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40 años de la Humanae vitae / P. Agülles

La Humanae vitae fue publicada por Pablo VI el 25 de julio de 1968, hace ahora 40 años. El título nos da ya una idea del contenido fundamental de la misma: Carta Encíclica sobre la regulación de la natalidad. En aquel momento histórico, sin que el Concilio se hubiera manifestado de modo concreto y explícito sobre el tema de la anticoncepción, y bajo un clima de fuerte presión originado por la aparición en el mercado de la píldora anovulatoria, defendida por algunos teólogos, se hacía especialmente urgente la necesidad de un documento magisterial sobre dicha materia. Con más razón todavía, si se considera el contexto histórico en que fue publicada la Encíclica: el auge de la denominada revolución del 68, basada en raíces ideológicas de la ilustración, leídas en clave malthusiana; la crisis religiosa que privatizaba la sexualidad separándola de la vida de relación con Dios; el desarrollo biotecnológico –con la aparición del preservativo (1840), el diafragma (1880) y la píldora anovulatoria (1955)–; el movimiento feminista exacerbado, que proclamaba la autonomía absoluta de la mujer, desvinculando la procreación del comportamiento sexual, al mismo tiempo que se confundía el principio de complementariedad-diversidad entre el hombre y la mujer. Aun así, el conocimiento de las circunstancias que rodearon la elaboración de este documento nos ayudan a comprender por qué, lejos de perder actualidad, su vigencia es cada día mayor. Todavía hoy no faltan fieles, pastores y teólogos que se inquietan por interrogantes que fueron ya resueltos por la Encíclica, hace casi medio siglo.

 

Los temas: contracepción y disociación entre sexualidad y procreación

 

A grandes rasgos, puede resumirse su contenido en dos ideas muy concretas. Por una parte, trata directamente sobre la contracepción, en sí misma considerada. Por otra, trata de la aparición de la píldora anticonceptiva, que supone un problema moral y cultural mucho más amplio: la disociación entre la sexualidad y la procreación, que elimina completamente la dimensión procreativa que la sexualidad posee según el designio creador de Dios. Analicémoslas más detenidamente.

 

Comencemos por afirmar que la Humanae vitae se sitúa en perfecta sintonía con la Gaudium et spes, la cual en los nn. 49 y 50 fundamenta la doctrina cristiana sobre el amor conyugal y sobre la naturaleza y los fines propios del matrimonio. Describiendo el acto matrimonial como expresión y perfeccionamiento del amor conyugal, y como una acción honesta en sí misma, digna y enriquecedora del matrimonio y de los cónyuges[1]. Entiende la fecundidad del matrimonio, la paternidad y la maternitad –deber de los esposos– como una interpretación del amor creador de Dios[2].

 

Uno de los conceptos claves que hallamos en la Humanae vitae es el de lapaternidad responsable, que convierten en un acto éticamente bueno al conjunto de disposiciones que condicionan la concepción de una nueva persona. Estas condiciones remiten a la doble dimensión que tiene toda conducta humana: la dimensión interna –actus interior, la decisión de procrear/no procrear–, y la dimensión externa –actus exterior, la ejecución de tal decisión–. En cuanto a la reflexión sobre el número de hijos que puedan desear los cónyuges, declara la Encíclica: la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido[3]. La conciencia, fiel intérprete, garantiza la relación del acto al orden moral objetivo establecido por Dios, al mismo tiempo que ilumina una comprensión más profunda del sentido de cooperación a la voluntad creacional de Dios –no una mera acción autónoma– que supone el hecho de hacer realidad, por parte de los esposos, las debidas condiciones para que Dios suscite una nueva criatura o, en cualquier caso, el hecho de no establecer impedimentos para que eso ocurra. El acto conyugal no solo une a los esposos, sino que también los hace aptos para generar nuevas vidas; así pues, tiene dos dimensiones inseparables: la unitiva y la procreativa. La decisión de procrear/no procrear tendrá que armonizar diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí[4]: el biológico, con el correspondiente conocimiento y respeto de los ritmos y funciones biológicas; el tendencial e instintivo, con el natural dominio de la inteligencia y la voluntad sobre los mismos; y finalmente, las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales.

 

Ilicitud de la anticoncepción 

 

La primera cuestión que se nos presenta es aclarar si el recurso a la anticoncepción, bajo cualquiera de sus múltiples formas, como ejecución de una decisión tomada de no procrear –decisión que en algún caso puede ser éticamente justa– se ha de considerar siempre objetivamente ilícita. La Humanae vitae ha contestado afirmativamente a esta pregunta: Queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación[5]. La acción reprobable puede ser de tipo físico (uso del preservativo), o bien de tipo químico (píldora anovulatoria). Podrá ser lícito tolerar un mal menor para evitar un mal mayor o promover un bien más grande, pero jamás será lícito hacer objeto de un acto positivo de la voluntad lo que es intrínsecamente malo, para alcanzar un bien. El respeto a la naturaleza del acto matrimonial exige que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida[6]. Del mismo modo, serán honestos y legítimos aquellos actos que, por causas independientes de la voluntad de los cónyuges, pueda preverse que serán infecundos. Por tanto, la decisión de no procrear solo encuentra una ejecución éticamente lícita, en la realización del acto conyugal en los períodos infecundos de la mujer, y existiendo graves motivos[7].

 

La originalidad de la Humanae vitae radica en el hecho de denunciar que la píldora ha distorsionado el modo de concebir la naturaleza y el significado de la sexualidad humana

 

Hechas estas aclaraciones previas, he de reconocer que todo lo dicho hasta ahora era ya doctrina reconocida sin elementos novedosos. Nos basta con hojear la doctrina sobre la anticoncepción en la Encíclica Casti connubi de Pío XI[8]. La Humanae vitae no se publica solamente con el fin de tratar algunas de las cuestiones particulares que pueden surgir en el contexto de la vida matrimonial. En mi opinión, el problema más grande que afronta audazmente la encíclica es el de la separación entre el uso de la sexualidad y su significado procreativo. Problema enraizado en la cultura social de nuestro tiempo y cuyas consecuencias son fácilmente verificables. En pocas palabras: la difusión de la píldora introdujo con fuerza la idea del sexo fácil y sin compromiso, dentro yfuera del matrimonio. Y, en consecuencia, una serie de costumbres moralmente ilícitas, hubiera o no anticoncepción: me refiero a la irresponsable promiscuidad juvenil, la infidelidad conyugal, etc. Y, como habitualmente las costumbres acaban por alterar las ideas, a la sociedad actual le resulta costoso percibir el acto sexual como expresión de amor matrimonial, exclusivo y naturalmente abierto a la vida. La píldora contraceptiva ha transformado negativamente la manera de concebir la naturaleza y el significado de la sexualidad humana.

 

En esto consiste la denuncia y la reivindicación de originalidad de la Humanae vitae. El acto mediante el cual dos cónyuges forman una sola carne es por su misma naturaleza expresión y realización del don total y exclusivo de uno mismo. El acto contraceptivo es contradictorio al amor conyugal –que confiere sentido al uso de la sexualidad–, porque excluye la totalidad de ese don en su dimensión de paternidad/maternidad. Es la persona la que es fértil, no solo su cuerpo, y es la persona la que es capaz de ser padre/madre. Por lo tanto, un acto cerrado a la concepción, sea en la intención sea en la ejecución, hace de la relación sexual una mentira: pues en el don de uno mismo, se está afirmando una totalidad que en realidad se niega, destruyendo, a nivel de comportamiento concreto, la unidad de alma y cuerpo. Se trata de un acto anti-unitivo además de ser anti-procreativo. Con la píldora, el problema pasa a ocupar un nivel previo, es decir, cuando dos personas realizan el acto, pretendiendo que no tenga nada que ver con el don total de uno mismo, ni tampoco con la expresión de un amor fiel, exclusivo y fecundo: entonces, habrán vaciado el acto sexual de su significado sagrado y, simplemente, lo habrán convertido en un objeto de placer fugaz e intrascendente, de usar y tirar, puesto al servicio del vaivén de las pasiones o de las apetencias. La mejor manera de conseguir ese cambio de mentalidad consiste en remover cualquier preocupación ante la posibilidad de que se produzca un eventual fruto de dicho vínculo: convertirlo en efímero –que no deje rastro–. En el fondo, la apertura a la procreación es una condición de la cualidad ética de las relaciones entre un hombre y una mujer. Y esta es la lamentable gran "conquista" de la píldora: destruyendo el sentido originario del don sincero de dos personas entre sí, han destruido aquello que aquel mismo don construye.

 

El lector podrá objetar que la encíclica va dirigida a la moral conyugal, no a los problemas de sexo ocasional, etc. Tiene razón. La cuestión es que si se admite que la sexualidad puede verse privada de su aspecto procreativo, y se considera lícita tal actitud, entonces se provoca el hundimiento de una de las razones –no, ciertamente, la única– por las cuales la sexualidad se ha de limitar al matrimonio. Y este hecho viene confirmado por la experiencia: desde la aparición de la píldora, el sexo ha venido a ser, en la conciencia colectiva, algo ocasional, banal, etc. Resumiendo, cuando la encíclica ha dicho "no" a la píldora, ha querido subrayar dos reaidades: la ilicitud de la contracepción conyugal, y la ilicitud del ejercicio de la sexualidad fuera del contexto en el que la procreación tiene sentido.

 

Un cambio de mentalidad conduce a una peligrosa pendiente

 

No me resisto a terminar sin señalar algunas características de la nueva mentalidad introducida por la píldora anavolutoria y que empuja a la sociedad a deslizarse por una pendiente peligrosa. Cuando por un error se presenta un hijo no deseado, a menudo, se le considera como un obstáculo del cual la pareja no se siente responsable –pues el mismo fue excluido positivamente desde el principio–; el hijo indeseado es visto como un mal que no se quiere promover o, simplemente, se desa eliminar mediante el aborto si eventualmente se ha producido el embarazo; con dificultad se le considera un bien precioso al que se había renunciado por graves motivos, pero al que se acoge como don inesperado.Los contravalores inherentes a la "mentalidad anticonceptiva" —bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal— son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada[9]. La prueba está en la proliferación de ideas tales como la de que asegura que la destrucción del fruto de la fecundación, antes de la implantación, debe considerarse como una simple contracepción. Estas ideas subyacen, también, en la frívola regulación de la llamada "píldora del día después", mal etiquetada como "anticoncepción de emergencia" cuando sus efectos son netamente abortivos. Por otra parte, al desvincular la transmisión de la vida de la intimidad del amor conyugal, se ha transferido la misma a las probetas del laboratorio, provocando con ello posibles numerosos atentados a la vida humana. Se trata de la revolución de la procreación artificial.

 

Espero, con estas palabras, haber confirmado de alguna manera la actualidad de esta Encíclica al cabo de 40 años de su publicación, y, con ello, haber suscitado en algunas personas la conciencia de que nunca estará de más una relectura atenta y ponderada de su contenido: es mucho lo que podemos aprender de ella para fundamentar la vida familiar y social de nuestro mundo sobre sólidos pilares y promover una sociedad más humana.

Pau Agülles Simó

Farmacéutico. Doctor en Teología Moral 

 


[1] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 7.12.1965, n. 49.

[2] Cfr. Ibid., n. 50

[3] Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae sobre la regulación de la natalidad, 25.7.1968, Acta Apostolicae Sedi 60 (1968), pp. 481-503, n. 9.

[4] Ibid., n. 10.

[5] Ibid., n. 14.

[6] Ibid., n. 11.

[7] Cfr. Ibid., n. 16.

[8] Cfr. PÍO XI, Encíclica Casti connubii sobre el matrimonio cristiano, 31.12.1930, Acta Apostolicae Sedis 22 (1930), pp. 539-592, sobre todo n. 21 (parte II).

[9] JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium vitae, 25.3.1995, Acta Apostolicae Sedis 87 (1995), pp. 401-522, n. 13. Sobre el crecimiento concomitante de la mentalidad abortiva con la implantació de una mentalitad anticonceptiva puede consultarse también: SGRECCIA, E., Manuale di Bioetica, 3ª Ed., Vita e pensiero, Milano 1999, vol. 1, pp. 487ss.; CICCONE L., La vita umana, Ares, Milano 2000, pp. 121-122; ÁLVAREZ DE LA VEGA, F., Ética de la dispensación de contraceptivos, en "Cuadernos de Bioética" 23 (1995), p. 57; SUAUDEAU, J., ver "Sexo seguro", en PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA, Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, Palabra, Madrid 2004, pp. 1041-1061.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  • 15 julio 2009
  • Pau Agülles Simó
  • Humanae vitae, regulación de la natalidad, Pablo VI, sexualidad, procreación
  • Número 30

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