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El Derecho a la vida, una batalla que se libra en la opinión pública. A. Coll

En su famoso 1984, que parece una pesadilla, George Orwell anotaba que Big Brother tenía en su gobierno un "Ministerio de la Verdad", un "Ministerio del Amor" y otros que no correspondían precisamente a la realidad de sus actuaciones. 

La Comisión de Igualdad creada por el Congreso de Diputados, paralela al Ministerio de este nombre, estudia la ampliación del aborto que han pedido IU y ERC, asunto que hasta ahora estaba en el ámbito de Justicia. Esperemos que en nombre de la Igualdad no se cometan atropellos contrarios al nombre que los ampara, como los que procedían de los Ministerios que imaginó el literato inglés.

¿Qué hará Igualdad? ¿Igualará eliminar el feto humano con una operación de hernia o de extracción de apéndice? Sería deseable que igualara el derecho a la vida del feto con el de una persona...o al menos que le otorgue la protección que se dispensa en Doñana a la vida de un lince ibérico.

Este planteamiento sería un modo crítico de asomarse al peligro a que la ley expone diariamente al ser humano, y que puede incrementarse si se amplía el derecho a eliminar el embrión que siempre precede a una vida humana completada.

Pero no es de un modo crítico como la mayoría de los medios de comunicación afrontan las legislaciones que afectan a la vida humana. Algunos, los menos, defienden que la vida es intangible desde la concepción hasta la muerte natural. Bastantes otros, defienden el "derecho" al aborto. Y la mayoría no toman esta cuestión como merecedora de editoriales y opiniones concluyentes. Se limitan a exponer que hay gente para todo y opiniones contradictorias.

Mamá, ¿cómo nací?

Cuando algunos grupos políticos defienden la ley de plazos, lo hacen con un argumento muy simple: así se evitará tener que preocuparse sobre si se traspasan o no los límites que marca la actual legislación. Ni caso de violación, ni de posibles problemas de la madre: se marca un plazo, de unos meses, en el cual se pueda eliminar el feto sin más.

Esta solución tiene un aspecto práctico indudable, lo malo es que predomina sobre el aspecto científico y el moral. No hace falta comentar el aspecto moral, ya que se basa en que no podemos sustituir a Dios como señor de la vida y de la muerte. En cuanto al otro ¿qué científico de verdad es capaz de decir en serio que antes de la semana 12, 14 o 20 no hay vida humana?

Recientemente un diario publicaba la inocente pregunta de un niño a su madre sobre cómo fue su nacimiento. Hugo (4 años) inquiere: "Mamá, ¿cómo salí de tu barriga?". Y su madre le responde: "Pues primero salió la cabeza, después los hombros, luego el cuerpo y al final las piernas". Hugo, asustado: "Mamá, ¿es que salí destrozado?".

Si un feto abortado pudiera hacer la pregunta de Hugo, la respuesta sería indudablemente que sí.

Es lo que sucede en las clínicas abortistas, como en la famosa del Dr. Morín, que fue noticia cuando se descubrió que no sólo contravenía la ley en su lucrativo negocio (del que el dueño hacía ostentación coleccionando coches de lujo) sino que el procedimiento de eliminación de los fetos humanos era digno de una película de terror.

Algunos periódicos levantaron la voz en aquella ocasión, entre ellos La Vanguardia, venciendo su tendencia natural al compromiso moderado. Esta vez llegó a pedir la dimisión de los responsables políticos que habían hecho la vista gorda a este proceder pese a las denuncias; dimisión que, desde luego, no se produjo.

Entre estas denuncias destacaron reportajes de dos medios de comunicación extranjeros. Uno de ellos envió a una periodista con el embarazo muy avanzado a preguntar si podría abortar; le daban toda clase de facilidades a cambio de pagar una cantidad proporcional al mes de embarazo. Nada que ver con la ley, aunque no es extraño que quien esté dispuesto a saltarse la ley natural y la Ley de Dios acepte saltarse también la ley civil, procurando, eso sí, que no le cojan, cosa que en tal ocasión no le salió bien.

Cuando los hechos relacionados con la eliminación de vidas humanas son más refinados y no hay trituradora y desaguadero por medio, la mayoría de medios se muestran indiferentes, y si hay caso humano triste, incluso favorables.

El nacimiento de un niño concebido in vitro para ayudar a su hermano enfermo sometido a continuas transfusiones de sangre, lo saludó Cuatro con alborozo, diciendo incluso que el caso no presentaba siquiera objeciones morales. Al día siguiente la Conferencia Episcopal recordó un documento suyo anterior que decía que la destrucción de embriones, hasta hallar el conveniente, no era lícita; y recordaba que los niños merecen ser procreados, no producidos. En tal sentido un bebé-medicamento no es el modo adecuado de curar enfermedades y la investigación debería ir por otros derroteros.

El otro extremo de la vida

Viajando al otro extremo de la vida humana, la vejez y la enfermedad, el "derecho a la eutanasia" sale frecuentemente en los periódicos, la radio y la televisión, sin olvidar el cine, que llevó a cabo una buena película –desde el punto de vista exclusivamente formal- sobre la vida y el suicidio asistido de Ramón Sanpedro, un caso explotado hasta la saciedad. En Mar adentro el intérprete protagonista clama una y otra vez por una muerte digna.

Interesó menos a los medios, y por supuesto al cine, la vida de otras personas con parecidas limitaciones, pero con una mayor riqueza espiritual, que afrontan sus circunstancias de modo muy diferente. ¿Acaso no son ellos igualmente partidarios de una muerte digna?

Y lo que es extraño: apenas si se hicieron entrevistas a personal médico relacionado con los cuidados paliativos o las unidades de cuidados intensivos de los hospitales. Ellos explican, cuando se les pregunta, que el grado de superación anímica de los enfermos terminales está muy relacionado con el amor que reciben y con la conciencia de no ser un estorbo a la sociedad. Si se extendiera una mentalidad propicia a la eutanasia, el enfermo que se apegara a la vida y rechazara el suicidio asistido podría llegar a pensar que está siendo egoísta. iSería lo último, que añadiéramos este dolor a su dolor! Dejando aparte el sufrimiento, presente ya en algunas clínicas holandesas, que padecen algunos enfermos sin familia sólo de pensar que si ellos no defienden su vida, por pérdida de conciencia, nadie la defenderá.

En el periodismo ser imparcial es muy difícil, ser honesto es necesario. No basta con preguntar y recoger exactamente lo que te responden. El periodismo se ejerce al escoger el personaje, al escoger el tema, al decidir la portada, al pedir un comentario, o sea, antes de escribir una sola palabra o grabar una sola imagen.

Cuando aparece en televisión el caso de una persona en circunstancias penosas y tras hablar de él, el periodista pregunta a alguien de la Asociación Pro-Muerte Digna, está ofreciendo al lector dos consideraciones: una información (sobre aquella persona) y una opinión, curiosamente la de un grupo partidario de la eutanasia. ¿Por qué el periodismo no busca en estos casos una segunda opinión, como hacen los enfermos ante un caso grave y pregunta a quienes tienen otras soluciones?


Los límites de la investigación

Desde los tiempos de Auschwitz y del doctor Méngele, no creo que haya nadie dispuesto a negar que la investigación médica tiene unos límites en la dignidad humana.

¿Qué ocurre con los experimentos con células madre y embriones? La prensa, que se horroriza de lo que sucedió en otro tiempo, se muestra comprensiva en que se investigue con vidas humanas, aunque embrionarias, para tratar de encontrar remedio a enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer.

Vuelve a partirse de la ficción de que no hay vida humana, aunque se vea en las ecografías y el sentido común nos diga que sí la hay y es cuestión de tiempo ver como se asoma al exterior. Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, se prescinde de la razón por unos momentos. Por algo Juan Pablo II, cuando escribió su encíclica Fides et ratio, dedicó tanto o más esfuerzos en defender el poder de la razón que el de la fe en orden a hallar la verdad, algo que seguramente hubiera asombrado a los antiguos racionalistas.

¿Por qué algo que parece tan elemental para el querido Watson y para todos, no concita una opinión mayoritaria entre los columnistas de periódicos y los tertuliantes de la radio y la televisión? Hay una respuesta, entre otras: no es políticamente correcto y hoy en día hay un temor cerval a parecer que uno está fuera de tiempo.

 

 

La izquierda y la derecha

Cuando Pablo Iglesias combinaba su trabajo de impresor con su meritoria lucha contra las injusticias sociales, el fundador del socialismo español había escogido campo: los más débiles.

La izquierda actual sigue apostando por la justicia social, pero en el campo político y económico, en el que muchas decisiones las toma la Unión Europea o al menos debe fiscalizarlas, le parece que cabe poca diferenciación. El pragmatismo, por ejemplo en el campo laboral, se impone. Es la hora de intervenir en asuntos como la educación y la familia. Ahí es donde piensa que puede poner su sello.

Pero no se pone de parte del ser más débil, el ser humano que va a nacer, sino de otro: la madre que reivindica el derecho al aborto, sin tener en cuenta que la madre está presionada siempre por factores externos, desde su pareja ocasional o su propia familia hasta los consejeros que ven como una bendición la existencia de clínicas abortistas. Y prescindiendo de los posibles traumas posteriores que pueda padecer la embarazada.

En cuanto a la derecha, haciendo un ejercicio de pragmatismo, prefiere no cambiar las leyes sean las que sean, si llega al poder y se limita a oponerse a las ampliaciones. Esto le da un tono de moderación por no decir de cierta modernidad.

Dejemos al margen, aunque los medios informativos suelen recogerlos, testimonios anti-abortistas que sería mejor no se produjeran: los que se manifiestan con violencias verbal o física. Son poquísimos, pero una cámara no desdeñará la ocasión para mostrar a los monstruos de las cavernas. No hay mejor manera de defender una causa que mostrar las contradicciones de sus adversarios.

De Bush a Obama

En Estados Unidos se está en trance de cambiar de Presidente: se va George Bush y llega Barack Obama. Se va un contrario al aborto y a la experimentación con células madre y llega otro que apoya ambas prácticas.

La incidencia que puede tener es negativa, sobre todo porque Bush era un presidente muy impopular y Obama comienza con unos índices de adhesión entusiasta desconocidos en la reciente historia. Dicho de otro modo: el político más encantador, al menos desde Kennedy, puede arrastrar a muchos al convencimiento de que el derecho al aborto es un derecho humano normal.

Los medios informativos han puesto de relieve estas circunstancias. Los más influyentes, no sólo de Estados Unidos, apoyan además esta política con la que bombardean constantemente a la opinión pública. Habrá que esperar pues muchos años para que prácticas como el aborto sean consideradas aborrecibles, igual que tardaron mucho tiempo en considerarse tales primero la esclavitud y luego la segregación racial.

Por las informaciones que tenemos, es posible que Obama, que ejercía de abogado en Chicago mientras Bush batía records firmando penas de muerte como gobernador de Texas, se convenza de luchar contra la pena capital, actuando en este sentido como un europeo. Pero es más improbable que luche a favor de la vida humana desde sus comienzos. Y ya se sabe que Estados Unidos marca las tendencias y costumbres desde hace tiempo en todo el mundo.

Pro-life

Sin embargo en estas elecciones se ha confirmado que los grupos pro-life tienen cada vez mayor peso en el país. El fenómeno Sarah Palin, la aspirante a vicepresidente del bando republicano es una buena muestra. Si John McCain la escogió fue por el factor complementariedad (mujer, joven, representante de las familias), pero también porque siempre levantó la bandera de la aceptación de los hijos que Dios envía, cinco en su caso, uno de ellos con discapacidad manifiesta. Su decisión de no abortar cuando fue detectado el factor que determina el Síndrome de Down, no sólo fue una muestra de amor y coraje, sino en un ejemplo que buena parte de la sociedad norteamericana ha celebrado.

Quizá tardará en darse la vuelta a la situación actual, pero cada vez será más difícil intelectual y socialmente defender las políticas abortistas. Allí y en Europa. Las cosas cambian. En pocos años España ha pasado de ser uno de los países con mayor índice de natalidad de Europa a uno de los que menos. Y contrariamente, Francia ha escalado el puesto de cabeza.

No hay duda de que el cambio vendrá de la batalla que se libra en la opinión pública, donde es importante armarse con argumentos, pero más aún ofrecer testimonios de vida.

Eso sí, el cambio vendrá si se lucha para que venga. Ningún esfuerzo es inútil en el campo de batalla de la opinión: una respuesta a una encuesta, una carta al director, una conversación oportuna, una denuncia a tiempo, van creando la mentalidad colectiva necesaria.

El uso de la palabra

El presidente del Foro de la Familia, Benigno Blanco, ha dicho que el aborto es violencia de género, por cuanto lo padece la mujer y supone reconocer la irresponsabilidad en la conducta sexual del varón. Este modo de hablar es muy adecuado. Utiliza la expresión violencia de género hoy irrebatible, para defender el derecho a la vida, actualmente puesto en cuestión de forma tan dramática.

Este es el camino, emplear las armas dialécticas adecuadas y buscar complicidades más allá del sector de los convencidos, seguros de que la opinión pública se moldea con estas aportaciones intelectuales y las declaraciones de personas representativas y con prestigio. Son intervenciones, entiéndase bien, que hay que sumar a las que hace cada persona, la mayoría silenciosa, que está a favor del respeto a toda vida humana por un sentido innato de lo moral que tiene en su interior. El problema es cuando esta mayoría se queda en casa con sus opiniones, no hace pública manifestación de ellas, frente a una minoría ruidosa que posee buena parte de los altavoces.

Hay que favorecer que hablen los que ahora callan. La ola puede barrer del panorama la degradación que, a caballo de las leyes, se ha instalado en la vida pública en los últimos años.

Antoni Coll Gilabert 

Periodista. Ha sido director del Diari de Tarragona

 

  • 15 julio 2009
  • Antoni Coll Gilabert
  • Número 30

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