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José María Hernández Garnica: Los que son de todas partes. F.Blasi

La Iglesia analiza la santidad de José María Hernández Garnica, uno de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei y el primero en hacer labor pastoral estable en Cataluña. El proceso de canonización de este sacerdote e ingeniero, nacido en Madrid en 1913, se abrió el pasado mes de marzo en la capital española, en un acto presidido por Monseñor César Franco Martínez, obispo auxiliar de la ciudad, en la Pontificia Basílica de San Miguel. Se trata de uno de los primeros fieles de la Obra (1935). Su abnegada y extensa labor sacerdotal tiene, en los inicios y finales, una estrecha relación con Barcelona.

 

Hay una manifestación de "entusiasmo" que no hace daño a nadie, y es la de considerar ligados a nosotros figuras eminentes o personas entrañables que han nacido en otros lugares pero han estado entre nosotros, aunque no pretendamos disfrutarlas en exclusiva. Se me ocurre el caso de Picasso –un malagueño que se formó en Barcelona–, pero había comenzado pensando –dejádmelo decir así– en un colega o un compañero, aunque juegue image-15892062df2e84102b441861b478e6d4a su favor una diferencia de prestigio y, en contra, el hecho de haber nacido antes. Tuve la ocasión de tratarlo en Barcelona en diversas épocas, y también en otros lugares, como por ejemplo, en Roma. Fue José María Hernández Garnica. No pretendemos ignorar que este barcelonés para la eternidad nació en Madrid y de sus progenitores, el padre, José María Hernández Delás, era ingeniero de caminos y había nacido en Valencia, y la madre, Adela Garnica Echevarría,  apellidos bien conocidos en el mundo de las finanzas, había nacido en Madrid, con las raíces en la costa cantábrica.

Yo había tenido la sensación de no estar lejos, de Josep M. Hernández Garnica, desde bastantes años antes del tiempo de tratarlo asiduamente. Tuve conocimiento de su existencia en 1944, con motivo de su ordenación sacerdotal. Por lo que he podido experimentar reiteradamente, ya desde jovencito, no me ha faltado la curiosidad propia del periodista. Resulta que había visto en una revista de temas religiosos –"Catolicismo"– un artículo de un eclesiástico, cuyo nombre sonaba mucho –Mons. Ángel Sagarmínaga–, en el que glosaba un evento que se acababa de producir: la ordenación como presbíteros de tres profesionales jóvenes: dos ingenieros de caminos y uno de minas, quienes además eran doctores en letras o en ciencias, pues eran personas de gran capacidad, a quienes convenía el doctorado, y en aquella época sólo se podía obtener en las facultades clásicas, y en Madrid, pero no en las escuelas de ingenieros, a pesar de la altísima consideración de los títulos de éstas.

Pregunté a alguno de los profesores del colegio de los claretianos, donde estudiaba cuarto curso de bachillerato, el sentido de aquella noticia que se relacionaba con el Opus Dei, al que pertenecían esos tres ingenieros y en adelante, también y sobre todo, sacerdotes. Si no recuerdo mal, tuve entonces la primera información sobre dicha institución; me la dio el director del colegio, un gran latinista, el P. José Jiménez Delgado, que años después fue catedrático de universidad. Capté su aprecio por el Opus Dei, que había sido fundado en 1928 por quien es ahora San Josemaría Escrivá de Balaguer, y a ello contribuía el hecho de que el P. Jiménez era amigo de infancia de otro hombre de letras, natural de Corella, y después catedrático de filosofía en Sevilla, Jesús Arellano. Estaba enterado de la simpatía que varios religiosos de su congregación tenían hacia el fundador del Opus Dei, a raíz de su participación, como especialistas en materias teológicas, en la formación de aquellos estudiantes maduros que hicieron unos estudios profundos, de los que se examinaron brillantemente en el seminario de Madrid.

Me acordaré siempre de la sugerente fotografía de la ceremonia que ilustraba el artículo, donde se veían aquellos tres hombres: Álvaro del Portillo, José Mª Hernández Garnica y José Luis Múzquiz, a quienes había conferido el sacramento del orden el Dr. Leopoldo Eijo y Garay, patriarca de las Indias Occidentales y obispo de Madrid.

Supe en su momento que a uno de estos sacerdotes, el Dr. Hernández Garnica, entre los encargos encaminados a la atención sacerdotal de los miembros de la Obra que iban surgiendo aquí y allá, y la tarea de dar conocer lo que era este camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano, le tocaba venir regularmente a Barcelona. He tenido noticia de que dirigió muchos retiros y cursos de retiro espiritual. Pude comprobar, por él y algunos de los asistentes, que habían participado amigos y conocidos míos. Uno de estos fue Jordi Rubió i Lois, y me consta que José María había podido enterarse de la ejemplaridad de su padre, Jordi Rubió i Balaguer, dolorosamente perjudicado en la posguerra, y que habían salido en las conversaciones detalles de la erudición de otros de la saga: de los Rubió i Lluch y los Rubió i Ors. No sé si el Dr. Hernández Garnica le había contado algo de los avatares de la guerra, que pasó íntegra también en la zona republicana: estuvo en prisión, y a punto de ser fusilado, pero cuando lo llevaban a Paracuellos, se oyó gritar su nombre, y misteriosamente fue liberado, y lo incorporaron al frente republicano hasta el final de la guerra.

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Quiero pensar, y aún me vuelve a salir el "entusiasmo", que su identificación con la gente de nuestro país y su entrenamiento pastoral en Barcelona le fueron muy útiles para el trabajo que le esperaba de impulsar la labor para que el Opus Dei arraigara en otros varios países de Europa donde residió: Francia, Suiza, Holanda, Alemania, ayudando a los primeros hombres y mujeres de aquellas regiones que quizás habían conocido la Obra, fuera de allá, por razón de estudio o trabajo. He oído hablar, con afectuoso reconocimiento, a una de las hermanas Martí i Bas –Maria Roser, la primera barcelonesa que se integró entre las mujeres del Opus Dei–, de su interés por la gente y las cosas de nuestra tierra, de la tarea formativa que había realizado por aquellos años y en los que siguieron, con gran sentido práctico, en escuelas que sacaban adelante las mujeres de la Obra con una gran incidencia en el mundo profesional.

Tengo la convicción de que no es por casualidad, ni decisión graciosa de San Josemaría, el que cuando José María Hernández Garnica ya estaba gravemente enfermo, con la muerte pronosticada a corto plazo, quisiera que desde la Clínica Universitaria de Navarra se trasladara a Barcelona, donde intentarían un tratamiento radiológico innovador. Éste, sin embargo, no tuvo éxito en detener el proceso ineludible de la enfermedad, que lo llevó a la muerte en Barcelona el 7 de diciembre de 1972. Aquí, en una de las estancias históricas de San Josemaría en Barcelona, se vieron por última vez en la tierra, con toda naturalidad, firmeza y afecto, sin dar al encuentro un tono especial de despedida.

Y concuerda bien con todo esto el que su cuerpo mortal se haya quedado en una tumba del cementerio de Montjuïc, y que siempre esté acompañado de visitas, de plegarias y de flores, y que, desde Barcelona, su muerte y su estancia, hayan acentuado una dimensión internacional, combinada con una nota histórica barcelonesa. Y también desde Barcelona muchos estamos seguros de las bondades de Dios con él y de su correspondencia a la gracia, y vemos con gozo y esperanza que se haya abierto un proceso de canonización, en Madrid, para toda la gloria de Dios. Gusta recordarlo con ocasión del 95º aniversario de su nacimiento, el 17 de noviembre de 1913.

Ferran Blasi

Periodista letrado, doctor en Teologia

 

  • 10 diciembre 2009
  • Ferran Blasi i Birbe
  • Número 33

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