone en guardia ante la posibilidad de que una norma específicamente religiosa pueda ser impuesta como obligación civil y que, por tanto, obligue bajo coacción estatal. Juan Pablo II se refirió a este problema, afirmando: “Son particularmente delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse en ley del Estado, sin que se tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad política. Identificar la ley religiosa con la civil puede, de hecho, sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables.”[7]

Mientras el laicismo acusa a los católicos de querer imponer sus convicciones religiosas a todos, con frecuencia se dejan las exigencias éticas de la legislación al arbitrio de dudosas teorías éticas o se cae en el positivismo jurídico y el relativismo ético. Blanco condena “la injusta pretensión de obligar a todos a vivir según las creencias de algunos”. Pero, ¿es este el caso del aborto? ¿Reconocer que el feto es un individuo de la especie humana es una creencia religiosa o una conclusión científica? El respeto debido a la vida de todo ser humano, ¿es sólo una creencia de los cristianos o una exigencia ética fundamental?

Conviene, pues, recordar a José Blanco y a los que piensan como él que, como explica un documento de la Santa Sede, “todos los fieles son bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para exigirlos ni para impedirlos, salvo por razones de orden público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos.”[8]

El Estado moderno ciertamente no debe aceptar que una doctrina religiosa, por el mero hecho de ser religiosa, dicte las leyes que afectan a todos. Pero tampoco debe reducir al silencio la voz de la Iglesia, ni reducir la religión “al ámbito del que nunca debió salir, el de las convicciones íntimas y privadas”. Esto es genuino laicismo. A pesar de los oprobios recibidos, la Iglesia sigue siendo experta en humanidad y sus preceptos morales siguen inspirando a muchos ciudadanos libres y responsables que contribuyen a la vida pública basándose en el humanismo cristiano.

Los estatistas modernos más prudentes, en lugar de encerrar la Iglesia en las catacumbas, sugieren escucharla, junto a otras voces morales competentes. Por lo demás, el diálogo con la Iglesia católica y otras confesiones religiosas está en línea con más una concepción moderna de la laicidad de estado, que es la “laicidad positiva”, en expresión del presidente de Francia, Nicolas Sarkosy. Una expresión respaldada por el Papa Benedicto XVI[9].

La postura de la Iglesia es conocida: “La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la “confesionalidad” o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica –nunca de la esfera moral–, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado.”[10]

Por lo demás, al igual que todos lo ciudadanos defienden sus convicciones, también los católicos puede y deben defender las suyas. Eso no significa transformar el catecismo en código penal, sino defender un humanismo basado en la libertad, la justicia, la solidaridad, el amor y la paz, cuyo paradigma es Jesucristo.

 

Un laicismo más enmascarado

El laicismo de José Bono no es tan burdo como el de su compañero José Blanco. Bono en su artículo empieza con una inequívoca defensa del valor de la vida humana del feto y el reconocimiento de que el aborto es un mal y no puede ser un derecho, aunque en esto y en otros puntos es poco consistente. Expresa incluso su problema de conciencia ante la ley del aborto y su voluntad de ser “un político que quiere inspirar su vida en el Evangelio de Jesús.” “El feto –afirma– es más un «alguien» que un «algo»”. Y añade: “No puedo negar sin mentirme que tengo la convicción de que en el seno materno se alberga una vida humana en formación que es digna de protección.” Sería más preciso hablar de vida humana, sin más, en lugar de “vida humana en formación” ya que lo está en formación o desarrollo es el niño, no la vida humana. Con todo, eso es más de lo que afirman otros. También es importante la jurisprudencia del tribunal constitucional que aporta: “Estamos ante un valor constitucional. El alto tribunal establece que el feto «en todo caso, es un bien no sólo constitucionalmente protegido sino que encarna un valor central del ordenamiento constitucional» (STC 53/1985, FJ 9).”

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Su convicción personal es que no se debe abortar: “En el núcleo de mis convicciones éticas y religiosas está la defensa de la vida y el amparo al más débil, valores que son patrimonio de la tradición humanista y progresista española.” Pero a la hora de legislar, Bono parece dejar esta convicción a un lado y busca otros argumentos empleando razonamientos éticos muy cuestionables y, en todo caso, contrarios a las enseñanzas de la Iglesia, que subrayan el que “la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción.”[11]; y también que “el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar.”[12] Unas enseñanzas que no son de ahora. “Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.” [13]

Bono apunta dos argumentaciones. La primera es que, ya que el aborto existe, debe ser regulado y como la actual ley que despenaliza el aborto en ciertos supuestos es muy mala (el 97% de los abortos se hacen abusivamente bajo el supuesto de atentar contra la salud psíquica de la madre), hay que hacer otra ley mejor. La segunda argumentación se basa en un texto de Peces Barba que alude a la ley del aborto como un “mal menor”, ya que, según él, la nueva ley reducirá el número de abortos. Sacándolo de contexto y con una interpretación abusiva, alude también a un texto pontificio[14] para justificar esa ley como un “mal menor”.

El primer argumento refleja la ideología del positivismo jurídico, que prescinde del derecho natural, que incluye el fundamental derecho a la vida. El segundo emplea la teoría del utilitarismo ético, que muchos cuestionan ya que más que ética es un mero cálculo aritmético de utilidades puestas en juego. En ambos casos se olvida del valor sagrado e incondicional de toda vida humana, poniendo el acento en las consecuencias de abortar sin garantías sanitarias o jurídicas. Estas son sus palabras: “El aborto es también una realidad, y la experiencia nos dice que su prohibición en cualquier circunstancia, además de acarrear graves e indeseadas consecuencias, sólo ha logrado su práctica clandestina. Ante esta realidad, el legislador responsable no debe mirar a otro lado.” La propuesta es “un modelo de regulación, el de plazos, y una concepción preventiva que precisamente se dirige a corregir las insuficiencias del anterior. Debe servir para reducir el número de embarazos no deseados que conducen al aborto y también para garantizar mejor la protección del nasciturus y mejorar las garantías jurídicas para las mujeres que deciden interrumpir su embarazo. En este sentido, puede hablarse con verdad de que apoyaremos una ley que bien podría denominarse «Ley para la Reducción de Abortos en España.»”

En el proyecto de ley considerado “no mirar para otra parte” no es ayudar a la mujer en necesidad para que no aborte o facilitar las adopciones, sino dar luz verde para que se pueda abortar con toda impunidad, eso sí dentro de unos generosos plazos que convierten la ley en una de las más permisivas de Europa. Y, ¿en qué consiste esta nueva ley que se presenta como 'mejor´? Según Bono, esta ley es mejor porque reducirá el número de abortos, aunque no aporta ningún dato empírico para demostrarlo, ni hay nada que haga pensar que vaya a ser así. El 97% de mujeres que se acogen al supuesto de la salud psíquica de la madre podrán abortar sin aportar más razón que su deseo de hacerlo hasta las 14 semanas de gestación. La salud de la madre se mantiene como razón para abortar hasta la semana 22. Cuesta también de ver cómo la ley va a contribuir a “reducir el número de embarazos no deseados” cuando, en la práctica, los anticonceptivos han llevado a una mentalidad contraria a la vida y, por tanto, favorecedora del aborto. Y todo esto sin hablar de la píldora del día después, que puede acarrear efectos abortivos. Para terminar, lo que no puede entender de ninguna manera es que esta ley vaya a “garantizar mejor la protección del nasciturus”, cuando en la práctica se establece el derecho a abortar.

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¿Qué es ser católico?

En realidad, no es la primera vez que Blanco y Bono se declaran católicos, casi siempre para añadir, paradójicamente, sus divergencias con las enseñanzas católicas y la falta de comunión con los Pastores de la Iglesia.

Blanco, Bono y también Kennedy, en el supuesto de que actúen con sinceridad y no por táctica política, tienen un problema en la comprensión de lo que significa ser católico. Ser católico no es sólo estar “dispuesto a creer que el aborto es un pecado”, o querer “seguir el Evangelio de Jesús”, de un modo vago o apelando sólo a la misericordia. Jesús dijo a sus Apóstoles: “El que a vosotros escucha a mi me escucha”[15]. Y eso requiere docilidad a las enseñanzas y directrices de los pastores de la Iglesia.[16]

De modo sintético el obispo Tobin señalaba a Kennedy en qué consiste ser católico: “ser católico significa formar parte de una comunidad de fe con una autoridad y una doctrina claramente definida, con obligaciones y expectativas; significa que crees y aceptas las enseñanzas de la Iglesia, especialmente en materias de fe y de moral; que perteneces a una comunidad católica local, a una parroquia, que participas en la misa dominical y recibes regularmente los sacramentos; que apoyan a la Iglesia, personalmente, públicamente, espiritualmente y económicamente.”[17] Esta afirmación recuerda lo que hacían los primeros cristianos de quienes los Hechos de los Apóstoles afirman que “perseveraban asiduamente en la enseñanza de los apóstoles y en la comunión [unión de corazones], en la fracción del pan y en las oraciones.”[18]

Domènec Melé

Doctor en Teología

 


[1] J. BLANCO, '¿Derecho o pecado?´ El cuaderno de Pepe Blanco (15 de noviembre de 2009): http://www.elcuadernodepepeblanco.com/?p=39 Acceso: 16 de noviembre de 2009.

[2] J. BONO, 'Aborto: ni derecho ni obligación´, El País, 26 de noviembre de 2009.

[3] En efecto, el Código de Derecho Canónico (c. 915), establece: “No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave.”

[4] http://www.catholicnewsagency.com/new.php?n=17829.

[5] Cfr JUAN PABLO II, Enc. 'Centesimus annus´, n. 46.

[6] S.C. DOCTRINA DE LA FE, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al 
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política
  (24.XI.2002), n. 6.

[7] JUAN PABLO II, Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 1991: “Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre.

[8] Ibidem.

[9] BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con las autoridades del Estado francés en al Palacio del Elíseo, París (12 de septiembre de 2008): http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20080912_parigi-elysee_sp.html  

[10] S.C. DOCTRINA DE LA FE, Nota doctrinal, cit.

[11] Catecismo de la Iglesia católica, n. 2270.

[12] JUAN PABLO II, Encíclica 'Evangelium vitae´, n. 73.

[13] Catecismo de la Iglesia católica, n. 2271.

[14] Concretamente, Bono cita a favor un fragmento de la encíclica 'Evangelium vitae´ (n. 73) que afirma: "un parlamentario... puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley (aborto) y disminuir así los efectos negativos..." En realidad, el citado número de la encíclica más bien se opone a la ley del aborto, que no es más restrictiva que la anterior que se limitaba a despenalizar el aborto en tres supuestos, sino más permisiva. Bono omite la introducción que da sentido a la frase elegida. Dice así: “Un problema concreto de conciencia podría darse en los casos en que un voto parlamentario resultase determinante para favorecer una ley más restrictiva, es decir, dirigida a restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de votación. (...) En el caso expuesto, cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública. En efecto, obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos.”

[15] Lc 10,16.

[16] Catecismo de la Iglesia católica, n. 87.

[17] http://www.livingcatholicism.com/archives/2009/11/what-does-it-me.html

[18] Act 2, 42.

  • 19 marzo 2010
  • Domènec Melé
  • Número 34

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