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La remisión de la excomunión a cuatro obispos lefebvrianos. J-I.Saranyana

Contexto de una decisión mal interpretada

 

Los antecedentes

El 30 de junio de 1988, el arzobispo Marcel Lefebvre consagró ilegítimamente cuatro obispos, sin mandato de image-4e3c4dce65f1ddb251b2245da75d57b9la Santa Sede, a pesar de las reiteradas advertencias de Roma para que se abstuviera[1]. Al día, siguiente, 1 de julio, la Congregación para los obispos «declaró formalmente» la excomunión latae sententiae en que habían incurrido. El 2 de julio, Juan Pablo II publicó «motu propio» una carta apostólica, titulada Ecclesia Dei. En ella, y como principio y fundamento de la unidad de la Iglesia, el Papa recordaba que esa consagración había sido «una desobediencia al Romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia», por ser la ordenación de obispos la que mantiene sacramentalmente la sucesión apostólica. Por ello, esa desobediencia –que llevaba consigo un verdadero rechazo del Primado romano– constituía «un acto cismático». En consecuencia, tanto el obispo consagrante como los cuatro consagrados habían incurrido en la «grave excomunión» prevista por el CIC, canon 1382. La carta papal, después de recordar la excomunión latae sententiae en que habían incurrido los cinco obispos, añadía cinco puntos interesantísimos, que, leídos ahora con atención –al cabo de veintiún años–, iluminan las razones esgrimidas por Benedicto XVI para perdonar esa excomunión, aunque persistan los problemas teológicos y doctrinales.

 

La carta de Juan Pablo II consideraba:

a) que la expansión del movimiento promovido por el arzobispo Lefebvre exigía una «sincera y profunda [reflexión] sobre su fidelidad a la Tradición de la Iglesia»;

b) que esa rápida expansión movía a considerar también no sólo su legitimidad sino también la riqueza de los

carismas, tradiciones, espiritualidades y apostolados, que, en sintonía con el Espíritu Santo, brotan en la Iglesia;

c) pedía a los teólogos y expertos en ciencias eclesiásticas, que clarificasen la continuidad del Concilio Vaticano II con la Tradición, «sobre todo en aquellos puntos doctrinales que, quizá por su novedad, aún no habían sido bien comprendidos por algunos sectores de la Iglesia»;

d) invitaba nuevamente a la unidad, tanto a Mons. Lefebvre como a todos los que de algún modo estaban vinculados a él; y, finalmente,

e) creaba una comisión para que colaborase con los obispos y con los dicasterios romanos, a fin de «facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas, ligados de distintas formas a la fraternidad fundada por el arzobispo Lefebvre, deseosos de permanecer unidos al Sucesor de Pedro en la Iglesia católica, conservando sus tradiciones espirituales y litúrgicas, según el protocolo firmado el 5 de mayo [de 1988] por el cardenal Ratzinger y por el arzobispo Lefebvre». Esa comisión (cuya composición se determinaba en términos muy generales) debía de respetar «la sensibilidad de todos aquellos que se sintiesen unidos a la tradición litúrgica latina, por medio de una amplia y generosa image-5e760731b090bccec099ad1d7632a394aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la Sede Apostólica, para el uso del Misal Romano según la edición típica de 1962 [es decir, el Misal de San Pío V, según la edición reformada por Juan XXIII]».

Así pues, en la carta se indicaban tres cosas, además de hacer público (declaración formal) que los cinco obispos habían incurrido en excomunión:

1º) Que en la Iglesia hay diversidad de carismas, espiritualidades y modos apostólicos, suscitados por el Espíritu Santo. Esto se decía en el marco de la polémica suscitada por un acto cismático, lo cual es muy importante, a mi entender.

2º) Se invitaba a los teólogos y expertos en ciencias sagradas a profundizar en la continuidad-discontinuidad del Vaticano II en el marco de la Tradición de la Iglesia.[2]

3º) Finalmente, y a continuación con lo expresado en el punto anterior, Juan Pablo II animaba a la comisión cardenalicia constituida, a una generosa aplicación de las normas de la Santa Sede sobre el uso del Misal romano de Juan XXIII.

 

La remisión de la pena canónica

En los años siguientes la Santa Sede mantuvo muchas conversaciones con los obispos cismáticos y con otros simpatizantes del movimiento lefebvriano. Determinados grupos se reintegraron a la unidad, en el marco de una actitud muy generosa por parte de Roma. Los contactos continuaron al ser elegido Benedicto XVI. Algunas reuniones importantes se celebraron en el verano de 2005. El cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Comisión pontificia «Ecclesia Dei» (que así se denominó la comisión constituida por Juan Pablo II), jugó un papel destacado en el proceso. Y, al fin, se llegó a un cierto acuerdo entre las dos partes, que se materializó en una carta que Mons. Bernard Fellay –en nombre propio y de los otros tres obispos ilegítimamente consagrados– escribió al cardenal Castrillón, con fecha 15 de diciembre de 2008, en la cual solicitaba el levantamiento de la excomunión y señalaba: «Estamos determinados firmemente en la voluntad de permanecer siempre católicos y de poner todas nuestras fuerzas al servicio de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, que es la Iglesia católica romana. Aceptamos sus enseñanzas con espíritu filial. Creemos firmemente en el primado de Pedro y en sus prerrogativas, y por ello nos hace sufrir mucho la situación actual».

 

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Como consecuencia de tal petición, el cardenal Giovanni Battista Re, por decreto de la Congregación de obispos de 21 de enero de 2009, comunicó que:

«Su Santidad Benedicto XVI, paternalmente sensible al malestar espiritual manifestado por los interesados a causa de la sanción de excomunión y confiando en el compromiso, expresado por ellos en la citada carta, de no escatimar esfuerzo alguno para profundizar en las cuestiones aún abiertas en las necesarias conversaciones con las autoridades de la Santa Sede, a fin de llegar rápidamente a una solución plena y satisfactoria del problema planteado en un principio, ha decidido reconsiderar la situación canónica de los obispos Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta, que se produjo con su consagración episcopal».

Y, en virtud de las facultades que le había concedido expresamente Benedicto XVI, el cardenal Re levantó la excomunión a los cuatro obispos (Lefebvre había muerto entre tanto, en 1991).

 

La reacción del mundo católico

Por las mismas fechas en que se levantaba la excomunión, Richard Williamson, uno de los obispos perdonados, realizó unas declaraciones antisemitas, en que negó la shoa, es decir, la veracidad histórica del gran holocausto que el pueblo judío padeció a manos del nazismo. Esta coincidencia ha provocado una fuerte campaña en los medios de comunicación, censurando al Papa por haber perdonado a un antisemita. Contemporáneamente, grupos católicos y algunos miembros de la jerarquía eclesiástica han criticado al Papa, por haber iniciado –dicen– un movimiento de «involución». Pasado el primer momento de desconcierto, por la magnitud de la reacción («una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo»), Benedicto XVI ha escrito una carta «a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la image-a4a504778a5830f6cf477fe50cc63477excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre», que lleva fecha de 10 de marzo de 2009. Me propongo ahora comentar algunos extremos de esta carta, donde el Romano Pontífice analiza el alcance y significado de las críticas surgidas en ambientes eclesiásticos.

«Muchos obispos –comenta el Papa– se han sentido perplejos ante un acontecimiento inesperado y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy»; hasta el extremo de que algunos grupos católicos han acusado abiertamente al Papa de querer volver atrás, «hasta antes del Concilio». Ante todo, Benedicto XVI justifica su decisión precisamente por razones pastorales, pensando en los 491 sacerdotes de la Fraternidad San Pío X y en los millares de fieles que sintonizan con ella; y señala, además, que la decisión ha sido tomada como un gesto de misericordia y de generosidad: «¿Acaso no debe la Gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada?» (atiéndase al empleo del sintagma «Gran Iglesia», que remite a las acerbas polémicas sobre la ortodoxia, surgidas en los primeros cuatro siglos).

En todo caso, incluso levantada la excomunión, persisten aún abiertas las cuestiones que plantearon el «problema», como señalaba el Cardenal Re en el decreto de la Congregación de obispos.

 

El Vaticano II en la historia de la Iglesia

Al referirse a los problemas teológicos, el Papa incide en el núcleo de la polémica (me refiero a la polémica image-a3ac0b07b8f3b057bdbce827d7a045b7suscitada en el seno de la Iglesia católica). Conviene copiar un pasaje de la carta, aunque sea un poco largo:

«No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive».

El tema de fondo es la continuidad-discontinuidad del Vaticano II. O, dicho en otros términos, la inserción del Vaticano II en la gran tradición de la Iglesia, sin hiatos con relación a los tiempos anteriores y, no obstante, con unas novedades incontestables. Es la misma cuestión aludida por Benedicto XVI en otras intervenciones, sobre todo, en su memorable discurso de 22 de diciembre de 2005, a la curia romana.

En ese discurso, a los cuarenta años de la conclusión del último concilio ecuménico, el Papa se preguntaba sobre la recepción del Vaticano II y por qué estaba resultando tan difícil. Y, en tal marco, se hacía algunas siguientes reflexiones, en las que me he permitido algunos subrayados tipográficos:

«[...] existe una interpretación [del Concilio] que se podría llamar 'hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura', que a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. [...] La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar. Ella afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio. Serían el resultado de componendas, en las cuales, para lograr la unanimidad, se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles. Pero en tales image-36d07276348c18e3b161540659f5892ccomponendas no se reflejaría el verdadero espíritu del Concilio, sino sólo en los impulsos hacia lo nuevo que subyacen en los textos: sólo esos impulsos representarían el verdadero espíritu del Concilio, y partiendo de ellos y de acuerdo con ellos sería necesario seguir adelante».

Pues bien, quienes de alguna forma se adscriben a esa «hermenéutica de la discontinuidad» no pueden aceptar de ninguna forma que el Santo Padre haya perdonado a quienes han tenido dificultades en aceptar algunas disposiciones del Vaticano II. Olvidan –como recuerda el Papa en su reciente carta de marzo pasado– que ningún concilio supone una ruptura con la gran tradición de la Iglesia, sino que, por el contrario, sólo es una forma de acomodar mejor el espíritu original de la Iglesia, que mira siempre a los orígenes y le es fiel, a los intereses y preocupaciones de cada momento. Por eso, «quien quiera ser obediente al Concilio, deberá aceptar la fe profesada en el curso de los siglos, sin cortar las raíces de las que vive el árbol». Hay, pues, «una conjunción de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles».

En efecto, frente a la hermenéutica de la discontinuidad el Papa abogaba, en su discurso de 2005, por una «hermenéutica de la reforma»:

«Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad debemos aprender a captar [...] que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes –por ejemplo, ciertas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia– necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable. Es necesario aprender a reconocer que, en esas decisiones, sólo los principios expresan el aspecto duradero, permaneciendo ellos en el fondo y motivando la decisión desde dentro. En cambio, no son igualmente permanentes las formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden sufrir cambios. Así, las decisiones de fondo pueden seguir siendo válidas, mientras que las formas de su aplicación a contextos nuevos pueden cambiar».

Para referirnos al caso concreto, la liturgia tridentina, celebrada en la Iglesia católica durante cuatro siglos, es una riqueza que está a disposición de todos los fieles. Con algunos retoques –primero de Pío XII y, después, de Juan XXIII– ha estado vigente hasta la publicación del Misal de Pablo VI, en 1970. No puede descartarse image-c7bb8c237e9ae7aee1822ac31392e857que algunos fieles se sientan más cómodos con ella, que con la nueva. Los católicos somos muchos, viene a decir el Papa, y el Espíritu sopla dónde quiere y cómo quiere, con total y absoluta libertad. Nadie puede apagar la mecha humeante ni quebrar la caña cascada, en materias de sensibilidad litúrgica, salvada la comunión con Roma y la unicidad de la fe. Es preciso buscar los caminos de entendimiento, para que cada cual pueda vestir en la Iglesia el traje que más le convenga, eso sí, con la misma y común tela (aunque la metáfora sea insuficiente, porque la liturgia no es ni un traje ni nada extrínseco a la Iglesia, sino esencial a ella).

Así, pues, la historia de la Iglesia es una. Los cismas vienen cuando se quiere trocear esa historia, señalando un hiato insalvable entre el antes y el después; o bien cuando no se admite que cabe un progreso en la continuidad. Los dos extremos conducen a la ruptura. Quienes están más dispuestos, por temperamento o por formación, a captar la novedad y hacerse cargo de ella, deberán comprender que puede haber legítimas reivindicaciones de quienes son, también por temperamento, por formación o por carisma, más nostálgicos del pasado; y éstos, a su vez, deberían aceptar que el Espíritu empuja hacia delante, vivificando las formas y adecuándolas a cada momento.

Josep-Ignasi Saranyana

Profesor ordinario de Historia de la Iglesia, Universidad de Navarra

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Comunicado de los Obispos de la Conferencia Episcopal Tarraconense


Gabinete de Información de la Iglesia en Catalunya

 

Comunicado de la última reunión de los obispos de las diócesis catalanas. Entre otras cosas, animan a los fieles a acompañar al Santo Padre «que ahora es nuestro Pastor; en primer lugar con la plegaria a Dios Nuestro Señor, pero también con la atención a sus gestos y palabras y con el afecto».

Los días 5 y 6 de mayo de 2009 ha tenido lugar la reunión n. 190 de la Conferencia Episcopal Tarraconense (CET), en el Santuario de Nuestra Señora de Loreto, en Tarragona. La reunión ha sido presidida por Mons. Jaume Pujol Balcells, arzobispo metropolitano de Tarragon, y a ella han asistido todos sus miembros, excepto el obispo de Tortosa, Mons. Xavier Salinas, que ha excusado su asistencia.

Los obispos después de tratar los diversos temas de la actualidad eclesial i social, y en relació han pasado después a tratar los diversos temas de la actualidad eclesial y social, y en relación con ellos manifiestan:

1. «Los Obispos de Catalunya, junto con toda la Iglesia, nos disponemos a acompañar espiritualmente al Santo Padre Benedicto XVI en su próximo viaje a Tierra Santa, la tierra de Jesús, los próximos días 8 a 15 de Mayo. Al mismo tiempo, hacemos plenamente nuestros los seriosesfuerzos de reconciliación que está llevando a cabo Benedicto XVI: con una porción de la Iglesia católica recientemente alejada, con los hermanos cristianos ortodoxos y reformados, y, ahora, con nuestros hermanos grandes en la fe de Abrahán, el pueblo hebreo, i también con los musulmanes.»

 

 

2. «Queremos agradecer de corazón al Papa Benedicto su coraje de apertura a los demás, de buscar siempre la aclaración de todo malentendido y de intentar superar, con la ayuda de Dios y de la razón humana, los más grandes conflictos históricos, culturales, religiosos, que dividen hoy a los hombres. Hará falta más perspectiva histórica para valorar los efectos de estos grandes esfuerzos de reconciliación, que Benedicto XVI extiende a ámbitos no cristianos e incluso no religiosos, como la cultura laicista occidental.»

 

3. «Ante las polémicas que han surgido, los Obispos de Catalunya queremos remarcar que la actitud del Santo Padre ha sido en todo momento, y desde el inicio de su pontificado, de plena franqueza, humildad y transparencia. Su ejemplo revive en nuestro mundo la figura del Buen Pastor, siempre pacífico: Jesús. A la vez, como Jesús, rehuyendo toda intolerancia, no deja nunca de tener un pensamiento libre, fiel a sí mismo y a su misión y leal con los hombres, pensamiento que choca a menudo con nuestro mundo fuertemente mediatizado por intereses de diferentes signos. Su voz, sin embargo, ha sido y es, en todo momento, una voz de paz. Ha encontrado a menudo, en cambio, la respuesta de la intolerancia, del pensamiento excluyente y cerrado al diálogo, de la reacción desproporcionada. De acuerdo con los derechos a la libertad de expresión y a no ser discriminados, derechos que son primordiales en nuestra sociedad moderna, los Obispos de Catalunya reclamamos para el Santo Padre, cuando menos, el obsequio de una misma respuesta: del respeto.»

4. «Y a todos los fieles, los obispos les pedimos un acompañamiento próximo y confiado a quien ahora es nuestro Pastor; en primer lugar, con la plegaria a Dios Nuestro Señor, pero también con la atención a sus gestos y palabras y con el afecto.»

 

Tarragona, 6 de mayo de 2009

 


[1]Cfr. La última llamada para que depusiera su actitud: «Nota informativa del 16 de junio de 1988», en L'Osservatore Romano, edición en lengua española, de 26 de junio de 1988, p. 6.

[2]El Papa animaba, pues, a reflexionar sobre aquellas novedades del Vaticano II que podían haber provocado resistencia en determinados sectores. Por el contexto de la carta, es obvio que Juan Pablo II contemplaba la perplejidad de algunos ante la reforma litúrgica y, quizá también, ante la declaración de la libertad religiosa, entendida como derecho civil.

 

  • 31 agosto 2009
  • Josep-Ignasi Saranyana
  • Número 32

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