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El Papa Benedicto XVI convoca un año sacerdotal. I.Fuster

A la luz del santo cura de Ars

La carta dirigida por el Papa Benedicto XVI a los sacerdotes de todo el mundo, con motivo de la proclamación del año sacerdotal, puede ser considerada una carta pastoral para toda la Iglesia. Este año se convierte para nosotros, los sacerdotes, en una ocasión para vivir un jubileo mundial de renovación de nuestra vocación sacerdotal y reavivar la conciencia de nuestra misión en el mundo.


El sacerdocio, una realidad en el corazón de la humanidad

Ciertamente, la realidad del sacerdocio está en el centro mismo de la misión redentora y esperanzada de la Iglesia image-09f83d2fe1d3a89139bb59276370ff52hacia la humanidad. Efectivamente, el sacerdote trae, con su ser y su obrar, el don de la salvación a la vida, a menudo dramática, de los hombres. El sacerdocio salva al mundo.

En este sentido, el sacerdocio está profundamente unido a la humanidad, y comporta un carácter significativamente antropológico. Los tres “munera" del sacerdocio ministerial –oficio profético, sacerdotal y real– manifiestan la profunda verdad sobre el hombre y los principales rasgos de la existencia humana. El ser humano vive en íntima tensión hacia la verdad (aspecto profético), hacia el bien (aspecto real) y hacia Dios mismo (aspecto sacerdotal).

Mons. Álvaro del Portillo, en su libro Escritos sobre el sacerdocio, explica el contenido del documento conciliar Presbyterorum ordinis según ese esquema ternario. También el Card. Karol Wojtyla, en los ejercicios espirituales que predicó al entonces Papa Pablo VI y que se compilaron en el texto Signo de contradicción, se refería al hombre desde esta triple perspectiva configuradora del sacerdocio. Este vínculo profundo entre sacerdocio y hombre permite adivinar que una renovación sacerdotal se convierte también en una renovación del hombre. El sacerdocio tiene una clave primordial de interpretación antropológica y salvífica de primer orden.

Además, asumir la Iglesia y renovarla significa comprender adecuadamente la intrínseca relación entre el sacerdocio ministerial de los clérigos y el sacerdocio común de todos los fieles –clérigos y laicos–, que se concreta en carismas diversos, ya sean de carácter religioso o bien de carácter laical. La Iglesia vincula orgánica y jerárquicamente el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, entre los cuales hay una diferencia no sólo de grado, sino de naturaleza. De esta manera, y mutuamente, la verdad del sacerdocio ministerial ilumina la verdad del sacerdocio común de los fieles. Así, la autenticidad del sacerdote impulsa a los fieles a vivir con autenticidad su vocación específica. Del mismo modo, la autenticidad de la vocación laical o religiosa ayuda al sacerdote a encontrar la verdad más profunda de sí mismo y de su propio ministerio.


La insistencia en la vida

El Papa insiste en que el testimonio fundamental de san Juan María Vianney fue su propia vida. Se identificó con el estilo de vida de Jesús. No eran tan decisivas sus predicaciones litúrgicas o los consejos dados desde el confesionario como el testimonio de su vida. Vivió el sacerdocio con radicalidad evangélica y con profundidad humana. De ahí brotó, por un especial designio de la Providencia, su inmensa fecundidad apostólica, sus carismas particulares y su ministerio de sanación espiritual.

Todos conocemos nuestros defectos y miserias. Pero es necesario –desde la conciencia preclara de nuestro ministerio, de nuestra relación con lo sagrado– vivir nuestro sacerdocio con una disposición habitual de impetración por nuestra santidad y la del pueblo fiel. Esto es, ponerse en camino: promover la santidad, aunque seamos conscientes de nuestro natural débil y remolón.

La  obediencia

El párroco de Ars vivió esmeradamente los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. La carta del Papa, cuando menciona la obediencia –supuesta la que se debe al Obispo propio, que es manifestación concreta de la obediencia absoluta a la voluntad de Dios y al cumplimiento del ministerio sagrado–, parece referirse a ella en su sentido más radical y absoluto.

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«También la obediencia de san Juan María Vianney quedó totalmente plasmada en la entrega abnegada a las exigencias cotidianas de su ministerio». Se trata de obedecer a la misión sacerdotal. Es desde el mismo acontecer concreto de la Parroquia, del lugar y de la gente, de donde surge la verdadera exigencia de entregarse con iniciativa e imaginación a la atención pastoral. Entonces nos olvidaremos de nosotros mismos –aunque debemos utilizar nuestros talentos– para servir al hombre. Necesitamos, para ello, una mirada atenta y una escucha fina de nuestro entorno. El sacerdote debe procurar, más que la gente lo comprenda a él, comprender él a los demás.

Propendemos a cerrar los ojos: iqué extraño miedo hay en el hombre para entrar dentro de sí y tocar fondo en nuestra conciencia! Y quizás fantaseamos hechos imaginarios, o vivimos egoistamente entusiasmados en nuestros proyectos particulares. Así, estaríamos huyendo del compromiso auténtico y del verdadero deber del sacerdote, refugiándonos cómodamente en nuestros ensueños. Lamentablemente, convertiríamos en estéril el verdadero ideal del sacerdocio. Cuando de verdad nos acercamos al otro, a su corazón, a su drama, a su necesidad, entonces surge la verdadera caridad pastoral. San Juan María estuvo tentado de huir de su Parroquia, pero su obediencia sacerdotal le llevó a mantenerse fiel a aquellas multitudes inmensas venidas de toda Francia y que eran como ovejas sin pastor. Obedeció a su Obispo, pero antes obedeció a su corazón, a su misión pastoral y a la realidad concreta que le rodeaba. Incluso, esta obediencia se manifiesta en la estabilidad del sacerdote en su Parroquia.

El “círculo virtuoso”

El santo cura de Ars vivió un círculo virtuoso: de la Eucaristía a la Penitencia, y de la Penitencia a la Eucaristía. El Papa comenta que, para él, el movimiento hacia el altar y el movimiento hacia el confesionario no eran dos movimientos, sino una única "moción interior", que nacía de su sincera identificación con el Sacrificio de Cristo que se celebraba en la santa Misa y que purificaba los pecados de los hombres en el sacramento de la Penitencia. ¿No es el itinerario del hombre? ¿Y no debe ser éste el itinerario del sacerdote al servicio de la vida y la redención de los hombres? ¿No es el camino del hijo pródigo de la parábola, que va desde la miseria del pecado al banquete familiar en la casa del padre? El hombre, en la tierra, vive una situación dramática. No cesa de reconocer y salir del mal para elevarse a la dignidad de hijo de Dios. El ministerio sacerdotal es una tarea de elevación del hombre. El sacerdote abraza con misericordia el drama humano. La Confesión levanta al hombre de la postración del pecado y la santa Misa lo adentra en la vida de intimidad con Dios.

 
Corazón sacerdotal, corazón de Cristo

El Corazón de Cristo es un corazón que conoce verdaderamente al hombre; que conoce el drama de la existencia dañada por el mal; que se entrega sin reservas a fin de elevar al hombre a su vocación sobrenatural de eternidad y de image-af800eb5b4d1d3e6dec015ac1e1f3ae5intimidad con Dios. "El corazón de Dios se estremece de compasión". Cristo "carga sobre sí el destino de un amor destruido". Esto es misericordia. Precisamente, el Año Sacerdotal se ha inaugurado en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús del año 2009.

El corazón del sacerdote "es el amor del corazón de Jesús", decía san Juan María Vianney. El sacerdote participa, desde su pequeñez humana, de esta gran fuente de amor que es el Señor. Su símbolo es el corazón de Jesús traspasado por una lanza y de donde brota sangre y agua. El sacerdote ha de vivir "corazón con corazón" con el del Señor y crecer en intimidad con Él. Eso es la oración. Su misión es atraer los corazones para llevarlos al Cielo. Y esta llamada salvífica comienza en la oración. ¿No resuena aquí aquel primer diálogo que mantuvo el nuevo cura de Ars con un niño, cuando buscaba entre la niebla el lugar de su iglesia parroquial?

 
Conciencia del sacerdocio

El Papa exhorta a los sacerdotes a que renueven la conciencia de su sacerdocio. San Juan María Vianney decía que si la tuviéramos plenamente moriríamos, ya no de miedo, sino de amor. Sólo en el Cielo conoceremos del todo la trascendencia infinita de nuestro sacerdocio. El hombre tiende a quedarse en la superficie. Nos cuesta llegar al fondo, a la intimidad, a la esencia. Vivimos en el fragor de las tareas, de nuestros deberes, de las cosas concretas, todas ellas muy importantes y hasta primordiales, pero no llegamos a profundizar en lo más interior de nosotros mismos. Y necesitamos esta interiorización, en la cual tomamos conciencia de nosotros mismos e intentamos vivir desde nuestro centro más profundo. Entonces la vida sacerdotal, inspirada por el Espíritu Santo, fluye sola, como agua pura, sobre los desiertos de nuestro mundo.

Debemos velar por nuestra rectitud de intención o disposición de alma. Ésta, a pesar de nuestros defectos y debilidades, se puede mantener pura, verdadera, recta. Debemos retornar una y otra vez a la motivación auténtica de nuestra existencia sacerdotal, que es reflejo de nuestro ministerio participativo del Sacerdocio de Cristo: la gloria de Dios, el servicio a la Iglesia, el amor a las almas. Cualquier desviación en nuestro sacerdocio es, desgraciadamente, una perversión de ese fin sobrenatural que debe inspirar y guiar toda nuestra vida sacerdotal.

«Queridos sacerdotes, Cristo cuenta con vosotros. A ejemplo del santo cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz».

Mn. Ignasi Fuster Camp

Párroco de la Parroquia de Sant Martí

en Sant Celoni (Barcelona)

  • 10 diciembre 2009
  • Ignasi Fuster i Camp
  • Número 33

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